Capítulo 17: Razón
He subido a la azotea de la escuela, la cual tiene rejas altas de contención. Trato de acostumbrarme a la idea de que jamás volveré a pisar una escuela y posiblemente nada parecido. El cielo pintado con nubes grises y el viento frío sólo hacen más nostálgico el escenario.
Hay alumnos en el patio, sentados sobre el pasto o en las mesas de madera. Comparte su almuerzo, intercambian apuntes y conversan de forma alegre, todos parecen pertenecer a un grupo, parecen unidos a otros estudiantes. Y luego estoy yo, aquí arriba sin sentir la necesidad de ser parte de ellos.
He cambiado de escuela tantas veces que no me molesté nunca por formar amistades o recuerdos. Incluso no me molesté en acercarme a nadie en las escuelas que compartía con otros chicos cuyos padres era amigos de Vladimir.
Desde hace unos años he sentido una desconexión del mundo. No me nace acercarme a nadie, no siento que necesite hacer amistades... o eso era antes de decidir que debo quedarme en el refugio. Incluso siento una extraña emoción al saber que volveré a ese lugar.
—¿Pensamientos suicidad a esta hora de la mañana? —La voz burlona de Nueve suena a mis espaldas—. Si lo necesitas, puedo darte un empujón.
Me sorprende escucharlo. No lo vi esta mañana al despertar, y una parte de mi quiso creer que no lo vería en todo el día, pero muy a mi pesar sé que ya me estoy acostumbrando a tenerlo cerca.
—¿Pensamientos asesinos antes del almuerzo? —uso un tono similar al suyo.
—Tú quieres morir y yo quiero saber qué se siente empujar a alguien desde esta altura —murmura—. ¿Hacemos un trato?
Una risa airada por parte del chico de ojos grises es la que hace que me gire en su dirección lanzándole una mirada sin disimulo. En sus labios hay una sonrisa burlona.
—¿Cómo llegaste aquí? —Me cruzo de brazos—. La escuela está cerrada a extraños.
—No existe lugar cerrado para los Ascendidos. —Se encoge de hombros.
—¿Otra vez con eso? —Ruedo los ojos, usando las barras de contención para recargarme.
—Parece que mi advertencia del otro día no te importó. Deberías tener más precaución. Puedo apostar a que no notaste que te estuve siguiendo.
—En realidad, sí lo noté. Pero como supe que se trataba de ti, no vi razón para preocuparme —miento con descaro.
Meto mis manos en los bolsillos de mi chaqueta, buscando la paleta que Vladimir dejo para mi esta mañana junto a una nota de que me cuidara de la lluvia que parece estar amenazando con caer en cualquier momento.
—¿Siempre eres así de necia? —Ladea la cabeza.
—No me estoy esforzando en nada, al igual que tú.
Sé que es el momento perfecto para sonreír con la misma sátira que Nueve me muestra a menudo. Aunque no me veo capaz de hacerlo. Sus ojos siguen clavados en mí. Con la luz natural se notan más claros, esa ausencia de color aumenta la sensación de que su expresión es de hielo, por un momento pienso que sus orbes plateados contienen la tormenta.
Él frunce el ceño de forma extraña un segundo, mismo en el que parece hacerse consciente de que lo estoy mirando con detenimiento. Sospecho que me salió un tercer ojo por la forma intensa en la que me regresa el estudio. Como siempre, no logro tener un atisbo de lo que pudiera estar pensando. El suspiro mitad gruñido que deja salir mientras se revuelve el cabello me deja más descolocada.
—Admito que suelo hacer muchas cosas por accidente, y me cuesta hacerme responsable por ellas —pronuncia con un tono calmado. Apunta con un dedo la herida en mi ceja —. Como eso, por ejemplo. Pero los accidentes a veces no son una justificación suficiente, ¿cierto?
—¿A dónde quieres llegar con eso? —me atrevo a preguntar, porque si él no lo dice no voy a poder averiguarlo en sus gestos.
—A un punto que me está costando, por lo que veo. —Vuelve a suspirar.
—¿Estás tratando de disculparte?
—Sí, creo que eso intento —confiesa, desviando la mirada.
—Pues eres pésimo. —Niego con el inicio de una sonrisa tirando de mis labios—. Lo hiciste mejor anoche.
—Por eso dije que lo estaba intentando, y anoche fue fácil porque estaba muerto de cansancio. —Se encoge de hombros—. No he puesto de mi parte para que esta situación sea llevadera para ambos. Y según lo que me enseñaron, no puedo llevarme mal con la chica con la que duermo, eso daña la relación. —El gesto que coqueto y semi sugerente en su rostro me hace sonrojar—. Comprendo que esto es algo difícil de sobrellevar para ti y para mí, así que trataré de ser más flexible, pero tendrás que serlo también.
—¿Dices que cederás sólo si yo lo hago?
—¡Chica lista! —Se burla—. Exacto. Cedemos ambos o podemos seguir con la guerra hasta ver quién es el último en pie.
—Suena justo —concedo poniendo en blanco los ojos—. Cedemos, ambos.
Nueve mira el suelo y forma una línea delgada con sus labios. Me recuerda a un gesto vergonzoso. Ese gesto vulnerable en el rostro del chico desaparece en un parpadeo, siendo reemplazado por una sonrisa encantadora. Me resulta infantil la forma en la que entrecierra los ojos al sonreír.
—Sigo pensando que te ganaste el golpe por esa actitud agresiva.
—¿Perdón? —Mi tono de disgusto le roba una sonrisa.
—Trataste de golpear a Emy.
—¡Sí, en defensa propia!
—Ella fue amable —refuta con una expresión fastidiada—. Yo te hubiera derribado peor desde el primer instante.
—Oh, ¡agh! —retengo el insulto, y la resolución llega a mí—. Espera, ¿acabas de insinuar que fue apropósito?
—No recuerdo haber hecho eso. —Se lleva una mano a la barbilla como si estuviera tratando de recordar—. Marque el escudo apuntando a tus piernas, si eso te sirve de consuelo.
Un quejido de disgusto se me escapa, él me sonríe con aura traviesa casi seguida por una risa airada. Lo que me confirma que estoy siendo una diversión para él.
—Es broma. Si te enojas con esa facilidad no puedo parar de molestarte.
Su pésimo intento de disculpa repentina y el gesto tranquilo que domina su rostro me hacen abrir la boca con sorpresa. ¿Qué carajo le pasa a este chico? No entiendo su actitud, cada día parece una persona diferente.
—Sí lamento haberte herido, pero no podía darme el lujo de dejarte ir por ahí sin control. —Quita la paleta de mi boca aprovechando que la tengo abierta—. Eso nos traería problemas a todos, ¿entiendes?
—¡Eres un...! —Se lleva mí paleta a la boca—. ¡Ey, era mí única paleta!
Deja salir otra risa y se da media vuelta caminando con tranquilidad hacia las escaleras.
—¿No piensas decirme al menos cómo te llamas? —refunfuño.
En realidad, ya no me importa tanto saberlo, pero sé que eso le incomoda de alguna forma y no me parece justo ser la única que se siente de esa forma.
—No, la verdad es que no.
Otra risa sacude sus hombros cuando me escucha quejarme por lo bajo.
—Ya lo sabes, soy Nueve.
—Me refiero a tu nombre real.
Me dirige una mirada sobre el hombro, en ese gesto hay una pizca de algo que no logro definir porque regresa su mirada al frente.
—Ten cuidado cuando camines sola por la calle, si nosotros pudimos encontrarte así de fácil, ¿no crees que Imperio podría hacer lo mismo? —Tras decir eso, continua con su camino.
Me molesta tener que darle la razón.
。。。。。。。。
De nuevo la habitación blanca con el espejo. Cuando pregunté la razón del aislamiento, Drei dijo que era para mantener privada la identidad de las personas del refugio en el caso de que decidiera no volver aquí.
Es la primera vez que me dejan sola. No sé si eso es una insinuación de que confían más en mi o de que han visto que no represento una amenaza con la que les cueste lidiar. Si es por la segunda razón, es un golpe a mi ego. Y si es por la primera, agradezco no tener miradas sobre mi todo el tiempo.
Algo en mi interior ha estado molestando, lo he notado antes, pero es hasta la noche de ayer, después de la conversación con Vlad, que tomó fuerza. Es como si una fuerza invisible estuviera tirando de mí, insistiendo en que vaya hacia algo o alguien, y ese sentimiento mengua al estar en este lugar.
Drei se ha estado tomando la molestia de recalcar en repetidas ocasiones que mi lugar es a lado de las personas que son iguales a mí. Que es como si fuéramos atraídos por otros Ascendidos.
Nada de esto termina de tener lógica para mí. Sin embargo, hice la promesa silenciosa de no tratar de comprender y aceptarlo, la cuestión es que no recuerdo a quién le hice esa promesa, o porqué lo hice.
—¿Cómo te sientes hoy, Nira? —Drei entra con una sonrisa amplia, la cual ya es para mí una seña característica de él.
—Comenzaba a sentirme un rehén. —Me cruzo de brazos.
Mi comentario le arranca una carcajada.
No cierra la puerta, la sostiene con una mano, Hace un gesto con la cabeza invitándome a salir. No lo dudo. Salgo de la habitación hacia un largo pasillo, igual de blanco que la habitación.
El acuerdo ha sido venir al refugio desde la mañana hasta entrada la noche. Según sé, tienen a alguien que hará no sé qué para fingir el cambio de escuela que le mencioné a Vlad.
Drei dirige el camino hasta que de pronto los muros desaparecen. Llegamos a lo que parece un comedor comunitario, con mesas y bancas largas de madera, plástico o metal. Una ventana enorme de cristal ayuda a que el lugar se bañe con la luz natural del bosque afuera. Los murmullos de diferentes voces inundan el lugar.
Algunos van de un lado a otro, hay niños corriendo entre las mesas con espadas hechas de papel, un par de hombres parecen estar limpiando el área de la cocina pues entran y salen cargando bolsas de basura. Hay jóvenes de distintas edades y adultos, todos demuestran lo bien que se conocen entre ellos.
Algo en las sonrisas que me dedican aquellos que me miran me hace sospechar que ya saben quién soy, aunque jamás los he visto.
Cinco y Nueve, están en una esquina, enfrascados en una conversación. Un par de niñas corretean cerca de ellos. Cinco les gruñe lo que les causa risas. Nueve por su parte, no parece de los que se preste a los juegos infantiles.
Cerca de ellos, está la chica de voz aguda. Sentada en el suelo cerca a la ventana, sostiene un libro. Ella imita voces y hace gestos mientras narra la historia. Los pequeños están maravillados, algo en sus actitudes me hace sospechar que esto es una clase de rutina.
—Hoy está concurrido. —Drei mantiene una mirada de orgullo—. Los dormitorios se han quedado sin luz, y los niños no suelen salir a jugar en el bosque sin un adulto porque es peligroso con éstas lluvias espontáneas, así que se han reunido aquí.
—Son huérfanos, algunos... la mayoría —suelta Drei con delicadeza—. Algunos ya son Ascndidos. Esta es parte de nuestra gran familia —presenta con orgullo.
Observo los rostros de las personas en este comedor. La mayoría de los adultos tienen cicatrices en alguna parte del cuerpo o rostro, e incluso un hombre de edad avanzada usa una prótesis donde debería ir su pierna derecha. Se nota que su realidad es muy diferente a la que he estado viviendo.
—Hay algo que quiero que veas. —Drei me toma del brazo—. Es importante.
Continuamos el recorrido a paso apresurado. Nuestros pasos nos llevan a una habitación el doble o quizás el triple de grande que las que he visto, con varias camillas desocupadas y separadas unas de otras con cortinas que cuelgan desde el techo. Debe ser el área de trabajo de Drei, ya que veo máquinas que reconozco de los hospitales, y esas largas varas que sostiene las bolsas de los sueros.
Él se dirige hacia un archivero de metal, rebusca en el interior hasta que da con una carpeta vieja que arroja a su escritorio. La señala como si me indicara que puedo abrirla, así que lo hago.
Encuentro en el interior cartas escritas a mano que no me detengo a leer, fotos de diferentes tamaños y una especie de expediente con una fotografía de cuerpo completo de un hombre joven recargado contra un ancho pino. Muevo a un lado el expediente para ver el resto de las fotos, la tercera hace que me congele.
Un rostro conocido aparece ante mí, una mujer posa a lado del joven de las fotos anteriores. Ambos se sostienen de las manos y miran a la cámara consientes del momento que esta capturó.
—Su nombre era Austin. Su habilidad le permitía controlar a una persona con solo decir su nombre. —Drei me pasa la foto donde el joven de cabellera castaña como la mía posa con mi madre—. Es un anterior líder de este refugió.
—La mujer a su lado, la rubia, es mi madre —pronuncio.
Drei me sostiene una mirada con una perplejidad cercana a la que creo tener plasmada en el rostro. Le toma un segundo recomponerse.
—¿No conocías el rostro de tu padre?
Niego ante su pregunta. Tampoco sabía su nombre.
—Bueno, ya lo haces. Es la razón por la que quiero que te quedes. —Se sienta en una de las sillas dispuestas frente al escritorio, ofreciéndome la que queda libre—. Este no es el único refugio que existe, la zona en la que vives tiene uno. Y por las leyes de territorio, tú deberías unirte al refugio que está allí.
Lo miro sintiendo que estoy perdiendo la cordura. Tomo asiento en un movimiento lento.
—Las leyes de territorio, son importantes para nuestra supervivencia como especie especial y poderosa que somos, existen para que cada refugio tenga una fuerza de defensa igual. Así que la ciudad está dividida en secciones, en el caso de aparecer un Ascendido en cierta sección, el refugio al que dicha zona le pertenece debe hacerse cargo —explica—. De esta forma, no hay un refugio que no pueda defenderse ante Imperio u otro enemigo. Las reglas dentro de cada refugio suelen variar, pero no las reglas territoriales.
Asiento, sin nada que agregar.
—Y bueno, son una buena forma para liberar estrés y aprender de otros, con peleas territoriales reguladas. En fin, ya irás aprendiendo, lo que quiero que entiendas, es que deberías ir a otro refugio, porque así lo dictan las reglas territoriales. —Señala la fotografía—. Sin embargo, eres heredera por derecho a un espacio en este refugio. Tú perteneces aquí, Nira, las reglas se anulan ante ti.
Al mudamos aquí, cerca de donde solía estar la casa de los abuelos, imaginé que podría cruzarme con conocidos de él o de mamá que me reconocieran como su hija. Jamás imaginé que ellos pertenecieron a un mundo oculto.
Nunca me dispuse a desenterrar el pasado de mis padres, no me sentía con el derecho de hacerlo. No preguntaba por mi padre, porque sabía las reacciones que obtenía al hacerlo. De mi madre sé las cosas que Vlad me ha contado.
Verlos a ambos como personas ajenas a mí me ayudaba a sobrellevar su ausencia. Era mi forma de duelo. No puedes extrañar algo que no conoces.
La sensación de pertenencia trata de escalar por mi piel, sin embargo, pongo resistencia. Me parece pronto para sentir una conexión. Por años el único apego que he sentido es hacia Vladimir, y siento que lo estoy traicionando con esto que estoy haciendo sin decirle cuando él siempre ha sido honesto conmigo. En su lugar, le daré algo más de exclusividad con mi apego.
—¿Mamá también tenía una habilidad?
Eso sería la razón al por qué se alejó de su familia. Pudo haberlo hecho para protegerla. Pudo haberme dejado atrás para protegerme.
—No, no todos nacen con los genes o en las circunstancias que los obligan a ascender.
Las palabras de Drei me golpean, pero no causan dolor, sino más curiosidad. Si no fue por eso, entonces, ¿qué hizo a mi madre dejarme con los abuelos? Quizás pueda saberlo al estar aquí, su pasado y lo que me relaciona con ellos podría ir saliendo a la luz conforme pase tiempo con las personas que pudieron conocerlos.
Quiero creer que existe una razón, un motivo de peso para que mis padres hayan decidido no llevarme con ellos. Aunque si no existe una, tampoco me hará mucho daño. Después de todo, no hay razón de extrañar algo que no conozco.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top