Capítulo 11: Paredes Blancas
Paredes, techo y piso son de un blanco impecable que me hace sentir enferma. Me he acostumbrado a la falta de mobiliario en la habitación, a excepción de la silla donde me encuentro y otra dispuesta al otro lado de la mesa de metal... no hay nada más. El espejo falso está a mi derecha pulido a la perfección, sin rastro de haber sido tocado ni una sola vez.
Alguien podría decir que esta habitación no existía hasta esta mañana y yo le creería.
Mi guardia de cabello blanco se encuentra contra la pared a mi izquierda, masticando un sándwich de proporciones ridículas. Puedo ver con claridad los dos trozos de carne, el queso derretido y hasta unas cuantas papas a la francesa en su interior.
Veo con casi morbo la forma en la que devora lo que él mismo llamo: un bocadillo. Lo he visto comerse dos paquetes de papas fritas y tres donas antes de ese sándwich. No sé dónde en su delgado cuerpo es que almacena la comida, pero sin duda, es una bodega muy grande.
Me parece increíble que mis constantes nervios estén tranquilos ahora. Incluso mis instintos parecen estar dormidos. Y no me siento preocupada... aunque sospecho que quizás debería estarlo.
La puerta se abre tras un pitido, dejando entrar al sujeto con bata de doctor, quien ni bien me ve, me regala una sonrisa amistosa.
—¿Cómo estás hoy, Nira? Soy Drei, nos vimos ayer. —Se sienta al otro lado de la mesa—. ¿Cómo va la herida?
No me molesto en pensar que puedan tomarme como una irrespetuoso al no contestar, mientras más dura me vea contra las personas desconocidas que me tienen aquí, más ventaja tendré, o eso es lo que quiero creer.
Y bueno, no quiero admitir que estoy molesta al saber que me dejé arrastrar hasta aquí.
—Noto que aún estás tensa con nosotros —comenta cruzándose de brazos—. No tienes que ser tan cuidadosa, Nira. Con nosotros estás a salvo.
Él hace un gesto con la mano en dirección al chico que lucha por no mancharse con el relleno de su sándwich monstruoso. El de apetito voraz duda un segundo, haciendo el amague de ir hacia la puerta, pero deteniéndose antes de llegar a esta.
La mirada que el chico le arroja al mayor me hace saber que se están comunicando. Se necesita un gran grado de confianza y conocimiento entre un par de personas para que puedan comunicarse sin palabras.
—Tranquilo, Cinco. No va a hacerme nada... ¿cierto, linda? —El de bata blanca trata de armonizar el ambiente.
¿Cuál dijo que era su nombre? Drei, ¿no?
—No, siempre y cuando no intentes nada contra mi —advierto tras meditarlo.
—Me parece justo —concede.
—Estaré afuera por si necesitas algo más —comenta con su extraño acento el joven antes de salir por la puerta.
En cuanto el silencio se asienta en la habitación, me atrevo a beber el primer trago del vaso de agua frente a mí, solo por hacer algo más que mirarnos las caras.
—¡También deberías ir a comer algo, Nueve! —grita Drei de pronto hacia el espejo—. Disfruta de estar bajo techo, y come algo recién hecho, algo que sí se pueda llamar comida.
La mirada en sus ojos es la misma que Vladimir me ha dedicado muchas veces.
—Él no va a irse, es terco —comenta en mi dirección como si le hubiera preguntado—. ¿Tienes hambre, Nira? Eres de complexión delgada, pero la forma en la que tus pómulos se marcan me preocupa un poco.
—¿Por qué te preocuparías por alguien que no conoces?
—Te conozco, aunque aún no puedo decirte cómo o por qué lo hago.
Eso lo hace ganarse una mirada de desconfianza por parte mía, aunque eso no logra hacer su sonrisa flaquear.
Se acomoda con los antebrazos sobre la mesa, buscando una cercanía no invasiva gracias a la mesa que nos separa, lo que crea al mismo tiempo un ambiente de cierta confidencialidad a nuestro alrededor.
—Imperio está bastante activo por la zona en la que ocurrió el encuentro. Podrías cruzártelos de camino a casa desde cualquier parte, pero su actividad parece menguar por las noches —comienza a explicar—. Al traerte nos estamos asegurando de que no estés allá afuera deambulando con el peligro cerca. Aquí estás a salvo. Eres cuidadosa, eso lo has dejado claro y está bien, aunque no es necesario con nosotros. Seguramente es por influencia de tu tío el que seas así.
—Como sabes que... —pero antes de preguntar recuerdo lo que ha dicho con anterioridad.
—Tienes tus secretos, Nira. Y nosotros también, la diferencia es que estamos dispuestos a compartirlos contigo. Pero sólo lo haremos hasta que confíes.
—Creí que los agentes que habían visto mi rostro habían... —Bloqueo la idea que llega—, que ya no estaba en peligro —repongo.
—Suelen alterarse después de los enfrentamientos, no siempre es porque busquen a alguien en específico.
—¿Se los encuentran seguido?
—No tanto como ellos quisieran.
Su rostro se entristece un poco, antes de volver al gesto animado de antes.
—Debe ser todo un acontecimiento, ¿no? Tengo entendido que, hasta ahora, no te habías cruzado con otro Ascendido.
—No soy vanidosa para creer que sólo a mí me podía ocurrir esto, aunque tampoco guardaba esperanzas de nada. —Jugueteo distraídamente con los bordes de mi camiseta—. Ustedes parecen pasar seguido por esto. ¿Es común encontrarse con más Ascendidos? —decir el nombre por el que se hacen llamar se siente raro.
—Estamos algo acostumbrados. —Sus manos se extienden, señalando el espacio—. Es como si los nos atrajéramos unos a otros. Tarde o temprano, si hay un Ascendido en esta ciudad, llega a este o a un refugio similar.
Con ese momento un fragmento de la conversación de los sujetos que me siguieron se reaviva en mi mente.
—Los de Imperio, los que me siguieron, dijeron algo de reunirse como ovejas, ¿es algún tipo de instinto de manada?
Él se lleva una mano al mentón en un gesto pensativo.
—No sé si llamarlo así, pero podría decirse que sí. Algo en nuestro interior nos llama a reunirnos con los que son como nosotros. Es como cuando sientes que alguien más a usado su habilidad cerca, ¿te ha pasado?
Es hasta que escucho su respuesta que recuerdo el cosquilleo que sentí en el supermercado al encontrarme con pecas. Pero niego la cabeza a su pregunta.
—Nunca me había ocurrido.
—Para todos es diferente, Nira. Así como la edad, nuestras habilidades y la razón por la que ascendemos.
"Ascender". Por muchos años siempre busque no ponerle un nombre, como negando lo que me ocurría, negando que existía. Supongo que ya no podré hacerlo. No entiendo mucho esta situación. Pero algo que si comprendo es que existe un peligro del que debo cuidarme.
—Entonces, ¿sólo tengo que quedarme aquí hasta que sea seguro volver a mi casa? —sueno cercana a la rendición.
—Sí. Y solo hasta que estemos seguros de que se han olvidado de lo ocurrido, cuando eso suceda, podrás volver a tu vida de antes, o... podrías quedarte con nosotros.
Es la segunda vez que me propone quedarme.
—No tienes que decidirlo ahora. Pero quisiera que lo consideraras a profundidad —el tacto en su tono me reconforta—. Tiene sus ventajas ser parte de un grupo. Podrías aprender de los que tenemos años de experiencia con nuestras habilidades. Puedes tener amigos, una familia que te comprenda.
—Ya tengo una familia —suelto, firme—. Y no creo poder abandonarla así sin más.
—Y no te pido que lo hagas —repone—. Aún tienes una familia allá afuera, es verdad. Aunque podrías encontrar a más miembros que pertenezcan a ella, aquí adentro.
Eso calla el resto de mis preguntas.
Siendo consciente de que tengo a alguien que se preocupa por mí, la idea de seguir viniendo aquí a esconderme no suena tan descabellada. Al no hacerlo, sé que pongo en peligro también a Vladimir. Y no me perdonaría si algo le pasa por mi culpa, por tener que cargar conmigo.
Además, si él dice que puedo aprender de las personas aquí, quizás sí sea una buena idea unirme. De esa forma podría proteger a Vladimir si alguna vez lo necesito, e incluso podría cuidarme mejor.
Un sentimiento extraño se asienta en mi pecho. Uno que me ínsita a hacer lo que me proponen como si no tuviera nada que perder, y ese es mi problema... siento que sí tengo algo que perder, pero aún no sé qué es.
—¿Podré irme a casa hoy?
—Siempre que así lo quieras. —Apunta con un gesto de cabeza hacia el espejo—. Le diré a alguien que te acompañe por precaución.
—¿Por qué presiento que me odian? —cuestiono rememorando la tensión que siento al estar con el chico de caballo blanco y con aquel de los ojos grises.
—Tú estado alerta los pone tensos. Son buenos chicos, pero no se niegan a pelear si tienen que hacerlo. —Relaja su postura rígida—. Bueno, con Cinco siempre habrá silencios incomodos porque no le gusta hablar mucho. Y con Nueve las cosas siempre son tensas por su carácter cambiante, pero debo confesar que creo que tú tendrás algunos problemas.
—¿Qué problema tiene conmigo?
—El chico con el que te encontraste fue un buen amigo de Nueve. Puede que él no sea del todo consiente, pero te culpa por su muerte —suelta con delicadeza —. Creo que es de ahí de donde viene su aprensión por ser quien te trae casi a la fuerza aquí. —Una respiración pesada abandona su interior—. No se da cuenta que nos deja a todos mal parados.
—No es el único, también me culpo —confieso.
—No le des mucha importancia. Esto es lo normal para nosotros. Dar la vida por uno de los nuestros es un enorme honor. —Drei toca el bolsillo de su bata justo en su pecho—. Que él se haya sacrificado por ti debió tener su razón.
La cruda verdad que encuentro en su mirada no me ayuda a sentirme menos culpable.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top