━ capítulo uno: rojiza melena y grisáceos ojos.
CAPÍTULO UNO
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«• ROJIZA MELENA Y GRISÁCEOS OJOS •»
1 de septiembre de 1996.
Ya entrada la noche, el expreso de Hogwarts se detuvo en la estación de Hogsmeade. Rápidamente los alumnos salieron de sus diferentes vagones, dirigiéndose posteriormente a las barcas, en el caso de los de primer año y a los carruajes, en el caso de los demás alumnos.
Mientras tanto en el vagón del alumnado de Slytherin, tras la partida de la mayoría, un Draco Malfoy rezagado —aposta— petrificó mediante un hechizo a un confiado Harry Potter; al cual había pillado espiando la conversación que momentos atrás había mantenido con sus compañeros. En cuanto oyó el ruido de algo caer contra el suelo, se acercó y retiró la capa de invisibilidad que cubría al chico de cabellos azabache, comprobando que efectivamente era él.
«Maldito cara rajada», pensó el rubio.
Segundos después, le propinó una patada en la nariz, sin pensarlo dos veces. Se lo merecía, según él, pues por culpa de Potter su padre había acabado en Azkaban. Un fuerte «crack» resonó cuando lo hizo. Su golpe fue tan certero que había conseguido romperle la nariz.
—Esa fue por mi padre —siseó—. Disfruta de tu regreso a Londres.
Cubrió de nuevo a su enemigo con la capa de invisibilidad y se retiró del compartimento, comprobando antes que los dos amigos de Potter no estuviesen rondando por allí. Cargando con su maletín y su bastón, salió del tren, aparentando tranquilidad. Se detuvo unos segundos a recorrer el andén con la mirada, en busca de alguno de sus compañeros, pero no halló a ninguno, por lo que maldijo para sus adentros. A saber con quién le tocaba compartir ahora el carruaje que lo llevaría al castillo. Odiaría si se topaba con algún Gryffindor o peor, un sangre sucia.
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No muy lejos de allí, una joven de cabellos pelirrojos se dedicaba a dar vueltas en círculos, mientras miraba de vez en cuando en dirección al andén. Esperaba distinguir en alguno de esos vistazos, la melena rubia de su amiga ondeándose, mientras ésta daba saltitos. Pero no, Luna no aparecía. ¿Dónde estaba? ¿Por qué tardaba tanto? Las dos chicas se habían separado en el expreso cuando la menor había salido del compartimento que compartían para ir a repartir la revista de su padre «El Quisquilloso». Desde entonces no la había vuelto a ver.
Oh... espera. ¿Y si la rubia ya había tomado uno de los carruajes con sus amigos de Gryffindor? Era probable. La pelirroja no podía evitar sentirse apenada ante el pensamiento de que su amiga la hubiese dejado sola. Pero sabiendo cómo era, también sabía que no podía regañarla o culparla por su despiste. Resignada y soltando una gran cantidad de aire por sus fosas nasales, se giró hacia el carruaje que estaba a sus espaldas y se subió a él. Se acomodó lo mejor que pudo y esperó a que el vehículo se moviese en cualquier momento.
Si su amiga estuviese ahí, probablemente ya habría comenzado a hablar de la criatura que tiraba del carruaje. Criatura a la que la pelirroja no podía ver. Pese a eso, no dudaba de su existencia. Muchas personas podían pensar que Luna estaba loca, pero ella la conocía y sabía que no mentía cuando decía aquellas cosas «disparatadas» a ojos de todos.
Echó una última ojeada en dirección al andén y en medio de la oscuridad de la noche consiguió visualizar un cabello rubio que se acercaba. Por unos segundos pensó que se trataba de su amiga, pero, en seguida, ese pensamiento se apartó de su mente. El cabello que veía era mucho más corto y brillante que el de su amiga, además de que estaba peinado de forma elegante. Sin duda, no pertenecía a la Ravenclaw.
Le tomó unos instantes más darse cuenta de a quien pertenecía y de manera inconsciente, tragó saliva por los repentinos nervios. Draco Malfoy se acercaba al carruaje en el que se encontraba. Sintió sus manos sudar y automáticamente desvió la mirada en dirección contraria, intentando controlar su nerviosismo. No volvió a mirarlo, ni siquiera cuando notó como él subía al carruaje y se acomodaba. Sin embargo, el rubio no se había llegado a percatar de su presencia, estaba absorto en sus propios pensamientos.
El carruaje comenzó a moverse y el silencio impregnó el ambiente. Sólo cuando el brillo de la luna se reflejó en los cabellos rojizos de su acompañante, Draco se dio cuenta de que no estaba solo. Sus ojos grises que habían permanecido entrecerrados durante el pequeño trayecto que llevaban, se abrieron por completo. Lentamente, condujo su mirada hacia la esquina contraria del carruaje, donde sus ojos se toparon con aquella rojiza melena. «Esa melena...», tragó saliva y por un mero instante, su corazón se aceleró. No había motivos para dudar, sabía a la perfección a quién pertenecía dicha melena: Hera Simmons.
«Mierda», maldijo para sus adentros.
Hera Simmons no era Gryffindor y según había oído, tampoco era una sangre sucia ni siquiera mestiza; por lo tanto, no había motivo por el cual no quisiese estar con ella en un carruaje. Sin embargo, una parte de él hubiera preferido estar con alguien de uno de los dos grupos anteriormente mencionados, en vez de con la pelirroja. ¿La odiaba... le asqueaba, acaso? Para nada. Más bien era todo lo contrario —o no—. Sinceramente, no sabía decir a ciencia cierta qué clase de sentimiento le producía.
No pudo evitar sentir curiosidad; curiosidad por como habría cambiado físicamente la Ravenclaw en aquel verano —un verano eterno para él— y con disimulo, apartó la mirada de su melena, no sin costarle lo suyo, para centrarse en el conjunto completo, echándole una mirada de arriba abajo. Aun así, sus ojos no tardaron en traicionarle y volver a centrarse en su melena, percatándose del hecho de que era más larga y brillante de lo que recordaba, aunque quizás esto último se debía a los reflejos de la luna. No entendía por qué esa melena le gustaba tanto. Sus ojos siempre se sentían atraídos por ella y a veces la seguían sin darse él mismo cuenta de lo que sucedía. Era un hecho inconsciente que no podía —y quizás no quería— controlar por alguna razón.
Por fin, consiguió apartar la vista de su melena para centrarse en otros puntos, así que comenzó a recorrer todas las finas facciones de su rostro. Lo primero en lo que se fijó fue en esas adorables pecas que adornaban su rostro, sobre todo en los alrededores de la nariz. Esa nariz ligeramente respingona que observó arrugarse en varias ocasiones, debido al frío nocturno. Sus finos y rosados labios se abrían y cerraban a medida que iba tomando aire por la boca, siendo acompañados al compás por su pecho, que ascendía y descendía. Su rostro estaba girado hacia la izquierda, así que no podía observarlo con totalidad. Lástima, le hubiese gustado echar un vistazo a esos ojos marrón caramelo tan profundos que tenía. Espera, ¿qué? ¿Por qué iba a querer hacer eso? Además, ¿por qué pensaba así de ella? Era estúpido.
Apartó la mirada rápidamente, tratando de centrarse en cualquier otra cosa que no fuese ella.
Un par de minutos fue lo máximo que resistió sin volver a echarle un vistazo, para darse cuenta de como la chica jugaba con el borde de su falda negra nerviosamente. «Adorable», pensó, de nuevo su mente le jugaba una mala pasada. «No lo es. No es adorable», se repitió varias veces hasta que creyó que había captado el mensaje. Sin embargo, seguía mirándola, seguía recorriendo su cuerpo, sus rasgos, sin darse cuenta de que había dejado el disimulo de lado. Para su suerte, ella seguía sin mirarlo y no parecía percatarse de lo que hacía.
¿Hm? Se extrañó. No recordaba que el curso anterior la pelirroja fuese tan... tan preciosa. Parecía como si en el verano su belleza hubiese madurado —y así era—. Sabía que la Ravenclaw no destacaba precisamente por su belleza, bueno, en realidad prácticamente no destacaba; era casi invisible, una persona solitaria y tranquila, similar a su amigo Theodore Nott. Si hubiese sido siempre una belleza, todo Hogwarts se habría dado cuenta, pero eso no había pasado, así que ella debía haberse vuelto hermosa repentinamente. O quizás era él quien la estaba idealizando de pronto. Ese pensamiento le hizo vacilar. No quería pensar en Simmons como una belleza o como una chica adorable, pues eso significaría que tenía algún tipo de interés en ella. Y no era así. Ella solo era una simple chica más de su curso. Sólo eso.
—Oh... ¿Tocas el piano? —se escapó de sus labios y maldijo en su mente. Una vez más, su subconsciente lo había traicionado y había acabado pensando en voz alta.
¿Por qué había preguntado eso? Esa suposición le había llegado cuando había vuelto a centrar su vista en las manos ajenas. No eran demasiado grandes, pero tampoco pequeñas; sus dedos eran finos y largos, características necesarias para las manos de un pianista. Además, podía percatarse de que a diferencia de las manos de las demás chicas, las suyas no parecían suaves, sino ásperas, sobre todo en la punta de sus dedos. Y para finalizar, sus uñas estaban recortadas, quizás para que no le fueran un inconveniente a la hora de tocar las teclas. Todo eso parecía ser un aliciente más para que su suposición fuera correcta, aunque sabía que había personas con manos con las mismas características que no tenían necesariamente porque tocar el piano o cualquier otro instrumento. Sin embargo, si realmente su suposición era correcta o no, en ningún momento había deseado corroborarlo con ella. No tenía intención de dirigirle palabra en todo el trayecto, pero estaba claro que había fracasado en el intento.
Fue entonces cuando Hera giró el rostro para encararlo. Sus ojos coincidieron por primera vez y ambos pudieron sentir como una especie de descarga eléctrica sacudía sus cuerpos. La pelirroja tragó saliva, nerviosa, ante el contacto visual de aquellos hermosos e hipnotizadores ojos grises. Pero no sólo por eso, sino también porque se había dado cuenta del escaneo al que le había sometido el rubio durante aquel rato. En un principio, no lo había hecho, pero al cabo de unos minutos había comenzado a notar una mirada intensa sobre ella. Una mirada que no dejaba de recorrerla con sumo detalle haciendo que el vello de su piel se erizara. Había tenido que luchar consigo misma para que sus mejillas no se tiñeran del mismo color que su cabello, pues entonces, Draco se habría percatado de que ella se estaba dando cuenta de lo que hacía y eso sólo habría terminado avergonzándola mucho más.
Pasaron cerca de un minuto manteniendo el contacto, sus ojos parecían negarse a apartarse de los ajenos. Habían sido capturados por sus respectivas miradas sin quererlo.
—¿Eh? —consiguió decir la Ravenclaw, rompiendo el silencio.
Hasta a Draco se le había olvidado que le había preguntado por un instante. Se había quedado demasiado atrapado en aquel mirar tan profundo de la chica. Carraspeó, tratando de aclararse la garganta que se le había quedado seca en aquel minuto.
—¿Qué si tocas el piano? —repitió con un tono ronco.
—Ah... Sí, sí, lo hago —respondió inmediatamente. El rubio festejó en su mente haber acertado con la suposición—. ¿Cómo lo has sabido?
—Tienes manos de pianista —se limitó a responder. Un atisbo de sonrisa apareció en los labios de Hera.
—¿Y cómo sabes, cómo son las manos de un pianista? —preguntó, incapaz de contener su curiosidad. Era Ravenclaw, sin duda. Draco desvió la mirada, interrumpiendo el contacto de sus miradas; había torcido ligeramente el gesto—. ¿También... lo tocas? —añadió, con precaución.
Hubo unos largos segundos de silencio antes de que el Slytherin centrase, una vez más, su mirada en ella.
—Lo hago, de vez en cuando —contestó al fin. La pelirroja estaba sorprendida por la revelación y él se dio cuenta, por lo que añadió—: Es reconfortante.
—¡¿Verdad?! —exclamó ella, entusiasmada. En seguida, tapó sus labios con una mano. Había hablado en un tono más alto de lo que acostumbraba a hacer.
Draco era el sorprendido ahora, no sólo era la primera vez escuchándola hablar en ese tono, sino también, la primera que la escuchaba tan de cerca. Y... no iba a decir que tenía una voz tan hermosa como la del canto de una sirena porque sería mentir, pero era sedosa y melosa; agradable para el oído, para su oído en concreto.
Todavía se le hacía extraño estar escuchándola. Normalmente, sólo escuchaba su voz cuando ella respondía a las preguntas de los profesores en las clases o cuando hablaba con sus compañeros y amigos, a cierta distancia de él. Por supuesto que habían intercambiado algunas palabras a lo largo de aquellos cinco años, pero su conversación más larga probablemente no había pasado de los cuatro minutos y eso contando los silencios incómodos que se formaban tras finalizar cada oración. No estaban acostumbrados a hablar entre ellos, pues él siempre había mantenido las distancias.
Le hubiese gustado reírse. Reír al ver lo nerviosa que ella se ponía por haber elevado la voz. Se estaba comportando de una manera demasiado inocente y adorable. Hera había llevado también su otra mano a su boca, cubriéndola así con ambas, mientras sus ojos vagaban por todos lados y sus pies se movían inquietos en el suelo del carruaje. El rubio no creía haber visto una imagen tan tierna en años.
Pero en vez de reírse, mostró el semblante serio que siempre portaba, acompañado de una mirada indiferente. Como si su mente no le hubiese jugado otra mala pasada al tener esa clase de pensamientos sobre la pelirroja.
—Verdad —dijo secamente.
El nerviosismo de Hera se esfumó al escuchar ese tono tan seco. Estaba acostumbrada a que él siempre hablase con los demás en un tono frío, seco y fanfarrón, así que tampoco le sorprendió demasiado. Al menos con ella sólo había sido seco.
Regresó las manos a su regazo e hizo un amago de querer añadir algo más. Pero no lo hizo. Se mantuvo callada, pues sabía que la leve conversación había terminado. Draco había apartado la mirada de la misma manera en que ella lo había hecho antes, centrándose en cualquier otro punto que no fuese su acompañante.
Quizás era su momento para «escanearlo».
Estaba acostumbrada a hacerlo, a observarlo siempre que él no miraba. Sus ojos marrones se dirigieron al instante hacia su cabello rubio platino. Estaba ligeramente más corto que el curso anterior, además llevaba otro estilo de peinado; como siempre engominado, pero diferente. No podía decir que no le gustaba, pero le gustaría poder verlo algún día con el pelo revuelto para comprobar que tan bien le sentaba. Estaba segura de que se vería igual de atractivo. Y probablemente, su sequito de fans también.
Frunció sus labios. Nunca le había agradado ver a esas chicas revoleteando alrededor del rubio, menos aún a Pansy Parkinson. Podía notar como aquella chica lo devoraba con la mirada y eso había llegado a irritarla en alguna ocasión. «Maldita Parkinson suertuda», pensó. Sí, suertuda. La envidiaba porque ella al ser de la misma casa que el rubio podía pasar mucho más tiempo con él, a diferencia de ella que de seguro ese rato, que estaban teniendo, era el más largo que había pasado con él desde que habían ingresado en Hogwarts.
Pasó de su cabello hasta su rostro, deteniéndose en cada rasgo. No había ni un solo detalle que no le gustase. Todo en él era perfecto ante sus ojos. Parecía que en aquel verano, Draco se había vuelto más maduro y atractivo. O al menos eso dejaba entrever su semblante. Por más segundos de los necesarios, mantuvo su mirada fija en los labios ajenos. Eran ligeramente más finos que los suyos y de seguro sabrían como el mismo cielo, como el más exquisito de los manjares. Deseaba poder saborearlos. Deseaba tenerlos contra los suyos.
Un suave rubor había cubierto sus mejillas al habérselo imaginado. Era una estupidez pensar en aquello, por mucho que lo desease, nunca sucedería. Esos labios —ni él— nunca serían suyos. Suspiró, desganada. En cualquier otro momento, habría seguido mirándole, pero las ganas de hacerlo se habían evaporado.
Desvió la mirada hacia sus pies y no volvió a levantarla en todo el trayecto. De la misma manera, Draco tampoco volvió a centrar su mirada en ella. Era peligroso.
Pasaron el resto del viaje en pleno silencio, cada uno sumergido en sus propios pensamientos. Curiosamente, ambos estaban pensando en el otro. Pero Hera no lo diría por vergüenza y Draco nunca lo admitiría.
Cuando el vaivén que producía el carruaje se detuvo, ambos supieron que habían llegado a su destino. Draco fue el primero en bajar tras tomar sus pertenencias y para sorpresa de Hera, mantuvo la puerta abierta para ella. Gesto que le agradeció nada más bajar en un susurro.
—Gracias.
El rubio no dijo nada, simplemente comenzó a caminar tras cerrar la puerta. Ella lo seguía tan sólo a un par de pasos de distancia, incapaz de caminar a su lado. Vieron al profesor Flitwick en la entrada, acompañado del conserje, Filch, y alguien que Hera no supo reconocer, pero que los miraba con varita en mano. Flitwick se limitó a decir que era un auror para no preocuparles. Tras darle sus nombres al profesor, ambos continuaron la marcha, pero Draco fue detenido por Filch, pues al parecer tenían que revisar sus pertenencias. Hera no llevaba nada, aparte de lo que llevaba puesto, así que no tenían que registrarla. Sin embargo, por alguna razón, detuvo su marcha, quizás esperando continuar el resto del camino con el chico.
Los ojos grises de Draco se encontraron con los suyos e hizo una indicación con la cabeza.
—Sigue tú —masculló.
Se había dado cuenta de que ella lo esperaba. Y una parte de él, quería que ella lo hiciese, pero se dijo a sí mismo que eso era una estupidez y que ella debía irse al castillo.
Hera sólo asintió y tras echarle un último vistazo al rubio, empezó a caminar de nuevo. Aun así, sus pisadas eran más lentas de lo normal. Al alzar la cabeza, pudo ver como el profesor Snape caminaba en su dirección desde lejos. Cuando se cruzaron en mitad del camino, ella lo saludó con un movimiento de cabeza y el hombre le devolvió el gesto. Se giró un instante para contemplar como se alejaba y a su vez para ver a Draco todavía discutiendo con Filch.
—¡Hera~! —escuchó al cabo de unos minutos, proveniente de una voz risueña.
De nuevo, se giró, esta vez para ver como su amiga Luna caminaba dando saltitos y pasaba por el lado de Draco y el profesor Snape —quienes ya habían resuelto la disputa con Filch—. No muy lejos, Hera también consiguió distinguir la figura de Potter.
—¿Luna, dónde estabas? Me tenías preocupada —dijo la pelirroja una vez su amiga se había posicionado a su lado.
—Me rezagué y luego me encontré con Harry —dio como toda respuesta.
Hera no insistió. Tampoco iba a preguntar porque el «Elegido» se había rezagado. No era asunto suyo, ya que no tenía demasiada relación con él, aunque estuviesen en el mismo curso. En algún momento, Luna comenzó a hablar animadamente, retomando la conversación que habían dejado a medias antes de que se fuese a repartir «El Quisquilloso». La sonrisa de la pelirroja no tardó en aparecer, mientras escuchaba y comentaba sobre las ocurrencias de la rubia. Con una amiga así, era imposible que pudiese aburrirse.
Desde unos seis metros de distancia, el Slytherin observaba a las dos Ravenclaws que tenía delante, viendo concretamente como aquella rojiza melena se ondeaba de forma adorable a cada paso que su dueña daba. Pudo ver también su hermosa sonrisa y se negaría a reconocer que su corazón dio un vuelco en ese instante. Esa sonrisa... ojalá se la dedicase a él, algún día.
Lo que sucedió el resto de la noche no tuvo demasiada importancia. Draco ignoró las preguntas de sus compañeros y Hera se limitó a conversar con Luna, mientras cenaban. La pelirroja fue de las primeras personas en retirarse del Gran Comedor, pese haber llegado de las últimas, y el rubio no pudo evitar seguirla con la mirada hasta que desapareció por la enorme puerta. Minutos más tarde, él también se retiró.
Esa noche Draco soñó con la rojiza melena de ella y Hera soñó con los grisáceos ojos de él.
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¡Primer capítulo de esta preciosa historia! ♥
Como habréis notado he preferido inspirarlo en lo que sucedió en la película en vez de en el libro; en que Luna fue quien encontró a Harry y no Tonks. Lo he hecho así porque me convenía más para el desarrollo de la historia.
Espero que lo hayáis disfrutado y esas cosicas. No os olvidéis de votar y comentar. <3
Marie Weasley.
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