━ capítulo trece: vivir por ella.
CAPÍTULO TRECE
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«• VIVIR POR ELLA •»
El tiempo pasó rápidamente. Las navidades terminaron en un parpadeo, al igual que el invierno, y Hogwarts se llenó de la cálida y lluviosa primavera.
La relación entre Draco y Hera no había hecho otra cosa más que crecer. Cada vez eran más cercanos y se conocían mejor, hasta los más absurdos e insignificantes detalles de la vida del otro. Draco había compartido con ella muchas anécdotas, aunque siempre tratando de evitar el lado oscuro de su vida y de su familia. Mientras, Hera también le había contado algunas anécdotas de ella y aquellas en las que Luna era mencionada siempre acababan siendo un tanto particulares, aunque al igual que él, también había evitado comentar algunas cosas. Ambos tenían sus secretos y aunque ya parecían tener una buena y sólida confianza, todavía no creían que fuera el momento adecuado para revelarlos. Sobre todo Draco.
Ambos adolescentes habían tenido varias escapadas nocturnas al aula de Música y a la Torre de Astronomía, donde el rubio había querido llevarla por mucho tiempo. Se pasaban hasta altas horas de la noche —en ocasiones, hasta casi al amanecer—, contemplando las estrellas, mientras que el Slytherin comentaba cual era cada una. Aunque, a veces, Hera se le adelantaba y decía cuál era, para molestar al otro o mostrar su conocimiento. Esos eran momentos realmente agradables e inolvidables para ambos.
En una de aquellas escapadas, Hera había quedado dormida en los cojines que se encontraban esparcidos por el aula de la torre y Draco había aprovechado para fascinarse con su belleza y acariciar su rostro sin temor a que ella se sintiese incomoda. Incluso había acariciado sus labios con las yemas de sus dedos, índice y pulgar. Por supuesto, se había replanteado también el robarle un beso, pues creía que nunca iba a tener la oportunidad de hacerlo con su permiso y él quería llevarse ese preciado y precioso recuerdo a la tumba. Sin embargo, se había contenido y no lo había hecho. No le había parecido adecuado aprovecharse de ella cuando estaba indefensa. Además, había temido que ella lo descubriese con las manos en la masa y todo se estropease a partir de ahí.
En las clases que compartían, el rubio de vez en cuando llegaba a pasarle notas teniendo cuidado de no ser descubierto por el profesor de turno y ella siempre le regañaba tras finalizar la clase, aunque estaba más que encantada con aquellas notas.
Como dato curioso, la pelirroja siempre llevaba puesto el collar que él le había regalado y se dedicaba a juguetear con él en varios momentos del día. Siempre que el rubio la descubría haciéndolo, una sonrisa se formaba en sus labios. Y lo mismo pasaba con ella, cuando lo veía juguetear con la pluma, que había sido su reglado, entre sus dedos. El rubio portaba esa pluma siempre que iba a clase o tenía que ir a la biblioteca, y la cuidada con mucho mimo para que le durase el mayor tiempo posible. Aunque sería mejor si le duraba para siempre, según él.
Draco y Hera no fueron los únicos en hacerse cercanos en aquel tiempo, Theodore y Luna también. Gracias a que sus dos mejores amigos se reunían más frecuentemente, ellos habían acabado siendo arrastrados a muchas de esas quedadas, aunque a ninguno le había importado. Menos aún al moreno, pues debido a eso había podido pasar más tiempo con la chica que amaba y había conseguido conocerla mejor. La rubia, en cambio, ya no se había vuelto a olvidar del nombre del contrario. En realidad, ahora solía buscarle para hablar con él.
Había sido entonces cuando Draco había descubierto quien era la misteriosa chica que le gustaba a su amigo y obviamente, se había sorprendido, pero no había pensado ni en burlarse de ello. Pues aunque él siempre se había referido a la rubia como Lunática, al ser la mejor amiga de la pelirroja y al saber que era la «chica» del moreno, había dejado de hacerlo.
—Parece que ambos tenemos debilidad por las Ravenclaw —había bromeado.
Y esa había sido la primera que el rubio reconocía para alguien que no fuera él mismo, sus sentimientos hacia la pelirroja. Pese a que el moreno ya los conocía a la perfección desde hacía tiempo, se había sentido agradecido y contento cuando por fin, aquel al que consideraba su mejor amigo, se lo había confesado abiertamente. Por eso, él lo había imitado y le había confesado sus sentimientos hacia la risueña águila. Su amistad había mejorado aquel día.
Eso no era lo único que había pasado en la vida del joven Malfoy durante aquellos meses. La desesperación y la frustración lo estaban devorando cada día que pasaba, por los fallidos intentos de arreglar el maldito Armario Evanescente. Su tiempo para tenerlo reparado se acababa, pero todavía estaba lejos de conseguirlo del todo.
Por si eso no fuera poco, la culpabilidad lo carcomía por los dos fallidos intentos de asesinatos hacia Dumbledore que había llevado acabo anteriormente y que habían acabado afectando a otras personas. Aquello se estaba volviendo una carga insoportable en su corazón. Sentía que ese peso acabaría partiéndolo en dos si seguía así. Y, aun así, toda preocupación se desvanecía en cuanto veía a la pelirroja acercarse a él, cuando la veía sonreírle de aquella manera que lo volvía loco o cuando escuchaba sus largos comentarios sobre algún libro que había leído recientemente o sobre alguna clase que no compartían. Solo con su presencia, ella lo distraía y lo alejaba de sus miedos y su oscuridad interna.
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El castillo era un bullicio en esos momentos, pues el último partido de la temporada de Quidditch sería jugado en los próximos días. Gryffindor y Ravenclaw habían sido las casas que habían llegado a la tan esperada final. Ambas deseaban llevarse la copa, pero sólo una de ellas lo conseguiría. Los miembros de las casas rivales no dejaban de intimidar a los jugadores del equipo contrario en un intento de romperles su concentración.
Luna tenía un serio debate filosófico en su interior sobre a quién debería apoyar, si a su casa o a sus queridos amigos leones. Le había pedido consejo a Hera, pero ésta no tenía ni el más mínimo interés en el partido. Para ser exactos, desde que Draco no estaba en el equipo de Slytherin y Liam no estaba en el de Ravenclaw, había perdido cualquier tipo de interés hacia aquel deporte. Sobre todo porque principalmente asistía a los partidos para verlos jugar a ellos, el resto no le interesaban.
Finalmente, la rubia se había decidido por apoyar a ambos equipos para que todo el mundo estuviera contento y a la pelirroja le preocupaba qué clase de disfraz haría su amiga para el esperado partido. Seguramente sería exagerado y llamativo, como siempre.
Draco carecía también de interés ante el Quidditch en aquellos momentos. El partido era la menor de sus preocupaciones. Si su casa hubiese llegado a la final, entonces, quizás se estaría molestando en plantearse si ir a verlo o no. Pero, como no había sido así, rápidamente se olvidó del tema y se concentró en lo que verdaderamente lo preocupaba.
En ese momento, el Slytherin se encontraba en uno de los cuartos de baños de los chicos, Myrtle la Llorona le hacía compañía. Draco estaba de pie, de espaldas a la puerta del lugar, agarrado con ambas manos la sucia pila y con su rubia cabeza agachada.
—No llores... —canturreó Myrtle desde un cubículo—. No llores... Dime qué te pasa... Yo puedo ayudarte...
—Nadie puede ayudarme —se lamentó Malfoy, sacudido por fuertes temblores—. No puedo hacerlo, no puedo... no saldrá bien... Pero si no lo hago pronto... él me matará...
Las lágrimas resbalaban por su pálido rostro y caían sobre la sucia pila. No podía soportarlo más. No podía con ello. Era demasiada presión y angustia para tan solo un chico de dieciséis años. Draco emitió un grito ahogado y tragó saliva. Entonces, con un brusco estremecimiento, levantó la cabeza, se miró en el resquebrajado espejo y a sus espaldas vio a Harry Potter mirándolo de hito en hito desde la puerta.
—Sé lo que hiciste, Malfoy. La hechizaste, ¿verdad? —dijo el azabache, refiriéndose a lo sucedido con Katie Bell.
El rubio se giró rápidamente y lo apuntó con la varita tras sacarla del bolsillo. Harry también sacó la suya. El maleficio de Draco le pasó rozando e hizo pedazos una lámpara que había en la pared. Harry se lanzó hacia un lado, pensó «¡Levicorpus!» y agitó la varita, pero Draco bloqueó el embrujo y se preparó de nuevo para...
—¡No! ¡No! ¡Basta! ━chilló Myrtle la Llorona que aún seguía allí y su voz resonó en las paredes revestidas de azulejos—. ¡Basta! ¡Basta!
Hubo un fuerte estallido y el cubo que había detrás de Harry explotó. El muchacho intentó echar la maldición de las piernas unidas, que rebotó en una pared, detrás de la oreja de Draco, y destrozó la cisterna adonde se había subido Myrtle, que gritó a voz en cuello. Salía agua por todas partes y eso dificultaba los movimientos de ambos chicos, pero ambos siguieron corriendo, lanzándose hechizos y escondiéndose por todo el cuarto de baño. Entonces...
—¡¡Sectumsempra!! —bramó Harry en cuanto tuvo a Draco a tiro.
De la cara y el pecho del rubio empezó a salir sangre a chorros, como si lo hubieran cortado con una espada invisible. Dio unos pasos hacia atrás, se tambaleó y se desplomó en el encharcado suelo con un fuerte chapoteo. La varita se le cayó de la mano derecha, flácida.
—No —dijo el azabache con voz ahogada.
Se aproximó tambaleante hasta donde se encontraba Malfoy, quien tenía la cara roja y con las manos se palpaba el pecho, empapado en sangre, mientras emitía desgarradores sonidos de dolor. Harry permaneció de pie, mirándolo, sin saber qué hacer y asustado por lo que había hecho.
En ese momento, el rubio pensó que estaba bien si aquel era su final. De esa manera, dejaría de tener que preocuparse por la maldita misión y dejaría de cargar la culpa por haber dañado a dos personas inocentes. De esa manera, podría estar en paz. De esa manera, podría ser libre del destino que se le había impuesto y del que parecía que jamás iba a poder deshacerse, pues la oscuridad cada vez era más grande y estaba más presente.
—¡¡Asesinato!! ¡¡Asesinato en el lavabo!! —gritó Myrtle antes de desaparecer, asustada, por una cañería.
La puerta se abrió de golpe detrás de Harry y vio aparecer a cierta pelirroja, a la que, gracias al Mapa del Merodeador, había descubierto en más de una ocasión junto con el rubio. Hera había escuchado los caóticos ruidos y gritos de Myrtle provenientes del baño cuando caminaba por el pasillo en busca de Draco. Por eso, se había acercado para ver que estaba pasando, pero jamás se imaginó que se encontraría algo así.
Sus ojos se abrieron desorbitadamente en cuanto reconoció a la figura que se desangraba en el suelo. Quiso gritar, pero su garganta se encontraba seca de pronto. Quiso morirse al temerse lo peor. Al temer que había perdido al rubio.
Ignorando la presencia de Potter, corrió hasta arrodillarse al lado de Malfoy y se inclinó ante él con lágrimas aglomerándose en sus marrones ojos.
—No... Draco, no —susurró y suplicó. Su voz sonaba difusa debido a los temblores que recorrían todo su cuerpo y a las lágrimas que ya habían comenzado a salir—. Por favor, no... no te mueras...
Los ojos del rubio se entreabrieron al reconocer la voz que le suplicaba que no se marchase al otro lado. De alguna manera, le hacía feliz que ella estuviese allí, en el que podría ser el último momento de su vida, pues así podría llevarse una última imagen de ella. Aunque, no le gustaba nada que esa última imagen fuera una en la que ella lloraba desgarradoramente por él.
—Hera... yo... —consiguió musitar entre aspavientos de dolor.
Sus labios se movían en un intento de articular algo más, pero ningún sonido salía de sus labios, más allá de quejidos y gemidos de dolor.
—No me dejes... por favor... —pidió ella.
Con un esfuerzo sobre humano, Draco llevó una de sus manos ensangrentadas hasta la mejilla de la chica y la acarició con suavidad, disfrutando de su calor, quizás, por última vez. Ella no tardó en llevar una de las suyas hasta allí y posarla sobre la de él.
—Por favor... —volvió a pedir—. No quiero perderte... yo... —Las palabras se le atragantaron.
Quería decirle tantas cosas. Quería decirle que lo amaba con todo su ser. Que había estado enamorada de él por mucho tiempo. Que quería estar siempre a su lado. Que había iluminado su vida en aquellos meses. Y eso era lo mismo que quería decirle él a ella.
Malfoy perdió las fuerzas y la mano se deslizó del nuevo al suelo. Ella gritó un «¡no!» en cuanto la vio escurrirse entre sus dedos. Fue entonces cuando Potter, quien los estaba observando, se dio cuenta de la forma tan particular en la que el Slytherin miraba a la Ravenclaw, pese a que sus ojos estaban casi cerrados, y se sintió aun peor de lo que ya se sentía por lo que había hecho.
Entonces, la cabecita de Simmons volvió a funcionar y entre fuertes temblores, sacó la varita de su uniforme y apuntó con ella al muchacho. «Episkey», susurró, pero el sangrado no se detuvo por mucho que ella siguió pronunciando el hechizo.
La puerta se abrió de nuevo y en esta ocasión, fue a Snape a quien vio Harry. El hombre tras observar un momento la escena, arremetió un empujón contra el azabache y se arrodilló al otro lado del rubio. Hera ni siquiera se dio cuenta de su presencia, pues estaba demasiado concentrada en tratar de salvar a Draco, hasta que el hombre habló:
—Simmons, es suficiente —murmuró mientras posaba una mano sobre aquella con la que ella sostenía la varita—. Yo me encargo. —Lo vio sacar su propia varita y tras un asentimiento, ella retiró la suya—. Vulnera Sanentum —pronunció un conjuro que casi parecía una canción y lentamente, las heridas en el cuerpo de Draco empezaron a sanar.
La pelirroja dejó caer su varita en el suelo, tomó la mano de Draco entre las suyas, acunándola con mucho cuidado, e imploró a los dioses que desconocía si realmente existían que el rubio se pusiese bien para que pudiese seguir permaneciendo a su lado.
Draco no apartó su mirada de ella en ningún momento, incluso si no la veía del todo bien. Aun así, podía distinguir las constantes lágrimas que rodaban por sus pecosas mejillas y las suplicas que ella le lanzaba con la mirada. También podía percibir sus temblores y el miedo que parecía tener a perderlo, a que se fuera de su vida. Eso provocó que una lágrima cayese por su propia mejilla. ¿Por qué esa chica tenía que ser tan perfecta para él? ¿Por qué tenía que aumentar aún más los sentimientos que ya poseía por ella? ¿Por qué le hacía sentir ganas de aferrarse a la vida cuando había pensado momento antes que quizás era mejor morir allí?
Cuando hubo pronunciado Snape por tercera vez la contramaldición, ayudó a incorporarse a Malfoy hasta sentarlo en el suelo. El chico no tardó ni cinco segundos en recargar la cabeza sobre el hombro de Simmons y ella no tardó en rodear su cuerpo con los brazos en un acto protector y en cierta medida, también desesperado.
—Tenemos que llevarte a la enfermería —anunció el profesor—. Quizá te queden cicatrices, pero si tomas un díctamo inmediatamente tal vez te libres hasta de eso. —Draco pareció asentir a sus palabras—. ¿Puedes llevarlo, Simmons? Yo tengo que encargarme de otra cosa... —dejó caer mientras llevaba la vista hacia el azabache tras él.
Esa fue la primera vez en todo aquel rato que la pelirroja centró su mirada en Harry y lo hizo con tal odio que hizo estremecer al muchacho. Estaba más que claro que a Hera no le hacía ninguna gracia lo que le había hecho Potter al chico al que quería.
—Claro —respondió, finalmente, al profesor.
Tras recoger las varitas, tanto la de Draco como la suya, del suelo y guardarlas en un bolsillo de su uniforme, entre ambos ayudaron al rubio a tenerse en pie. Sin embargo, todavía hizo falta que pasase un brazo por los hombros de Hera y que ella lo rodease por la cintura, para que no se tambalease demasiado. Estaba bastante inestable.
Snape los acompañó hasta la puerta después de advertirle a Potter que no se atreviese a moverse de donde estaba. La Ravenclaw le echó un último vistazo al profesor antes de comenzar a caminar. En cambio, el Slytherin no llegó a hacerlo. Todos sus sentidos estaban concentrados en la chica que lo cargaba, tratando de dejarse embriagar por su calor y su aroma, para así olvidarse un poco del dolor que todavía lo achacaba.
El profesor suspiró, viéndolos marchar. Muy en el fondo, se sentía tranquilo al saber que Simmons estaría a su lado, pues conocía el buen corazón que ella tenía y también se había dado cuenta, en ese rato, de lo mucho que parecía importarle Malfoy. Quizás y sólo quizás, ella podría ser la clave para que aquel joven no acabase arrastrado a la más infinita oscuridad y a la vez, no acabase quedándose solo para siempre, por escoger un mal camino en vez de a la chica a la que amaba, como le había pasado a él con Lily.
Curiosamente, Hera siempre le había recordado mucho a Lily. Ambas eran pelirrojas y tenían un montón de pecas en el rostro. Además, ambas eran increíblemente inteligentes y muy buenas en Pociones, incluso ambas habían pertenecido al Club de Eminencias de Slughorn. Podría ser por eso que a Snape no le irritaba tanto la Ravenclaw, como el resto de los alumnos.
Draco permaneció en silencio todo el camino, no tenía demasiadas fuerzas para hablar y Hera tampoco dijo nada, pues todavía trataba de luchar por contener las lágrimas restantes. Cuando llegaron a la enfermería, la señora Promfey los recibió totalmente alarmada por la sangre en las ropas de Draco —y bueno, también en las de Hera—.
La pelirroja trató de explicarle la situación lo mejor posible después de haber colocado al rubio sobre una camilla y mientras lo hacía, alguna lágrima rebelde se le escapó. Todavía estaba aterrorizaba por lo que había pasado. No podía sacarse de la cabeza la imagen del cuerpo de Draco tirado en el suelo en un charco de sangre que había causado sus propias heridas.
Después de un rato de atenciones de la enfermera y de que Draco se tomase el díctamo de mala gana por el sabor que tenía, ya pareció encontrarse mejor y las heridas parecían estar cerrándose bastante bien. Quizás, no le dejarían cicatriz.
—Puedes quedarte aquí o irte a descansar a tu habitación —informó la señora Promfey antes de regresar a su puesto habitual.
—Gracias, señora Promfey —le dijo la pelirroja, a lo que la mujer le respondió con una cálida sonrisa. Después, centró su atención en Draco—. ¿Estás mejor? —Él asintió.
Se incorporó en la camilla y se sentó, dejando las piernas colgando en el aire. Sus grisáceos ojos se centraron en los caramelos ajenos y trató de dedicarle una pequeña sonrisa para que ella dejase de estar tan preocupada.
—Quiero irme —anunció.
—Ah, bien... te acompañaré a tu sala común entonces —se apresuró a decir ella mientras se levantaba de la silla que había tomado prestada.
—No, quiero irme de aquí, pero no para irme a mi sala común, me gustaría estar un rato más contigo —aclaró y ella lo miró atónita unos segundos.
—En ese caso, podemos ir a los jardines... La hierba es cómoda, así que te podrás tumbar en ella y descansar —comenzó a decir mientras jugueteaba con los dedos de sus manos—. También te puedo prestar mi suéter para que lo uses como almohada y...y...
—Me parece bien —la interrumpió. Podía notar lo inquieta que estaba la contraria y quería que se relejase a toda costa.
Tomó su mano y ambos salieron de allí tras avisar a la enfermera. Nuevamente, caminaron en silencio, siendo sus pisadas lo único que se oían. Draco daba suaves caricias en el dorso de la mano ajena de vez en cuando, trazando pequeños círculos con el dedo pulgar y eso pareció que hizo sentir un poco mejor a la pelirroja.
Realmente se tumbó en la hierba cuando llegaron y ella no tardó en sacarse el suéter por la cabeza, quedándose solo con una camisa de algodón blanca, y doblarlo para que hiciese de almohada. Tras ello, a Draco le sorprendió ver como Hera le daba la espalda y abrazaba sus rodillas para después esconder su cabeza allí. No tardó mucho en darse cuenta de que había empezado a llorar otra vez, pues podía escuchar sus sollozos.
La Ravenclaw no sabía lo mucho que le gustaba al Slytherin que llorase por él. Lo tierno y maravilloso que le parecía que llorase por alguien como él, quien probablemente no era digno de merecérselo. Aunque, obviamente, preferiría que no lo hiciese. Entonces, se preguntó cómo había llegado a la conclusión de que sería bueno morir cuando ella se encontraba así por él. Si no era capaz de parar de llorar, a pesar de que ahora él ya se encontraba bien, ¿cómo estaría si realmente hubiese muerto hacia un rato? Ni siquiera quería planteárselo.
Estiró una mano y tomó una de esas rojizas ondulaciones de la cabellera de la chica entre los dedos, comenzando a jugar con ella y a darle suaves tirones. Continuó con aquello hasta que ella finalmente se giró, justo como había esperado que hiciera.
—¿Qué haces? —se quejó haciendo un mohín.
—Quería que me miraras —respondió honestamente.
—H-Hm, ya veo —murmuró, mientras se limpiaba las lágrimas con la manga de la camisa.
Draco se incorporó un poco y llevó su mano hasta la mejilla ajena, acariciándola con suma suavidad y dulzura. Realizar esa acción lo hizo perderse, en la calidez que le transmitía su tacto y en la mirada profunda, aunque algo triste, con la que ella no le quitaba ojo. Casi de manera inconsciente, delineó sus labios con el dedo pulgar con parsimonia y el rubor no tardó en aparecer en aquellas pálidas mejillas llenas de pecas. Por Salazar, realmente se veía hermosa de aquella manera.
—Hera...
Terminó de incorporarse hasta que su rostro estuvo a la altura del de ella y hasta que la distancia entre ellos se acortó. Deslizó la mano hacia su nuca y enredó los dedos en sus cabellos. Sin cortar el intenso contacto visual, rozó una única vez sus labios con los ajenos y ambos recibieron una descarga eléctrica por todo el cuerpo.
—Draco...
Fue escuchar como pronunciaba su nombre y que él juntase sus labios sin más. No había podido aguantarlo más, estaba en su límite. Los ojos de Hera permanecieron abiertos durante unos segundos, a diferencia de los de Draco que ya se habían cerrado para disfrutar del momento. Le costó creerse lo que estaba pasando, que el chico que quería la hubiese besado, que por fin podía saborear esos labios que tanto anhelaba y deseaba. Sin embargo, en cuanto se cerraron, no dudó en corresponder a los delicados movimientos que él realizaba sobre sus labios.
Con una suavidad inmensa y un toque aún más dulce, ambos se besaron y disfrutaron del momento como si no hubiese mañana. La mano libre del rubio había acabado en la cintura de la pelirroja, dándole alguna que otra caricia con los dedos, y una de las manos de ellas se encontraba aferrando la camisa del contrario, tirando de esta de vez en cuando.
Draco se había prometido que no cruzaría la línea, que mantendría sus deseos al mínimo, pero no había sido capaz de mantener esa promesa. No, cuando tras haber estado al borde de la muerte se había dado cuenta de lo mucho que se arrepentiría de no haber tenido el valor de dar un paso más allá de la amistad con Hera. Si no actuaba ahora, cuando estaba a tiempo, se arrepentiría toda la vida. Se arrepentiría de no haberle sido honesto con sus sentimientos. De no haberla besado y abrazado tantas veces como quisiese. De no haber tomado su mano y caminado junto a ella. No quería tener que arrepentirse de ello en su lecho de muerte. Por eso, aunque fuera por un momento efímero, quería hacer todo lo que quisiese junto a ella.
Dos minutos después, la pelirroja apoyó su otra mano sobre el pecho ajeno y lo empujó hacia atrás con ambas, separando sus labios en busca de un poco de aire. Su respiración era ajetreada, al igual que la del rubio, sus ojos estaban dilatados y sus mejillas estaban tan rojas que parecían dos manzanas preciosas y jugosas. Tal y como las que le gustaban a Draco, aunque él tenía preferencia por las verdes, podían empezar a gustarle las rojas por aquella imagen tan perfecta que tenía ante sus ojos... De verdad que le daban ganas de darles un mordisco para comprobar si esas mejillas sabían tan bien como parecían.
Cuando sus respiraciones se hubieron calmado, unas pequeñas sonrisas cómplices empezaron a florecer en sus labios. Pese a que la Ravenclaw seguía un tanto avergonzaba, estaba increíblemente feliz por lo que acababa de pasar.
—Quédate conmigo, Hera —le pidió Draco con tanta sinceridad en su mirar que el corazón de ella se sintió abrumado por un momento.
No respondió, únicamente se lanzó a esconderse en el pecho de él, sin saber qué otra cosa hacer. Draco rodeó con rapidez su cintura, pegándola a su cuerpo y apoyando la barbilla en su cabeza. Su sonrisa anterior solo se amplió aún más.
—¿Puedo tomarme esto como un sí? —cuestionó y pudo notar como ella asentía.
Una suave risa cargada de júbilo y gozo se le escapó. Ese debía ser el mejor momento de su vida. Irónicamente, había terminado volviéndose así, después de haber estado a punto de irse para siempre al Más allá.
Se recostó de nuevo sobre la hierba, llevándola a ella consigo y sin siquiera soltarla. Al contrario, apretó aún más su protector abrazo, aunque todavía sentía ciertos dolores por lo acontecido en el baño. Hera se acomodó sobre su pecho, pero no trató de despegarse de él en lo más mínimo. Disfrutaba de estar así y de poder escuchar los acelerados latidos de Draco.
Draco tomó una decisión en ese instante. No podía morir. Debía vivir. Por ella. Para no volver a hacerle sentir tanto miedo y dolor, como había pasado momentos atrás. Para asegurarse de que tendría una vida larga y feliz. Para poder mantenerse a su lado y seguir descubriendo otras de sus facetas. Para poder seguir disfrutando de su sonrisa y de su melosa voz. Para poder seguir escuchando sus regañinas cuando hacía algo para molestarla. Para poder besarla una y mil veces, como recién había hecho. Para poder despertar, en un futuro, cada mañana con ella acurrucada a su lado. Para poder señalarla como suya después de colocar un anillo en su dedo anular. Para poder forjar una vida junto a ella y formar una familia. Simplemente, para poder estar con ella para siempre. Por eso, tenía que vivir. Vivir por ella.
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—Se va a llorar después de publicarlo—.
Este es uno de los capítulos que más me ha costado escribir, se me partió el alma mientras lo hacía porque es bastante doloroso 'cause Draco casi muere; aunque el final sea todo precioso. Bueno, lo importante es que por fin tenéis el beso que tanto ansiabais. <3
Aclaro que en este capítulo (en la parte de la pelea del baño) he usado como referencia tanto el libro como la película, más mi propia imaginación, para que quedase como yo lo quería.
Marie Weasley.
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