━ capítulo seis: ¿me gusta?

CAPÍTULO SEIS

────────«•❀•»────────

«• ¿ME GUSTA? •»


La noche después del incidente en Hogsmeade, Draco tuvo que contenerse para no darle un puñetazo a Nott únicamente porque Blaise estaba delante. Se limitó a decirle lo que había sucedido y Theo casi había salido corriendo de la preocupación para ir a buscar a su amiga, pero el rubio le había asegurado que ya estaba a salvo en su sala común. Theo no pudo evitar sentirse culpable, incluso Blaise se sentía así, pues si él no se hubiese llevado al moreno, a Hera no le hubiese sucedido algo tan horrible como aquello.

Esa noche cuando se fue a dormir, Draco soñó con ella. No con lo sucedido en el incidente, solamente con ella. La vio acurrucada entre sus brazos mientras él jugueteaba con algunos mechones de su cabello rojizo. Curiosamente, ella tenía la estatura exacta para encajar a la perfección con él. Su cabeza solo alcanzaba a llegar a su pecho, por lo cual él podía apoyarse en ella con suma facilidad, como había hecho esa misma tarde. Eso era agradable.

Draco solo soñó con eso toda la noche, con tenerla abrazada. Una parte de él sabía que eso era suficiente para que fuese feliz, para que el mundo dejase de moverse y solo ellos dos tuviesen importancia. No necesitaba nada más, solo a ella.

«•❀•»

Al día siguiente, Theo salió disparado a hablar con su amiga en la hora del desayuno, pero para su alivio y para el del rubio que los observaba, ella parecía estar bien. Hera no tenía demasiada fortaleza física, pero sí mental. Que su mente fuese fuerte, aunque el resto de ella no lo fuese, era lo que la había mantenido con vida. Por eso, después de despedirse de Draco y haber derramado un par de lágrimas más, contándoselo a Luna, recuperó la compostura. Eliminó de su mente lo sucedido con el chico, igual que en su cuarto año, y simplemente volvió a estar bien. No tenía sentido venirse abajo cuando había sido salvada antes de que sucediese nada más y además, cuando tenía a personas muy importantes para ella apoyándola.

«•❀•»

Durante la clase de Encantamientos de ese día, Draco posó su mirada en Hera en repetidas ocasiones y cada vez que ella lo pillaba haciéndolo, le dedicaba una pequeña sonrisa; sonrisa que lo hacía sentir en el mismo cielo. Extrañamente, no se reprendió a sí mismo como en otras ocasiones por dejarse cautivar por ella. Aunque seguía pensando que ella era peligrosa.

Al finalizar la clase, justo antes de levantarse, una nota llegó volando hasta su mesa.

«De nuevo, gracias por salvarme ayer.

Tocaré una melodía para ti siempre que quieras.

H. D. S.»

Dibujado junto a la última frase había un pequeño gato, en movimiento, tocando el piano.

La sonrisa de idiota que se le dibujó, tras haberla leído, habría sido digna de inmortalizar. Se giró justo para ver como aquella rojiza melena desaparecía por la puerta del aula.

«H. D. S.», así que su segundo nombre empezaba por «d». Le gustaba saber que tenían la inicial de uno de sus nombres en común, aunque no fuera la gran cosa.

«•❀•»

La mañana trascurrió sin incidentes relevantes, más allá de que Pansy había tratado de besarlo en alguna ocasión. Por suerte, él había esquivado todos sus ataques. Si antes no tenía interés en aquella chica, recientemente lo tenía aún menos. Quizás porque la pelirroja siempre estaba ahí, en su mente. Ya no se reprendía tanto por pensar en ella. Eso sí, cada vez se encontraba más confuso y le costaba más contener sus sentimientos.

El rubio se había pasado el verano entrando y preparándose para la misión que se le había encomendado. Una de las habilidades que había desarrollado era la Oclumancia, gracias a su tía Bellatrix. Había sido un entrenamiento duro, pero gracias a que él ya había cerrado su corazón al mundo cuando era pequeño, había sido capaz de controlarla por completo. Pero, ahora, esa pelirroja solo con una mirada era capaz de desarmarlo por completo. Lo alteraba, lo confundía, lo embobaba. Draco no era capaz de controlar sus pensamientos o acciones cuando estaba con ella. Incluso cuando no estaba cerca, todavía no era capaz de controlarlas si ella tenía algo que ver. Era por eso que el rubio no dejaba de pensar que ella era peligrosa. Peligrosa para él y su misión.

Sin embargo, lo peor de todo no era eso. Lo peor era no comprender porque le pasaba eso. Porque ella tenía ese efecto en él. Porque ella parecía capaz de cambiar su mundo. Lo pensaba y pensaba, pero cuando más lo hacía, más se negaba a creer lo que le decía una pequeña vocecita en su cabeza. Era imposible que fuera eso.

«•❀•»

Su última clase del día había terminado a las seis de la tarde, Aritmancia. Era una de las pocas clases que los Slytherin compartían con los Ravenclaw, así que Draco había vuelto a cruzar miradas con la pelirroja en varias ocasiones. Cuando ya habían salido y el rubio esperaba a que Theo saliese del aula, se quedó viendo como la pelirroja hablaba con alguien de su casa mientras se alejaba. Una sonrisa se había ido dibujando en su rostro de manera inconsciente. ¿Por qué ella tenía que ser tan arrebatadora? ¿Por qué solo con mirarla su corazón revoloteaba? ¿Y directamente, por qué no podía dejar de mirarla tanto?

Su amigo moreno quien ya había salido, lo estaba observando con una pequeña sonrisa de diversión, sin que él se diese cuneta. Le dio un golpecito en el hombro, distrayéndole por completo y haciendo que centrase su atención en él.

—¿Mirando a Hera? —preguntó Theo, enarcando ambas cejas.

—¿Ah? —Draco frunció el ceño, molesto por haber sido descubierto. Pero no lo iba a reconocer tan fácilmente—. ¿Por qué tendría que mirar a esa Ravenclaw?

En cualquier otro momento, Theo le habría advertido de que tuviese cuidado con la forma que tenía de hablar de ella, pero decidió dejarlo correr. En ese momento, había un tema más importante que tratar.

—¿Te crees que puedes engañarme? —cuestionó su amigo—. Draco, te conozco lo suficientemente bien como para saber lo que te pasa.

—No sé de qué me hablas —siseó en respuesta.

—Oh, no, no, lo sabes muy bien. —Dejó escapar una pequeña risa que tenía cierto toque sarcástico—. ¿Cuánto piensas seguir ocultándolo? No creo que puedas aguantar eternamente.

—¡No estoy ocultando nada! —bramó. Pero, justamente porque se picó, es que le dio la razón al contrario.

—Mientes.

—No miento. He-... Simmons —se corrigió antes de decir su primer nombre, pero el moreno ya estaba sonriendo— no me interesa en lo más mínimo.

—No creo que sea bueno para tu corazón que lo sigas negando —replicó Theo.

¿Por qué el moreno tenía que estar diciendo esas cosas tan irritantes? ¿Por qué parecía estar insinuando que tenía algún tipo de interés en la pelirroja? ¡Eso no era así!

—Sino te interesa, ¿por qué te alteraste tanto con lo que sucedió ayer? —inquirió, pero antes de que Draco pudiese dar una respuesta, su amigo continuó hablando—. ¿O por qué te interesó tanto de pronto saber si a mí me gustaba o no? —El moreno alzó una ceja, divertido.

—Eso... —La mente del rubio trató de buscar una excusa creíble, pero no la halló.

—No creas que no me he dado cuenta de la forma en que la miras desde hace tiempo —continuó Theo—. Conozco esa forma de mirar, Draco, y sé lo que significa.

—¡No significa nada! No te confundas, Nott.

—Puedes seguir diciendo eso hasta que te mueras, pero ambos sabemos lo que te pasa con Hera —hubo unos segundos de silencio en los que se miraron fijamente, casi parecían que luchaban a través de sus miradas—. Digas lo que digas, ella ya se ha colado en cada uno de tus pensamientos y no va a salir de ahí, tenlo por seguro.

Una última mirada más acompañada de una leve sonrisa y Theo se dio la vuelta para comenzar a alejarse del rubio. Éste no consiguió decir nada, su mente se había quedado en blanco. Bueno, no tan en blanco, porque las palabras de su amigo seguían repitiéndose en su cabeza. Maldita sea, ¿qué había querido decir con toda esa palabrería? ¿Se creía que conocía tan bien su corazón para saber lo que le pasaba? ¡Por supuesto que no! Ni él mismo conocía a su corazón por completo como para que otro lo hiciese.

Sin embargo, en ese momento, la oleada de recuerdos lo sacudió.

Lo primero que recordó fue el día del carruaje, el día en que se dio cuenta de que Hera se había vuelto una belleza en el último verano. Lo segundo fue el sueño que tuvo aquella misma noche, donde se besaban. Lo tercero fue ese olor a jazmín que había distinguido en la Amortentia y que luego resultó ser el aroma que impregnaba la chica. Lo cuarto fue la rabia que sintió cada vez que veía a Theo demasiado cerca de ella y el alivio que lo invadió después, cuando supo que el moreno no estaba interesado en ella. Lo quinto fue aquella melodía de piano que ella había tocado para él y la calidez en la que lo había sumergido. Lo sexto fue lo adorable que ella se veía cuando sus mejillas se ponían rojas o cuando jugaba nerviosamente con el borde de su falda. Lo séptimo fue aquella sonrisa tan perfecta que le había dedicado y las ganas ocultas que él había sentido de besar aquellos tentadores labios. Lo octavo fue el sentimiento de dolor y odio que se apoderó de él cuando vio a aquel tipejo manoseando aquel precioso cuerpo. Lo noveno fue el abrazo que se habían dado, como la había atraído a él y como ella se había acurrucado; en ese instante, se había olvidado de todo, salvo de ella. Y lo décimo fue todas esas veces en las que él la había mirado durante aquel curso, las veces en las que se había perdido en sus ojos de caramelo, las veces en que se había hipnotizado con su rojiza melena.

Pum. Pum. Pum. De manera rítmica, pero con fuerza, su corazón había empezado a palpitar a medida que iba recordando cada detalle, cada momento y cada palabra que había compartido con ella. Trató de negar por enésima vez lo que su corazón parecía querer gritarle. No. Y no.

Pero, cuanto más lo negaba, más se daba cuenta de lo que le pasaba. Más se daba cuenta de que no podía ocultarlo por más tiempo. Más se daba cuenta de que Hera no era una chica cualquiera ni una simple chica de su curso. Más se daba cuenta de la forma en que ella lo había cautivado hasta volverlo loco. Más se daba cuenta de lo atraído que se sentía por aquella pelirroja. Más se daba cuenta de las ganas que tenía de tenerla a su lado. Más se daba cuenta de que ya había caído completamente a sus pies.

«Tiene que ser una maldita broma», pensó.

Llenó de confusión, Draco echó a andar con paso apresurado. Por el camino, arremetió empujones contra cualquiera que se le cruzó y ni siquiera se dignó a comprobar si eran conocidos o no. Tenía que salir del castillo, tenía que salir de aquellas paredes. Necesitaba aire fresco con urgencia. Sentía como a cada segundo se quedaba sin aire en los pulmones, que no podía respirar, que se ahogaba. Aflojó la corbata del uniforme, casi desanudándola, y su respiración empezó a hacerse cada vez más acelerada.

No perdió más tiempo en ir a la puerta, saltó por uno de los arcos que daba a los jardines y siguió caminando. Los alumnos que estaban por allí, se quedaron mirándolo, pero los ignoró. No tenía ni tiempo para perderlo en dedicarles una mirada de ira o frialdad. Se alejó lo más que pudo del castillo hasta que se encontró de frente el Lago Negro, allí podría estar tranquilo, allí nadie lo molestaría, allí podría estar solo con sus pensamientos.

Dejó caer los libros y pergaminos sobre la hierba, sin preocuparse por si se ensuciaban, para después dirigirse al árbol más cercano. Con todas sus fuerzas, formando un puño con la mano, lo golpeó. Y así durante varias veces hasta que la sangre empezó a salir de sus nudillos. Le dio la espalda al árbol y se recargó sobre este mientras se dejaba caer al suelo. Miró su puño ensangrentado, frunciendo el ceño. No se sentía mejor ni más aliviado. Golpear un árbol no era suficiente para calmar el remolino de emociones que sacudían su interior.

Se llevó las manos a la cabeza, enterrándolas en su cabello rubio, igualmente sin importarle mancharlo de sangre, eso era lo de menos en ese momento. El rostro de Hera sonriente y sonrojado no dejaba de aparecer en su mente y por cada vez que lo hacía, sentía una pequeña estocada en su corazón.

—¿Me gusta? —preguntó al aire al cabo de un rato.

Fue en ese instante que la realidad le golpeó y la respuesta llegó a su mente de inmediato. Le gustaba. Le gustaba demasiado. No, incluso eso era quedarse corto. Estaba loco por ella. Cada parte que componía a esa pequeña pelirroja, le volvía loco. Su tranquila y dulce personalidad, su inocente y atrayente forma de actuar, su increíble inteligencia, su amor por los libros, su maestría con el piano, su rojiza melena, sus adorables pecas, sus profundos ojos, su perfecta sonrisa, su delicioso aroma, su forma de arrugar la nariz... Absolutamente todo de ella, le encantaba.

Lo había negado de mil maneras, pero su subconsciente y su corazón le habían jugado cientos de malas pasadas para tratar de decírselo. Para tratar de que se diese cuenta de que ella se había grabado en lo más profundo de su ser sin ni siquiera darse cuenta de ello.

—Maldita sea...

Si no fuera porque era un Malfoy y los Malfoy no lloraban, las lágrimas habrían acudido a él en ese mismo instante, por la pura frustración que sentía. Lo había negado tanto porque le aterraban aquellos sentimientos. Le aterraba lo que ella le producía. Le aterraba y lo hacía sentirse impotente porque no podía tenerla de la forma que él quería.

¿Por qué justo ahora? ¿Por qué tenía que haber descubierto lo que sentía por ella ahora? ¿Por qué había tenido que ser en ese maldito año? ¿Por qué no antes o después? ¡Pero ese año no! Porque las sombras que siempre lo habían perseguido habían terminado de devorarlo ese verano, después del encierro de su padre en Azkaban. ¡Pero eso no era la peor! Lo peor era la maldita misión del Señor Tenebroso y el hecho de que le habían arrebatado su libertad y su derecho a ser feliz. Ya no tenía elección, no desde que...

Se llevó una mano hasta su antebrazo izquierdo, allí donde debajo de su ropa estaba grabada la Marca Tenebrosa en su pálida piel. Maldijo una y mil veces ese hecho. ¿Cómo podría soportar tener sentimientos por una chica que claramente vivía en la luz cuando él vivía en la más profunda oscuridad? ¿Cómo podría aceptar sus sentimientos o estar con ella cuando ahora era un maldito mortífago? No importaba si él se confesaba y ella le correspondía, en cuanto Hera viese la marca en su brazo, lo repudiaría. Lo despreciaría, lo odiaría. Sin importar sus excusas o explicaciones, se alejaría de él y no volvería a dejar que se le acérquese. Entonces, la perdería para siempre. Entonces, su corazón se partiría en pedazos. ¿Así que, qué sentido tenía haberse dado cuenta ahora de lo que sentía por ella cuando no podía tenerla?

—¡Joder!

Tenía que sacarla de su mente a como diese lugar. Tenía que olvidarse de sus sentimientos y enterrarlos en lo más hondo de su ser; no podía dejar que saliesen a la luz y otros los descubriesen. Tenía que seguir negando que ella le interesaba, aunque ya supiese que era mentira. Tenía que mentir y mantener las distancias con ella. Tenía que alejarla. Tenía que dejar de seguirla con la mirada. Tenía que dejar de importarle, o al menos fingir que no le importaba. Eso era lo mejor que podía hacer. Era lo mejor para él, pero sobre todo para ella.

—¡Draquito~! —la voz de Pansy lo sobresaltó y lo cabreó más, era como escuchar el irritante sonido de una tiza contra la pizarra.

Alzó la mirada para encontrarse como su compañera se acercaba a él. Por un momento, notó la confusión en su rostro ante el estado en el que se encontraba. Entonces, al rubio se le ocurrió una idea —para nada brillante—. Quizás podía sacarse de la mente a la pelirroja si estaba con otras mujeres. Sí, eso podría funcionar. O al menos eso quería creer en ese instante.

Se incorporó del suelo y antes de que su compañera terminase de acercarse a él, dio un par de zancadas y la alcanzó. La miró a los ojos por un instante fugaz antes de chocar sus labios con los de ella y... nada. Absolutamente nada. No sintió ni una suave descargada. Ni siquiera sintió ganas de mover sus labios sobre los de ella, aunque la Slytherin había comenzado a corresponderle. Y eso casi le hizo sentir arcadas. No se sintió bien. Se sintió asqueado, no por la chica en sí, sino por lo que él mismo había hecho. Notó como su corazón se retorcía de dolor justo antes de que la imagen de Hera apareciese en su mente. Su primer pensamiento fue que la estaba traicionando. ¡Traicionando cuando ni siquiera eran nada! Era ridículo. 

Apartó a Pansy de un empujón y le dio la espalda mientras ella alucinaba con lo que acababa de pasar. Su idea se había venido abajo en cuanto la había ejecutado, no podía estar con otras mujeres cuando ni siquiera sentía una pizca de emoción al tocarlas; nada que lo incentivase a continuar. Hera con un mero roce, lo hacía sentir que podía tocar el cielo. Pero Pansy no había sido capaz de transmitirle nada a pesar de que la había besado.

Se frotó la sien, desesperado. Se acabó. Ese beso sin sabor y sentimientos había sido la última confirmación para lo que sentía hacia la pelirroja. Ya no podía negarlo. Ya no podía ocultarlo. Ya no podía fingir que no lo sabía. Ya no había vuelta atrás. En el momento en que había lanzado esa pregunta al aire momentos atrás, cualquier oportunidad de rehuir a sus sentimientos se había esfumado. Ahora cada fibra de su ser le decía lo que sentía por Hera. Le decía que no solo le gustaba, sino que estaba irremediablemente enamorado de ella. Y como le había dicho su amigo Theo, no iba a salir de su mente. Porque ella ya era parte de él. Porque ella ya se había apoderado de su corazón. Él... era suyo.


────────«•❀•»────────


Olvidémonos de Pansy y centrémonos en Draco. Por fin, nuestro hurón ha reconocido lo que siente por Hera. ¿No es maravilloso? Aunque, es más que obvio, que nada va a ser color de rosas. Peeero, ya es un importante paso que se haya dado cuenta de que está enamorado de ella. ♥

Por cierto, ya publiqué la historia de cartas de George, se llama «Je veux te voix» y se encuentra en mi perfil. Espero veros por allí.

Marie Weasley.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top