━ capítulo dos: jazmín.
CAPÍTULO DOS
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«• JAZMÍN •»
Una serie de ruidos despertó al día siguiente a la pelirroja. Se incorporó de la cama, tallándose un ojo con el puño cual niña pequeña, y observó a sus compañeras moverse ajetreadamente mientras terminaban de prepararse para ir a clase. Hera se recostó de nuevo, bostezando, después de unos segundos.
No podía faltar a clase ni en broma, pero todavía tenía muchísimo sueño. Se había desvelado en mitad de la madrugada con el corazón acelerado tras haber tenido un extraño y hermoso sueño con el dueño de que aquellos hipnotizares grisáceos ojos, Draco Malfoy. Sólo de recordarlo, sentía sus mejillas arder otra vez.
En el sueño se había encontrado al Slytherin tocando una hermosa melodía con el piano, solo para ella. Los ojos del chico no se habían desviado de los de ella mientras tocaba, queriendo perderse en ese oscuro y profundo mirar. Cuando había terminado de tocar, sin decir palabra, le había indicado que se sentase a su lado y ella lo había hecho sin ni siquiera dudar, para segundos después encontrarse el rostro del rubio a escasos centímetros del suyo. Casi había sido capaz de palpar su respiración. Pero antes de que sus labios se tocasen, Hera había despertado y el sueño había finalizado.
«Estúpido Draco», pensó por lo que le hacía soñar —y sentir—, removiéndose en la cama.
Unos minutos más tarde, decidió levantarse. Sus compañeras ya habían salido corriendo de la habitación, dejándola sola. No le importó ni le molestó. Nunca la esperaban y ella tampoco lo hacía. A pesar de que ya hacían cinco años compartiendo habitación seguían sin tener una relación de amistad. Ella era la única de sus compañeras que no había conseguido abrirse en el primer año y era por eso que ahora la dejaban atrás.
Se cambió lo más rápido que pudo, poniéndose el uniforme que había dejado la noche anterior pulcramente doblado sobre su baúl. No se entretuvo demasiado en ver si su cabello estaba bien —probablemente no—, cogió los libros y el horario de las clases y salió corriendo de la habitación, para después salir de la sala común y comenzar a descender la torre.
No había tiempo para desayunar, así que iría directamente a clase.
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La norma del colegio decía que durante el sexto curso los alumnos se debían dedicar a prepararse para los EXTASIS, cursando de esa manera sólo las asignaturas en las que se hubiese sacado un «extraordinario» o un «supera las expectativas» en los TIMOS del curso pasado. Por lo tanto, Hera podía cursar todas las asignaturas que había cursado el año anterior, pues justamente su nota más baja fue un «supera las expectativas». Era de las pocas alumnas de su curso con tan buenas notas; la única que la superaba era su amiga Hermione Granger.
Pese a todo, le habían propuesto a Hera renunciar a alguna de sus asignaturas si no la veía necesaria para su empleo futuro. Había descartado dos de ellas. La primera era Cuidado de Criaturas Mágicas, para el disgusto de Luna,y la segunda era Astronomía. Eran dos asignaturas que aunque no le disgustaban —sobre todo la segunda de ellas—, tampoco las veía necesarias para su futuro y si tenía que prescindir de algunas, eran sin duda esas dos las elegidas.
El profesor Flitwick le había sugerido renunciar también a Historia de la Magia o a Runas Antiguas, tras la charla que habían mantenido a final del último curso, pero ella se había negado en rotundo. Incluso si tampoco iban a ser del todo necesarias, eran asignaturas que de verdad le encantaban. Lo más importante, satisfacían a su intelecto.
En total cursaría ocho asignaturas, algo que muy poca gente hacía, pero siempre le cabía el consuelo de que era Ravenclaw y que además, seguramente Hermione la superaba. Pero lo más gracioso, era que eso era sin contar Aparición, asignatura obligatoria en ese curso, o las demás asignaturas extracurriculares que tenía, entre ellas Música. Sin embargo, estaba segura de poder manejarlo todo sin problemas. O eso esperaba.
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Corrió por los pasillos, esquivando a alumnos y trabajadores, hasta llegar al aula de Transformaciones. Cuando abrió la puerta, la profesora McGonagall le lanzó una mirada de reprimenda por su pequeño retraso, pero no dijo nada. Hera se dirigió en silencio al único asiento libre que quedaba, al lado de una chica de Hufflepuff con la que nunca recordaba haber hablado, y depositó los libros sobre la mesa.
La clase no tardó en comenzar y Hera se vio absorbida por ella. Le encantaba esa asignatura.
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En las mazmorras, más concretamente en una de las habitaciones de los dormitorios de Slytherin, Draco se removía entre las sabanas de su cama. Su único compañero de habitación ya no se encontraba allí, pues tenía clases a primera hora, a diferencia del rubio. Éste había descartado bastantes asignaturas tras la reunión con el profesor Snape el curso pasado. Unas porque no le gustaban o interesaban, otras porque no había conseguido la nota necesaria. Debido a ello tenía unas cuantas horas libres, lo cual le venía muy bien para cumplir la tarea que el Señor Tenebroso le había encomendado.
Se incorporó, cruzándose de piernas como un indio y clavando su mirada en algún punto fijo delante de él. Unas gotas de sudor recorrían su rostro, dejando su piel brillosa. Se revolvió el cabello rubio, ligeramente molesto. No sabría decir si había dormido bien o mal. Pues aquella noche un extraño y estúpido —sobretodo estúpido— sueño lo había invadido. Un sueño en el que la dueña de aquella rojiza melena había sido su protagonista. ¿Por qué había tenido que soñar precisamente con ella? ¿Había solo porque se había cruzado con ella el día antes?
Todavía recordaba a la perfección lo que había sucedido en aquel sueño, a pesar de que él normalmente se olvidaba de todo lo que pasaba en el mundo de Morfeo al despertar.
Recordaba haberse encontrado a la pelirroja en los jardines del castillo, rodeada de decenas de jazmines. Ella le había indicado que se acercase y él lo había hecho, inseguro, pero atraído por aquella rojiza melena y su bella dueña. Ésta le había susurrado algo que no llegó a escuchar y después se había puesto de puntillas, acercándose peligrosamente al rostro del rubio y antes de que él pudiese reaccionar, había sentido sus rosados labios sobre los suyos. Justo después, Draco había despertado, completamente confuso.
«¿Qué ha sido eso?», fue su primera pregunta.
Por eso, no sabía si había dormido bien o mal. En cierto sentido, podía considerar que aquello más que un sueño había sido una pesadilla. ¿El príncipe de Slytherin besándose con una simple Ravenclaw? Por favor, eso era estúpido. Pero una parte de él, había disfrutado de aquella imagen que le había producido su subconsciente, aunque lo negaría hasta el fin de sus días.
Sacudió la cabeza, sacándose esa escena de su mente. Después se levantó y empezó a recorrer la habitación en busca de su uniforme. Aunque aún le quedaba tiempo suficiente antes de que fuese la hora de su primera clase, prefería preparase ya y aprovechar el tiempo en desayunar bien y tranquilo.
Se vistió rápido como el viento y tras asegurarse en un espejo de que su imagen era perfecta, salió de su habitación, cargando algunos libros, para posteriormente deslizarse por la vacía sala común hasta la salida de ésta.
No tardó demasiado en llegar desde las mazmorras hasta el Gran Comedor, donde fue directo a la mesa de Slytherin. Crabbe y Goyle estaban allí, comiendo como cerdos, ¿cómo no? Frunció el ceño, asqueado, pero se terminó sentando con ellos. Aunque casi ni les dirigió palabra, prefirió centrarse en desayunar. Lo mejor de aquel desayuno fue la tarta de manzana, sin duda.
El tiempo corrió más rápido de lo que había calculado, pues antes de lo que le hubiese gustado ya se acercaba la hora de ir a clase de Pociones. Era una clase que en cierta medida le gustaba, pero no estaba seguro de que fuese a ser así ahora que el profesor había cambiado.
Con resignación se encaminó al aula, seguido de su séquito. Por el camino, Blaise, Theodore y Pansy se unieron a ellos. Para el disgusto de Draco, la chica no tardó en colgarse de su brazo y él tuvo que apartarla en varias ocasiones. Que pesada podía ser esa chica. Ya no sabía cómo decirle que se alejase de él.
Cuando llegaron, los alumnos de Gryffindor se encontraban ya en el interior. Draco hizo una mueca, irritado. Le había molestado ver en el horario que tenía más clases con ellos de las que le gustaría. Era como si colocasen juntas a las casas enemigas aposta.
No prestó demasiada atención cuando el profesor Slughorn comenzó a hablar. En realidad, no prestó atención a nada hasta que vio entrar a Potter seguido de Weasley. «Maldita sea», había creído que ellos no estaban en esa clase. Bastante tenía ya con la asquerosa de Granger y el resto de Gryffindor. Desvió la mirada de ellos, cuando el profesor volvió a hablar y posteriormente, la sabelotodo de Granger comenzó a decir cuál era cada poción.
—¿Señor Malfoy, por qué no nos dice a que huele para usted la Amortentia? —sugirió el profesor, obligándole a centrar su mirada en él.
Le parecía absurda aquella petición cuando Granger lo había hecho hacia tan sólo unos momentos. Pero. finalmente, con el ceño fruncido, se acercó al caldero que contenía dicha poción. Inspiró, impregnado sus fosas nasales con aquel aroma. Lo primero que percibió fue el olor a manzana, seguido del que distinguió como el perfume que usaba su madre y un suave olor a libro antiguo; algo que lo extrañó en gran medida. Cuando creyó que ya no percibiría más olores, de forma aún más sutil, el agradable aroma del jazmín le llegó. Lo embriagó por unos instantes, dejándolo anonado y nuevamente se extrañó.
—¿Y bien? —inquirió Slughorn.
—Manzana y perfume —se limitó a contestar, ahorrándose dos de los cuatro olores.
No iba a mencionar que era el perfume de su madre, pues quedaría como un niño de mama —aunque lo era—. Ni mucho menos iba a decir los otros dos olores. No tenía ni idea de porqué había olido a libro antiguo o jazmín y eso lo descolocaba.
—¿Es mi perfume, Draquito? —oyó que le preguntaba Pansy, ilusionada, al volver a su sitio.
Draco únicamente puso los ojos en blanco. ¿Pansy usaba perfume? Ni siquiera se había dado cuenta de ello, lo que demostraba la poca atención que le prestaba, incluso aunque ella se pasaba el día enganchada a él o revoleteando a su alrededor.
La clase continuó. Slughorn mencionó que entregaría un frasquito de Felix Felicis a aquel que hiciese bien el filtro de Muertos en Vida. El rubio había pensado que ese frasquito de suerte liquida le vendría muy bien para completar su misión, así que no dudó en ponerse manos a la obra. Su amigo Theo no tardó en sacarle ventaja, como era de esperarse ya que era realmente bueno en Pociones, pero pareció que hasta él mismo tenía problemas.
Cuando la clase concluyó, el único que había conseguido realizar la poción decentemente había sido Potter. ¡Qué suerte había tenido! No recordaba que cara rajada fuese tan bueno en Pociones. O quizás eso se debía a que el profesor Snape era más estricto con él.
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La mañana se volvió ajetreada para Hera, yendo de clase a clase, sin descanso. No se quejaba, a ella le gustaba ir, pero sin haber tenido tiempo para desayunar, no era capaz de disfrutar de la manera en que solía hacerlo. A veces incluso oía como su estómago rugía. Sin embargo, gracias a uno de sus compañeros masculinos de casa consiguió calmarlo. El chico al parecer tampoco había tenido tiempo de desayunar, pero siempre llevaba algunas chocolatinas encima y amablemente le había tendido unas cuantas a la pelirroja. Ella sólo había susurrado un rápido «gracias» antes de comenzar a devorar el chocolate.
Para cuando llegaron al aula de Encantamientos, la pelirroja ya había guardado los envoltorios vacíos de las chocolatinas en su túnica. Revisó el horario antes de entrar y no pudo evitar que la sorpresa se reflejase en su rostro. Extrañamente tenía clase con las cuatro casas. Eso debía significar que no muchos alumnos de sexto año habían escogido Encantamientos y a los pocos que lo habían hecho, habían decidido meterlos juntos.
Cuando entró en el interior, el profesor Flitwick ya se encontraba allí y en cuanto los vio entrar, les dedicó una sonrisa. Siendo el Jefe de Casa de Ravenclaw era inevitable que sintiese cierta debilidad por ellos. Hera se sentó en la última fila junto con el dueño de las chocolatinas, para su desgracia los asientos de delante ya habían sido ocupados por los alumnos de las otras casas. Nunca le había gustado estar sentada al final, pues le costaba más prestar atención.
Flitwick comenzó a hablar, dándoles la bienvenida al nuevo curso escolar y anunciándoles que ese año les enseñaría encantamientos más difíciles que otros años, además de alguno que se realizaba con magia no verbal. Mientras escuchaba, los ojos caramelo de la chica vagaron por la clase hasta detectar el cabello rubio platino del Slytherin con el que había soñado aquella noche. Se sentía feliz de saber que estaba en aquella clase con él.
No se extrañó cuando el profesor dijo que ese día no iban a practicar con la varita. Al profesor Flitwick le gustaba primero enseñar la teoría del encantamiento antes de que los alumnos lo probasen, para que así supiesen cuales podían ser sus consecuencias y como debían utilizarlo correctamente. A Hera aquello le parecía razonable, pero sus compañeros ansiaban por ponerse a agitar la varita.
Casi sin pensarlo, la pelirroja levantó la mano y esperó hasta que el profesor le concediese la palabra. Notaba la mirada de alguno de los alumnos de su alrededor clavada en ella.
—Adelante, señorita Simmons —dijo el medio duende.
—¿Qué le parece si realizamos nosotros una búsqueda sobre la teoría de los encantamientos que vamos a aprender, para así estar preparados de ante mano para la clase? —sugirió. De esa manera, habría menos clases de teoría y podrían ponerse a practicar con la varita.
Nada más terminar de hablar, tanto las miradas de antes como muchas otras nuevas, se hallaban fulminándola. Obviamente no les había gustado su sugerencia de hacer un trabajo extra, así que estaba claro que acababa de meter la pata.
—Excelente idea, señorita Simmons. ¡Cinco puntos para Ravenclaw! —exclamó el profesor.
Los Ravenclaw que eran los menos afectados por su propuesta, sonrieron ante aquello. El chico que tenía al lado le dio una palmadita en el hombro. Pero ella no se sentía tan feliz de haber obtenido puntos por como la miraban los demás alumnos. Más bien, quería que la tierra se la tragase en ese mismo instante. Y era por eso que no le gustaba llamar la atención.
El profesor entusiasmado comenzó a dictar por orden una serie de encantamientos para que ellos buscasen, ya fuese en el libro de ese año o en la biblioteca, la información necesaria sobre ellos. También había pedido que para la próxima clase tuvieran ya la información sobre el encantamiento Aguamenti, pues iban a comenzar con ese. Se oyeron algunas quejas y suspiros por parte del alumnado, pero todos tomaban nota.
Cuando la clase se dio por finalizada, Hera se apresuró a salir, rehuyendo las miradas de sus compañeros. Justo cuando ya se estaba alejando, Crabbe pasó por su lado y chocó con ella con tanta fuerza que los libros y pergaminos cayeron de sus manos. Se agachó en el suelo para recoger el material, palpando con una mano su hombro dolorido por el golpe y escuchando de fondo las risas y burlas de los miembros de Slytherin, quienes se habían detenido a un par de metros de ella. Estaba claro que no estaban para nada contentos con el trabajo extra.
Se mordió el labio inferior por dentro, para contener la rabia y la impotencia, y se incorporó ya cargando con todo de nuevo. En ese momento, al darse la vuelta, se chocó de nuevo, pero no con tanta fuerza. Además, fuera quien fuera la persona, la había sujetado por los brazos para evitar que alguno de los dos se cayese. Los ojos de la pelirroja chocaron con el escudo del uniforme, otro Slytherin. Lentamente, subió la mirada para encontrarse con aquellos ojos grises que la miraban con intensidad y sintió como la vergüenza recorría cada poro de su ser.
El Slytherin no se movió ni retiró las manos de los delicados brazos de la Ravenclaw. Una extraña y cálida sensación le había invadido cuando había entrado en contacto con ella. Sus ojos, de nuevo, parecían incapaces de separarse de los ajenos. Estaban tan terriblemente cerca que cuando Draco inspiró pudo percibir el delicioso aroma de la contraria. Jazmín. El mismo olor que había percibido en la Amortentia.
—¡Draquito, vamos! —escuchó que decía Pansy.
Fue ahí cuando el rubio volvió en sí mismo y retiró sus manos del cuerpo ajeno, alejándose a su misma vez. Se encaminó rápidamente hacia sus compañeros de casa, tratando de sacar el aroma de la pelirroja de su mente. ¿Por qué ella olía como su Amortentia? Eso no tenía sentido. Debía ser solo una casualidad. Sí, seguro que era eso.
Hera observó cómo se marchaba, mientras escuchaba como los amigos del Slytherin se quejaban sobre ella y su maldita sugerencia. Volvió la cabeza, prefería no escuchar la opinión que tenía él sobre el asunto.
—¡Maldita sea! ¿Por qué tenemos que hacer ese estúpido trabajo? —se quejaba un Gryffindor, saliendo del aula. Hera lo distinguió en seguida como Ron Weasley.
—Oh, vamos, Ron, no es tan malo —le decía su amiga castaña.
—Lo... lo siento —se atrevió a decir Hera, metiéndose en su conversación.
Tenía la cabeza gacha y no se atrevía a mirar a ninguno de los tres. Sí, Potter también estaba.
—¡No te disculpes, Hera! —se apresuró a decir su amiga. La castaña y la pelirroja habían trabado una amistad a lo largo de los años, por la gran cantidad de gustos que tenían en común—. No has hecho nada malo. En realidad, a mí me ha parecido una buena idea.
—Pero parece que os haya causado problemas a todos —replicó, arrepentida.
—Mira lo que has hecho, Ronald, la has hecho sentir mal —empezó a reclamarle Hermione al pelirrojo que estaba a su lado.
—No te preocupes, Simmons, es solo que a Ron no le gusta hacer trabajos —interrumpió el chico de cabellos azabaches.
—¡Discúlpate, Ronald! —le exigió la castaña.
—¿Ah? —iba a replicar y quejarse, pero ante la mirada de sus dos amigos, no fue capaz—. Está bien, lo siento, Si... Simmons —sí, acababa de dudar sobre cual era su apellido.
Hera se sintió mejor gracias a la defensa de Hermione y Potter. También con la disculpa de Weasley. Pero todavía tenía esa punzada de culpabilidad.
—No pasa nada —se limitó a decir.
Ninguno de los cuatro supo que más decir o como alargar la conversación. Harry y Ron prácticamente no habían tenido relación con Hera, más allá de cuando la habían visto charlando con Hermione. Así que no se podía evitar que el ambiente fuera pesado.
Hermione fue la que actuó primero, enganchándose a uno de los brazos de la pelirroja y comenzando a caminar con ella. Los dos chicos las seguían mientras las escuchaban hablar sobre libros y similares; temas sobre los que ellos prácticamente no podían hablar.
Junto a los Gryffindor, Hera se dirigió al Gran Comedor, pues la hora de la comida se acercaba y ella estaba hambrienta. No haber comido más que unas simples chocolatinas no era suficiente para calmar a su estómago. Cuando llegaron al lugar mencionado, se separaron, dirigiéndose a sus respectivas mesas. No sin antes Hermione haberle dicho a Hera que debían encontrar un hueco en sus horarios para poder ponerse al día tranquilamente.
Draco había contemplado la escena desde la mesa de Slytherin y no podía dejar de preguntarse porque la Ravenclaw se juntaba con el maldito Trío de Oro. Pero eso no era de su incumbencia, ella no era de su incumbencia. Podía hacer lo que se le diese en gana.
Su amigo Theo se levantó cuando solo quedaba el postre para terminar la comida y empezó a buscar a alguien con la mirada.
—¡Ah! Allí está Hera —le escuchó decir. Los labios de Draco se volvieron una fina y recta línea.
No era la primera vez que escuchaba el nombre de la chica saliendo de los labios del moreno, pero sí era la primera vez que le molestaba —o eso creía—. Sabía que ambos mantenían una estrecha relación, prácticamente desde primer año, quizás debido a que eran similares.
Lo vio marcharse de su lado y rodear la mesa de Slytherin para después encaminarse a la mesa de Ravenclaw, justo en la dirección en la que estaba la pelirroja sentada. Tras que un chico le dejase espacio, se sentó al lado de ella y Draco pudo ver desde su sitio como ella sonreía. Bufó y chasqueó la lengua. Se dedicó a observarlos mientras jugueteaba con el postre en su plato. Estaban manteniendo una conversación animada, donde ambos sonreían a cada dos por tres. De vez en cuando, el moreno le susurraba algo al oído y ella comenzaba a reír. Sin saber por qué, le irritaba aquella escena más de lo que le gustaría admitir.
Se levantó sin previo aviso, golpeando la mesa con ambas manos y asustando de esa manera a sus compañeros. Pansy parecía que iba a preguntarle algo, pero antes de que lo hiciese, el rubio ya había comenzado a alejarse con dirección a la puerta. Cuando estuvo a punto de cruzarla, llevó la mirada nuevamente a las dos personas que hablaban animadamente en la mesa de Ravenclaw.
«Maldito Nott», pensó justo antes de salir de allí.
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