━ capítulo diecisiete: uno.
CAPÍTULO DIECISIETE
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«• UNO •»
Tres semanas después del cumpleaños de Hera, Draco se encontraba notablemente nervioso e inquieto. Cuando estaba a solas o en su habitación se dedicaba a caminar de un lado a otro mientras se mordisqueaba las uñas o se revolvía el cabello lleno de frustración. Theo lo había encontrado en ese plan varias veces y había empezado a preocuparse; sin embargo, su mejor amigo no parecía dispuesto a abrir la boca fácilmente y él tampoco quería presionarlo.
El agobio y el estrés acorralaban contra la pared cada día un poco más al rubio. Incluso si trataba de no pensar demasiado en ello, todavía le pesaba lo sucedido con Katie Bell y Ron Weasley. Se sentía culpable de haber puesto en peligro la vida de dos personas inocentes por un error, por una misión, incluso si no eran fruto de su devoción —sobre todo el segundo—. En realidad, también se sentía culpable de estar tratando de matar al amable director de Hogwarts, Albus Dumbledore. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Si no cumplía con su cometido, si no conseguía arreglar el Armario Evanescente para el día acordado o no mataba a Dumbledore para entonces, sería su vida la que se terminaría. Su vida y probablemente, la de su madre también.
No quería morir, no después de haber estado al borde de la muerte hacia poco. No quería morir, porque eso significaría dejar a Hera sola y hacerla llorar de nuevo. No quería morir, porque quería pasar toda la vida junto a ella. Y no quería que su madre muriese, porque ella siempre había estado a su lado, siempre había sido su apoyo, aunque no hubiese hecho nada para evitar que su padre lo llevase por el camino y lo arrastrase a la oscuridad. No quería que muriese, porque junto a la pelirroja era lo que más le importaba en el mundo. Hera y su madre eran las dos mujeres de su vida y ambas eran insustituibles e increíblemente preciadas para él. No quería perder a ninguna.
Sin embargo, quizás sí que llegaba a perder a alguna en el futuro.
A Hera, para ser exactos.
La Marca Tenebrosa no hacía más que arder en su brazo. Quería hacerla desaparecer a como diera lugar, pero no podía, permanecería en su piel por el resto de su vida. Y era por esa maldita y condenada marca que podría perder a Hera. Le aterraba solo imaginar la reacción que ella tendría si la veía. Le aterraba que llegase el día en que descubriese que era un Mortífago, porque sin duda ese día llegaría. No podía ocultárselo eternamente y menos cuando ella era tan inteligente y también cuando últimamente pasaban tanto tiempo, juntos.
Más de una vez, cuando estaban solos e intimando, Draco había tenido que detenerse antes de ir más lejos porque, incluso si realmente quería ir al siguiente nivel, no podía hacerlo, pues en el momento en que se quitase la ropa, ella vería la Marca Tenebrosa.
Sin embargo, Draco no sabía que Hera ya sospechaba algo.
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El rubio salió de su habitación y se asomó a la sala común. Recorrió con la mirada todo el lugar hasta que encontró a Theodore sentado en un sofá leyendo, por enésima vez, el libro de micro cuentos que Hera le había regalado en navidad. Empezó a llamar su atención chistando y cuando el moreno llevó la mirada hasta él, le hizo un movimiento con la mano para que se acercase. Theo cerró el libro dejando escapar un suspiro exasperado, odiaba que le interrumpiesen cuando estaba concentrado leyendo, y se encaminó hacia Draco.
—¿Qué quieres? —preguntó al llegar.
Su amigo no dijo nada, nuevamente solo le indicó con la mano que lo siguiese. Lo condujo hasta su habitación y una vez el moreno entró, cerró la puerta con un encantamiento para asegurarse de que nadie les interrumpiese y lanzó otro para insonorizar la habitación.
—Vale, me estás preocupando —comentó Theo—. ¿A qué viene tanto misterio y ser tan cuidadoso? ¿Qué sucede, Draco?
El mencionado entornó sus ojos grises hacia los oscuros del contrario.
—Primero, tienes que prometerme que lo que te voy a enseñar no se lo dirás a nadie, Theo —le pidió entonces y la preocupación aumentó más en el rostro del moreno.
—Está bien, te lo prometo —aseguró mientras asentía.
El silencio reinó y Theo pudo ver como Draco desabotonaba los botones de la manga de su camisa izquierda y como luego la subía hasta el codo. Sin embargo, ante de que se viese aquello que ocultaba debajo de la ropa, el moreno ya sabía de qué se trataba. Suspiró profundamente y sintió a su garganta secarse mientras observaba la Marca Tenebrosa que su mejor amigo portaba en el antebrazo. Lo miró con los ojos cristalizados y éste desvió la mirada de inmediato, avergonzado de tener que mostrarle aquello.
—Draco, tú...
Theo no fue capaz de continuar. No encontraba las palabras exactas que quería decir. No sabía ni como reaccionar. Había sospechado desde el principio del curso que el rubio se había unido a los mortífagos después de que su padre fuera encerrado en Azkaban, pero siempre había tratado de mantener la esperanza de que eso no había sucedido realmente. Sobre todo había tratado de mantenerla después de haber notado los sentimientos de Draco a su mejor amiga y mucho más después de que ellos hubieran comenzado a salir. Porque no podía imaginarse como podría continuar funcionando su relación en el momento en que Hera descubriese la verdad.
—No se lo digas a Hera, por favor —pidió, casi suplicó, Draco.
—No lo haré, decírselo o no es decisión tuya —respondió Theo después de haber tomado una gran bocana de aire para concentrarse—. Pero no puedes ocultárselo eternamente. Si tú no se lo dices, al final ella lo descubrirá por sí misma.
—Lo sé, sé que algún día lo descubrirá, pero quiero alargar lo máximo posible ese momento. —Bajó la mirada hasta su antebrazo y la yema de sus dedos se deslizaron por la marca—. Por eso quiero pedirte un favor, necesito que me ayudes a ocultárselo.
—¿Cómo puedo ayudarte a ocultar algo así? —inquirió con incredulidad—. La Marca Tenebrosa no puede ocultarse más que con ropa, ya que el maquillaje puede quitarse fácilmente.
—Tiene que haber algo, algún hechizo o encantamiento que pueda borrarla, aunque sea temporalmente. —La desesperación se reflejaba en su tono de voz—. Tiene que haberlo.
—Está bien, está bien —farfulló el mencionado mientras se masajeaba la sien, un poco inquieto por la situación—. Iré a la biblioteca y trataré de buscar algo que pueda ayudarte.
—Gracias, Theo.
—Para eso estamos los mejores amigos.
Ambos se sonrieron, Draco con agradecimiento y Theo con complicidad.
—Pero, Draco, lo sabes, ¿no? Hera te quiere, te quiere de verdad —indicó después el moreno—. Y aunque entiendo que te dé miedo, creo que si tú no has escogido llevar esa marca por propia voluntad y llevar ese camino, ella lo entenderá y no te rechazará —trató de asegurarle—. Así que quizás no pase nada porque lo descubra.
—Quizás, pero no quiero correr ese riesgo.
Theo no insistió y Draco no añadió nada más.
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Cuatro días más tarde, el moreno encontró una solución para el problema del rubio. Un encantamiento que permitía volver invisible cualquier tatuaje; sin embargo, como la Marca Tenebrosa no era realmente un tatuaje, el encantamiento solo era temporal. Por lo tanto Draco tendría que estar continuamente atento a cuando se acabase la duración, para volver a colocar el encantamiento de inmediato y que así la marca siguiese oculta.
Draco se había sentido increíblemente aliviado cuando había visto a la Marca Tenebrosa desaparecer por primera vez. Se sintió libre, como si las ataduras que la marca conllevaba hubiesen desaparecido, como si volviese a ser un chico normal y no un mortífago. Se había sentido tan feliz, tan seguro de que Hera no le descubriría por un descuido, que había ido corriendo a buscarla para estar con ella.
Hera no había entendido porque su novio se veía tan feliz de repente, ya que los últimos días parecía que estaba un tanto distraído y preocupado. Pero no preguntó, simplemente se alegró de que él hubiera recuperado su ánimo y esa sonrisa que a ella le encantaba.
—Hey, Hera, ¿por qué no te vienes una de estas noches a dormir conmigo? Echaré a Blaise de la habitación para que estemos solos —le había sugerido ese día y ella había enrojecido hasta más no poder.
—P-Pero soy de Ravenclaw, no puedo entrar en la sala común de Slytherin, ¿recuerdas? —Sin embargo, aquello solo era una excusa.
—Puedes entrar si yo te ayudo —indicó él—. Además, me aseguraré de cambiar las rondas de Prefectos para que nadie pueda descubrirnos.
—Aun así...
Hera trató de buscar una nueva excusa, pero no fue capaz. Sus manos ya estaban tirando suavemente del borde de su falda, su naricilla no dejaba de arrugarse y sus ojos se movían de aquí a allá, incapaz de mirar directamente al contrario. Estaba nerviosa, demasiado. Y si esas tres cosas no eran suficiente para que el rubio se diese cuenta, el fuerte y extenso rubor sobre sus mejillas terminaba de delatarla.
—¿Es que acaso no quieres? —cuestionó Draco.
La pelirroja estuvo a punto de dar un traspié al escuchar aquel tono tan ronco y seductor con el que le hizo la pregunta. Aquellos grisáceos ojos permanecían fijamente sobre los marrones de ella y una ladeada y cautivadora sonrisa estaba en los labios de él. Hera sintió a sus piernas temblar y a su corazón acelerarse. Si él le hablaba, la miraba o le sonreía de aquella forma era imposible que fuera capaz de decir que no. Pues se sentía malditamente atraída por él. Pese a la vergüenza, la timidez y la terrible falta de experiencia, no podía negar que le gustaría pasar una noche a su lado, que le gustaría ser arropada por sus fuertes brazos y ser mimada por él hasta caer rendidos. Quería que él la hiciese sentirse amada, deseada, porque sabía que él sería el único capaz de hacerlo.
—N-No, sí que quiero —reconoció en un susurro.
La sonrisa de Draco no hizo más que ampliarse y la felicidad pudo reflejarse en sus ojos. Tomó el rostro de su novia por la barbilla y depositó un fugaz beso en sus labios. Por Salazar, ella no sabía lo mucho que le había gustado a él saber que ella también quería. Saber que, en el fondo, ella también deseaba pasar la noche con él.
—¿Seguro? —inquirió después—. No quiero que te sientas forzada porque yo quiero hacerlo, Hera, puedo esperar. —Y claro que podía esperar, por ella esperaría lo que hiciera falta.
Hera no dudó en asentir.
—Solo tendrás que tener paciencia conmigo, porque no tengo ninguna experiencia y...
Draco no la dejó continuar, volvió a besarla. Esta vez más pasionalmente y cuando ella rodeó su cuello con sus delgados brazos y acarició su nuca con sus pequeñas manos, lamentó no poder llevarla a su habitación en ese mismo instante.
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La noche del veintidós de mayo fue la fecha que acordaron. Draco le comunicó a Blaise bien temprano en la mañana que esa noche tendría que buscarse otro sitio donde dormir, sin explicaciones ni nada. Simplemente, se lo ordenó y el moreno no tuvo más remedio que obedecer. Más tarde, también se aseguró de cambiar las rondas de Prefectos de tal manera que él quedará a cargo aquella noche de vigilar las mazmorras, ya que de esa forma, podría hacer que Hera entrase en la sala común de Slytherin sin que nadie los descubriese.
El rubio parecía bastante contento y emocionado. No podía parar de sonreír cada vez que pensaba que aquella noche la chica de la que estaba enamorado, su novia, sería completamente suya. En cambio, la pelirroja estaba nerviosa e inquieta. No podía parar de lamentar haber accedido a aquello, por miedo a estropearlo o a que Draco se sintiese decepcionado cuando la viese desnuda o por su falta de experiencia.
Sin embargo, cuando el momento se acercaba, los papeles se invirtieron. Draco empezó a sentirse nervioso y Hera empezó a sentirse emocionada. Nervioso porque ella era la mujer de su vida y quería que todo fuera perfecto, que fuera inolvidable para ella. Emocionada porque él era todo lo que ella soñaba y compartir aquella experiencia con él, que él fuera su primero, era lo mejor que le podía pasar. Nerviosos y emocionados porque querían al otro con locura y aquella noche marcaría sus vidas y su relación para siempre.
Hera se echó nueve veces agua en la cara y se miró nueve veces en el espejo del cuarto de baño, mientras trataba de tranquilizarse. Cuando finalmente lo consiguió, se puso el brillo labial y salió lo más sigilosamente posible de allí. Caminó con cautela, fijándose en que no hubiera nadie para no ser descubierta y a medida que se iba acercando, podía escuchar a su corazón latir con más fuerza y rapidez.
Llegó a las mazmorras unos diez minutos después y asomó su cabeza por una de las esquinas para comprobar si Draco ya estaba allí.
El Slytherin se encontraba apoyado en la pared con los brazos cruzados y los ojos cerrados. La Ravenclaw se acercó lentamente, pues sus zapatos hacían eco al caminar.
—Draco —lo llamó en un susurro.
El rostro del mencionado se giró hacia ella y sus ojos se entreabrieron. Draco había tratado de mantener sus latidos al mínimo hasta ese momento, pero cuanto vio a Hera frente a él, comenzaron a latir como locos. Tragó saliva mientras la recorría con la mirada.
Hera llevaba puesto un bonito vestido azul cielo, de tirantes finos, tela delgada, que apenas le cubría parte de los muslos y se ceñía a la perfección a su cuerpo, marcando su bonita figura. Llevaba unos zapatos a juego con un tacón de no más de cuatro centímetros y un labial que hacía a sus labios todavía más provocadores para Draco. Su rojiza melena, como normalmente, caía libremente por sus hombros y espalda, en preciosas y perfectas ondas. Lucía sencilla, pero increíblemente hermosa. Bueno, ella siempre lucía así ante sus ojos.
Draco observó la gargantilla con la silueta del gato, que le había regalado, colgando de su cuello y como ella, jugueteaba inquietamente girando el anillo que compartían. Tuvo que taparse los labios para no dejar escapar una carcajada, una carcajada de dicha. No podía creerse lo bonita que ella se había puesto cuando realmente la ropa no le iba a durar mucho tiempo. Sin embargo, le encantaba que se hubiese preparado tanto únicamente por él.
—Estás preciosa —susurró y se acercó hasta ella para depositar un beso cerca de la comisura de sus labios—. Vamos.
Tomó su mano y sus dedos no tardaron en entrelazarse. Hera mantuvo la mirada fija en el suelo, avergonzada, y Draco no dejaba de mirarla de reojo a cada dos por tres, emocionado, mientras caminaban. Se detuvieron junto a la entrada de Slytherin y en ese momento, cuando estaba diciendo la contraseña, él notó como ella apretaba su mano.
—Aún estás a tiempo de echarte atrás.
Lo que menos quería era que ella se sintiera incomoda o forzada, porque lo que iban a hacer era algo que los debían disfrutar con la misma intensidad, y no solo él. Así que si ella de verdad no estaba todavía preparada para dar aquel paso, él no tenía problemas con parar.
—No voy a echarme atrás.
Su respuesta fue tan segura y firme, sin ningún tipo de temblor en su voz como acostumbraba a pasar cuando estaba nerviosa, que encogió el corazón de Draco.
«Maldita sea, es demasiado perfecta para mí», pensó él.
Tiró suavemente de su mano y la guió por la sala común. Pese a su habitual curiosidad, Hera ni siquiera prestó atención a nada su alrededor que no fuera Draco. Por primera vez, quería centrar su atención en una cosa, en una única persona, en su novio.
No tardaron mucho en llegar a la habitación del rubio y entrar en ella. Fue entonces cuando ambos inspiraron profundamente para calmar a sus alocados latidos; obviamente, en vano. Draco se giró para quedar frente a ella y sin soltar sus manos ni apartar sus miradas del otro, él dio el primer paso. Con su mano libre, atrajo a la pelirroja por la cintura, pegándola a su cuerpo, y seguidamente, capturó sus labios en un beso que comenzó siendo dulce, pero se terminó volviendo frenético a medida que los segundos pasaban.
Sus labios se separaron en busca de aire y sus cuerpos se separaron solo para que Draco condujese a Hera hacia la cama. Ella se sintió nuevamente nerviosa al verla y sus piernas empezaron a flaquear ante lo que se venía, ante lo que iba a pasar a continuación. Sus ojos recorrieron la habitación de forma inquieta y su mano libre tiró del borde del vestido. No era que se arrepintiese de su decisión, para nada, pero no podía evitar sentirse nerviosa y ansiosa por no saber qué hacer, por no saber cómo actuar.
Draco apretó su mano al darse cuenta y luego la soltó para coger con ambas el rostro de su novia. Sus ojos chocaron. Los grises de él estaban llenos de ternura y los marrones de ella se cristalizaron por ello. Draco comenzó a acariciar sus mejillas con los pulgares y le dio un rápido beso en la punta de su naricilla respingona.
—Confías en mí, ¿no? —preguntó, sabiendo la respuesta.
—Confío en ti —aseguró y él sonrió ampliamente.
Entonces, el rubio retiró las manos de su mejilla y depositó una sobre su cintura. Luego se inclinó, depositó un beso en sus labios, en su mejilla y en su mandíbula hasta finalmente llegar a su fino y pecoso cuello. Recorrió cada centímetro con pequeños y delicados besos y bajó el tirante del vestido, junto al del sujetador, de uno de los lados, para también besar su hombro. Hera tembló, se estremeció y pequeños suspiros empezaron a escaparse de sus labios; suspiros que encandilaron a los oídos de Draco. Posicionó las manos en el torso de éste, aferrándose a su camisa, mientras notaba que sus piernas no dejaban de flaquear. Draco también lo notó y la sujetó con más firmeza de la cintura para impedir que se cayese.
Sus besos continuaron hasta el borde del escote del vestido y de ahí regresó a sus labios, porque aquellos suspiros que empezaban a convertirse en jadeos y gemidos, lo estaban volviendo loco. Devoró sus labios con deseo, lujuria y frenesí. Para su sorpresa, Hera lo siguió gustosa y con increíble maña. Y fue a él al que se le escapó un gruñido similar a un gemido cuando ella mordió con suavidad su labio inferior. Sus ojos se entreabrieron y a los pocos segundos, los de ella también lo hicieron, justo cuando dejó de morderlo. Sonrieron sobre los labios del otro y se dieron cuenta de que el nerviosismo se había ido. Y eso fue lo mejor que pudo pasar, porque así ambos podían dejarse llevar y disfrutar del momento.
Draco deslizó hacia abajo el otro tirante y con la otra mano bajó la cremallera del vestido, mientras volvía a dejar pequeños besos por su hombro. Hera se tensó al escuchar la cremallera bajar y como el vestido empezaba a caérsele. Fue a sujetarlo por el escote para impedirlo, pero el rubio vio sus intenciones y sujetó su mano. Movió la cabeza negando y luego habló:
—Quiero verlo, Hera, quiero ver tu cuerpo.
Ella lo miró y mordiéndose el labio, asintió. El rubio soltó su mano y ayudó al vestido a caer al suelo. Se separó un poco y se deleitó mirando el cuerpo de la pelirroja, mirando como ella trataba de cubrir su desnudez con sus brazos y manos, sin darse cuenta de que eso solo la hacía verse más atractiva y provocadora para él. Sonrió y tomó una de sus manos, a pesar de su resistencia, para conducirla hasta los botones de su propia camisa. Hizo un movimiento de cejas cuando ella pareció preguntarle que quería e inmediatamente, ella lo entendió y con un notable temblequeo, comenzó a desabotonar la camisa.
Mientras lo hacía, el Slytherin observó como el pecho ajeno subía y bajaba rápidamente debido a su respiración acelerada y entrecortada, observó cómo sus labios se entreabrían en busca de aire y como su nariz se arrugaba, observó cómo los botones parecían resistírsele de vez en cuando y le costaba quitarlos, observó como ella sonreía cuando consiguió desabotonarlos todos y observó como ella enrojecía justo después al contemplar su pecho desnudo. Ante sus ojos, ella era lo más adorable e inocente del mundo.
Sin embargo, la inocencia de Hera parecía haber disminuido desde que Draco y ella habían iniciado su relación. Porque, sin vergüenza alguna, aunque sí con cierto temblor, introdujo sus manos por la parte abierta de la camisa y recorrió el pecho de su novio. Recorrió cada centímetro, cada pulgada, notando lo bien desarrollado y fuerte que estaba. Tragó saliva, avergonzada por su acción y alzó la cabeza para comprobar si a Draco le había disgustado. Pero, obviamente, él no estaba disgustado. Si no que se estaba mordiendo el labio de una forma provocativa y sexy, mientras luchaba por controlar sus impulsos.
Hera apartó las manos, aún más avergonzada al ver como él sonreía. Draco terminó de deshacerse de la camisa por sí mismo, asegurándose primero de que el encantamiento sobre la Marca Tenebrosa seguía activo, y la atrajo nuevamente a él por las caderas, rozando el borde las bonitas y blancas bragas de encaje que ella llevaba a juego con el sujetador. Debía reconocer que el blanco le sentaba bien, pero estaba seguro de que el negro debía sentarle aún mejor por el contraste de su pálida piel.
Sus manos se deslizaron lentamente desde sus caderas hasta la parte trasera de sus muslos, justo por debajo del trasero, para elevarla por unos segundos en el aire y depositarla en la cama con la mayor delicadeza. Su rojiza melena se esparció por las blancas sabanas y él no pudo evitar tomar un mechón y juguetear con él entre sus dedos. Su cabello era tan bonito, tan hipnotizador para él, que no podía no prestarle un poco de atención aquella noche.
Draco se vio sorprendido cuando Hera elevó las manos y rodeó su cuello para atraerlo, para que sus cuerpos se pegasen y para capturar sus labios. Soltó el mechón y correspondió a aquel pasional beso mientras recorría con las manos su cuerpo, mientras llegaba con una de ellas hasta los duros muslos de la pelirroja y lo apretaba, antes de repetir la misma acción con su trasero y que ella gimiese sobre sus labios.
Cuando el aire fue necesario, el rubio aprovechó para dejar besos en otras zonas. Fue bajando poco a poco, dejando besos en cada trozo de piel descubierta, centrándose más en su estómago y deteniéndose justo en el borde de la ropa interior. En un parpadeo, mientras seguía acariciando con una mano el cuerpo de su novia, la otra se movió de forma rápida y se deshizo de las dos últimas prendas de ropa.
Sus ojos se deleitaron con la vista y su corazón se aceleró como nunca. Recorrió, esta vez con los ojos, cada centímetro de piel, cada pequeña parte del cuerpo de la pelirroja. Observó los dos blancos montículos coronados con un botón rosa, eran pequeños, pero preciosos. Observó la mancha de nacimiento que tenía en uno de ellos, en el izquierdo. Observó su plano estómago y las bonitas curvas de su cintura. Observó sus duros muslos y aquella parte intima que se escondía entre ellos. Observó sus largas piernas y una segunda mancha de nacimiento, en la derecha. Observó sus cientos, miles, de pecas cubriendo cada rincón, como si fueran estrellas y su cuerpo fuera una galaxia; se podría pasar la vida contando todas aquellas pecas con gusto. Era hermosa. Cada parte de ella era hermosa. Y él se sintió sumamente afortunado.
Se inclinó hacia ella y apartó sus manos de su rostro, el cual se había cubierto en cuanto se había visto totalmente expuesta ante él, avergonzada. Sus mejillas estaban pintadas de carmesí y Draco besó cada una de ellas. Sus marrones ojos parecían volver a estar llenos de nerviosismo, pero se calmaron en cuanto él le sonrió de forma tierna. Entonces, Draco habló y dejó escapar sus pensamientos:
—Eres preciosa, Hera.
Ella sonrió tímidamente y susurró un «gracias». Él besó su nariz y volvió a sonreírle. Luego, tras una mirada más, ambos se fundieron en un nuevo y pasional beso, en el que sus lenguas entraron por fin en juego. Las manos de Draco recorrieron por enésima vez su cuerpo, pero una de ellas se detuvo en sus pechos, para comenzar a acariciarlos y mimarlos. Los gemidos salieron uno tras otro de los labios de Hera ante las caricias que él le daba, ante su forma de mimarla, de darle amor, de hacerla sentir querida y deseada, de hacerle saber que era suya.
Draco se sentía enloquecer cada vez que uno de aquellos gemidos llegaba a sus oídos. Normalmente, su voz ya se le hacía demasiado embriagadora y melosa, pero esa noche estaba a un nivel muy diferente. Su tono era tan provocativo que notaba como la excitación ganaba terreno y no lo dejaba concentrarse en su trabajo de mimarla. Hera pareció notar su problema porque rápidamente llevó las manos hasta su pantalón y desabrochó tanto el cinturón como el primer botón del pantalón. Draco dejó escapar un gruñido aliviado al ya no sentirse tan apretado, pero el dolor causado por la excitación siguió ahí.
Entonces, tras maldecir, se separó sin previo aviso y le dio la espalda a Hera. Sin embargo, solo lo hizo para deshacerse de las capas de ropa que empezaban a estorbarle. Ella aprovechó aquello para quitarse los zapatos que aun llevaba y luego dejó caer su cuerpo completamente desnudo sobre la espalda de Draco, rodeándolo con los brazos después. Éste jadeó y se tensó al notarlo. Y enloqueció de nuevo cuando ella empezó a repartirle besos por el cuello, los hombros y las orejas, llegando hasta mordisquear el lóbulo de una de ellas.
—Draco —susurró ella en un hilo de voz en su oído.
Fue ahí cuando la resistencia de Draco se acabó, tras que básicamente hubiese gemido su nombre. Se apresuró a buscar algo sobre su mesilla y tras sacarlo del paquete y ponérselo, le indicó a Hera que lo soltase. Entonces, se giró y la empujó bruscamente para que se recostase de nuevo en la cama y él se pudiese colocar encima.
Se miraron y la pelirroja se dio cuenta en ese momento de lo que pasaba, de que el rubio ya no era capaz de aguantar más sin ir al siguiente nivel. Todo su cuerpo se tensó y Draco que estaba encima de ella, lo notó. Era imposible que ella no se sintiese nerviosa o insegura por lo que estaba a punto de pasar, era su primera vez y la primera vez era la más dolorosa —o al menos eso había oído—. Por eso, porque él pudo entender ese miedo, esa preocupación, inspiró hondo, se tranquilizó y besó sus labios con suma suavidad y cariño para tranquilizarla, para asegurarle de que todo iba a estar bien, de que podía sentirse segura con él.
—Hera —la llamó en un susurro y ella lo miró—, te quiero.
Los labios de la pelirroja se volvieron una sonrisa y el rubio tomó la mano que ella tenía sobre la almohada para entrelazarla con la suya.
—Te quiero, Draco.
Dijo aquello y asintió, como dándole permiso para que prosiguiera.
Y así, sin más, él se unió a ella y se volvieron uno. De los ojos de Hera salieron unas lágrimas y de sus labios brotó un pequeño quejido. Luego apretó su mano y cerró los ojos con fuerza. Draco se sintió mal y besó cada una de las lágrimas que salían en busca de que aquello la hiciera sentir mejor, de que aquello hiciera que el dolor acabase cuanto antes. Repitió numerosas veces su nombre, que la quería y que era lo mejor de su vida. Y no fue hasta largos minutos después, cuando ella sonrió y rodeó su cuerpo con los brazos, que él se permitió continuar.
Fue despacio y cuidadosamente, aun esperando a que ella terminase de acostumbrarse, aun esperando a que los quejidos de dolor se volvieran gemidos de placer. Entonces, la oyó gemir su nombre varias veces y supo que ella ya podía soportarlo. Sus movimientos se tornaron más rápidos y fuertes; sin embargo, siguió siendo cuidadoso hasta el final.
Los minutos trascurrieron, pero ninguno era consciente del tiempo ni tampoco les preocupaba. Solo estaban centrados en gozar. En ser envueltos por el placer que los invadía. En embriagarse de felicidad por estar compartiendo aquella experiencia. En sentirse morir porque estaban en brazos del otro. En, simplemente, disfrutar. Porque no había nada más importante en ese momento que el amor que se procesaban. Porque el otro era suyo completamente. Porque se querían, se amaban y se deseaban. Porque esa noche se habían vuelto uno.
Lo único que se podía escuchar en aquella habitación eran los gemidos, suspiros y jadeos de la pareja, acompañados del suave chirriar de la cama. Y para los finos oídos del rubio aquello era un sonido hermoso.
En algún momento, Draco cayó agotado sobre el cuerpo de Hera y ella lo arropó entre sus brazos, mientras ambos trataban de recuperar la respiración y aun sentían el placer recorrer cada poro de su ser.
Al rato, el rubio se separó y se dejó caer en la cama; sin embargo, no tardó ni medio minuto en atraer a la pelirroja por la cintura para pegarlo a él. Hera estiró una mano y limpió el sudor que recorría las facciones de Draco y entonces, él tomo aquella mano para dejarle un beso en el dorso. Se contemplaron y se sonrieron estúpida y enamoradamente. No hubo necesidad de más palabras, ni siquiera de más «te quiero» aquella noche, pues todo lo que sentían se lo habían hecho saber al otro mientras hacían el amor y eran uno.
Hera fue la primera en rendirse a los brazos de Morfeo, o en este caso, a los brazos de Draco. Él la siguió unos minutos más tarde, después de haberse tomado el tiempo suficiente para contemplar por enésima vez la belleza del cuerpo al desnudo de su novia y de rememorar lo que habían hecho aquella noche. Depositó un beso en aquella rojiza melena y finalmente, cerró los ojos para dejarse llevar al mundo de los sueños.
Sin embargo, ningún sueño que ninguno de los dos pudiera tener esa noche podría superar a lo que acababan de hacer. Porque nunca habría momento más perfecto para ellos que aquel en el que se hicieron uno por primera vez e intercambiaron su fuerte amor.
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Este capítulo me costó escribirlo, pero me encantó el resultado.
Aquellos que han leído mis otras historias, probablemente han notado que no he sido tan explicita como puedo o suelo ser. El motivo de esto ha sido que esta historia (y también la propia pareja) es tierna, dulce y romántica, y quería mantener eso hasta en el capítulo en el que hicieran en el amor. No quería estropear todo el ambiente de la historia solamente por escribir sexo duro y explicito. No me gustaba eso para esta historia y creo que queda mucho mejor y más bonito de esta forma.
No sé, ¿cuál es vuestra opinión? ¿Os ha gustado o no?
Marie Weasley.
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