━ capítulo dieciséis: cumpleaños.
CAPÍTULO DIECISÉIS
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«• CUMPLEAÑOS •»
26 de abril de 1997.
—¡Hera, vamos! —decía, más bien exigía, cierta rubia mientras sacudía a cierta pelirroja, quien aún se encontraba plácidamente en el mundo de los sueños—. ¡Despierta! ¡Vamos!
Trascurrieron unos tres minutos más hasta que finalmente aquellos pequeños y marrones ojos se abrieron, soñolientos, y vislumbraron a la chica que tenía en frente. Por un momento, se mostró confundida porque Luna estuviese en su habitación, pero en seguida imaginó porque era. Y a la misma vez que se disponía a sonreír, su amiga se abalanzó sobre ella y la abrazó con fuerzas. Hera correspondió felizmente mientras dejaba escapar una pequeña risa.
—¡Felicidades, Hera! —había exclamado la ojiazul antes de abalanzarse.
—¡Muchas gracias, Luna! —respondió cuando se separaron.
Luna cogió una bolsa que había dejado en el suelo antes de comenzar a despertar a su amiga y se la tendió con una sonrisa risueña y unos ojos llenos de esperanza; esperanza de que le gustase lo que le había comprado por su diecisiete cumpleaños. Hera sacó el paquete de la bolsa y lo desenvolvió con ilusión y curiosidad. Se encontró con una alargada, pero pequeña, caja con flores grabadas en el metal del que estaba hecha, la abrió con cuidado y se encontró con un juego de collares de una estrella y una luna, hechos de plata, aunque parecían estar ligeramente desgastados y arañados. Miró a su amiga extrañada, pues nunca antes había un recibido un regalo de ese tipo de parte de ella. Siempre eran cosas que hacía ella misma.
—Son de mi madre —comenzó explicando Luna—. Cuando era pequeña me contó que su mejor amiga y ella los habían utilizado como señal de su amistad. —Fijó la mirada en los ojos de la contraria—. Los encontré el verano pasado en uno de los cajones de su escritorio y pensé en que me gustaría compartirlos contigo.
Hera sonrió con ternura, conmovida por sus palabras, conmovida porque la rubia quisiera compartir con ella algo tan importante, tan especial, pues había pertenecido a su fallecida madre Pandora. Sin decir nada, la atrajo hacia sus brazos y le dio un beso en la cabeza. A pesar de que la había conocido después del suceso, la pelirroja sabía bien lo mucho que había afectado a su amiga la muerte de su madre. En su primer año en Hogwarts, la había visto llorar en varias ocasiones por ello, pues todavía lo tenía reciente.
—Muchísimas gracias, Luna, es el mejor regalo que me han hecho... Me encanta —le susurró y escuchó como la otra reía.
Luna tomó el collar de la estrella para que su amiga se quedara con el de la luna y así siempre que lo viese, se acordase de ella. Sin duda, era muy tierna. Por suerte, la cadena era más corta que la del otro collar que Hera ya llevaba, el que le había regalado Draco por navidad con una silueta de un gato, así que quedó por encima y no lo cubrió como le había preocupado que pasara en un principio.
Después de aquello, mientras hablaban animadamente, las pocas compañeras de habitación de Hera se despertaron por el ruido y no pudo evitar sentirse mal. Sin embargo, todas le restaron importancia a la situación y la felicitaron por su cumpleaños. Eso le sorprendió, pues durante los seis años que llevaban juntas, ninguna la había felicitado hasta ahora. Pero no se quejaba, ella tampoco lo había hecho, ya que básicamente carecían de relación alguna.
Entonces, decidió que era hora de cambiarse y bajar a desayunar. Luna se retiró un segundo para ponerse las zapatillas, ya que estaba descalza, y Hera se quitó el pijama para ponerse un simple pantalón negro de pitillo, una camiseta de manga corta lila que le cubría hasta al trasero de lo larga que era y unas zapatillas blancas y desgastadas. Como era costumbre ya, ni siquiera se molestó en peinarse en demasiado. Le gustaba llevar su pelo suelto y revuelto.
Se reunió con su amiga en la entrada de la sala común y ambas bajaron la torre para ir al Gran Comedor, mientras volvían a charlar animadamente. A la entrada de éste, se encontraron a un pequeño grupo formado por cinco personas. Hera sonrió al instante y un pequeño grito cargado de emoción le llegó a los oídos. Una chica de cabellos morenos y ojos verdes, la causante del grito, corrió hasta ella y la estrechó entre sus brazos; hecho que a la pelirroja le sorprendió porque la morena no era muy de dar muestras de afecto físico en público.
—¡Felicidades, Hera! —le dijo sonriente—. Debes de estar muy emocionada por haber cumplido diecisiete años ya.
—En realidad, no me siento diferente a ayer. —Rio.
Amanda se unió a su risa y luego saludó a Luna.
—¡Feliz cumpleaños, Hera! —Escuchó que exclamaron después Liam y Allen, quienes se habían acercado junto al resto del grupo.
—Pensé que ahora que tienes novio empezarías a preocuparte un poquito más por tu apariencia —replicó Bianca con los brazos puestos en jarras—. Sobre todo teniendo en cuenta que Malfoy es un chico elegante y bien vestido.
—No puedes pedirle eso —repuso Liam mientras negaba—. El día que Hera empiece a preocuparse por la ropa, creo que será porque se habrá leído todos los libros del mundo —bromeó y todos se rieron.
━Además, no creo que a Malfoy le preocupe como vista Hera —añadió Amanda—. Si fuera así, no se habría fijado en ella en primer lugar.
—Vaya, gracias —dijo la pelirroja con sarcasmo.
—¡Dejad a Hera! —exigió Gray con el ceño fruncido—. Ella es preciosa se ponga lo que se ponga, ¿entendéis?
Sus dos amigos, su propia novia, la novia de Allen y la amiga de su prima, sonrieron ligeramente al escucharlo. Su complejo con la mencionada era tan grande y obvio que de alguna manera se les hacía tierno y gracioso.
—Felicidades —le dijo entonces con una dulce sonrisa.
—Gracias, primo —respondió antes de dejarse arropar por sus brazos.
El moreno la estrechó con cariño y depositó varios besos en su cabeza. Todavía le costaba creer que su pequeña prima ya había cumplido la mayoría de edad en el mundo mágico. Cualquiera le diría que fue ayer cuando con tan solo un año, vio a Hera por primera vez en la cuna del hospital; aunque él, obviamente, no recordaba ese momento pues era muy pequeño. Cualquiera le diría que fue ayer cuando su prima comenzó a perseguirlo como un patito que sigue a su madre, una vez aprendió a gatear y luego a andar. Cualquiera le diría que fue ayer cuando ella recurría a él para cualquier cosa y únicamente confiaba plenamente en él. Cualquiera le diría que fue ayer cuando la vio llegar a Hogwarts por primera vez y haber sido seleccionada en su misma casa, después de haber luchado durante un largo tiempo con las adversidades que el mundo le había puesto por delante.
Se sonrieron y aunque no quería soltarla, lo hizo.
—Deberías entrar, Draco lleva un buen rato esperándote con Theo, muy, pero que muy, impaciente —comentó riendo un poco.
—Cierto, así que te daremos los regalos más tarde —indicó Allen.
Hera los miró a todos agradecida porque se hubieran molestado en esperarla para felicitarla y después de dedicarles una última sonrisa, se aventuró dentro del Gran Comedor para buscar a su primer novio y a su mejor amigo. Ambos chicos se encontraban de pie junto a la mesa de Slytherin; Theo fue el primero en verla y en seguida comenzó a saludarla con la mano, Draco se giró después y simplemente se dedicó a sonreír mientras la veía acercarse.
El rubio dejó que el moreno fuera el primero en felicitarla y en abrazarla; no por cortesía, sino porque así luego podría tenerla todo el tiempo que quisiera para él. Observó como Theo bromeaba con ella y luego le tendía un regalo. Hera lo abrió de inmediato y se encontró con un pequeño álbum de fotos únicamente de ellos dos. Era un álbum que mostraba sus recuerdos juntos. El moreno había ido recopilando las fotos desde el primer año con la intención de algún día entregárselas a la pelirroja y hacerle saber de esa forma lo importante que era para él.
—Tendrás que completarlo tú con las fotos restantes de este año y del que viene —le dijo y ella asintió encantada.
—En serio, es un detalle tan bonito... Ahora me siento mal sólo por haberte regalado un libro de pociones para tu diecisiete cumpleaños hace un par de meses —refunfuñó e hizo un puchero.
—¡Por Salazar, Hera! El libro que me regalaste era una edición limitada muy difícil de conseguir y que yo realmente quería, fue un gran regalo —aseguró para tranquilizarla.
Después de aquella pequeña conversación y de que Theo decidiese retirarse para comenzar a desayunar, llegó el turno de Draco. Los ojos de ambos se encontraron y sus labios formaron unas suaves sonrisas. Entonces, el rubio posó una mano sobre la cintura de la pelirroja y tiró con delicadeza de ella para acercarla a él. Hera se sintió ligeramente avergonzada, sobre todo por lo que sabía que el contrario haría a continuación. Sin preámbulos y sin importarle que todo el mundo los estuviese viendo, Draco capturó los labios de su novia en un dulce beso que no duró más de diez segundos —para disgusto de ambos—.
—Feliz cumpleaños, Hera —susurró sobre sus labios.
—M-Muchas gracias, hm. —Como era de esperarse, sus mejillas ya habían enrojecido.
Jugueteó con el cuello de la camisa del rubio, como un sustituto de su falda, para calmar los nervios que la invadían siempre que él estaba tan cerca, siempre que él la tocaba o la trataba de aquella manera. Y a Draco no se le podía hacer más adorable verla actuar de aquella manera, ver cómo, a pesar de la vergüenza y la timidez, ella no retiraba la mirada de él, pues empezaba a estar seguro de que a ella le encantaban tanto sus grisáceos ojos como a él le gustaba su rojiza melena. Y su suposición era correcta; los ojos de él eran la debilidad de Hera, al igual que el cabello de ella era la debilidad de él. Era lo que más les atraía físicamente del contrario, porque psicológicamente había muchísimas cosas que les atraía más.
Draco le comentó que le daría su regalo más tarde, cuando estuviesen celebrando el cumpleaños en los terrenos del castillo, y luego se sentaron junto a Theo para desayunar. Blaise felicitó también a Hera y para sorpresa de los tres, le entregó un regalo. Sólo era una diadema con flores, hecha de un material que simulaba la plata, pero viniendo de él era muchísimo más de lo que se habría esperado —que era nada, en realidad—. Hera se la había puesto al instante, agradecida, ya que no desencajaba con su atuendo.
Desde que dos semanas atrás, el rubio había anunciado su relación con la pelirroja, ella había comenzado a desayunar en la mesa de Slytherin, a veces también comía o cenaba allí, y debido a eso, se había ido relacionando con algunos miembros de esa casa, más allá de Theo, Draco y Amanda. Blaise había sido uno de ellos y después de mantener algunas conversaciones con él, Hera había podido decir por primera vez que le caía bien. Y si no lo había hecho antes era probablemente porque hasta entonces nunca se habían molestado en hablar y conocerse. Aunque no lo manifestase demasiado, al moreno le gustaba ver lo feliz que ella hacia a su amigo; nunca antes lo había visto tan radiante, tan natural, tan en paz, y era obvio que se debía a Hera, así que estaba agradecido con ella, pues parecía una buena influencia para él.
Más tarde, también la lechuza de su familia hizo acto de presencia con un paquete y un sobre. El regalo era un set de escritura que constaba de una pluma de ave azul con mango labrado, cinco plumines para intercambiar, el secador de escritura, el tintero de cristal con un apoya plumas y la tinta. Un regalo idóneo para la Ravenclaw. Mientras en la carta sus padres la felicitaban y le decían lo mucho que la querían y lo orgullosos que estaban, entre otras cosas.
«•❀•»
Como aquel día no había clases, Hera aprovechó para pasarlo con Theo, Draco y Luna hasta que su primo, los dos amigos de éste y las respectivas novias de dos de ellos terminasen de preparar todo para la «fiesta» en los terrenos. Como cada año, la pelirroja había insistido en que quería ayudar, pero, como siempre, había sido rechazada y sus dos mejores amigos y su novio estaban encargados de vigilarla para que la chica no fuese a hacerlo.
Por suerte, las horas pasaron rápido y cuando el grupo de cuatro fue hasta los terrenos ya estaba todo más que listo. Unas bonitas mantas se extendían sobre el suelo, junto con diferentes cestas de picnic donde todavía estaba guardada la comida, los vasos, platos y cubiertos se encontraban amontonados hasta su utilización, un par de varillas de incienso habían sido encendidas dejando que un dulce y relajante aroma invadiese el ambiente y los diversos regalos que sus amigos tenían preparados se encontraban repartidos por allí. Realmente, no era nada del otro mundo, era algo bastante sencillo, pero era algo que encantaba a la pelirroja y por eso lo hacían siempre por su cumpleaño.
Hera tomó asiento junto a Gray, Draco junto a ella, Theo junto a él y Luna, a pesar de la insistencia de Bianca porque se sentase al lado suya, decidió sentarse junto al moreno. Gray entonces cogió una caja llena de agujeros con un sobre encima que tenía al lado.
—Creo que deberías abrir este primero —indicó a su prima—. Es de parte de George. Le escribí hace unas semanas para comentarle algunas cosas y hace unos días él me envió esto para que te lo diese hoy.
La pelirroja se sorprendió al escucharlo, pero no fue la única, pues el rubio a su lado también estaba sorprendido ante la mención de uno de los gemelos Weasley. No tenía ni idea de que Hera tuviese relación con alguien de esa familia, más allá de que con Ron por ser compañeros de curso y amigo de Granger.
Abrió la caja con mucho cuidado y vio a una pequeña bola de pelos morada en una esquina. Sus ojos se iluminaron en seguida y un pequeño grito de entusiasmo se le escapó.
—¡Es uno de esos pequeños Puffskein modificados que venden en su tienda! —exclamó mientras cogía a la criatura con una mano.
—Sí, ellos los han llamado Micropuff, se han vuelto bastante populares y parece que no dan abasto con la producción —contó su primo.
—No puedo creer que George me haya regalado uno, es tan adorable —dijo tanto refiriéndose al micropuff como al chico.
—¡Oh, por Merlín! ¡Es realmente bonito! Yo también quiero uno —indicó Amanda.
—Deberías tomar nota, Allen, ya sabes cuál es el próximo regalo que debes hacerle a tu novia —comentó Liam, dándole un par de codazos.
Después de depositar a la pequeña criatura sobre su hombro, Hera abrió el sobre y sonrió. George no había escrito demasiado, solo la felicitaba y le decía que esperaba que disfrutase de aquel día tan importante, porque la mayoría de edad solo se cumplía una vez. La carta finalizaba con un «de nuevo, felicidades, mi águila favorita» y ella supo que mañana sin más demora tendría que contestarle y si podía, debía ir a Sortilegios Weasley en verano para visitarlo.
—No te pongas celoso, Draco —mencionó Gray, divertido, al ver la expresión del rubio después de haber leído la carta de reojo.
—El único que está celoso aquí eres tú, Gray —le contradijo su novia y él se dispuso a contestar, pero ella no se lo permitió.
Y mientras que Hera seguía abriendo regalos y se fascinaba con cada uno de ellos, los demás empezaron a charlar.
—Sinceramente, estaba muy sorprendida cuando me enteré de que estabais juntos —habló ahora Amanda.
—Yo jamás lo habría visto venir —añadió Allen.
—Yo sí lo vi venir —repuso Theo riendo, pues él era la única persona que había sabido desde el principio los sentimientos de sus dos amigos.
—Pero tú eres el mejor amigo de ambos, no cuentas, Theodore —replicó Bianca—. Y tú tampoco, Luna —añadió cuando vio que la rubia iba a hablar.
—Es que es extraño, pero me alegra que resultase así —continuó Amanda, mirando a la pareja que rápidamente se extrañó al escucharla—. Os veis bien juntos y parece que os complementáis perfectamente, creo que vais a ser una muy buena pareja.
Tanto Hera como Draco le sonrieron. A ambos les gustaba escuchar que había gente que pensaba que se veían bien juntos, que parecían una buena pareja, pues una gran mayoría decía que no pegaban ni con cola y que acabarían mal.
—¡Oh, por Rowena! ¡Mirad quien viene por ahí! —exclamó Allen entusiasmado.
—¡No puede ser! —dijo Liam.
—¿Ese no es Deo? —inquirió Bianca con una ceja alzada.
Hera buscó a su pequeña mascota con la mirada en cuanto escuchó que era mencionada y se la encontró caminando entre la larga y abundante hierba hacia ellos.
—Esto es increíble, siempre está perdido por el castillo, pero va y aparece justo para el cumpleaños de su dueña —comentó Gray, riendo.
Con cuidado de que el micropuff no se cayese de su hombro, se levantó y se apresuró para coger a su gato en brazos. Deo comenzó a maullar y lamerle los dedos en cuanto sucedió y ella sonrió enternecida, pues era como si su independiente mascota hubiese aparecido a allí en esos momentos para felicitarla por su cumpleaños.
—Creo que esta es la primera vez que lo veo desde que sé desde su existencia —murmuró Draco sorprendido cuando su novia regresó.
—No te preocupes, Draco, yo tarde en verlo más de un año después de que empezase a juntarme con esta gente —contó Amanda, asegurándole que no era el único que había tardado en ver al gato—. ¿Y sabes por qué fui capaz de verlo? Porque Hera lo estaba metiendo en la jaula para regresar a casa. —Todos empezaron a reír ante su anécdota.
Salvo Gray y Luna, todos tenían una anécdota similar sobre su primer encuentro con la mascota de la pelirroja. Ese pequeño gato escurridizo casi nunca se dejaba ver. Hera dejó que Draco lo cogiese, con la esperanza de que Deo se fuera habituando a la presencia del rubio y a su aroma para que supiese que era alguien de confianza, alguien de quien no debía temer y a quien podía acercarse siempre que quisiera.
Después de aquello y de que la tarta de cumpleaños que Bianca había preparado personalmente para Hera fuese servida, Luna se levantó para jugar con Deo y el pequeño micropuff aún sin nombre, pues no podía estarse quieta por más tiempo.
—Por cierto, Liam —dijo de repente Amanda. El mencionado la miró—, creo que deberías ir buscándote una novia o te vas a acabar convirtiendo en la carabina de este grupo.
—No creo que tenga que tener prisa, Luna y Theo también siguen solteros, así que creo que puedo tomármelo con calma por el momento.
—¡Oh, por Helga! —le interrumpió Bianca con extrema incredulidad—. ¿Cómo puedes no darte cuenta?
—Es ciego, Bianca, esa es la única respuesta —contestó la morena mientras que su novio se reía por lo bajo.
—Espera, ¿qué? ¿De qué habláis? —inquirió el castaño.
Gray negó con la cabeza mientras lo miraba y susurró un «por Rowena» con desgana, al darse cuenta de lo poco perceptivo que era su amigo en ocasiones.
—¡Está claro que a Theodore le gusta Luna! —exclamó Amanda.
—¡O-Oye! —replicó el mencionado alarmado mientras comprobaba que la rubia siguiese distraída jugando y no lo hubiese escuchado.
—¡No lo negó! —señaló Allen, divertido.
Fue entonces cuando todos vieron por primera vez, a excepción de Hera, enrojecer ampliamente al moreno y rompieron a reír, porque no podía ser más que evidente con sus sentimientos. Hasta Draco se estaba riendo mientras le daba palmaditas en la espalda, como burlándose un poco de él. Ese día estaba siendo más divertido de lo que el rubio esperaba. Estaba sorprendido de sentirse tan cómodo con los amigos de su novia, cuando nunca antes había tenido relación con ellos, más allá de con Amanda por ser su misma casa.
—No me había dado cuenta —murmuró Liam, confundido.
—Era muy evidente —le aseguró Gray.
—Pero mucho —corroboró Hera mirando a su amigo moreno.
—Hera... —susurró éste sin terminar lo que quería decir.
—Está bien, no te preocupes, no voy a reclamarte por no decirme, ya que yo tampoco te dije lo de Draco. —El rubio a su lado pareció asentir—. Pero espero que a partir de ahora te dediques a contarme todo, como hice yo cuando Draco anunció lo nuestro.
—Por supuesto, te lo contaré con peros y señales.
Los comentarios sacando a relucir los sentimientos de Theo continuaron —o lo hicieron hasta que Luna regresó—, al igual que las burlas hacia Liam porque iba a terminar convirtiéndose en un sujeta velas y las diversas anécdotas que contaban de unos y otros.
Entonces, Draco aprovechó que la atención ya no se estaba dirigiendo tanto a la cumpleañera para decirle que se retirasen un momento porque quería darle su regalo en privado. Hera se apresuró a correr hacia él y a sujetarlo de la manga de su camisa cuando él comenzó a andar varios pasos detrás de ella y aunque habían tratado de ser silenciosos, obviamente las miradas de todos se habían centrado en ellos al verlos partir.
Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, se detuvieron y el rubio le pidió que cerrase los ojos, ella protestó, pero finalmente lo acabó haciendo. Y tan solo un minuto más tarde, cuando él se aseguró de que realmente no veía nada, sacó un objeto de su bolsillo y segundos después, la pelirroja pudo notar como algo comenzaba a deslizarse por uno de sus dedos con suavidad.
—Ya puedes abrirlos.
Hera obedeció y llevó la mirada hacia su mano derecha. Un anillo de plata de ley de cinco milímetros de ancho y que parecía ser completamente liso, pero que tenía grabados en la parte inferior las iniciales de los nombres de ambos, descansaban en su dedo anular. Su corazón se aceleró y un ligero rubor creció en sus mejillas, mientras miraba aquel hermoso accesorio.
—¿Draco, esto es...?
—Aquí, mira. —La pelirroja elevó la mirada y observó la mano que él mostraba, una mano en la que había un anillo idéntico al suyo—. Son anillos de pareja. Quizás sea prematuro porque no llevamos ni un mes, pero me gustaron y decidí comprarlos. Aunque... —carraspeó y Hera pudo apreciar cierto color carmesí sobre las mejillas ajenas—, es un poco vergonzoso, nunca había llevado algo así, nunca había compartido accesorios con una chica.
Ella comenzó a reírse sin poder evitarlo y él la miró mal.
—Oye, no te reías de mí —replicó, frunciendo el ceño.
—Es solo que estoy feliz —aclaró ella, fijando la vista en sus grisáceos ojos—. Me alegra ser la primera con la que usas un anillo de pareja.
Draco se ahorró decir que ella era la primera en muchas cosas. Por ejemplo, era la primera que lo había enamorado y probablemente, también sería la última. Le dedicó una sonrisa y dio un paso hacia ella, acortando la distancia que los separaba. Pero no fue él, sino ella quien tomó la iniciativa para comenzar el beso que ambos estaban deseando.
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