━ capítulo cuatro: menta verde.

CAPÍTULO CUATRO

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«• MENTA VERDE •»


La clase de Pociones acababa de comenzar y cómo no, Hera estaba en la primera fila, atenta a cada palabra que salía de la boca del profesor. Pero de vez en cuando no podía resistirse a mirar los calderos llenos de pociones que se encontraban de espaldas a él. Tenía curiosidad por saber de qué clase de pociones se tratarían y si harían alguna de ellas ese día.

—¿Alguien quiere acercarse y tratar de averiguar cuáles son estas pociones? —preguntó el profesor Slughorn y en seguida la mano de Hera estaba levantada—. Adelante pues.

La pelirroja se acercó con cautela al primer caldero, examinando el color de la poción.

—Poción multijugos —dijo más para ella que para los demás. Después observó la siguiente poción, la reconoció al instante—. Veritaserum. —Ya había realizado antes aquel suero de la verdad por petición del profesor Snape, así que nunca lo confundiría—. La última es... Amortentia —concluyó tan solo al ver su color.

Si Gryffindor tenía a Hermione como la mayor sabelotodo, Ravenclaw tenía a Hera. Quizás era porque ambas eran ratas de biblioteca que habían congeniado tan bien.

—Efectivamente, señorita Simmons. Ni un error —la alabó, dando algunos aplausos—. El profesor Snape ya me había comentado lo buena alumna que sois.

Esas palabras hicieron sonreír ligeramente a la pelirroja. Aunque, en realidad, no disfrutaba con que la gente la alabase por lo que se le daba bien, pero le gustaba saber que el profesor Snape lo apreciaba. Incluso si a la mayoría de los alumnos, él no le caía bien, a ella sí. Era un profesor que se había comportado con ella excelentemente, quizás porque era muy buena en su asignatura y además, no montaba el jaleo que a él tanto irritaba.

—La Amortentia, es el filtro de amor más potente del mundo —comenzó a aclarar el profesor a los alumnos—. Para cada persona huele de una manera diferente —se giró hacia Hera que seguía enfrente de las pociones—. ¿A qué huele para usted, señorita Simmons?

Hera se volteó de nuevo hacia la poción e inspiró una sola vez profundamente.

—Libro antiguo, hierba fresca... —empezó a dictar según reconocía los olores. Inspiró de nuevo y el último olor que detectó la hizo estremecerse de pies a cabeza—. Menta verde.

Se retiró a su antigua posición tras eso, ocultando su rostro con el cabello para evitar que alguien pudiese notar el calor que se había subido a sus mejillas; estaba nerviosa de pronto. Sabía perfectamente a quien pertenecía aquel último olor. Lo había olido cada vez que el rubio de ojos grises pasaba ligeramente cerca de ella. Era su aroma. El aroma de Draco Malfoy. Un aroma que a ella hipnotizaba, por no decir, idiotizaba. Era débil ante él.

Podía sentir como su corazón revoleteaba en su interior y un hormigueo recorría su estómago. El haber detectado el aroma del rubio en la Amortentia era solo una confirmación más de los sentimientos que tenía hacia él, pese a que ya los tenía muy claros. Eso, por alguna razón, la hacía sentirse vulnerable. Seguramente porque él no le correspondía.

Trató de alejar esos pensamientos y concentrarse en la clase. El profesor Slughorn les había pedido que hiciesen una poción, así que en seguida se puso a ello.

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Después de eso, la mañana pasó con suma tranquilidad. Se había cruzado un par de veces con Draco, pero ni siquiera habían intercambiado miradas. Y lo prefería así. Tras haber confirmado, gracias a la Amortentia sus sentimientos, se sentía más nerviosa de lo habitual cuando él estaba cerca. Temía que si llegaban a entrar en contacto visual, teniendo en cuenta lo mucho que le gustaban sus ojos, él viera a través de ella y se diera cuenta de lo que sentía. ¿Qué pasaba si él se reía al saber sus sentimientos? ¿Si para él eran una idiotez? Esa idea la asustaba como nada. No quería que él menospreciase sus sentimientos, su corazón.

Serían las cinco de la tarde cuando se dirigía a una de sus clases extracurriculares. Iba sin mirar al frente lo que provocó que se chocase con alguien por la espalda. Un suave olor a menta llegó a su nariz, pero lo ignoró al ver como una manzana verde había rodado lejos de allí. Imaginó que debía ser de la persona con la que se había chocado, así que corrió a cogerla antes de que se alejase aún más. Cuando volvía de vuelta, la limpió en su falda. Por suerte, no había comenzado a ser comida, porque si no el limpiarla no serviría de nada.

Se la tendió de regreso a la persona en cuestión y fue entonces cuando se dio cuenta de quien se trataba. En seguida, su corazón comenzó a acelerarse al reconocer al rubio dueño de su corazón. Eso explicaba porque había olido a menta.

El joven la había reconocido antes de que ella lo hiciese y se había quedado prácticamente mudo. Tomó la manzana, rozando con sus dedos la palma de ella. Fue un mero contacto, pero los pelos de Hera se pusieron de punta y una leve calidez los embriagó a ambos. Sus ojos se encontraron después, otra vez gris contra marrón.

—Lo siento... —se disculpó ella, avergonzada.

Draco quiso decir algo, pero ella ya había girado sobre sus propios talones y había comenzado a alejarse. 

Sin poder evitarlo, su cuerpo se movió por si solo y estiró un brazo hasta alcanzar la pequeña y delicada muñeca de la pelirroja. Tiró suavemente, haciendo que ella se girase y otra vez sus ojos chocaron. La calidez de antes no pudo compararse a la que ahora sentían. El corazón de Hera se había disparado y su respiración se había vuelto entrecortada mientras trataba de encontrar una razón en los ojos ajenos para que la hubiese detenido. Pero no había una razón, Draco no sabía porque lo había hecho y lo único que podía hacer ahora era tragar saliva ante la extraña sensación que le estaba recorriendo.

Apretó ligeramente el agarre sobre su muñeca, casi buscando sentirla mejor. Esa maldita sensación se extendía rápidamente por su cuerpo, dejándolo descolocado.

—¿Malfoy? —Draco no supo el porqué le dolió que ella lo llamase por su apellido.

—Nada —siseó, seco.

Soltó su agarre e inmediatamente la sensación desapareció, dejándole vacío. Extrañado por su propio comportamiento, se giró y comenzó a alejarse a un paso acelerado. Tenía que alejarse. Tenía que mantener las distancias con ella. Era peligrosa. Le hacía actuar y pensar de forma extraña y eso no le gustaba. Hacía que las cosas se escaparan de su control y eso le atemorizaba. No le gustaba sentirse de aquella manera, pues nunca antes lo había hecho.

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Se había dedicado a recorrer los pasillos del castillo, esperando que su ronda como Prefecto terminase de una maldita vez. De alguna forma, había conseguido alejar a la pelirroja de su mente hacia un par de horas, pero eso no lo había hecho sentirse mejor o más seguro.

Por fin, el Prefecto de Hufflepuff que debía relevarlo apareció. Tras intercambiar unas cuantas palabras, Draco se alejó de allí. Pero su marcha fue interrumpida cuando una hermosa y delicada melodía llegó a sus oídos. Se paró en seco, deleitándose con ella. Nunca había escuchado una melodía tan hermosa. 

Dejándose guiar por ella, llegó hasta la puerta que correspondía a una de las aulas de Música. Con sumo cuidado, tratando de hacer el menor ruido posible, abrió la puerta y entró en el interior.

Lo primero que sus ojos visualizaron fue un gran piano de cola hecho de madera de caoba. Una bella obra de arte. Pero para obra de arte estaba la pianista que tocaba aquella melodía. La pelirroja a la que trataba de alejar de su mente se encontraba allí, pulsando con delicadeza, pero agilidad cada tecla del piano. Incluso si había averiguado el día de llegada a Hogwarts que ella tocaba el piano, jamás había imaginado que lo haría con tanta maestría.

No supo exactamente cuando la melodía se detuvo, pues se había quedado absorto, pero cuando se dio cuenta, se encontró a aquel par de brillantes ojos marrones sobre él. La confusión se reflejaba en su rostro, una confusión similar a cuando él la había sujetado de la muñeca horas antes.

—¿Malfoy? —preguntó con su voz aterciopelada. Otra vez, el rubio sintió un dolor agudo cruzando su pecho—. ¿Qué haces aquí?

Draco no contestó. Mierda, ¿por qué tenía que haber sido ella la pianista? Tenía que alejarse de ella, no sentirse atraído como un imán. Pero claro, los imanes se atraían y se repelían; ella era como un imán ante sus ojos. Lo atraía como nadie, encatusándolo con su profundo mirar y su rojiza melena, pero lo repelía como a un gato asustado que temía ser encerrado en una jaula, sin posibilidad de salir.

—¿Has venido a tocar el piano? —continuó ella.

—No realmente —habló al fin—. Sólo escuché la melodía en el camino y vine a comprobar quien tocaba.

—¿Te ha gustado? —preguntó, dubitativa. Él fue incapaz de negarlo, su cabeza asintió por sí sola y sus ojos pudieron apreciar como ella sonreía—. Me alegra.

Alegrarle era quedarse corto. Estaba loca de euforia. Notaba a su yo interior dar saltitos de felicidad. Pero luchaba porque no se le notase demasiado. No quería que él notase el gran efecto que causaba en ella sus palabras o acciones.

—Si quieres, puedes quedarte a escuchar.

Sus ojos marrones lo miraban de una forma tan cautivadora, reflejando en ellos la esperanza de que se quedase, que Draco nuevamente fue incapaz de negarse. Además, él también quería seguir escuchándola, quería escuchar las hermosas armonías que ella reproducía.

Comenzó a caminar por la sala hasta quedar enfrente del piano y con la espalda recargada en una pared. Desde esa posición, podría observar cada movimiento que ella hiciese.

La nueva melodía no tardó en llegar a sus oídos. Era aún más hermosa que la anterior. Nada más empezar ya sentía que lo estaba embriagando, que se estaba colando en cada fibra de su ser y a la vez se estaba anclando en su mente. Quería cerrar los ojos y dejarse llevar por ella. Sin embargo, sus ojos grises permanecieron clavados en la pelirroja.

¡Por Salazar! ¿Cómo podía verse más bella de lo habitual tocando el piano? Cualquiera caería a sus pies al verla en ese instante. Su rostro mostraba una expresión tan tranquila y reconfortante que lo dejaba ensimismado. Pero, mientras, el brillo de sus ojos estaba cargado de emoción y pasión; eso mostraba lo mucho que ella debía amar aquel instrumento. Sus labios se entreabrían de vez en cuando, tomando aire, mientras que unas gotas de perlado sudor empezaban a surcar su rostro por el sentimiento que le estaba poniendo a aquella melodía. Por cada nota que aquellos dedos producían, el corazón del rubio palpitaba con más fuerza y una agradable sensación se grababa en su interior.

Si Draco supiese que ella estaba tocando aquella melodía para él... La había escogido de entre las múltiples piezas de música que conocía especialmente para él. Esperando poder transmitirle una calidez y tranquilidad que lo invadiesen y relajasen ese serio semblante que siempre portaba. Quería que él se sintiese a gusto, confortable, seguro; como si nada ni nadie pudiesen lastimarlo.

Los ojos del rubio se cerraron finalmente, cediendo ante la ensoñación que aquella armonía le producía. De esa manera, pudo disfrutar más de cada pequeña nota tocada. Era un puro deleite para sus sentidos. Era una pieza exquisita tocada por una pianista maravillosa. 

Mientras se dejaba embriagar más y más por la melodía, se olvidó de todo. De cada una de sus preocupaciones. Del Señor Tenebroso y su misión. De la confusión que la pelirroja causaba en él. Simplemente lo olvidó todo. En ese momento, los problemas habían desaparecido. En ese momento, sólo existían Hera y él junto aquella melodía.

La melodía cesó, pero Draco no abrió los ojos en un principio. Para cuando lo hizo, se encontró a la pelirroja a tan solo un metro de distancia, observándolo fijamente. Por instinto, estiró una mano y apartó un mechón pelirrojo que se había colocado en su cara, entorpeciendo la visión de sus preciosos ojos. Sin embargo, no se dio cuenta de lo que había hecho hasta que vio como el rubor se pintaba en aquellas mejillas.

«Tan tierna», pensó.

—Eso ha sido... precioso —comentó, alabando su forma de tocar el piano.

—G-Gracias... —El rubor junto con los nervios aumentaron.

El ojigrís tragó saliva, viendo como la chica llevaba las manos al borde de su falda para juguetear con ella. Igual que el día que viajaron juntos en el carruaje. ¡Por las barbas de Merlín! ¿Por qué tenía que comportarse de esa forma tan adorable y atrayente? ¡Alguien debería prohibírselo! Pero no sería él, porque cada moviendo de ella le encantaba.

La melodía aun resonaba en la cabeza del rubio y aun embriagado por ella, quería dejarse llevar y atraer a la pelirroja hacia sus brazos. Quería que se acurrucase en su pecho y embriagarse entonces con su delicioso aroma a jazmín. Quería eso. No sabiendo que ella quería lo mismo, quería que él la abrazase y que el aroma a menta derritiese sus sentidos.

Fue al tener esos pensamientos que Draco volvió a sus cabales. «Ella es peligrosa», se recordó, pero aun así no se apartó ni un centímetro de ella, ni tampoco dejó de mirarla.

—El profesor Flitwick vendrá en cualquier momento a cerrar el aula —le informó Hera, sacándolo de sus pensamientos.

—Deberíamos irnos entonces —indicó él y ella asintió.

La pelirroja se giró y comenzó a caminar, el rubio la siguió de cerca, observando los movimientos que su cabello hacía a cada paso. Era bonita la forma en que se elevaban y descendían aquellas ondulaciones. Prácticamente lo hipnotizaban.

Cuando ambos salieron, se quedaron allí, pasmados, sin saber que decir. Ella quería alargar aquel momento lo máximo posible. Él directamente no sabía qué hacer.

—El aula suele estar abierta casi todas las tardes —mencionó Hera, pero Draco no sabía que quería decir con aquello—, por si quieres venir —concluyó, titubeante.

¿Lo estaba invitando a ir otra vez allí? ¿A verla tocar? ¿A estar con ella a solas? ¿Y por qué se sentía tan emocionado con la idea?

—Quizás venga otro día. —¿Por qué no podía negarse a nada de lo que decía? Maldita sea.

Hera se sintió extremadamente feliz. Deseaba que él realmente fuese. No importaba si no intercambiaban muchas palabras, si solo podía pasar un rato así con él de nuevo. Sólo con estar a solas con él era suficiente para ella. Suficiente para sentirse llena y feliz.

—Sería genial si también te pudiese escuchar tocar el piano algún día —añadió.

Draco sentía que lo estaba encatusando con su voz melosa, porque cualquier petición que salía de sus labios, él quería cumplirla a toda costa. Y eso le daba miedo.

—Quien sabe, puede que lo haga. —Trató de no dar muchas esperanzas, pero no estaba seguro de haberlo conseguido. En su cabeza se seguía diciendo que debía mantener las distancias como había hecho todos aquellos años.

—¿De verdad? —El brillo de alegría que se reflejó en sus ojos, lo hizo asentir de inmediato.

Aquella alegría reflejada pasó a convertirse en una amplia sonrisa que brotó en sus labios. La sonrisa más perfecta que el rubio había visto. Mucho más perfecta que la que había visto que le dedicaba a Theo o Lunática. Sintió como su corazón dio un vuelco tan repentino que hasta le dolió. Sintió, además, como el calor recorría todo su cuerpo. Embriagado, encatusado. Esa sonrisa se grabó en él a fuego lento. Además, de alguna manera, era muy nostálgica.

Una sonrisa también se formó en sus labios casi por inercia, correspondiendo a la suya.

—Estaré esperando con ansias —susurró ella, mirándose los pies que movía nerviosamente—. Luna debe estar buscándome, así que... nos vemos.

No quería irse realmente, pero tampoco podían quedarse eternamente como dos idiotas delante de la puerta del aula. Además, el profesor Flitwick llegaría en cualquier momento y no era plan que los pillase de aquella manera; aunque tampoco hacían nada malo.

Draco sólo consiguió asentir. Entre la melodía y su sonrisa lo había dejado idiotizado. La vio alejarse y por un segundo, sintió ganas de sujetarla como había hecho horas antes, pero consiguió detener sus impulsos y sólo la vio irse. Cuando desapareció de su vista, se puso de cuclillas en el suelo, mientras se llevaba una mano a la cabeza, revolviendo sus cabellos rubios. Su corazón no había dejado de latir como loco y una calidez inmensa se había instalado en él. Nunca se había sentido así, ella de verdad lo estaba haciendo actuar extraño.

«¿Qué me está pasando?», se preguntó a sí mismo, pero no halló respuesta.


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La canción en el multimedia es la canción que le toca Hera a Draco, también se encuentra en el soundtrack.

Además, os dejo por aquí el manip que ackersam hizo sobre la escena del piano. ¿A qué es realmente hermoso? A mí me tiene enamorada.

Marie Weasley.

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