Roja Primavera

"Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias...

...El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper."

Aquellas palabras llegan a mi mente sin proponérmelo, como si mi cerebro estuviese empeñado en recordarme mi triste realidad, la agónica soledad que vislumbro cada mañana al despertar. Jugando con mis sentimientos y abriendo la vieja herida que aún no termina de sanar.

Bufo.

¿Cuál es el fin? ¿Qué gano con recordarme aquella tonta leyenda? ¿Acaso me gusta hacerme daño?

Ni siquiera puedo entender cómo es que he podido guardar en mi memoria algo que mi abuela me contó hace tanto y que yo, como el niño cursi que era en ese entonces, creí con los ojos cerrados y el corazón abierto. Crecí con la mentalidad de que algún día conocería a aquella persona especial que estaba destinada para mí, que el otro extremo de mi hilo rojo estaría cerca y seríamos felices, pero me cansé de creer. Luego de una relación tan desastrosa, no pude más que sumirme en la triste verdad de que tonterías como esas simplemente no existen. Como dije, no son más que tontas leyendas. Leyendas en las que las personas se afanan por no perder lo poco de esperanza que les queda.
Pero lamentablemente, yo la perdí por completo.

Tomo aire profundamente, alejando aquellos pensamientos.

Vuelvo mi atención a la hoja de papel que tengo sobre el escritorio y frunzo el ceño. No tengo más que una linea escrita de lo que se supone que debe ser un poema. Es muy irónico el escribir poesía cuando no crees en el amor, pero mi trabajo me lo demanda y debo cumplir. No puedo simplemente darme el placer de tirar a la basura mi carrera de escritor por un mal tiempo. Aunque ese tiempo signifique tres años de relación perdidos para siempre.

Y ahí estaba de nuevo, haciéndome daño con los recuerdos.

Intento hallar palabras que me permitan continuar, pero tras varios minutos de pensar, no consigo nada más. Tomo la hoja y hago con ella una pelotita, tirándola al cesto de basura y poniéndome de pie, frustrado y cansado. Quizá salir y dar una caminata me ayudaría a despejarme.

Así lo hago.

Al salir, el cálido viento de la primavera acaricia mi rostro como un regalo, haciéndome sentir un poco más a gusto con el mundo y pensando en que después de todo lo malo, siempre hay algo por lo que vale la pena vivir y seguir.

Empiezo a caminar a través de las amplias calles de la urbe que poco a poco se están tornando obscuras debido a que el sol casi está por ponerse en el firmamento y sigo mi camino hasta llegar al amplio parque. Me detengo frente al pequeño lago artificial y observo los peces nadar, poniendo atención a la forma armoniosa y relajada con la que se mueven por el agua cristalina. En un momento, todos los peces salen huyendo debido a una pequeña roca que parece que alguien ha lanzado, haciéndoles perder su tranquilidad e irrumpiendo su poca libertad de nadar por el pequeño espacio.

Frente a mí, al otro lado del lago, veo a tres personas. Dos de ellas se abrazan y se toman de la mano como muestra de su afecto, mientras que la tercera parece observarlos con incomodidad, tal vez también con un poco de tristeza, mientras tira pequeñas piedras al agua para matar el tiempo.

Parece que entiendo la situación de inmediato y por un instante me alegro de no estar en su lugar. Simplemente espero que pueda encontrar a alguien que sí lo merezca.

Decido dejarlos en su espacio y me siento sobre el césped a seguir observando los peces e intentando hallar un poco de inspiración.

La noche cae, haciendo que el parque no quede más que alumbrado por las inmensas farolas y yo sigo sin obtener una señal divina que me dé un motivo para escribir.

— ¿Qué es esto? —escucho la voz sorprendida de uno de los chicos y llevo mi mirada hacia ellos.

Parecen estar sorprendidos de lo que ven. Unas extrañas tiras rojas parecen colgar de sus manos, para ser exactos, de uno de sus dedos, el meñique. Se miran entre sí sin entender y noto que hay un gran nudo entre las tiras de los tres, sin embargo, una de ellas parece que conduce hacía otro lado.

No puedo entender nada de lo que sucede y solo me limito a observar.

Intentan arrancarse del dedo aquella especie de cuerda roja, pero les es inútil, parece ser que no está amarrada a ellos, sino que sale desde su interior, como si aquello fuese parte de ellos.

Eso no tiene lógica, pienso.

Al notar lo imposible que resulta romperlo, deciden empezar a desenredarlo. Veo como dan vueltas y vueltas, hasta que después de lo que parece una eternidad, finalmente lo logran.

La pareja de novios quedan libres por completo, pero la tercera persona aún está unida a uno de ellos. Es el chico que lanzaba las piedras mientras los tórtolos se daban amor. Está conectado directamente al dedo de la chica.

Se miran entre sí, anonadados y aparentemente asustados.

Sostengo la respiración.

No, no puede ser cierto.

El hilo rojo del destino, viene a mi mente como un golpe que me hace marear momentáneamente y niego. Tiene que haber una explicación lógica para esto.

Me pongo de pie y finalmente los tres reparan en mi presencia. Quizá se están preguntando si solo ellos pueden ver la rara situación en la que se encuentran.

— Él también lo tiene —dice confundida la chica mientras me señala. Instintivamente llevo mi mirada a mis manos y finalmente lo veo.

También llevo pegado a mi meñique aquel hilo rojo. Vuelvo mi mirada a ellos y se encogen de hombros, dándome a entender que no saben que carajo sucede.

Aún sumergidos en el letargo de confusión, la pareja de novios deciden marcharse, dejando al tercer chico solo. Tanto él como yo observamos como su hilo rojo se empieza a estirar a medida que la chica empieza a alejarse junto a su novio. Él camina en dirección contraria y aquel hilo no hace más que seguir estirándose tanto como la distancia entre ellos lo permite.

Vuelvo la atención a mi mano y empiezo a ver cómo el hilo hace un largo camino que parece no tener fin. Pienso en la posibilidad de seguir su curso, con la intención de aplacar mi curiosidad, pero lo descarto de inmediato.

Ni siquiera sé si esto es real o producto de un sueño. Aunque siendo razonable, lo segundo tiene mucho más sentido. Y en la escasa posibilidad de que realmente estuviese ocurriendo, me da mucho más miedo descubrir lo que hay del otro lado.

¿Y si estaba destinado a vivir lo que aquel chico? ¿A tener a la chica que es su destino tan cerca, pero no poder tenerla a su lado para amarla? O peor, ¿qué podría hacer si descubro que al final del hilo no hay nada? ¿que nací para vivir solo? ¿o que aquella persona destinada para mí ya no está más en este mundo?

Mi piel se eriza ante aquel devastador presentimiento. Definitivamente prefiero quedarme con la duda.

Empiezo mi camino de regreso a mi departamento y veo asombrado lo que sucede en las calles. Todos los vehículos se han detenido y las personas transitan sin saber qué hacer. El panorama está plagado de hilos rojos, casi cubriéndolo todo.

Un señor alza su cabeza en dirección al cielo, mirando su hilo rojo perderse entre la obscuridad de la noche y moviéndose a la par de un avión cruzando sobre nuestras cabezas.

¿Será posible que en aquel avión esté viajando quién se supone que es su destino?

Decido dejar que sea él quien lo descubra.

Sigo mi camino, pisando hilos rojos esparcidos sobre la calle, metiendo mis manos en los bolsillos del pantalón y jugueteando desde dentro con el hilo que sale de mi dedo, mientras puedo sentir claramente cómo lo voy arrastrando conmigo, hacia la soledad de mi departamento.

Entro y decido darme un baño.

— ¿Cómo puedo quitarme la camisa con esto? —inquiero, teniendo la certeza de que sería misión imposible.

Aun así intento romper el hilo muchas veces y no lo logro. Tomo unas tijeras, pero sigue totalmente intacto. Suspiro derrotado. No me queda más que dañar mi camisa favorita.

Miro mi dedo con intriga, mientras dejo que el agua fría recorra mi cuerpo. Aun me seguía pareciendo algo imposible que esto esté sucediendo.

El teléfono fijo empieza a sonar y salgo lo más rápido que puedo, envolviendo torpemente una toalla a mi cuerpo. Descuelgo.

— ¿Hola?

— ¿Christopher? —escucho la voz de mi abuelita y una sonrisa se me escapa. — ¡Dime que también lo puedes ver!

— ¿Se refiere al hilo rojo? —pregunto observándolo.

—Oh por todos los cielos, tu abuelo y yo no estamos locos —chilla emocionada. — ¡Te dije que esto era real, mijo!

—No le encuentro una explicación lógica, pero parece ser que sí —afirmo. — ¿Puedo preguntar algo?

— Claro, mijo.

— ¿El tuyo está conectado a mi abuelo? —pregunto temeroso, pues seria espantoso enterarse de que la persona con la que has compartido toda tu vida, en realidad no es tu verdadero amor.

—Sí, mijo. Él está precisamente a mi lado —habla, con evidente felicidad en su tono de voz. — Deberías aprovechar este momento para encontrar a tu otra mirad, Christopher.

Miro una vez más mi dedo y suspiro.

— Sí, quizá lo haga, lita —miento.

—Eso me pone feliz. Y ahora te dejo para que no pierdas el tiempo, no sabemos cuanto tiempo dure la magia.

"Magia"

Tal cosa no existe.

Me despido y cuelga.

Regreso al baño para terminar mi ducha y cuando estoy listo, busco en mi armario algo para vestirme y sentarme a intentar escribir por lo que me queda de noche. Noto que vestirme en la parte superior nuevamente es un problema y ruedo los ojos. Esto me estaba empezando a molestar. No me queda de otra que no ponerme camisa.

Me siento en mi escritorio y no me sirve de nada. Los minutos siguen pasando y yo no he escrito nada más que cosas absurdas que tienen relación con el molesto hilo rojo. Decido acostarme a dormir, pero no hago más que dar vueltas en mi cama mientras las horas pasan.

Son casi las 4 de la mañana cuando decido ponerle fin a este tormento. Cansado empiezo a vestirme con ropa para salir, teniendo que recoger y doblar el hilo para poder ponerme una camisa y una chaqueta por encima. Salgo de casa y empiezo a seguir su curso, viendo como se va recogiendo a medida que doy un paso tras otro.

Me detengo de golpe tras haber caminado cinco cuadras.

— ¿En qué estoy pensando? —digo para mi mismo.

¿Y si el hilo termina su camino hasta el otro lado del mundo? ¿Qué carajo haré?

Doy la vuelta con la intención de regresar a mi departamento, pero mi determinación empieza a prohibírmelo. Soy de esas personas que cuando se encapricha con algo no para hasta conseguirlo. Sigo mi camino, atravesando calles y saltando cercas, mientras el tiempo pasa.

Veo la hora y ya casi amanece, cuando finalmente encuentro que el otro lado de mi hilo está cruzando una puerta de madera que es el ingreso de una gran casa. Me quedó estático pensando en mis opciones.

¿Debería tocar y preguntar por mi destino?

No, seria raro, y mucho más pensando en que ella no ha hecho el mínimo esfuerzo por averiguar hasta donde llega su hilo rojo.

Escucho dentro a personas hablando y miro con mucho cuidado por una de las ventanas. Veo a dos niños pequeños con uniforme desayunando en la mesa, mientras la que parece ser su mamá les prepara la lonchera y habla con ellos.

¿Será ella?

No parece muy joven, pero tampoco le pondría más de 40. Aún así, seguiría siendo un poco raro salir con una mujer mucho mayor a mí. Sé que no soy un bebé, pero tengo apenas 22 años.

Un señor aparece y le da un beso en los labios para saludarla, así que es más que obvio que tiene esposo y no es madre soltera.

Espero un poco más y nadie más aparece, por lo que está claro que mi destino es aquella mujer.

Decido alejarme.

Aunque mi destino estuviese allí, no podía entrometerme en un matrimonio, mucho menos si este tiene hijos. Parecían felices y no soy nadie para dañar aquello.

Empiezo a caminar despacio hacia la calle, viendo como poco a poco empieza a salir el sol y escucho cómo la puerta de la casa se abre. Me volteo de inmediato y una niña de entre 12 a 14 años, con uniforme, se para frente a mis ojos, estudiandome con la mirada.

Desvía sus ojos a mi dedo de donde sale el hilo rojo y va recorriéndolo hasta ver como sube por su cuerpo y culmina en su dedo.

¡Debe ser una broma!

¡Es una niña!

El sol sale por completo y así como al ocultarse la noche anterior aparecieron los hilos, así mismo se desvanecen frente a nosotros como si nada hubiese ocurrido.

La magia había terminado.

Me observa con confusión y no puedo hacer más que empezar a correr lo más rápido que puedo para alejarme.

(...)

Escucho las noticias donde hablan sobre el extraño evento ocurrido aquel 20 de marzo de hace cinco años mientras termino de desayunar.

Muestran las fotografías y vídeos que pese a los años siguen siendo tendencia, así como las historias de amor que se hicieron realidad a partir de aquel día, bautizado como la "roja primavera" a causa del montón de hilos rojos que casi cubrían la ciudad. Veo mi dedo meñique y recuerdo lo ocurrido. Ahora me daba mucha gracia pensar en ello, pero antes, no dejaba de preguntarme si el estúpido Cupido creía que soy un pedófilo como para unirme con una niña.

Niego divertido.

Estaba claro que moriría solo o al lado de la persona equivocada.

Apago el tv y me pongo mi chaqueta, así como agarro mi maletín y salgo de casa. Llego a mi nuevo trabajo a tiempo y todos me saludan de manera muy cordial.

— ¿Listo para empezar? —pregunta la rectora del colegio y asiento, entusiasmado.

Me conduce por los pasillos y finalmente llegamos al aula. Ella ingresa primero y les habla.

—Bien, ahora den le una calurosa bienvenida a su nuevo profesor de literatura, el señor Christopher Vélez.

Entro con los nervios a flor de piel y miro a cada uno de quienes serán mis hormonales y casi imposibles de tratar alumnos de último curso de bachillerato.

Entre todos, una mirada llama mi atención y dejo de respirar cuando la veo, porque creo que no podría olvidar aquellos ojos. Me sonríe tímidamente y casi puedo sentir cómo me pongo rojo.

Es ella.

Es el final de mi hilo rojo.

Mi destino.

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