CAPITULO 3
SINIESTRA
Es raro.
Muy raro.
Demasiado extraño todo, pienso, mientras yo de un lado del arbolito y el alemán del otro, no dejamos de juntar manzanas.
Como tal y juntando las frutas, en sociedad y en conjunto recolectamos.
Muerdo una, mientras lo observo con disimulo entre unas ramas y despejando sus hojitas para mayor visión.
No comprendo, ya que aparenta ser un buen muchacho, el por qué, ese cierto rechazo desde que lo vi por primera vez.
Desde que llegó y con eso, entró a nuestro colegio, nunca hablamos o interactuamos en un mismo grupo.
Nada.
Solo y contadas creo, un par de veces chocamos miradas en el predio escolar y lo más cercano a ello, cuando se postuló como competencia mía para la presidencia estudiantil y límite, fue el director entre nosotros por más estrechadas de manos.
Sus fuertes brazos van y vienen, recogiendo manzanas con presteza mientras.
Parece.
Suavemente su mole de cuerpo se contonea, en lo que supongo por la música que escucha a través de sus auriculares conectados al móvil.
Y sin saber el motivo aparente.
Dios...
Eso me enoja más.
¿Por qué?
No tengo la jodida respuesta.
Me encojo de hombros, comiendo otro poquito de la manzana.
Algún día la iluminación de la respuesta vendrá, me respondo a mí misma, en el instante que noto que el alemán también me mira.
Carajo, por mis pensamientos no lo advertí.
Y me sonríe.
¿Feliz?
Calor en mis mejillas.
¿Pero qué, demonios?
Y para variar, volteo mi rostro esquivando su mirada.
- Mierda... - Muy bajito susurro, reprochándome y nuevamente, retomando juntar manzanas.
Media hora después y con mi bolsa repleta de geniales manzanas y antes de retomar la vuelta a casa, me tomo otros minutitos para descansar bajo la sombra, hacerme aire con mi mano por el calor y destapar la botella de agua que me traje y beber otro gran sorbo.
En simultáneo.
Porque no nos hablamos o más bien yo, no le dirigí la palabra desde esta sociedad.
El alemán hace lo mismo.
Descansar con su bolsa en mano, pero en otro árbol.
Y para mi desgracia, carcomiendo mi conciencia, advertir mientras hace a un lado sus auriculares y poder limpiar, su dorado sudor que recorre esa porción de su cuello hasta la base de su camiseta.
¿Dije, dorado sudor?
¿Y eso?
Sacudo mi cabeza.
¿Por dónde iba?
Ah sí.
La desagradable transpiración por tanto calor, resoplo.
Sí, lo hago.
Mientras yo en la sombra de mi arbolito y él en el suyo de distancia, pero uno al lado del otro, yo sin hablar y sin saber el motivo con mi ceño fruncido, le extiendo mi botella con la mitad de su agua fresca.
Y mi acción samaritana lo hacer mirarme de lleno.
No hablo.
El alemán, tampoco.
Pero es suficiente para que comprenda mi ofrecimiento.
Sin mirarlo.
Con un par de sacudidas de la botella en mi mano con poca paciencia, que le convido.
No lo veo aún, pero siento que me sonríe por eso, tomando la botella, seguido a beberlo con ganas.
Y dibujo con un palito la tierra mientras lo hace en nuestro perpetuo silencio y sorprendida que de incómodo, pasó a uno agradable.
O manejable.
Ni idea.
- ¿Qué dibujas? - Me asombra que hable y giro a él, curiosa.
Para luego a lo que dibujé en el piso terroso.
No lo había notado, pero escribí con la ramita la palabra sugar.
Y lo leo extrañada.
- Solo, salió... - Le respondo sincera con un lado de mi rostro descansando en mi puño y volviendo a la ramita y suelo, para seguir escribiendo.
- ¿Crema? - Lee la segunda palabra que libremente puse al lado de sugar y admito, también sin mucho sentido.
- Cream... - Corrijo y apunto con la ramita. - ...tengo dislexia.
Ríe.
- ¿Sabes inglés?
Niego.
Y volvemos a ese silencio.
- ¿Una receta? - Retoma la charla y ahora indicando con mi botella en sus manos, mi bolsa de manzanas.
Vuelvo a negar.
- Me gusta la repostería, pero, solo aprendí de mamá su tarta de manzanas... - Y comienzo a divagar con cierta emoción y el alemán que supuestamente me cae mal, lo sepa.- ...soy muy buena y perfecta en todo... - Ríe y lo miro feo, pero prosigo. - ...pero y sobre tantas cosas que me gustaría estudiar, yo amaría aprender a cocinar dulces...
- Comprendo... - Me dice con su acento y lo miro más curiosa.
Lo reconozco, captó mi atención.
- ¿Lo haces? - Digo y afirma.
- Me gusta cocinar dulces.
Y me giro completamente al alemán, cual notando mi entusiasmo continúa.
- Soy tercera generación de gastronomía. - Me explica. - Mi familia se le da bien las confección vienés como la cerveza artesanal.
Y quiero hacerle docenas de preguntas más.
Cientos.
Pero, recordando que y sin saber el motivo, no me cae muy bien, lo retengo.
Mención aparte, es mi enemigo de elecciones.
Y lo disimulo, tomando mi bolsa y poniéndome de pie para marcharme.
Cosa, que él también lo hace y retomando la subida, otra vez en ese silencio entre los dos.
Pero ahora, sintiéndolo incómodo para mí.
Yo adelante y el alemán tipo fila india, tras mío.
En la colina, ya con mi bicicleta en manos y con la primeras pedaleadas, él, solo camina por el sendero en dirección a la ciudad.
¿No trajo una?
¿Vino y lo va a hacer a pie los kilómetros?
No me importa.
No soy Calcuta.
Y lo paso con bastante velocidad.
Pero...
Gruño a bastantes metros de distancia delante de él y con ganas de tirarme de los pelos, haciendo una forzosa detención.
Y miro el piso.
Diablos.
Para luego al alemán, que pausado y en esa tranquilidad absoluta que me desequilibra, camina y viendo que me detuve, otra vez y como hoy temprano sacando sus auriculares de sus orejas al llegar hasta mí, me mira perplejo.
Creo.
Rasco con mi dedo la pintura lila de mi bicicleta, prohibiéndome mirarlo.
- ¿Hay bastante hasta el pueblo... - Rayos. - ...quieres que te lleve? - Mira, mi asiento trasero libre, como la composición completa mía y con mi bici de Barbie Malibú, seguido a lo que es él, en tamaño.
Grande y vistoso, admitible.
- No soy pequeño. - Me advierte.
Y estúpidamente, esa oración me ruboriza.
Pero, no dejo que mi cerebro procese ella, en cambio, golpeo mis muslos con orgullo.
- No me subestimes, alemán... - Y me parece que también a él, sus mejillas le suben dos tonos por mi respuesta, ya que se ponen del color de nuestras manzanas.
Y nos miramos raro por eso.
Supongo, que tanto él como yo, nos parece extraño esta conversación.
Me encojo de hombros.
Se los respondo en unos años, somos todavía chicos, no lo olviden.
- Es bajadita... - Aliento, porque la cuesta arriba, de regreso se convierte en bajada.
Y aceptarlo es una sonrisa, pero esta vez más amplia, mientras pone su bolsa con la mía en mi canasta delantera, para después montarse en la parte de atrás.
Pero antes de que retome y rodeando sus enormes manos alrededor de mi cintura, me dice.
- Roger.
- ¿Roger? - Repito por sobre mi hombro como si no comprendiera.
Pone con cuidado y en el proceso haciendo a un lado mi pelo con suavidad, un auricular en mi oído y el otro en el suyo.
- Que me digas Roger, Karla... - Escuchar su pedido y que diga por primera vez mi nombre, de esa forma dulce, con acento nórdico y entre nosotros la linda música que me compartimos.
Mis patitas tiemblan y hasta dudan que pueda pedalear.
Como y además.
Santa.Mierda.
La respuesta de mi desconfianza...
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