PRÓLOGO
El suave sonido del reloj en la muñeca del contrario, lograba que Jaime Stevens se inquietara mucho más, sus manos sudaban y a pesar de no verse, ni tocarse, la presencia del padre Jones le aterraba. Era como si aquel hombre pudiera ver a través de su alma, tomando sus pensamientos y encerrando su mente; buscando de una forma u otra atemorizarlo con su existencia.
—Padre, necesito confesar mis pecados —habló en un susurro, sintiendo el típico nudo formándose en su garganta, trató de contar hasta 10, alejando todo pensamiento maligno de su mente, era tan fácil decirlo más no hacerlo.
—Estamos en confianza, Jaime —dijo aquel hombre con su grave voz, haciendo que el pequeño rubio sintiera como la cabeza le daba vueltas. Sin duda alguna, era atrayente.
—He visto, cosas terribles, padre—el recuerdo de aquella noche llegó en ese momento, cerró sus ojos con fuerza, buscando las palabras adecuadas para poder seguir hablando —. Fui testigo de un asesinato, estaban en el bosque prohibido, haciendo una clase de pacto o invocación —tragó saliva, más asustado que antes.
Hubo un silencio algo incómodo, se podía escuchar la respiración irregular del mayor.
—Por alguna razón el bosque mariposa es prohibido —habló el padre Jones —. ¿Qué hacía un joven como tú caminando por esos lares? Algo debió haberte llamado mucho la atención.
Efectivamente había dado justo en el clavo.
—El grupo, ellos estaban en una especie de secta, decían cosas sin sentido —suspiró, tratando de manejar el miedo que sentía por dentro.
—¿Ellos? ¿Quiénes? —preguntó Jones, sonriendo para sí mismo desde el otro lado del confesionario, lograba sentir la respiración pesada del contrario y eso le complacía.
Estaba a punto de decir su declaración de muerte.
—Edward Cleland y su mejor amigo William Jones. Ellos mataron a Liam Jung.
Aquel silencio que le hacía sentir náuseas, por alguna extraña razón le temía a lo que pudiera estar pasando por la mente del mayor.
—¿Yzier está enojado conmigo? —jugó con sus dedos mientras su mirada se clavaba en el suelo.
—Yzier está decepcionado, por otra parte, soy yo el que está enojado.
El menor no sabía lo que se venía, lo que estaba por pasar era inevitable, no lo podía detener, su cuerpo pedía a gritos huir de ese lugar, pero un extraño calor se coló entre su ropa, tocando su suave piel haciéndolo delirar más de lo normal.
—Padre Jones —fue callado por la fuerte voz.
—De rodillas, manos al frente —fue lo primero que logró escuchar el menor.
Hizo aquella acción sintiendo como la puerta se abrió, dando paso a ese hombre el cual le hacía sentir extraño, con sumisión e impotencia.
—Por cada impacto, un padre nuestro, ¿de acuerdo?
Su cuerpo tembló cuando el hombre comenzó a tapar sus ojos, logrando que no viera nada, se sentía expuesto frente al pecado, estaba de rodillas ante él.
—Padre Jones, tengo miedo de caer en la tentación.
Fue callado por el sonido de la hebilla.
—Nadie se salva de pecar, Jaime Stevens.
Fue lo último que necesitó para sonreír en grande y esperar que aquel castigo culminara.
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