CAPÍTULO 7
La noche caía dando un aire sombrío a todas las casas del vecindario, mostrando que se acercaba la hora del descanso, menos para Jaime.
La ansiedad y desesperación le estaba carcomiendo por dentro, haciéndolo dudar de lo que estaba a punto de hacer, no era decente que el pastor de la iglesia te citara en el medio del bosque y menos después de lo que habían hecho. Una parte de él se sentía tan sucio y lleno de temor, que no sabía qué hacer.
Se encontraba en su habitación y faltaba poco para que el cielo se volviera completamente oscuro, Jaime susurraba varias veces un padre nuestro, sintiendo el sudor bajar por su frente y sus manos temblaban.
Dejo de susurrar cuando escuchó el llamado de su madre al otro lado de la puerta de manera.
—¿Hijo? La cena ya está lista, baja antes de que se enfríe —pudo escuchar la dulce voz de su madre y sintió algo de culpa, pero decidió no hablar y asomarse a la ventana para luego tomar las sábanas que anteriormente había buscado y amarrado para dejarlas caer por todo lo alto.
Escuchó como los pasos de su madre se alejaban y suspiró con tranquilidad. Observó la capa de bosque que se formaba a lo lejos y sonrió.
Sí, estaba dispuesto a correr el riesgo de ser tomado por el pastor de la iglesia. Una vez más. A pasos lentos se subió al borde de la ventana dando una última vista a su habitación, asegurándose de dejar todo en completo orden. En esos momentos agradecía que su ventana quedara directa hacia el bosque.
Con sus manos temblorosas agarró la suave tela, la cual estaba sujetada por un gancho que se encontraba en el techo de la habitación. El miedo le estaba consumiendo cada vez que bajaba y llegaba más al piso.
Se sentía como si sus pies volaran, pero era más que todo la adrenalina del momento.
Al sentir como sus pies tocaban el frío suelo, suspiró como si su alma regresara a su cuerpo. Analizó la situación y corrió lo más que pudo hasta el centro del bosque, sin dudarlo y dejándose llevar por su corazón.
No sabía que era lo que sentía, no conocía ese sentimiento de necesidad y atracción que le daba cada vez que pensaba en el Señor Jones y en su penetrante mirada, en su voz ronca y grave. No sabía que nombre darle a lo que sentía, pero era como si cuerpo reaccionara por si solo al llamado de un lobo, a la luna o al mismo infierno.
Con el pasar de los minutos pudo distinguir el olor al monte siendo quemado, apresuró sus pasos y en menos de unos segundos ya tenía al pastor Jones frente a sus narices.
El hombre estaba vestido de negro, como todos los días, se paseaba al lado de la pequeña e improvisada fogata que se encontraba en el suelo, siendo el único testigo de la presencia de ambos.
Jaime tragó saliva con pesadez, se sentía tan indefenso y tenía ganas de ser cuidado y protegido.
—Veo que llegaste —habló Ian, sintiendo la presencia del menor sin ni siquiera voltear.
—Así es, señor —confirmó sus palabras, increíblemente su voz no tembló, pero si su corazón.
—Qué bueno, porque hay muchas cosas que quiero saber de ti, Jaime —al terminar de hablar hizo una seña con su mano para que el menor se acercara.
Este lo hizo sin chistar en ningún momento, observó como el mayor se sentaba en el suelo frente a la fogata, los ojos de Ian se tornaban resplandecientes, podía observar toda la llama a través de sus ojos y eso le hipnotizaba.
Ambos estaban sentados, frente a las llamas del inframundo, sin ser conscientes de lo que en realidad eran.
—¿Qué le gustaría saber de mí, señor? —se atrevió a preguntar, pudo escuchar el leve gruñido del hombre.
—Quiero saber quién eres en realidad, Jaime —susurró, sin apartar la vista del fuego —. Eres tan frágil por fuera, pero a diferencia de muchas otras personas, yo deseo conocer esa parte fuerte que está dentro de ti.
Sus palabras salían con tanta sinceridad que Jaime no sabía cómo tomarlo; él no se conocía lo suficiente o al menos eso pensaba, no sabía más allá.
—No hay mucho que saber de mi —susurró de igual manera, abrazándose a sus piernas flexionadas.
—Claro que lo hay, eres tan brillante y auténtico. Eres como un ángel, pero Jaime —detuvo sus palabras para observar el rostro del nombrado —… Yo odio a los ángeles.
—¿Por qué los odiaría? Usted, promueve la palabra de Yzier —sus preguntas salían inconscientemente.
—Así como yo no sé de ti, tu tampoco sabes de mi —suspiró con pesadez —. Y créeme que si en algún futuro llegas a saber de mí, vas a desear nunca haber nacido.
Sus palabras eran toscas y golpeaban con brutalidad su corazón.
—Usted se ve como alguien interesante, alguien increíble que se refugia en las sombras del misterio —Jaime se acercó con algo de temor al cuerpo ajeno, sintiendo la tensión que se creaba —. ¿Usted se ha enamorado?
Preguntó con curiosidad, Ian lo analizó por unos pocos segundos.
—El diablo no se enamora, Jaime —sonrió con sinceridad y algo de melancolía —. Y cuando lo hace, nada sale bien — el mayor miró los gruesos labios de su acompañante.
Jaime imitó su acción.
—¿Quién dijo que el diablo no se puede enamorar? —habló Jaime, siguiéndole el juego a su mayor —. A veces es mejor arriesgar todo.
Ian estaba luchando con sus pensamientos, con sus movimientos reales del porque se encontraba en ese lugar, pero no podía. No quería llevarse un alma tan pura como lo era la de Jaime, no quería desgarrar el alma valiosa de una medalla de oro.
Pero tampoco quería que las cosas se salieran de sus manos.
—¿Qué te hace pensar que si arriesgo no pierdo?
—De eso se trata, Jones —Jaime volvió la vista a sus ojos —. De arriesgar.
Y sin pensarlo dos veces, Jaime corto la distancia de ambos labios, rompiendo la tensión que estaba en el aire, abrió su corazón y dejando salir sus sentimientos. Ian sentía que estaba flotando en acantilado, sentía que, si dejaba de besar sus labios, iba a caer, a pesar de mostrarse fuerte y decidido, en su interior el miedo era inexplicable.
Pero su fascinación de sentir el cuerpo contrario sobre el suyo mientras ambos se movían con una perfecta sincronía, le hacía sentir tan necesitado que no podía parar, el miedo se esfumaba de a poco.
— Puedo sentir tu miedo —habló Jaime, dejándose llevar más de lo que le hubiera gustado —. Solo por esta noche, déjame ser tuyo.
Pudo escuchar el gruñido de Ian y ambos sonrieron. Dejando pasar el hecho de sentir como varios ojos les observaban.
Ni el diablo podía estar solo.
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