CAPÍTULO 6

Muchas veces hacemos oídos sordos a las leyendas, aquellas que nos cuentan desde que somos unos críos sin conocimiento. nos hacemos los ciegos y sin entendimiento sobre el tema, pero cuando nos encontramos con la verdad detrás de esas leyendas, es cuando lloramos como unos bebes recién nacidos.

Después de esa mirada llena de sangre y sufrimiento, sus sentidos volaron de su cuerpo como si fuera un ave saliendo de las alas de su madre. ver a ese hombre fuerte, lleno de poder debajo de sus manos, le hacía debilitar sus piernas. Estaban en la misa, la de todos los domingos, se podía respirar un aire lleno de malas vibras y podía sentir la terrible mirada de Ian sobre su persona, haciéndolo sentir tan pequeño y desamparado.

“Creo que todos se han dado cuenta del camino que deben de seguir”. Aquellas palabras se sintieron tan profundas que podía jurar que estaban apuntando directamente hacia su garganta.

“Yzier no les juzgará, al menos que él se dé cuenta de quienes son ustedes en realidad”. Jaime sentía como las demás personas caían ante sus palabras, era como si cada uno de ellos, estuviera siendo hipnotizado por sus palabras. El día estaba oscuro, al igual que la humilde iglesia, la cual estaba siendo rodeada por varios cuervos, dándole un aspecto terrorífico al lugar.

—Pueden ir en paz —fueron las palabras que necesitaron los presentes para comenzar a salir de la iglesia e instalarse en la parte de afuera para hablar sobre sus familias, la misa o simplemente de lo increíble que era el Pastor Ian Jones.

Jaime salió del lugar bajo la atenta mirada de Jones, quien seguía en el altar, esperando, observando y analizando. Ese hombre dejaba a todos hipnotizados y no era gracias a sus actitudes o su personalidad. Ian era frío, como si de un hielo se tratara, su presencia demostraba muerte y sufrimiento, demostraba pesadez y lujuria, todo lo contrario. Jaime sentía miedo en su interior al estar cerca y no sabía si era por los terribles actos que habían cometido en aquella iglesia o era un pensamiento muy interno.

—¿Estás perdido en tus pensamientos? —una voz se hizo presente, cerca de su oído, causándole un sin fin de sensaciones, haciéndolo sentir todo menos tranquilo.

—Jones, yo... —no hubo palabra alguna, de su boca no salía nada, era como si la mirada neutra de Ian hubiera callado por completo sus palabras.

—No tienes que hablar —volvió a susurrar, sin quitar la expresión —. Será mejor que salgas, antes de que tu familia se preocupe por ti.

No sabía si el mayor estaba siendo amable o solo quería que dejara de una vez su iglesia.

No se iría tan fácil, tenía muchas preguntas en su cabeza sobre la noche anterior y sobre todo lo que su cuerpo había sentido.

—Yo quería hablar con usted —Ian alzó una ceja ante aquello.

—¿Sobre qué? Espera —dijo, mirando hacia varios lados del lugar —, déjame adivinar, ¿Quieres repetir lo de anoche?

Esas palabras se habían sentido como un latigazo directo a su entrepierna, haciéndolo suspirar pesadamente cuando la cercanía del mayor se hizo cada vez más notoria para su débil y pequeño cuerpo.

"Esto no es lo que tenía planeado"

Esas fueron las palabras que resonaron en su cabeza, haciéndolo sentir tan pequeño ante el agarre de aquel hombre en sus manos.

Con un débil movimiento de cabeza, asintió.

— Te estas metiendo en la cueva del lobo, Jaime —susurró el mayor, elevando su cabeza para mostrar un aura dominante y poderosa, aura que solo los demonios antiguos podían tener.

La tensión era algo innegable, podían sentir como ambos corazones palpitaban tan rápido como las flechas a punto de atravesar el punto medio. Jaime no podía creer todos los secretos que podía estar ocultando aquel hombre, quien parecía ser alguien muy devoto a la religión, pero bien dicen que el mal se puede disfrazar de muchas maneras.

Se escabulle entre los mortales para poder tener a su próxima víctima.

Y tal vez Jaime no lo pensaba de esa manera, lo veía como un hombre intimidante, con quien podía soñar cada noche, con quien desearía cometer hasta los pecados que nunca se mencionan.

El pastor Jones, era el pecado de su pobre y débil ser y Jaime quería cometerlo.

Tal vez por eso inconscientemente asintió.

—Y no me arrepentiré, señor —bajó su cabeza y mirada, ante el cuerpo del hombre, mostrando su aceptación y sumisión ante su persona.

Y a pesar de no estar mirando, Jaime pudo deducir que el mayor tenía una sonrisa en su rostro, una de mil demonios, que profana su ser de una manera tan lenta y majestuosa que se sentía como un vil pecador.

—Te esperaré a la media noche en el medio del bosque, ni un minuto más, ni un minuto menos —sonrió con burla y se fue del lugar, dejando a Jaime muy alterado.

Su presencia era las llamas del infierno, quemaban su piel y le gustaba, le gustaba sentir como su aura quemaba su espíritu, como este lo hacía menos y, sobre todo, sentirse poseído por el hombre mayor, le daban ganas de querer morir en sus brazos. Y como había dicho el "pastor", Jaime había entrado en la boca del lobo.

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