CAPÍTULO 15

Lejos, muy lejos escuchó la voz de su madre, quien lo llamaba con preocupación, repetidas veces; lentamente abrió los ojos, y visualizó la figura borrosa de su madre y no muy a lo lejos de otra persona, quien no reconocía directamente.

—Jaime, mi vida, que bueno que despiertas —la voz de su madre temblaba y de notaba el profundo nerviosismo que tenía en su cuerpo.

Jaime observó silenciosamente al cuerpo de policía que estaba investigando la zona, escuchaba uno que otro murmullo de la gente preguntando qué había pasado y ni el mismo Jaime sabía que había ocurrido.

—¿Seguro estás bien? —preguntó su madre tomando su rostro entre sus manos, acariciándole con amor y tranquilidad; Jaime asintió, no muy convencido, tal vez más que nada confundido por la situación.

—Uno de los chicos despertó —escuchó a unos policías hablar no tan lejos de donde él estaba, llamó mucho su atención, pero se hizo el desentendido, al menos hasta que el oficial de la comisaría se acercó hasta su persona.

—Familia Stevens, ¿cierto? —pregunta y su madre asiente sin soltar a su hijo de sus brazos —. ¿Podría darme unos minutos con el joven para hacerle unas preguntas?

La mujer asiente sin rechistar y se dirige hacia la iglesia donde se encontraban las demás familias. El oficial se sentó a un lado en la parte de atrás de la ambulancia, donde Jaime había sido revisado antes de despertar. El hombre llevó un cigarrillo a su boca para después encenderlo, sin quitar la vista del rubio, quien sintió una pequeña parte de su cuerpo encogerse por la incómoda mirada.

—Así que Jaime, ¿te acuerdas de lo sucedido? —Jaime lo meditó por unos minutos.

—No realmente, solo me acuerdo de haber estado con mi amigo, ¿él está bien?

Extrañamente no había visto a la familia Cleland por ningún lado, mucho menos a su tierno y querido amigo Damian, lo cual le había parecido extraño, pero estaba tan sumergido en su mundo que no le tomó importancia.

—Bien, nosotros no sabemos qué fue lo que sucedió horas antes de todo esto. Tú estabas desmayado en el piso y tu amigo está desaparecido, solo encontramos sus zapatos y su abrigo de lana.

Fue en ese momento cuando el corazón de Jaime comenzó a latir del nerviosismo, su cerebro había estado en una clase de viaje astral, hasta que escuchó la palabra "amigo" y "desaparecido" 

—¿Quiere decir que no hay rastro de él? —su voz salió como un hilo, Damian era su mejor y único amigo en ese apestoso pueblo, era un lugar seguro, nada malo le puede pasar a él ¿cierto?

—No, solo está el testimonio del pastor Jones, quien lo vio correr a lo profundo del bosque —dio un suspiro para luego apagar su cigarrillo —. Mis oficiales lo están buscando, pero todavía no hay rastros.

El cuerpo de Jaime tembló por un momento, fue en ese mismo instante que la potente presencia del pastor Jones alteró sus sentidos.

—Buscamos por todos lados, no hay rastro —apareció Ian Jones, con un una simple camiseta y pantalón ancho, pareciendo más joven de lo que es, estaba agitado y levemente sudado. Se veía realmente preocupado —. Estamos por buscar en la parte este del bosque, solo encontramos esta pulsera.

Y esa había sido la gota que derramó el vaso, con rapidez Jaime se levantó, sus ojos se cristalizaron y tomó entre sus manos el brazalete que él y Damian compartían desde que eran unos críos. Un sentimiento de soledad se apoderó de su corazón y Jones pareció notarlo, la tristeza que transmitía su aura y los leves quejidos, le apretaron el corazón.

—Voy con ustedes —el oficial se mantuvo en silencio todo ese tiempo, observando con determinación el aura de ambos. Ian lo tomó levemente del brazo y lo acercó a su cuerpo —. Estás débil, Jaime —susurró.

—No me importa, voy contigo, sé que me cuidarás —ambos no sabían en que momento aquella confianza había crecido, en que plano de su historia, esa cercanía había ocurrido, pero ambos se sentían en confianza.

—Lo haré —susurró en su oído y no le importó, ni la mirada, ni el mal gesto del oficial, porque sabía perfectamente que ni eso, ni nada, le quitaría el sentimiento de tener a Jaime nuevamente en sus brazos, nada lo haría.

...

Ambos chicos estaban caminando a la par por todo el bosque, llamando a Damian, observando cada detalle, cada señal que les pudiera llevar a él, pero nada les ayudaba. Estaban solos, en ese pequeño bosque, mientras las demás personas buscaban por toda la ciudad. Habían pasado dos horas y ambos parecían haberse perdido, la desesperación de Jaime apareció, alterando a Ian. Un ataque de ansiedad era lo que menos necesitaban.

Jaime comenzó a hiperventilar, se comenzó a marear y su piel se estaba poniendo más pálida de lo normal, Ian lo arrolló en su cuerpo, buscando brindarle calor.

—Jaime, trata de respirar ¿sí? —habló en un tono bajo, para no perturbar al menor —. Cuenta conmigo, una petunia...

—Dos corazones...

—Tres espadas...

—Cuatro lunas...

—5 Vidas... —así fue como Jaime comenzó a contar y a seguir el paso de Ian, sus ojos se pasaron por los ajenos, detallando aquel brillo único que siempre le llamó la atención, su respiración se fue normalizando, hasta darse cuenta de la extraña forma de contar del mayor —¿Q-qué significan esos nú-números?

Ian soltó una pequeña risa.

—Existe una historia muy antigua, algo trágica, pero que es muy hermosa —sonrió con nostalgia y Jaime se dio cuenta de ello.

—T-Tal vez si la cuentas, me ayude a calmarme —habló como pudo, Ian lo observó por breves segundos y caminó hasta sentarse bajo las ramas de un frondoso árbol, palmeo sus piernas y Jaime algo sonrojado, se sentó en ella.

—Bien, hace muchos años, siglos, mejor dicho. Existieron dos ángeles, el mayor de los dos, se enamoró perdidamente del ángel de la belleza y para demostrar su amor, le regaló una petunia, prometiendo que su corazón le pertenecería hasta el fin de los tiempos. Después, ambos se prometieron en cuerpo y alma, uniendo así dos corazones; Sin embargo, su amor era tan prohibido que les fue imposible escapar de las garras del paraíso. El menor de la pareja, fue destrozado por tres espadas reales, con una cortaron sus alas, con otra su torso y con la última espada, su cabeza.

Jaime por un momento sintió su cuerpo congelarse.

—Ese mismo día, nacieron cuatro lunas rojas, todas en línea, simbolizando el nacimiento de la nueva vida del ángel fallecido, porque todos los ángeles tienen cinco vidas. Desde entonces surgió el juego de palabras, contar la historia de amor trágica, en orden.

Jaime sonrió y por un breve momento se apegó más al cuerpo del mayor.

—Siempre supe que eras una persona sabia en muchos aspectos, pero el romance trágico es tu fuerte. Cada vez que cuentas una historia, siento que estoy viviendo pedazos de ese cuento, puedo sentir el dolor y la pasión; estoy seguro que también lo sientes.

Jaime tomó la mano de Ian y la posicionó en su pecho, frente a su corazón que latía con locura.

—Jaime...

—¿Lo sientes? Cada vez que hablas, palpita, como si estuviera a punto de romperse y me da miedo que usted deje que siga acelerándose.

Ian lo acercó más a su cuerpo, tomándolo de la cintura, dejando su rostro cerca del rubio.

—A estas alturas deberías saber que mi cuerpo reacciona igual o hasta peor que el tuyo, plebeyo.

Aquel maldito apodo había acabado con toda la pena de Jaime Stevens.

—Usted es parte de mí, Ian Jones. Solo necesito que me lo demuestre.

Sus labios.

Sus labios estuvieron tan cerca, jugando con el otro, saboreando lentamente, sin desespero, sin querer detenerse; porque aquellos besos expresan lo que el alma en siglos no pudo. Porque los verdaderos amores siempre buscan que el otro entienda lo que su alma quiere expresar.

Más que un juego de labios, más que un beso, es una confesión.

Comenzaron a jugar con la cercanía, tentando al otro, hasta que Jaime no resistió, miro a Ian directo a los ojos y unas pequeñas lágrimas salieron de sus ojos.

Lo besó.

Lo besó tan lento que carcomía sus sentidos, tan lento, pero con muchas chispas que se transmitían de boca en boca. Ambos se separaron, con lágrimas en los ojos, con sus labios hinchados y rojizos, pero en ningún momento apartaron la mirada de los ojos del contrario. Porque a pesar de que Jaime no lo supiera, Ian podía leer su mente, podía y cada vez que escuchaba la voz de la cabeza de Jaime hablar, su corazón se oprimía.

Porque siempre escuchaba lo mismo.

 
"Cada vez que te veo se siente como un deja vú"

"¿Por qué siento este dolor cuando te beso? A lo mejor en otra alma, mi vida amorosa fue muy trágica"

"Desearía que esto fuera eterno, si tuviera poderes, trataría de ser una linda mujer para ti"


No podía, no podía evitar escuchar la voz de Jaime, porque al final del día, ambos compartían esa pequeña alma, ese hilo que les unía.

—Jaime...

—Te amo, mi plebeyo.

Fueron sus últimas palabras hace cientos de años y esta vez, tan solo eran el comienzo de muchos. Se habían olvidado del bosque, de lo perdido que estaban, de la gente que esperaba impaciente en la iglesia

—No puede evitar el daño, pero ahora no dejaré de decirte lo mucho que te amo, porque Jaime Stevens, eres más que un humano, eres más que un amante, eres más que un simple joven de la iglesia. Eres mi otra parte, Jaime.

Entre lágrimas se abrazó al cuerpo del menor, quien ya había comenzado a llorar en el hombro de Ian, por un momento, recuerdos invadieron la mente de Jaime.

—También te amo, mi rey.

Alguien una vez dijo...

"Si Satanás pudiera amar, dejaría de ser malvado"


Tal vez, él nunca lo fue, porque siempre amó y siempre amará a su plebeyo, a su pecado y a su lujuria.

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