CAPÍTULO 14
Las gotas de lluvia bajan por sus mejillas de una manera lenta y desesperante. Su espalda dolía y de sus costillas salían pequeñas púas de árboles, maltratando su piel, dejando que la sangre se mezclara con el agua de las densas nubes.
—Aquí como ven —el ángel señaló a aquel plebeyo, quien se retorcía del dolor, mostrándose débil a pesar de ser hijo de la noche y un cordero de Satanás —. Este es un hijo de la noche, el pecado de la lujuria. Estaba pisando terreno sagrado y por ello, los guardianes del paraíso no vemos en la obligación de eliminarlo.
Aquellas palabras causaron un remolino en el bello demonio, quien soltó un chillido lastimero, tratando de llamar a su rey, a su otra mitad, para que fuera a su rescate; pero eso nunca pasó.
Esos árboles que habían sido testigos del amor tan puro y verdadero que existía entre el demonio de la lujuria y su rey, ahora eran testigos, de cómo el cuerpo de la lujuria, era maltratado, sin piedad alguna, sin algún tipo de culpa por parte de aquellos ángeles, quienes desgarraban el delicado cuerpo del demonio.
Esa noche la tierra ardió en llamas, el sol se ocultó para dar paso a la noche eterna que se aproximaba, pero lo más impactante fue el retumbar de los suelos cuando Satanás cayó de rodillas ante su pecado. Ante el cuerpo desmembrado de su demonio, de su lujuria, de su propio pecado; quien sólo guardaba una expresión de dolor en su rostro.
Ese día, la luna roja apareció por primera vez en la historia del planeta tierra, los lobos aullaron, salieron los demonios y los vampiros asecharon cada espacio existente en la tierra; demostrando su poder, su potencial y sobretodo su ira.
Sin darse cuenta, Yzier había cavado la propia tumba para la humanidad. La sangre corrió bajo la luz de la luna roja, bajo el llanto de Satanás y en las alas del demonio más preciado del inframundo.
Los ángeles y Yzier, habían condenado al ser humano.
Desde ese entonces, después de años y siglos, Satanás se había apoderado de Lucifer, convirtiéndolo en aquel ser lleno de armas y maldad; quien busca succionar las almas de cada humano hasta calmar su sed de venganza.
Todo fue hasta que lo vio, en esa iglesia, sentado al lado de su familia, con su cabello rubio tapando gran parte de sus pequeños ojos.
Haciendo pucheros y moviendo sus pies, con ganas de irse y no volver. Aquello logró que Satanás dejara la puerta abierta para Lucifer, quien no dudó en toparse con aquel joven que merecía ser amado por el rey del inframundo.
Porque él podría gobernar, pero la lujuria siempre iba a ser su rey.
Justo en ese momento, sus recuerdos desaparecieron y con ello la tierna imagen de un Jaime que asistía a la iglesia cada domingo.
—Shiriam lastimosamente no recuerda nada, su alma sigue atrapada en el cuerpo de Jaime —habló Seth, sintiendo la penetrante mirada de Ian a su espalda.
—Pero ambos pensamos que la única forma de lograr que su espíritu despierte y tome posesión del cuerpo de Jaime, es causándole alguna alteración; pero es algo muy arriesgado.
Ian seguía con su expresión seria, en la oficina de la escuela reinó el silencio y la incomodidad. Mientras mordía su labio con ansiedad, habló, no tan seguro de su pregunta.
—¿Qué pasa si no necesito que Shiriam regrese? —ambos hombres se quedaron perplejos.
—Mi señor ¿Está seguro de lo que dice? Es de su pareja destinada de quien estamos hablando.
Ian asintió.
—Sí, pero Shiriam es Jaime, él no está en Jaime, es él mismo. No necesito separarlos, porque son la misma persona, pero en épocas diferentes.
—No tengo la necesidad de cambiar a alguien que siempre amé, porque de igual manera sigo amando cada parte de él.
La tierna y pura imagen de Jaime llegó a su cabeza, mostrando la delicada piel del menor, sus suaves mejillas y la tranquilidad que embargaba su cuerpo cada vez que él estaba cerca, porque a pesar de ser una criatura de la oscuridad y estar tachado de maldad pura; seguía siendo un ser vivo, el cual sentía dolor y enojo.
Su corazón se rompía cada vez que recordaba la primera noche de la luna roja, en el momento exacto cuando sus pies descalzos detuvieron el tiempo, caminando por el picoso césped de un verde oscuro, el cual torturaba sus pies. Podía ser un animal de costumbre, pero esa noche, su lado humano apareció a tal grado que la tierra tembló.
Sus colmillos ya no estaban, sus alas oscuras habían desaparecido y la mitad de sus recuerdos también.
El mundo infernal tenía ciertas leyendas y costumbres; una de esas leyendas, se cumplió a la perfección, trayendo consigo el dolor y el sufrimiento del rey.
Los demonios al adquirir una pareja destinada, llegan a compartir no sólo el alma, sino partes de sus cuerpos; la parte más compartida es el cerebro, al morir uno de los dos, esos recuerdos de la otra persona se van perdiendo como si perdieras el objeto más preciado.
Así eran los recuerdos de Ian, escasos y efímeros.
Porque para él no existía algo más doloroso que saberlo y no recordarlo, porque nuestra mente puede hacernos varias jugadas, pero aquel tacto, esas cosquillas, susurros y placeres, no los recordaba, tan solo eran pequeños fragmentos que se alojaban en su memoria cada vez que veía a Jaime, cada vez que lo sentía y espiritualmente no le conseguía ninguna lógica, menos científicamente.
Parecía querer aferrarse a Jaime de una manera que nunca creyó capaz de sentir, se sentía estático en el tiempo, era un sentimiento genuino, pero raro en su especie.
Tal vez el diablo se volvía más humano cada día.
…
Domingo, 31 de octubre 1953.
—No lo digo como una hipótesis, lo digo de verdad —ambos jóvenes se encontraban hablando uno frente al otro, sobre un tema un tanto extraño de explicar –. Jaime, por favor, cuando vayas a casa busca un espejo y sostén tu trasero, vas a ver como uno cae y el otro no.
Jaime solo podía reírse a carcajadas y no sabía exactamente cómo era que habían llegado a una conversación tan extraña en tan poco tiempo.
Simplemente era la mente de Damian Cleland actuando de manera extraña nuevamente.
—Y por eso dices que tenemos dos traseros?
—No lo digo yo, lo dice la ciencia, Jaime —Damian se alzó de hombros, mostrándose seguro de sus palabras y chistes; lo que mejor sabía hacer era causarle una sonrisa a Jaime en todo momento y para el rubio, eso era algo gratificante, porque siempre lo vio como un hermano, como la persona que siempre sostiene su mano.
—De verdad que inventas muchas cosas, próximo científico loco —soltó una tierna risa, Jaime sabía muy bien que el menor deseaba convertirse en uno de los mejores científicos de América y tal vez del mundo, pero Damian siempre fue una persona con una autoestima muy baja, lo cual le hacía creer cosas inciertas sobre su persona o su capacidad intelectual. Sin embargo, para Damian, quien solo estaba enfocado en el invaluable rostro de su amigo, no había cosa más perfecta hecha por la ciencia que Jaime, porque a pesar de que la naturaleza era algo totalmente cierto, para Damian, Jaime era ese joven hecho en laboratorio como mostraban los libros de ciencia ficción.
Único y con cara de ángel.
—Y de verdad que cada día eres más perfecto —siguió el juego de palabras del mayor, mostrando una risa encantadora.
Ambos estaban en la parte de atrás de la iglesia, era domingo y Damian le había pedido a Jaime que llegara antes para poder mostrarle algo y eso era la pequeña bola de pelos que se encontraba lamiendo su patita. Un gato único, con pelaje negro y ojos de color rojo, casi sangre. Era perfecto en su especie, así como su nuevo y único dueño.
—Damian ¿qué haces? —preguntó algo desconcertado por la extraña cercanía del menor.
—Juro que no encuentro las palabras para descifrar lo que siento, Jaime —cada vez más era un nuevo paso y una respiración pesada, Jaime retrocedía, hasta que su espalda chocó contra la madera de un enorme árbol, haciéndolo gemir de dolor.
—Damian, ya, deja de bromear —soltó una suave risa un tanto nerviosa, teniendo miedo de la nueva y extraña mirada de su amigo.
No sabía en qué momento Damian lo tenía acorralado contra el árbol, trató de aguantar la respiración y pensar que podía hacer para salir de esa situación, no sabía que estaba pasando, pero algo estaba más que claro y ese chico que olfateaba su cuello y sostenía sus manos, no era Damian, no en ese momento, no cuando sus pupilas habían abarcado toda su córnea ocular, no cuando su piel era pálida, no cuando sus lágrimas eran de sangre.
Jaime al ver aquella imagen tan putrefacta y desagradable de su amigo, pegó un grito y trató de zafarse del agarre del menor, pero era como si su fuerza fuera inhumana, bueno, toda la situación era algo inhumano.
—N-no me hagas daño —apretó sus ojos con fuerza, evitando el contacto visual con el ente.
—Queremos el corazón de Satán, danos tu corazón.
Aquella frase se repetía una y otra vez, haciendo que sus ojos se irritaran, que su piel ardiera como el infierno y su pecho comenzó a doler y a picar.
El cielo se volvió oscuro y sus oídos sangraban, como si estuviera escuchando una terrible maldición, varios rostros similares a los de su amigo; se hicieron presentes, asustando al rubio. Una vez más, trató de pedir ayuda, pero esta vez, a la persona que pensaba que podía salvarlo.
No vio, no recordó y no procesó el momento en el que llamó a Ian Jones, solo vio su rostro una última vez, antes de desplomarse frente a sus pies.
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