CAPÍTULO 13

Las rosas rojas simbolizaban para su persona, sangre, sudor y lágrimas. Una primavera que estaba próxima a venir, mientras aquellos amantes, susurraban palabras que sacaban sonrojos al contrario. Ambos recostados de un bello cementerio que estaba envuelto de delicadas rosas rojas. Un momento que se mantendría para siempre en la mente y corazón de ambos.

A Ian Jones se le dificultaba creer lo que tenía frente a sus ojos, ese bello cuerpo que podía ser dueño de sus suspiros de medianoche, de sus noches de insomnio, pero, sobre todo, la personalidad de ese cuerpo. Al igual que Jaime, ambos sabían que estaban cayendo al precipicio; sin poder contenerlo, sin poder pensarlo y sin querer evitarlo.

Porque todos creían que la homosexualidad era un pecado y si era así, entonces, pecaría; porque se sentía muy bien pecar.

—La noche se hace cada vez más bonita cuando estoy a tu lado —susurró Jaime, sin poder contener aquellas palabras, el mayor lo acurrucaba más hacia su cuerpo, sintiendo el aroma frutal de su sedoso cabello rubio —. Nunca pensé que el cementerio pudiera llegar a ser un lugar tan romántico.

—La gente siempre ve a los cementerios como algo trágico, pero la realidad es que la muerte es el inicio de una etapa eterna. No es un símbolo de tristeza, estar aquí es brindar compañía a todas las almas en pena, a aquellos que fallecieron de manera funesta.

—Tus palabras siempre son únicas, ya entiendo por qué todo el pueblo te ama —los pensamientos de Jaime cursaron una risa sutil por parte del mayor, un sonido que hizo que el corazón de Stevens latiera sin intenciones de detenerse.

—Si supieras que la mayoría de las personas son solo una simple máscara ante todos, entonces dejarías de suponer que me aman. Solo aman que promueva la palabra de Yzier, pero si fuera al contrario… ¿me seguirían amando?

Jaime lo meditó por unos segundos, sin poder entender la pregunta de su mayor.

—¿Te refieres a si promovieras a Satanás? —Ian asintió, sin apartar la mirada oscura que le brindaba al menor —. La sociedad estaría en tu contra.

—¿Y tú?

—Mm, no soy alguien que sea fiel creyente de Yzier o de Luzbel, creo que cada quien tiene sus creencias. Si consideras que adorar a Satanás es tu creencia; está bien. Al final de cuentas, los católicos adoran a Yzier sobre todas las cosas.

Ian sonrió.

—Se nota que eres alguien de mente muy abierto, considero que estás muy adelantado a tu época.

Jaime sonrió y dejo caer más su cabeza sobre el pecho de Ian, quien no podía apartar los pensamientos de aquel chiquillo.

—A veces me gusta ser alguien opositor.

—A mi igual, pero, sobre todo, me gusta hacer justicia.

Ambos se observaron por unos breves segundos, hasta que varios gritos masculinos se escucharon en la parte de atrás del cementerio, donde se encontraba el frondoso bosque.

Caminaron, tratando de ser sigilosos, la situación parecía ser seria, por los tétricos gritos de aquella persona. Se ocultaron detrás de un árbol, asomando tan solo un poco sus cabezas. Jaime abrió sus ojos ante tal imagen. Aquel hombre se encontraba siendo golpeado frente a una fogata, mientras era rodeado de un grupo de varones; quienes no paraban de otorgarles golpes, uno tras otro, debilitando más al pobre hombre.

—Sabía que alguien como tú tenía algo raro —escupió el chico encapuchado —. Pero ¿qué te metieras con mi hermano, maldito, enfermo?

Le dio una patada en su estómago, haciendo que este se retorciera del dolor.

—N-no me hagas daño, p-por favor —suspiró, con sus palabras entrecortadas, suplicando por algo más de vida.

—Debiste pensarlo antes de convertirlo en un marica como tú.

El nombrado sacó un hacha, dispuesto a acabar con la vida de alguien que solo había caído en las garras del amor, el amor era un arma de doble filo y aquel filo era el humano.

Un impacto en seco fue más que suficiente para cortar la cabeza del hombre, acabando con una vida, con un joven que tenía un seguro futuro por delante, pero ahora no era nada más que un cuerpo decapitado y siendo lanzado a las llamas de aquella fogata, directo a las llamas del infierno.

Ian atrajo a Jaime para sostener su cuerpo y tapar sus ojos. El menor temblaba ante la escena vista, mientras sus ojos se cerraban.

—Shh, tranquilo, ya va a pasar. Lo prometo —susurró en su oído, tratando de calmar el temblor de Jaime —. No se van a salir con la suya.

Y Jaime no supo cómo interpretar aquellas palabras.

...

Había pasado una semana de lo ocurrido. Una semana en donde Jaime sufría de pesadillas, una semana en donde no pudo mirar a Ian a los ojos.

Guardó sus cuadernos dentro de su casillero, una presencia lo hizo saltar del susto.

—¡Ay, me asustaste, Hans! —el nombrado rio.

—No soy un ogro, por Yzier. Soy el más bello de aquí —se halagó a sí mismo, Jaime asintió con una sonrisa, dándole la razón a su amigo —. ¿Cómo te fue el fin de semana?

El rubio no estaba listo para tocar el tema, pero solo suspiró y pronunció un sencillo: —Bien, ¿y el tuyo?

—Nada de que quejarme —se alzó de hombros, restándole importancia.

Ambos caminaron por los pasillos de la escuela, escuchaban a varias personas murmurar ciertas cosas, pero no fue hasta que un compañero de su misma clase, habló sobre el nuevo rumor dentro del salón.

—¡Chicos! El fin de semana encontraron los cuerpos de Charls y sus amigos en el bosque.

Todos se miraron sorprendidos y Jaime tragó en seco, bajando su cabeza hacia su cuaderno. Hans lo observó y frunció el ceño, antes de que alguien más pudiera hablar de lo ocurrido el director Seth Adler, entró al salón, logrando que cada uno de los alumnos detuvieran sus palabras y sus miradas bajaran.

—Hans Griffin, necesito que venga a mi oficina, ahora —tanto Jaime como Hans observaron a Seth. El pelinegro no dudó en seguir al director, sin prestarle atención a las miradas llenas de curiosidad.

Ambos mantenían un silencio mutuo, hasta que llegaron a la oficina y Seth cerró la puerta tras de sí.

—Tenemos que encontrar a Ian, la situación se está escapando de nuestras manos —habló el mayor de ambos.

—¿Crees que la muerte de esos chicos...? —sus palabras fueron interrumpidas por el sonido de la puerta siendo abierta y cerrada de un golpe

—Sí, fui yo.

Habían pasado años, siglos, desde la última vez que vieron a su rey en persona, abrieron sus bocas y sus expresiones de sorpresa fueron incapaces de evitarse.

—Mi señor.

Ambos se arrodillaron ante Ian Jones, quien no tenía una expresión definida, pero el aura que desprendía era más que evidente.

—Nos volvemos a encontrar, mis plebeyos.

Una nueva luna roja se asomaba, anunciando que la ira de Lucifer se aproximaba, porque la humanidad se estaba condenando a sí misma y él haría que paguen las consecuencias.

Bienvenidos a la Luna del regreso de Belcebú.

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