CAPÍTULO 12

Poder ser capaz de controlar emociones y evitar que su corazón latiera con rapidez hasta tal punto de llegar a delatarlo, era un talento, pero Jaime lo consideraba más una maldición. Sus brazos se ponían tiesos ante el tacto suave y caliente del mayor, quien no podía evitar tocar aquel muslo, logrando que Jaime sudara frío ante su poder. La cena había comenzado de la manera más normal posible, cada uno de los Jones tenían una sonrisa en sus rostros. Sin embargo, los Stevens no podían siquiera fingir una mueca.

—Me sorprende que el joven William no esté aquí con nosotros esta noche —habló la madre de Jaime, después de tomar un sutil trago de su copa llena de vino.

La señora Jones trató de sonreír ampliamente, buscando disipar la tormentosa tensión.

—Ha ido a casa de sus compañeros a realizar un trabajo grupal, ya sabe, mi pequeño William siempre fue muy dedicado a sus estudios— Ian seguía con su mirada gacha, tratando de no escuchar la pequeña conversación que tenían ambas madres, una peleando con la otra, silenciosamente, pero era más que evidente.

—Claro que comprendo, mi Jaime fue el primero de su clase, de igual forma es muy colaborador con la comunidad de la iglesia, esperamos que en algún futuro pueda llegar a ser un excelente pastor ¿no lo cree, Joven Jones? —Ian alzó la mirada con una sonrisa en su rostro, limpiando con delicadeza los restos de comida en sus labios.

—Yo creo que todos podemos llegar a ser algo, solo hay que tener confianza en sí mismos, pero la verdadera pregunta, señora Stevens sería ¿qué quieres ser tú, Jaime?  Vale más tu palabra que la de cualquier otra persona.

Aquel comentario por parte del mayor había causado un fuego de nostalgia y protección en su interior, esas llamas calientes que lo arropaba para protegerlo de todo mal, parecía como un ángel, quien había venido a salvar sus hermosas y suaves alas.

Lo observó con admiración por unos breves segundos antes de responder dicha pregunta.

—A mí siempre me gustó la escritura, me encantaría poder ser un escritor famoso —se sintió pleno y con fuerzas de hablar y era extraña la sensación, nunca en su vida se había enfrentado a sus padres, siempre fue el pequeño corderito de ellos, era el pobre saco dónde ellos se podían meter.

Siempre quiso ser fuerte y ahora desde hace un tiempo, su fuerza había aumentado, aquel chiquillo religioso, sufriendo acoso escolar y abuso familiar, se estaba convirtiendo en una mejor versión de sí mismo.

—Yo siempre le he explicado que ese no sería su fuerte, los escritores a lo largo del tiempo han tenido una vida muy crítica, muy tormentosa y a mi realmente no me gustaría ver a mi pequeño con una soga alrededor de su cuello.

—Me parece algo interesante, siendo escritor, la vida se vuelve mucho más abstracta, logras ver cosas que nadie más ve, me parece excelente que sigas tus propios ideales ¿no es así, señor Stevens? Usted como su padre debe opinar sobre lo que le gusta a su hijo —la voz de la madre de Ian era tan sutil, que a Jaime le hacía sonreír, como si la señora Jones y Ian, fueran la misma persona, era esa extraña sensación de nostalgia, era un sentimiento más hogareño.

—Yo concuerdo con mi esposa —Ian quiso soltar una pequeña risa, pero se contuvo. El señor Stevens era otro tema andante, un hombre de pocas palabras, abusivo, misógino y sobretodo un dominado por completo, a pesar de ser el hombre de la casa, nunca tuvo el control de esta, ambos juntos parecían demonios, pero muchas veces los ángeles se disfrazan de demonios para no demostrar que ellos son más catastróficos que los propios entes demoníacos.

Los ángeles podían llegar a ser las llamas del mismo infierno.

—Bueno —el menor de los Jones presentes se levantó de su silla, mostrando su plato vacío —. Si tanto les gustaría que Jaime fuera pastor de la iglesia en un futuro, tendremos que empezar con los intensivos ¿no, Stevens?

—P-pero...

—Nada de peros —susurró Jones a Jaime —. Bueno, fue un placer conocerlos nuevamente familia Stevens, con su permiso, me llevo a su hijo para que pueda tener su primer entrenamiento religioso.

—Pero y-yo n-no…

—Mejor te callas —gruñó el mayor en su oído, tomándolo del brazo para arrastrarlo hacia la salida de la casa, sin esperar respuesta de sus mayores.


La iglesia se encontraba cerrada, el frío era algo insoportable y los sonidos de la noche, lograban asustar a Jaime hasta más no poder.

—Sé que tienes miedo, pero estando conmigo no deberías tener miedo.

Jaime lo miró por unos breves segundos, dudando de sus palabras, pero un sabor amargo se plasmó en su boca.

—Todo esto ha sido demasiado rápido, ni siquiera sé por qué estamos haciendo todo esto, nos pueden condenar.

Y no mentía, más de una vez Ian Jones tuvo que asistir a varios velorios que se habían hecho por algo tan simple, como lo era amar.

Sonaba como una ridiculez, pero era una realidad y no solo en ese pueblo, tan alejado de la civilización más avanzada en tecnología y pensamiento, esto era un problema y un conflicto a nivel mundial y que lastimosamente tardaría años en disipar.

—A veces es mejor llevar la contraria ¿no lo crees?

—¿No estaríamos faltando a Yzier?

—Te digo lo mismo que la otra vez, Yzier no castiga, los humanos se castigan entre sí. Todos al final del camino, terminamos o en el cielo o en las llamas del infierno y creeme que no hay diferencia alguna.

Ambos se quedaron observando por unos breves segundos, hasta que el mayor no se pudo resistir y abrazó el delicado cuerpo de su menor, acariciando su espalda con delicadeza, como si tuviera las heridas que dejan las alas de los ángeles cuando son cortadas y sin previo aviso, Jaime Stevens comenzó a soltar leves lágrimas, no sabía que sentir en un momento como ese.

Cuando su cuerpo era arropado y amado, como Ian lo hacía, paseaba sus manos por toda su espalda, con tiempo y delicadeza, pero siempre con decisión. Nunca dudó y Jaime tampoco, era esa conexión inexplicable, que por más cursi que sonara, siempre sería una realidad. El tiempo no existía, el universo no existía, ellos solo eran dos almas flotando en pleno bosque, donde Ian lo había llevado, a su lugar seguro, a su reino, al lugar donde solo ellos serían conscientes del amor que nuevamente se tendrían.

—Todo es muy rápido —susurró Jaime, sin poder evitar sus pequeñas lágrimas, odiaba sentir aquella sensación de nostalgia estando cerca del pelinegro, pero más odiaba tenerlo lejos.

—Nada es rápido, si lo haces con honestidad.

Y eran esas palabras y esas verdades, que hacían sentir a Jaime que estaba en el lugar correcto.

—Baila conmigo, mi plebeyo.

Una frase tan simple pero tan hermosa, que había causado una sonrisa en su pequeño rostro, separándose de sus brazos para tomar sus manos y volver a juntarse como era debido.

Un baile lento, con pasos descoordinados y sin música.

Pero sus corazones y almas creaban el ritmo, lograban hacer de su baile, una perfección andante y todo siendo bajo la luna llena, frente a una iglesia, cerca del bosque, con el frío torturando los huesos de cada uno, pero completos, imperfectos, pero felices.   

—En el libro, describen algo como esto —habló Jaime, refiriéndose al baile que ambos estaban haciendo.

—Los libros dicen cosas que el humano ya ha hecho, porque lo escriben humanos. No te preocupes, mi pequeño Shiriam.

Y eso, tan solo eso, había sido una cápsula del tiempo siendo abierta sin previo aviso, después de siglos y siglos bajo candado.

Tal vez, Ian Jones había logrado hacer colapsar los recuerdos de Jaime Stevens o, mejor dicho, de Shiriam Morte.

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