CAPÍTULO 10

—Mañana iremos a la casa de los Jones para una pequeña cena —habló la madre de Jaime, mientras servía un poco de café en la taza de su marido. La tensión era palpable en el ambiente, las miradas que le daba Jaime a sus padres, estaban cargadas de un miedo constante.

La simple idea de estar rodeado de toda la Familia Jones, le causaba escalofríos, eran personas raras, por no decir casi inexpresivas, el aura que transmitían era oscura, completamente negra, por eso, pasar un día entero en su casa, era otro pase más al infierno.

Eso quitando el hecho de los pequeños y para nada inocentes encuentros que ha tenido con el mayor de los Jones. Esa necesidad tan extraña y satisfactoria de pertenecerle al mayor, le hacía querer adentrarse en un mundo sin salida, lleno de peligros y grietas, el erotismo que salía tan solo de su mirada, hacía que sus piernas temblaran sin temor alguno, que su boca se humedeciera más de lo normal, que sus pupilas pudieran explotar de tan solo ver aquel jugoso trozo de carne.

Jaime nunca se sintió atraído hacia nada, mucho menos hacia nadie, pero poder estar entre los brazos de Ian Jones, se le hacia la cosa más atractiva del mundo. Tal vez solo era una simple atracción sexual, pero era algo completamente adictivo y Jaime no era consciente de ello, solo se dejaba llevar, como si fuera el cordero del diablo, el cordero de aquel apetitoso manjar.

—Tenemos que dar una buena impresión, así que Jaime... —lo llamó su madre, haciendo que cada uno de sus pensamientos impuros fueran detenidos abruptamente, su mirada llena de inocencia se dirigió hacia su madre, asintiendo con la cabeza para que continuara hablando —. Debes comportarte, es importante para nosotros que tú des la cara por nuestro apellido y nuestra familia, esta noche será la más importante de tú vida, no lo arruines.

Las miradas de sus padres traían una complicidad bajo las mangas y Jaime no supo cómo interpretar aquellas palabras sin sentirse esclavizado u obligado.

—Y será mejor que te vayas arreglando, no queremos llegar tarde —una pequeña risita se escapó de los labios de la mujer, generando más incomodidad en su hijo mayor.

Jaime se levantó de su puesto en la mesa y caminó hasta su cuarto, al entrar en este se percató del intenso frío que le carcomía los huesos, su vista se fijó en la ventana del lugar, esta se encontraba abierta y podía ver como las ramas del árbol frente a su casa, se movían de un lado al otro causando un terrible chirrido que asustaba hasta el más valiente.

Parecía una clase de cuento de terror, se sentía en alguna especie de libro. Abrió su closet y se dispuso a buscar ropa decente para poder ir a dichosa reunión, se decidió por unos pantalones negros algo ajustado, que lograban resaltar un poco la pequeña cintura que poseía, buscó una camisa blanca de manga larga hecha de algodón, esta le daba un toque tierno y elegante.

Cuando se dedicó a buscar los zapatos, se percató de una pequeña caja de color verde, la cual parecía estar atrapada en una cajuela semi-abierta dentro del closet de madera, al llamar su atención, frunció el ceño, se agachó completamente y aplicando algo de fuerza, despegó la madera para proceder a sacar la caja.

Esta tenía pequeños destellos dorados y un candado el cual se encontraba abierto, la curiosidad invadió a su pobre e inocente ser, que fue casi imposible no abrir la caja y encontrarse con lo que sería un mini diario, era tan pequeño que el mismo Jaime dudaba de que algo estuviera escrito en su interior. Sin embargo, todos nacemos con la maldición de la curiosidad, así que abrió el diario y se encontró con varios párrafos, uno después de otro.

Una caligrafía completamente horrible, palabras que fueron tachadas y frases que nunca fueron terminadas de escribir, versos, palabras sin sentido y dibujos de lo que parecían ser demonios mitológicos.

Jaime tragó grueso, pero no se detuvo en ningún momento, menos cuando unos brazos lo rodearon, unas frías y grandes manos le quitaron el diario, haciendo que se volteara con un nudo formándose en su garganta por el terrible susto.

—¡¿Cómo entraste?! —preguntó Jaime, algo consternado al encontrarse con el rostro de Ian a solo centímetros del suyo.

—Oh, la ventana estaba abierta —sonrió e hizo una expresión de burla mientras señalaba la ventana, la cual se encontraba abierta y la cortina de esta se movía lentamente por la brisa —. Y sobre esto —mostró el diario que le había quitado a Jaime —… No está bien que metas tu nariz en cosas que no son tuyas.

Jaime estaba molesto y no podía controlar su expresión de rabia y enojo, le quitó el diario a Ian de un solo jalón, sintiéndose más irritado cuando el mayor dejó salir una fuerte carcajada.

—¿Estás loco? Alguien podría escucharte.

—Uhm, no lo creo, ¿tú lo crees? —volvió a sonreír —. Me interesa saber que buscabas en ese libro —preguntó sin poder quitar su expresión de superioridad.

—No lo sé, solo sé que parece haber sido escrito por alguna clase de maniático.

Ambos se miraron por unos breves segundos y Jaime fue consciente del tremendo vapor que comenzó a sentir en todo su cuerpo, como si lo estuvieran a punto de quemar vivo. Eso sentía cada vez que veía al pastor Ian Jones, cada vez que estaba cerca de él, cada vez que lo acariciaba y cada vez que sentía sus palabras profanar sus conocimientos.

Ian Jones sabía muchas cosas y Jaime solo era un común adolescente que está siendo el cordero de aquel diablo.

Jaime solo era el eslabón débil y Ian era la persona que podía pisotearlo si quisiera.

—No olvides que esta noche es la cena con nuestras familias, te estaré esperando, mi plebeyo.

Aquella frase le hizo sonreír y el vaho que salió de la boca de Jones, parecía veneno puro, que se inyectaba por si solo en sus venas, sintiendo la adrenalina de tener la muerte frente a sus ojos.

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