CAPÍTULO 1

Estaba en el medio de todo el enorme bosque, sudando y con sus mejillas sonrojadas por haber corrido desde la ciudad. Era la época de 1950, en un pequeño condado que está situado al Este de Inglaterra, un joven chico de cabello rubio estaba siguiendo a uno de sus compañeros de escuela.

Edward Cleland, el hijo mayor de la familia Cleland. Aquel chico de ojos verdes y cabello rizado era un secreto andante, muchas veces llamó su atención, pero por más que le preguntara a su hermano menor, Damian Cleland, este nunca tenía una respuesta. Era el típico chico solitario, que muchas veces faltaba a la escuela, no hablaba con nadie, al menos que fuera William Jones, quien pertenecía a la Familia Jones, siendo el hijo mayor del segundo matrimonio.

Ambos eran como el pan y la mantequilla, siempre estaban juntos.

Recuerda que unos años atrás, su amigo, Damian, le había comentado en la terrible situación que estaban viviendo en su casa. Existían muchos rumores que apuntaban a William y a Edward, con una relación más allá de la amistad.

Como homosexuales.

Jaime no era de las personas que se guiaba de lo que dijeran o hicieran los demás, pero había una sensación más rara en ellos dos, algo que parecía que nadie observaba, más allá de su posible homosexualidad, mantenían algún secreto guardado en el fondo y este joven tenía el don de la curiosidad.

Aunque siempre lo consideró como un castigo.

Meterse donde no lo llamaban era su fuerte, era esa voz dentro de él que decía cosas como: “Si hazlo, ¿no quieres saber qué se traen en manos?”

Muchas veces se llegaba a odiar por eso.

Recorrió como pudo, tratando de seguir los pasos que habían dejado los chicos, caminó lento evitando pisar alguna rama o algo que hiciera ruido. Se sentía inquieto, sabía perfectamente que estaba en el sector más prohibido del bosque. Se ocultó detrás de un árbol y observó cómo sus vecinos hablaban con otros chicos, quienes se veían mucho más mayores que ellos.

Jaime tragó saliva, tratando de calmar los nervios de ser descubierto.

Un extraño olor llegó a sus fosas nasales, haciendo que su vista se posara en la fogata que estaba armada, alrededor de un centro, un círculo de personas vestía de negro, ocultando su rostro detrás de la tela, dejando ver solo sus ojos.

Jaime sintió sus piernas temblar y su corazón bombear con fuerza. Escuchó unas extrañas palabras, en un idioma que no entendía, pero aquel círculo parecía el lugar perfecto para cualquier criatura demoníaca. Fue en ese momento cuando todo el esfuerzo que había hecho para no ser descubierto, se fue directo al mismísimo infierno. Sus manos se posaron en el suelo y supo que había hecho el ruido necesario para llamar la atención de todos los presentes. Estaba inmóvil, alzó la vista y pudo ver como Edward se acercaba hacia su dirección, con una sonrisa de los mil demonios.

—¿Nos estabas siguiendo, pequeño Jaime? —dijo burlón.

Jaime se rehusó varias veces con la cabeza, tratando de negar su presencia en aquella vergonzosa situación, pero no podía salir de aquello. William se acercó hasta ellos y pudo ver lo que estaba pasando.

El pequeño rubio no tenía escapatoria.

—P-por favor, no me hagan nada —Jaime juraba que podrían hacerle algo. Tal vez lo golpearían o le darían una severa charla sobre espiar a las personas.

En ese momento Jaime maldecía una y mil veces a su terrible maldición de ser curioso.

—Jaime, ¿no quieres jugar un juego? —preguntó Edward, con una sonrisa de psicópata en su rostro, al menos para Jaime.

Jaime asintió de a poco y William le ayudó a estabilizarse del suelo. Ambos tenían una sonrisa, la cual Jaime quería descifrar, pero le era imposible. Tal vez le faltaba malicia, porque en un mundo como este él era un simple eslabón débil, el cual iban a pisotear.

—¿Conoces el juego japonés llamado kagome, kagome? —preguntó el chico de cabello rizado, tomando por los hombros a Jaime.

El menor negó, no conocía nada que fuera externo al pueblo donde nació.

—Deja que te enseñemos —habló el castaño.

Al dejar los arbustos atrás, un gran campo de césped se hizo presente en su campo visual.

Pero había algo más, mucho más.

Varias personas estaban formando aquel círculo que apenas podía ver.

—Así funciona, por ser nuestro invitado especial, puedes ir de primero —el de ojos verdes señaló hacia el círculo humano.

—Entras en el círculo y nosotros vamos a cantar una canción, solamente tienes que decir Oni y apuntar a la persona que está detrás de ti, si fallas pierdes —William se alzó de hombros, como si no le diera importancia a la situación.

Jaime lo pensó unos segundos, parecía fácil, solamente tenía que seguir una vaga instrucción.

Como cualquier juego para niños. Sin suponerlo, mucho más asintió.

De un momento a otro ya estaba en el medio del círculo, por unos segundos se sintió mareado y con unas fuertes náuseas.

Todos daban vuelta a su alrededor, haciendo que su estado empeorara mucho más, estaba a punto de vomitar, cuando la ligera letra de la canción llegó hasta sus oídos.

Kagome, Kagome,

el pájaro se encuentra en la jaula,

¿Cuándo, cuándo la abandonarás?

En la noche o en el amanecer,

La grulla y la tortuga se deslizan

¿Quién se encuentra detrás de ti?

Y con aquella espantosa canción, sus sentidos colapsaron, como si algo le estuviera quemando por dentro.

—Ya perdiste Jaime, que lastima, eras buen chico, pero tu curiosidad te terminó matando.

No podía escuchar con claridad, pero todo estaba claro cuándo fue amarrado a un árbol y Edward se acercó hasta él con un hacha en mano. Aquel impacto hizo que saliera sangre de su cuello y su cabeza quedara en el piso, cerca de sus pies, todo el resto de su cuerpo se encontraba cubierto de sangre. Pudo ver fuera de su cuerpo, como este caía desplomado al suelo.

Sin cabeza.

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