8 PM
Diciembre 24, del 2023.
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8PM
— ¡Un brindis por el número uno en ventas! ¡Un gran trabajo, equipo!
La oficina entera estalló en vítores, una desafinada melodía de copas cristalinas y risas despreocupadas. Apenas y lograba escucharse la típica música navideña que se reproducía en las lujosas bocinas. Las rítmicas luces doradas que rodeaban la habitación, junto a otros deslumbrantes ornamentos, parecieron acelerar su ritmo, igual que alguien a quien se le acelera el pulso en una situación de adrenalina.
Marinette sonrió al ver a los demás tan felices. Había sido un buen año y sin duda la disquera había aumentado las ganancias considerablemente, además de que trabajar ahí no le permitía únicamente ampliar su currículum o conocer a diversas celebridades a nivel nacional, lograba aprender y desenvolverse como persona. Conocer en vivo y en directo cómo se hacían los negocios la hacía sentirse fuerte. La inspiración no la abandonaba.
Pese a todo lo anterior, no se sentía del todo bien esa semana. Ya le había dado muchas vueltas al tema y había solicitado consejo a cada uno de sus amigos más cercanos... Por desgracia todos coincidían en aquella respuesta que menos quería oír: "Debes terminar con esto." Ella no quería hacerlo, terminar con algo así...
Sacudió los hombros y le dio un buen sorbo a la bebida cristalina que se tambaleaba entre sus dedos con cada vaivén de sus caderas. Trataba de alejar ese pensamiento de la mente, pero resultaba casi imposible. Puede que fuera por la culpa que comenzaba a crecer como un hongo en sus entrañas, puesto sabía que lo que hacía estaba mal, mentirse a sí misma era una de esas razones que volvían los cargos más grandes. El rostro del susodicho la martirizaba en cada lugar posible, en la calle, en la universidad, en sus sueños.
¿Quién diría que esos mismos ojos que antes la obsesionaban ahora eran un motivo de irritación?
Sabía que tendría que actuar tarde o temprano, y ella era de esa clase de personas que lo deja todo para tarde. Eludía las cosas. Se burló de ella misma, siempre prefería tomar rutas retorcidas y complejas para evitar decir la verdad. Ese mecanismo funcionaba únicamente para proteger la identidad de Ladybug, nada más.
Mordió su lengua, no sólo estaba el problema en su forma de civil. Si todo terminaba, estaba casi segura de que Hawk Moth los derrotaría fácilmente. Chat Noir también la abandonaría.
Vaya dilema. Tal vez por eso las personas advertían que tuvieras cuidado con lo que deseas.
— ¿Un aperitivo?— Nino, quién también era pasante en la disquera, se le acercó con una bandeja repleta de macarones y una brillante corona de papel plateado. Marinette aceptó con gusto, saliendo de sus pensamientos. — Esa cara no me dice cosas buenas— comentó, mientras le robaba un sorbo a la copa de su amiga. Pasaban mucho tiempo juntos y él estaba enterado de toda la situación, naturalmente se pensaría que apoyaría a la otra parte, pero había demostrado estar del lado de Marinette. — ¿Ya tomaste la decisión?
—Estoy en eso.
El moreno la sacudió suavemente por los hombros, mientras sus característicos audífonos chocaban contra el cuello de su amiga. Mientras Marinette había aceptado la pasantía como medio de escape, Nino lo había hecho por el amor a la música.
—Marinette, mientras más tiempo pase, peor será para ti. Llegará un punto en el que esa amistad que tenían desaparecerá porque te caerá muy mal, empezarás a notar todos sus defectos y luego ya no querrás ni estar en la misma habitación que él. Y el pobre no dejará de preguntarse qué hizo mal. Nadie merece algo así.
—No es tan sencillo como crees, Nino— suspiró la azabache—, yo realmente lo quiero, pero...
—Como amigo, que cliché, ¿no?— sonrieron con torpeza. — Hablen, es lo único que puedo aconsejarte... Y disfruta de esta fiesta, que la música es buenísima.
—Apuesto a que tú elegiste la playlist— Nino se encogió de hombros con inocencia.
—El jefe dijo que pusiera lo que me diera en gana, y no tuve problema en seguir las instrucciones, incluso elegí algunas de tus favoritas. De mí, para ti.
—Gracias, Nino— chocaron palmas, los macarones saltaron de la bandeja. — ¿Ya llegó Alya?
—Le envíe la dirección, pero debe de llevar horas atrapada en el centro, ya sabes, la enviaron para reportar y entrevistar a los turistas que vienen por Navidad. Prometí que la veríamos en la Tv.
—Y así será.
El DJ le guiñó un ojo antes de alejarse para tomar el control de la consola multicolor que se alzaba en el escenario, que se encontraba rodeado de afiches publicitarios—méritos suyos— de las celebridades de la disquera que se presentarían ese día para el concierto navideño. Entre esos afiches se encontraba el rostro de Jagged Stone, su cantante favorito, con sus desafiantes ojos zafiro acaparando el centro del afiche. Se permitió contemplarlo unos minutos en silencio, aquel hombre era capaz de crear tendencia, no hace poco había revolucionado las redes sociales con la noticia de que había terminado con su prometida, la cantante rusa: Misha Vlad. El mundo entero estaba en busca de explicaciones a tan lamentable ruptura, llevaban tres años restregando su felicidad ante los medios. Puede que, las cámaras no captaran lo que había detrás de cada sonrisa. Recordó el momento en el que había salido la noticia de su noviazgo, miles de fans habían llorado y escrito cientos de Twitts que buscaban una conferencia para la aclaración de tal mentira. Para la desdicha de muchos, no era una falacia y el guitarrista se veía radiante cada que tomaba la mano de Misha. Dejó de contemplar el afiche y regresó a lo suyo.
Mientras más se avivaba el ambiente, los nervios de la chica se encrespaban. Devolvía sonrisas a diestra y siniestra con la esperanza de que él no se encontrara por ahí a punto de reclamarle el hecho de que había escondido su invitación. Paranoia, su nueva compañera. Sería más fácil ser infiel que andar mintiendo todo el tiempo, pero ella no era esa clase de persona. Él ya le había preguntado continuamente porque el recibo del teléfono tenía un monto tan alto y la respuesta era simple: Llevaba meses buscando un apartamento para la llegada de la separación.
Alya sería su roomie y todo sería tal cual merecía. Tal vez, sólo tal vez, llamaría a Nathanaël y podrían...
Su teléfono comenzó a vibrar en el interior de su pequeño bolso dorado, lo atrapó con agilidad cuando amenazó con caerse y su semblante se ensombreció al ver el contacto.
"Adrien Agreste."
¿Contestar o no contestar? He ahí el dilema.
Se alejó de la multitud y salió a uno de los balcones más silenciosos. La luz que provenía del salón se veía casi angelical, en cambio, al aire libre todo era una marea sombría carente de estrellas. Hacía frío, muchísimo. Se arrepentía de haber dejado el abrigo en el auto, su vestido mostraba demasiada piel y no era muy acogedor que se dijera.
Apretó "contestar" a la décima tonada.
—Amor—fue el saludo por parte de Adrien. A pesar de ser una palabra aparentemente dulce, el tono furioso sobresalía. — ¿Dónde, mierda, estás?
Palabra por palabra, Marinette tembló. No era la primera vez que el modelo sacaba a relucir su verdadero temperamento, pero cuando lo hacía daba mucho miedo. Controlador era un adjetivo que lo definía bastante bien, y la técnica de ser el agredido todo el tiempo se la sabía de memoria, era un experto en el arte de manipularla emocionalmente.
Había heredado el físico de su madre pero el carácter del señor Agreste.
—Estoy en el trabajo—respondió, tratando de no sonar intimidada. Ella era Ladybug, maldita sea, un muchacho grande a varios kilómetros no lograría aterrarla. — No me agrada para nada tu tono.
—Bien, amor, —sus dientes rechinaron, Marinette podría apostar a que tenía los puños apretados— ¿qué haces en el trabajo a estas horas, corazón, en Navidad? Creí que vendrías a casa para nuestra tradición.
Marinette resopló con sorna, claro, "tradición". Su tradición, desde hace seis largos años que estaban juntos, era ir a cenar a la mansión Agreste, escucharlo discutir con Gabriel, soportar las insinuaciones de su suegro, marcharse a mitad de la nada soportándolo en pleno griterío en contra de su padre, llegar al apartamento, encender el árbol, ordenar sushi y embriagarse hasta que él terminaba convenciéndola de que tuvieran sexo sin importarle qué ella quisiera ir a visitar a sus padres. Adrien borracho, furioso y hambriento no eran una buena combinación. A la mañana de Navidad siempre le pedía perdón por todo lo anterior y salía a comprarle tiendas enteras de ropa a modo de disculpa. Así resolvía todo lo malo en su relación, comprándole cosas. Comprando su integridad.
Marinette suspiró, tampoco era tan cruel como sonaba en su mente, pero su paciencia estaba terminándose. Se sentía atrapada.
No todo era malo, por supuesto que no, pero ya no lograba recordar un día en el que los besos fueron voluntarios y no un deber. Ni siquiera se sentía capaz de tomarlo de la mano.
¿Cómo es que alguien que puede hacerte sentir tan bien un tiempo puede hacerte sentir fatal después? Adrien sabía cómo hacer eso a la perfección.
—Tengo una pasantía, Adrien, no puedo permitirme faltar. Así funciona, por sí no lo sabes.
—Claro que lo sé, no soy esprutpido—ya estaba ebrio, no le sorprendía —, pero puedes decirle a ese perro que tienes de jefe que debes estar con tu novio y que por mucho que te ruegue no te acostaras con ese desgraciado porque eres mía.
—Ajá—musitó, apenas prestándole atención. Él nunca le había puesto mano encima, además de que ella le devolvería el golpe antes de que eso ocurriera, pero cuando comenzaba a insultar a medio mundo era mejor ignorarlo. —Tengo que colgar.
— ¿A qué hora vienesss, amor?
Tomó aire: —Iré con mis padres luego de terminar el trabajo.
— ¿Qué?— la voz del rubio se quebró — ¿Por qué?
Eran esa clase de pequeños momentos que la hacían dudar de lo que planeaba. Adrien podía ser tan mezquino o tan dulce como se lo propusiera y en ese momento, casi podía verlo con los ojos de cachorrito al otro lado de la línea. Adorable, manipuladoramente adorable. Casi tan dulce que Marinette sintió el impulso de irse para darle un enorme abrazo. Se obligó a si misma a recordar que todo era un truco para atraerla a la trampa.
—No quiero estar solo en Navidad, amor— dijo, ya más tranquilo—, ¿puedo ir contigo?
Marinette estuvo a punto de decir que "Sí", pero sabía que no era lo correcto. Volvería a confundirse y sería peor tomar decisiones.
—No, lo siento... Es que mis padres están con le befana, y ella no tiene mucho espacio en casa.
—De acuerdo, lo entiendo...
—Pero si quieres pode...— Adrien le había colgado. Se limitó a poner los ojos en blanco. Era un niño de dieciséis cuando se lo proponía. Revisó que su celular tuviera la localización apagada y volvió a entrar al salón. Una ola de calor corporal la envolvió en unos pocos segundos.
Fue como volver a la vida luego de una tormenta de nieve. En el centro, la pista multicolor ya se encontraba repleta. Tenía ganas de bailar, pero se vería muy patética yendo sola.
Estaba tan distraída, que ni siquiera notó cuando Chloé Bourgeois se acercó a ella y la rodeó en un efusivo abrazo. Marinette se separó de la rubia con rapidez. Ella le sonrió cual gato a la presa, estaba deslumbrante con aquel vestido ajustado de tono azul marino, resaltaban sus ojos gélidos.
—Tú no trabajas aquí, ¿cómo lograste entrar?
—Tú deberías estar con Adrishu, ¿cómo lograste engañarlo para venir?— Seguía teniendo esa peculiar habilidad de sonar como la reina de Inglaterra con cualquier cosa que dijera. Marinette se cruzó de brazos, Chloé miró en esa dirección. — ¿Te has hecho implantes? Porque, por Dios, Marinette ¡Que buen busto! –Varias personas voltearon a verlas, llamando la atención como a la rubia le encantaba.
— ¡Oh, cielos, cállate! – la agarró de la mano, maldiciendo mentalmente el momento en el que se había enredado con la gente loca de la élite parisina. La obligó a sentarse, mientras la rubiecita reía. – Chloé, por favor, no le digas que estoy aquí.
—Ah, Marinette, es demasiado fácil terminar con alguien, sólo vas y le dices: ¡Hey, Adrishu! ¿Sabes? Me gusta tu candente amiga Chloé Bourgeois porque está más buena que su cuenta del banco y tu arma ya no me satisface como lo hacen sus dedos— la risa de Chloé incrementó al ver la expresión rabiosa de la azabache. — Bueno, puede que eso no, pero si sigues frunciendo el ceño vas a arrugarte y ahí si te va a dejar, porque nadie quiere estar con una anciana.
— ¿Cuánto bebiste?— dedujo la diseñadora.
—Dos o tres...— Chloé lo pensó por un momento—: Botellas.
— ¡Demonios, Chloé! ¿Cómo es que sigues de pie?— La hija del alcalde se encogió de hombros.
— ¿Ves estos tacones? Son de quince centímetros y ya no siento los pies, es como caminar en el espacio.
— ¿Y Lila? Dudo mucho que ella te deje ponerte de ese modo...
—Ni la menciones, la desgraciada se fue a Italia por Navidad y me dejó aquí, ¿sabes lo que es más triste que querer cortar con tu pareja y no poder? – No le dio tiempo de responder— ¡Querer tener sexo con tu pareja a la que sí amas y que ella esté en la bota de Europa!
—Chloé, realmente lamento que ese sea tu caso pero, por favor, no le digas a Adrien que estoy...
— ¿En la mejor fiesta de la ciudad? Nah, claro que no. Seguro aquí te puedes conseguir un buen partido, con ese vestido rojo y esas curvas que te cargas cualquiera preferiría irse al infierno, eres como una diabla seductora.
—Chloé...
—Lila no lo sabrá, y Adrien tampoco, así que vamos al baño y podemos hacer...
— ¿Cómo entraste?— insistió, ignorando las propuestas indecorosas.
—Nena, mi papá es el alcalde, si quiero entradas para ir y hacer del baño en el retrete de Trump puedo hacerlo. Así que, respecto a lo del baño...
—Ve a lavarte la cara, apestas a alcohol.
—Acompáñame, siento que me caeré en cualquier momento...
Marinette no tenía tiempo para lidiar con ello, se supone que sería su noche. Pero, ella también era una buena amiga y no podía dejar a Chloé indefensa. Ya había lidiado con villanos deseosos de sangre, mujeres despechadas y problemas climáticos, pero nunca con una chica ebria.
¿Qué tan difícil podía ser?
—Vamos, pues...
De algún modo, la masa de personas se abría a su paso como el mar rojo, puede que vieran en la cara de la rubia que vomitaría en cualquier momento o lo hacían para poder admirar a las dos bellas mujeres que trataban de mantenerse en pie, pues llegaron al baño más rápido de lo que esperaban.
Le quitó todo el maquillaje corrido con ayuda de agua y muchas toallas de papel, entre el parloteo acelerado de la rubia y consiguió quitarle los dolorosos tacones. Eran tan altos y puntiagudos que bien podían funcionar como un arma.
—La extraño— sollozó— ¿por qué se fue?
—A veces las personas quieren estar con sus familias. Puede que Lila extrañara su hogar.
—No es tan lejos, pero... Ella prefirió irse— había comenzado a moquear un poco—, me dejó un regalo y dijo que no podía abrirlo hasta las doce, falta mucho.
—Faltan unas cuantas horas— Marinette le pasó un poco de perfume— Y, por si eso no fuera suficiente, al menos sabes que es ella la persona a la que quieres y resulta adorable ver como la Queen Bee no deja de pensar en su chica ni por un segundo.
—Obviamente, ¿la has visto? Si fuera por mí, no la dejaría irse. — Eructó y soltó una carcajada cruel— Si amas algo, déjalo libre, ¿no?
—En efecto, aférrate a ese sentimiento cuanto tiempo puedas, no a todos nos dura mucho. — Acomodó su vestido y le limpió la boca. –Al final del día solo se puede contar con la familia.
— ¿Y por qué estás aquí en lugar de estar con tus padres?— Chloé vio la mueca de la diseñadora. — Ah, ya entiendo, él podía ir allá.
—Quiero pensar bien las cosas.
— ¿En una fiesta?
—Tengo miedo de hacer algo si estoy sola. — Admitió, sabía que Chloé no se acordaría de nada a la mañana siguiente— Miedo de ir y decirle que todo está bien cuando no es así.
—No debería decirte esto— dijo Chloé, mientras se comía un puñado de chicles— pero él planeaba proponerte matrimonio hoy.
Todo en la habitación pareció paralizarse. No, no, no.
—Marinette, estás muy pálida...
—Yo,... yo debo irme.
— ¡Marinette! ¡Espera!
Salió corriendo del baño con los tacones de Chloé en las manos, sabía que estaría a punto de llorar y no tenía idea del porqué. Esta vez, las personas no la miraron por la belleza que desbordaba, se trataba de su desesperación y confusión.
Una persona era capaz de hacerte sentir lo suficientemente importante como para alcanzar la luna y las estrellas. Una persona podía hacerte sentir valiente. Y otras personas podían hacerte sentir que cada paso que dabas era una mentira.
Salió del edificio con el corazón a punto de salirse del pecho, la nieve cayó sobre sus brazos desnudos, palideciéndolos más. Matrimonio, una palabra gigantesca. Sus oídos zumbaron. La calle se veía semidesierta. A lo lejos, distinguió una flameante camioneta roja y un grupo de personas que rodeaban a otro.
— ¡Aléjense! ¡Ahora mismo o llamaré a seguridad!
El grito la regresó a la realidad.
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