11 PM.


"El tiempo nos cambió de la peor manera."


Diciembre 24, del 2023.

❄❅❆

11 PM

Ladybug y Chat Noir tenían la errónea idea de que estaban a salvo de terminar protagonizando una de las múltiples peleas contra el villano. Creían que los akuma's los respetarían por el puesto que sostenían en la sociedad. Dieron por sentado que sus corazones se mantendrían puros y a salvo por el hecho de ser los héroes que salvaban el día. La magia, sin dudas, es muy poderosa, pero no lo suficiente como para resguardar la complicada anatomía del corazón humano.

Una ley de la vida es siempre tener miedo, el miedo no nos vuelve débiles, nos mantiene alertas, astutos. El miedo nos permite crear alternativas nuevas para nuestros conflictos, nos ayuda a tomar rutas desconocidas en víspera de algo nuevo. El miedo se acompaña de esperanza.

La ausencia del miedo solo trae consigo la arrogancia. La arrogancia no carga nada bueno, nos vuelve indefensos, temerosos. Ser arrogante y confianzudo puede llegar a terminar con el más grande de los héroes, un gran ejemplo es el poderoso Aquiles. Él murió en batalla a manos del más cobarde de los troyanos: París. Ese mismo príncipe que desataría una de las más fatales guerras por una mujer y una manzana.

Aquiles fue sumergido casi en su totalidad en las aguas que conducían al Averno, el mejor de los guerreros, el que tenía a más mujeres a su disposición, un grandioso futuro por delante que le prometía una familia y que prefirió cambiar por el mérito de mantener vivo su nombre durante siglos y siglos. Objetivo que consiguió con creces, pues los mitos, películas y relatos que rondan sobre Aquiles siguen aún en la actualidad. Pocos saben el significado detrás de la expresión tan popular "El talón de Aquiles", un error que lo llevó a la condena. Subestimó al príncipe troyano y en un descuido (y un tiro de suerte) París acertó en el punto más débil de su ser. Fue por venganza, una venganza mutua. Aquiles había vuelto a la batalla tratando de vengar la muerte de Patroclo, su fiel amigo y amante. Es en el templo del gran Apolo donde el guerrero cae al disparo del enemigo.

Pero, por desgracia, los héroes actuales parecen no estudiar ni aprender de los errores de los guerreros del pasado. Los libros existen para dejar marcas, enseñarnos lo que llevó a la perdición de ciudades enteras en busca de que no vuelva a repetirse. Así como Aquiles subestimó al protegido de Afrodita, los portadores de los Miraculous subestimaron sus propias emociones.

En especial el minino de traje negro cuya alma se fragmenta un poco más con el paso del tiempo.

Troya cayó por una mujer.

Chat Noir repitió los pasos.

Los héroes no estaban equivocados del todo: Los akuma's no los atacarían del mismo modo.

Aquellos animalejos eran inteligentes, aunque no lo aparentaran. A ellos no les importaba obtener los miraculous, preferían alimentarse del corazón. Uno de ellos consiguió escapar del dictador que los mantenía presos, sin saber que atacarían a su propio hijo.

Y fue en una tranquila noche de silenciosa nevada hace cinco años, que uno de ellos se infiltró entre los ropajes del rubio, que había dormido a duras penas entre lágrimas de rabia y dolor. La herida estaba fresca: Era Navidad, había perdido a su madre y al que era su padre ya no lo reconocía. El deseo de venganza, desesperanza y temor fueron los olores que atrajeron al parasito. Fue justo como recibir un disparo a quemarropa. El modelo reaccionó rápidamente, entre fuertes espasmos, luchando por sacarse del pecho la polilla negra que enterraba las patas en su interior. No lo conseguiría, la tristeza que tenía ayudaba al bicho a apoderarse más de su frágil corazón.

Plagg no supo cómo reaccionar. Nunca en la vida— su larguísima vida— había visto algo similar. Lo mejor que pudo hacer fue llevarlo con el maestro Fu. Pero ni el pobre anciano sabía cómo tratar un caso así.

—Sólo nos queda esperar. – Había dicho, mirándolo con profunda lástima.

A partir de ese momento, Adrien Agreste no volvería a ser el mismo. Luchaba por mantenerse igual: Dinámico, caballeroso, amoroso. Pero no lo podría hacer por mucho tiempo.

Sabía que Marinette, su preciada Ladybug, algún día se cansaría de tener que soportar su amargura. Estaba preparado para eso. En el fondo, seguía ahí, atrapado en su cuerpo, presa del mal y del egoísmo. La amaba, realmente la amaba, a niveles inexplicables. Y si amas algo, debes de ser lo suficientemente valiente como para dejarlo marchar.

Pero su otra mitad no, él seguía aferrándose a la alegre diseñadora, dispuesto a mantenerla para siempre a su lado. Adrien se lamentó en cuanto se dio cuenta de que había comprado un anillo de matrimonio. No lo haría, no era justo para ella.

Las discusiones que mantenía consigo mismo podrían ser interminables.

"No seas tan bueno con ella."

"Ella no te merece."

"Es ella quien tiene suerte de que alguien como tú se fijara en alguien tan insignificante."

"Ella no es insignificante, ella me hace mejor persona."

"Ella es una estúpida panadera con la que estás perdiendo el tiempo."

"Nadie quiere estar con una basura como tú."

"Ella debe alejarse de mí. Y no es estúpida, sólo es demasiado noble para alguien tan malo como nosotros..."

"No falta mucho para eso, y en cuanto eso pase, estarás solo."

Plagg sólo contemplaba en silencio, mientras lo invadía una profunda tristeza. Había hablado con Tikki y ambos acordaron no decir nada a menos que fuera cuestión de vida o muerte. Tikki entendió que Adrien no tenía la culpa de la metamorfosis de la mariposa oscura. Y los tres lloraron juntos.

Adrien ya sabía que Marinette planeaba terminar con su relación. Dolía que su futuro se viera arruinado por ese estúpido akuma, pero a esas alturas y luego de tantos años compartiendo cuerpo con el monstruo, ya no había remedio.

El modelo caminaba en círculos, desordenando la sala del apartamento que compartía con el que era el amor de su vida y que seguiría siéndolo a pesar de todo. Había escrito una carta explicándole los motivos de su comportamiento, con la esperanza de que ella pudiera perdonarlo por haberle quitado tantos años en aquella tóxica relación, pues era el akuma que vivía dentro suyo. Quería haber tenido la oportunidad de mirarla una última vez cara a cara y de robarle un beso como el primero que intercambiaron cuando se declararon sus sentimientos inocentes seis años atrás. Tuvieron un año de paz,hasta que el akuma se apoderó de la mitad de sus acciones.

Quería abrazarla y no soltarla, pero temía tocarla y hacerle daño, no sólo a ella, a cualquiera que se acercara. No llevaba maletas, tampoco dinero. Al lugar donde iría no necesitaba nada. Tal vez, sólo tal vez, las voces en su cabeza guardarían silencio, por fin.

Gruesas lágrimas se resbalaron por su reconocido rostro para aterrizar en la suela de sus zapatos recién pulidos. Se miró al espejo, respirando con dificultad, el compás de su respiración comenzaba a tranquilizarse. Sonrió de forma torcida en cuanto notó lo demacrado que se veía. Sus ojos, completamente hinchados brillaban en la oscuridad como los del gato al que rendía homenaje. El cabello revuelto se sacudió con sus despreocupados movimientos agitados. Cada día despertar era un nuevo desafío, nunca se sabía cuándo perdería el completo control y temía por Marinette. La última vez que había perdido el conocimiento de sus acciones había despertado cerca del río Sena, con múltiples hematomas a lo largo de su espalda. Plagg lo había ayudado a regresar a casa y poner todo en orden justo antes de que la diseñadora llegara al departamento. Chat Noir era capaz de tener el poder de la destrucción, pero su otro yo... Era un misterio. 

Sabía que la pasantía era una excusa perfecta para mantenerse lejos de él y no tenía problemas con eso, si ella no estaba no habría posibilidad de dañarla.

—Plagg— decía cuando el trabajo le daba un poco de tiempo libre— ¿Tú crees que si esto no hubiera ocurrido...?

—Tú habrías vivido muy bien, Adrien— lo alentaba su compañero.— Tendrías una familia y serías feliz. Porque te lo mereces.

—Pero no lo tendré y debo aprender a vivir con ello— suspiraba antes de volver a su humor usual. Sabía que Plagg no tenía la intención de ser cruel, era sincero.

¿Habrían seguido juntos? ¿Se habrían casado? ¿Habrían tenido hijos? Probablemente sí. Todavía recordaba los primeros meses, cuando aquella cosa todavía no lograba manipularlo las veinticuatro horas los siete días de la semana. Habían sido los meses más felices de su vida. Descubrir que Marinette era Ladybug fue como una preocupación menos de la enorme montaña que se comenzaba a acumular en el fondo del ropero.

Uno de sus sueños más comunes era aquella fantasía en donde los dos obtenían aquel final de cuento de hadas que podrían haber vivido. Sabía que de no ser por el akuma sus vidas serían diferentes. Existía en el universo alguna realidad en donde los dos se enamoraban profundamente y tenían tres hijos: Emma, Hugo y Louis, como Marinette le había comentado alguna vez. Existía una realidad en donde los dos eran eternamente jóvenes para luchar lado a lado contra el mal. Una realidad en donde Marinette era la que se marchaba antes que él.

Gabriel Agreste no pareció darse cuenta de que uno de sus pequeños demonios había profanado lo que más amaba (a su manera) en la vida: Su propio hijo. Puede que él hubiera podido hacer algo, si tan solo Adrien le hubiera pedido ayuda. Puede que Gabriel hubiera renunciado a su absurda cacería sin fin y Hawk Moth habría dejado de existir de una vez por todas. Puede que... Puede que hubieran pasado muchas cosas. Pero Adrien habría preferido asumir un camino en solitario. Viajar por todo el mundo hasta que su alma, corrompida, ya no pudiera más.

"No quiero ser una carga" Le había dicho a Plagg.

Así que esta misma noche, mientras la mujer de su vida se encontraba dispuesta a abandonarlo, se puso su mejor traje, el mejor perfume, su corbata favorita, el reloj que tenía desde su niñez y un pañuelo que regaló Emilie, su madre, antes de fallecer. Emprendería un camino doloroso y solitario, todo por un bien mayor. 

Agarró la pequeña cajita que contenía el anillo y la guardó en el interior del bolsillo del saco. También llevaba la carta que explicaba cada una de sus acciones, su forma tan negativa de evadir el dolor en base a los vicios, la manera en la que había tratado cada remedio que se le ocurría y como ninguno había surgido efecto.

Lanzó un último vistazo al apartamento, tantos agrios y dulces momentos que contemplaron esas paredes... Esperaba que ella lograra comprenderlo y perdonarlo, no tolería que se sintiera culpable por algo que fue su responsabilidad y que no tenía solución. Obervó sus fotos, los adornos que compraron para decorar el árbol, los cojines con fundas que Marinette diseñó y quiso quedarse, pero no. No era lo correcto..

Salió del apartamento, observando los pequeños detalles de esa breve vida juntos y sonrió al ver las fotografías de la pared y las repisas, incluso la ropa de Marinette amontonada en una silla escondida detrás del sillón para cualquier emergencia, los discos que se extendían por la mesita del centro y el violín que reposaba en el sillón. Apagó las luces, mientras el pequeño kwami lo observaba en un fúnebre silencio y cerró con llave, para después dejarla en la maceta que tenían en la puerta. Dejó la carta junto al lugar donde colgaban las llaves de la entrada, junto con un pequeño regalo. Pero decidió que esa no era la manera. Lo entregaría. 

Luego, se dirigió al estacionamiento.

El portero del edificio le entregó sus llaves con una amplia sonrisa y le deseó una Feliz Navidad, Adrien respondió lo mismo. Plagg estaba escondido junto con la carta y el anillo que le daría a Marinette.

—¿Estás seguro de esto?

—No— respondió el rubio, encendiendo el motor del BMW— pero sé que es lo correcto.

—Ella te quiere, Adrien.

—Pero ya no me ama.

Plagg guardó silencio. Sabía que su portador tenía razón, querer no era ni la mitad de lo que significaba amar.

❄❅❆

Cuando Marinette y Jagged salieron riendo juntos de la zona VIP, la disquera se sumía en un profundo caos. Todos revoloteaban emocionados a la espera de lo poco que faltaba para la media noche.

Chloé Bourgeois se le acercó con una sonrisa pícara iluminando su rostro.

—¡Lila acaba de enviarme un boleto para que vaya con ella mañana temprano! ¿No es la mejor novia del mundo?

Marinette soltó una pequeña risa, se encontraba muy relajada, hablar con Jagged la había reconfortado como un baño de espuma luego de un día estresante. Era una locura pensar que horas antes los dos se sentían increíblemente solos.

—Es fascinante como puedes resolver las cosas con tu novia tan rápido— respondió Jagged, sorprendiendo a la rubia.— Mari me contó.

La sonrisa de Chloé se ensanchó más y le dio un codazo cómplice a la azabache.

—Ya quiero ver como Mari te sigue contando cosas a solas, eh.

Y sin decir más, se marchó, dejándolos notablemente sonrojados.

—Está ebria— se apresuró a aclarar la franco-china, pero Jagged le restó importancia con un gesto de mano.

—Lo que ella dijo no me molestaría, hablar contigo es mejor que el alcohol, de serte sincero.

Ella no supo que responder, sentía emoción de escuchar palabras tan reconfortantes de alguien a quien admiraba demasiado durante su juventud. Sentía una calma en el alma que hace años no sentía y, por la mirada que reflejaba el guitarrista, supo que Jagged se sentía igual. Decir que se enamoró de la celebridad sería una tontería, pero algo en su interior le indicaba que era el inicio de lo que parecía ser una buena amistad, que no le molestaba en lo absoluto.

Fue Nino el encargado de romper con esa burbuja de sentimientos encontrados, se notaba incómodo y alterado.

—¿Pasa algo, Nino?— inquirió la azabache, a lo que el moreno asintió.

—Se trata de Adrien.

Marinette palideció, sintió como el alma se le iba a los pies. Jagged la rodeó por los hombros con brazo protector.

—No permitiré que ese hombre la vea, podría demandarlo por violencia doméstica...— inició el mayor, a lo que Marinette lo detuvo.

—No, debo enfrentarlo, acabar con esto...

—Él no está aquí— la interrumpió el Dj, entregándole un sobre, una cajita de terciopelo azul cobalto y un anillo que ella conocía a la perfección, no, eso era una locura.— Sólo me dijo que te diera esto.

¿Por qué le entregaría su miraculous?

Sin decir más, agarró las cosas que Nino le extendía. Jagged le dio un abrazó alentador.

—Ve por él y dile todo. — Marinette temblaba, los ojos de Jagged se veían transparentes, le transmitían seguridad. El músico tenía razón, debía ir y afrontarlo, darle un último adiós. 

Se fue corriendo a las escaleras, creyendo que lograría alcanzarlo. No, las cosas no serían tan fáciles de terminar, ¿o si? Ni siquiera logró hablarle, ni explicarle porque quería terminar con él ¿y si era una trampa? ¡Imposible! Adrien nunca desperdiciaba oportunidad para recalcar sus errores, por algo tenía una corazonada. Se colocó el anillo de Chat Noir, incrédula de que su compañero de batalla la hubiera abandonado sin decir palabra. La joya emitió un destello y de ella emergió Plagg, a lo que Marinette no dudó en preguntarle que sucedía. Lo que no esperaba, es que la pequeña criatura no dijera ni palabra, se negaba a darle respuestas. Plagg no era así, algo andaba mal.

—¡ADRIEEEEEEN!— Gritó, con todas su fuerzas, una vez consiguió llegar al vestíbulo del imponente edificio, ignorando el frío que se apoderaba de su piel al descubierto. Si Adrien la hubiera visto, ya estaría regañándola por usar un vestido tan "revelador." —¡ADRIEN AGRESTEEE!

Salió y comenzó a buscarlo por los alrededores, no podía ir tan lejos.

—¡ADRIEEEN!— Sin entender porqué, lágrimas se deslizaban por su cara. No podía acabar así, no, necesitaba hablarlo, dar y recibir explicaciones. De acuerdo, había pasado todas las anteriores horas quejándose sobre los problemas de su relación, pero no todo fueron momentos grises, fueron felices y prefería quedarse con esa imagen del hombre con el que compartió seis años de su vida. Fue su amigo, su compañero, su confidente y, también, su novio. No podía desaparecerse así nomás. Desesperada, comenzó a gritar más —¡Amor! ¡Adrien! ¡Chat!

Nadie respondió.

Aún llorando, se quitó el miraculous y lo guardó, a la par que abría la pequeña cajita de terciopelo azul. Un hermoso anillo con rubíes y pequeños detalles en un color oscuro asemejaban a los colores de su traje como superheróina. Era un anillo de compromiso. Siempre soñó el momento en que él se lo diera, podía imaginárselo arrodillado frente a ella y con esa tierna sonrisa del adolescente que conoció. Por un instante, pasó por su mente toda la vida que pudieron tener juntos de no ser por su extraño cambio. Observó el anillo con insistencia, como si pudiera tener alguna pista del paradero de su (todavía) novio.

Sólo quedaba leer la carta. Armándose de valor, decidió abrir el sobre, sin creerse nada de lo que estaba pasando. Sonrió al reconocer la caligrafía y, aunque los momentos malos eran demasiados, estaba esa pequeña parte suya, la optimista, la que sólo quería aclarar todo y darle un gran abrazo, hundir su nariz en su cuello y aspirar esa fragancia tan elegante que siempre lo caracterizó. Fue su primer amor, pero no sería el último. Y eso era lo más doloroso.  Se armó de valor e inició la lectura, tenía un pergamino elegante, de textura rugosa, impregnado de su aroma como si hubiera leído su pensamiento. 

"Querida princesa de traje rojo y océanos profundos:

Antes de otra cosa, feliz Navidad..."

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