#17

“—Sólo recuerda que a pesar de que las personas sean malas contigo, tú siempre debes ser buenas con ellas —me acariciaba mi padre mi cabeza mientras los tres veíamos las noticias.

— ¿Por qué debo ser buena si ellos no lo son conmigo? —alce mi cabecita que se encontraba apoyada en su hombro, le veía.

— Porque ellos dejaron que la maldad gobernara su corazón —él me observaba con esa mirada tan dulce y peculiar que siempre le había caracterizado.”

De pronto despierto con un gran dolor que se instala en mi cabeza, al sentir como alguien tira de mi cabello demasiado fuerte hasta llegar al punto, que podía jurar, que me habían arrancado unos cuantos pelos.

— ¡Ya levántate! —alguien grita.

Me muevo como puedo con mis manos aún atadas en la parte de atrás y mis piernas de la misma forma. Entra una chica pelirroja y alta con ropa totalmente negra, en su mano derecha lleva una navaja. Tira de mis pies para cortar la cinta de embalaje que los rodeaba.

— ¡Date prisa! —se baja de la camioneta esperando que yo también lo haga en seguida.— no tenemos todo el día.

Me muevo hacia el filo de la camioneta con ayuda de mis piernas y mis manos, no digo nada, pero sé que lo que no dice mi boca lo dice mi cara. Hago algunas muecas de dolor que siento por la posición que se encuentran mis brazos y manos juntas al aplicar un impulso hacia delante para avanzar.

— Por fin —da pequeños aplausos con una sonrisa más falsa.— Ahora sígueme.

Nos adentramos a la gran casa de tres pisos con una arquitectura muy moderna y unos colores de distintos tonos grisáceo que decoran su fachada. En el interior es simplemente increíble cómo es todo elegante y limpio con ese blanco en la mayoría de las paredes con cierto contraste con otra de un color gris.

— Veo que te gusta nuestro lugar de trabajo —a pesar de que esa voz sólo la haya escuchado una vez, la puedo reconocer al ser tan grave y ronca y no debo olvidar que gracias a él mi vida es un completo infierno.

La mujer que se encontraba delante mío mira hacia mis espaldas en donde se encuentra él, ella asiente a lo que sea que le haya comunicado. Se me acerca y me da un dolor con una fuerza brutal en el estómago haciendo que me doble para adelante, empiezo a respirar por la boca a la falta de aire.

— No me gusta que la gente me dé la espalda cuando hablo

¿Era necesario un golpe para decir eso luego?

Aún no me he enderezado cuando la misma mujer que me dio el golpe, me hace girar abruptamente hacia la dirección que se encuentra él, viendo todo esto con una sonrisa demasiado fea para decir verdad.

— ¿Dónde está la niña? —aprieto mis manos en forma de puño.

— Todo a su debido tiempo, todavía me falta conocerla más —sonríe mostrando todos sus dientes.

— Eres un maldito bastardo que ni siquiera tiene piedad con una niña tan pequeña, eres un ser sin corazón, un maldito monstruo que le gusta atormentar vidas, no me sorprende que te guste destruir vidas y familias porque tú no la tienes, eres un hijo de la putisima madre… —soy interrumpida en mi sarta de maldiciones hacia él.

— ¡Ya cállate! —grita tan fuerte que se debió escuchar alrededor de la casa.

— ¿No te gustan que te sigan la verdad? —finjo una cara de arrepentimiento para luego reírme, sin embargo, no debería hacerlo por la situación en la que me encuentro.

— Para tu información tengo una hermosa familia que vive en México en uno de los mejores barrios de la capital —frunzo mi frente al escuchar eso.— ¿Sorprendida?

— Realmente demasiado al saber que alguien te aguante y yo que pensaba que eras un viejo amargado, pero si te encuentras aquí y tu esposa allá, deberías empezar a conseguir que hagan la puerta de está casa más grande, sólo es una sugerencia para que pasen tus cuernos sin ningún problema —al decir la última parte él se apresura en llegar hacia mí mientras que la mujer se hace a un lado.

Sonrío porque sé que lo he provocado, me gusta conocer que mis palabras no son vacías y le llegan.

Me da una fuerte cachetada, pero no dejo de tener una sonrisa en mis labios y eso le enfurece aún más.

— Sabes que es verdad y no importa cuanto me golpees la verdad siempre será esa —se saca la correa negra que llevaba en el pantalón y me empieza golpear.

Sus golpes me tumban al suelo y no paran hasta que grandes cantidades de lágrimas empiezan a salir una tras otra, pero reprimo cualquier sollozo juntando mis labios y mordiendo ambos por dentro. Fue ahí cuando un recuerdo cruzó mi mente.

Sus golpes eran iguales, pero en ese entonces no tenía la voz tan ronca.

A. C.

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