Jueves, 10:30 a.m.
Un nuevo visitante se abre paso ante las grandes puertas de cristal de la entrada.
Avanza por el corredor principal. Sus zapatos resuenan contra el parqué, mientras sus ojos recorren rápidamente los carteles de señalización. Lo que busca está en esa misma planta, al fondo del pasillo.
Aprieta el paso, ahora esquivando pequeños grupos de gente que esperan, algunos sentados y otros de pie, en unos largos bancos de madera; compartiendo pequeñas conversaciones en un tono bajo.
Ve cerca su meta: el mostrador. Allí, un hombre de mediana edad, alto y canoso le recibe con una sonrisa.
El nuevo visitante le pregunta por la exposición Para Renacer hay que morir, y este extrae inmediatamente de debajo de su escritorio una entrada individual. Esto es un papel grueso, rectangular y pequeño, con El nacimiento de Venus plasmado en una de sus caras.
El hombre de mediana edad le pregunta enseguida si querrá visita guiada; o si por el contrario prefiere recorrer la exposición por su propia cuenta. El visitante vacila unos segundos, para después inclinarse por la guía. La respuesta parece alegrar al encargado de información, que le tiende una cinta de color azul, de la que cuelga una tarjeta imantada estampada con el número 7. Por último, le señala con el dedo en el lugar donde debe reunirse con el grupo y esperar al guía, dedicándole una última sonrisa.
El visitante le responde con otra y un escueto 'gracias', para después dirigirse hacia uno de los bancos del corredor principal. Ya sentado, pasa la cinta alrededor de su cuello, e impaciente, mira su reloj. Son apenas las once de la mañana, y el calor de finales de agosto ya aprieta sobre los tejados.
El nuevo visitante alza su vista y la dirige hacia el exterior, hacia aquel patio soleado. Observa a cada una de las personas que hay allí, gesticulando entre ellas. Piensa que ya no debe esperar mucho más. Una mujer rubia se cruza en el camino de su observación, haciéndole entornar los ojos. Esta se dirige, desde el patio, hacia las puertas principales. Una vez las cruza, repite exactamente los mismos movimientos que el visitante realizó minutos atrás. En su camino hacia el mostrador de información, dirige su mirada hacia el nuevo visitante. Sin detenerse, mantiene sus ojos en los de él, unos instantes, para después asentir ligeramente con la cabeza. Él imita su movimiento, y sus miradas dejan de cruzarse. La mujer desaparece por el pasillo, y el hombre suelta todo el aire que contenía en sus pulmones.
Una voz se alza por encima de las demás.
- ¡Buenos días!
El nuevo visitante, junto con el resto del grupo a su alrededor, giran sus cabezas para fijar la mirada en lo que parece su guía. Una mujer joven, de pelo largo, castaño y tez morena les saluda sonriente. Viste un pantalón ancho, ceñido a la cintura, de color rosa, acompañado por una camiseta ceñida de pelo, de manga corta y cuello cisne en el mismo color. Unos stiletto guardan sus pies, y, subiendo la vista, una cinta de color azul cuelga de su cuello. Su tarjeta está estampada por unas letras blancas que rezan GUIDARE.
- Vosotros sois mi tercer grupo de la mañana - comenzó a hablar después de haber captado la atención de todo el mundo. - Si os parece, esperaremos cinco minutos por si alguien más decide incluirse en la visita, y después comenzaremos.
Al hablar, los aros que colgaban de sus orejas describían una suave danza, a veces chocando contra el exterior de su mandíbula.
El nuevo visitante sonrió, asintiendo.
Los ojos verdes de la guía fueron paseándose por todas las personas de su correspondiente grupo, para acabar encontrándose con los azules de John.
- Comencemos - indicó ella, sin apartar sus ojos de los del visitante.
Todos se pusieron en pie, y con un movimiento de sus piernas, giró su cuerpo y comenzó a caminar hacia los controles de seguridad, presidiendo el grupo.
John, sin embargo, no tenía su vista fija en sus zapatos de tacón, ni siquiera en sus caderas balanceándose suavemente al ritmo de sus pasos, y tampoco prestaba atención al delicado perfume que desprendía su melena perfectamente ondulada. Sus ojos paseaban por todas y cada una de las paredes de la galería, captando todos los detalles. Todas las cámaras, todas las caras de los trabajadores, las tarjetas, los sistemas, las puertas, las manos, el ruido. Todo atravesaba por su retina y todo lo retenía en su memoria.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top