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CAPÍTULO 1

―¿Me puedes explicar de nuevo que estamos haciendo aquí? ―me pregunta Savannah. Es la hija de una famosa actriz californiana con una trayectoria internacional estelar. Echa su llamativo cabello rizado para atrás cuando pasa un grupo de chicos atractivos a nuestro lado.

Aquí es un pub irlandés llamado Murphy's. Un lugar donde los estudiantes del campus vienen a relajarse, bailar y besuquearse con desconocidos. No es nuestro tipo de entorno. Savannah está acostumbrada a ambientes más glamurosos, pero hay una razón por la que la he arrastrado a Murphy's esta noche.

―Tengo un trabajo ―le respondo con discreción a pesar de que el vocerío y la música no permiten escuchar la conversación de otros. Me recorre un escalofrío al darme cuenta de que sueno como mi padre. Hace seis meses que entró en la cárcel y le han caído trece años por participar en el robo de una exposición de coronas en el MET de Nueva York. En especial, la corona de una emperatriz francesa del siglo XIX con la friolera de mil ochocientas piedras preciosas incrustadas y valorada en más de un millón de dólares.

Savannah frunce el ceño mientras remueve su cóctel rojizo con una pajita. Su bebida no concuerda con el ambiente del bar y no me extrañaría que sea el primer cóctel que preparan.

―¿Un trabajo aquí? ―su achatada nariz se arruga mientras pasea la mirada por el pub. El mobiliario es de madera oscura wengué, hay mesas con bancos enfrentados contra las vidrieras verde oscuras típicas de los pub irlandeses. Las paredes están adornadas con botellas de alcohol, cuadros de Guinness, fotos de jugadores de fútbol, placas de nombres de calles en Dublín, e iluminado por lámparas verdes. En realidad, es un ambiente muy acogedor. Los pubs irlandeses están creados para animar a que la gente pase mucho tiempo en ellos. Además, me gusta la música que ponen, en estos momentos suena Don't Look Back in Anger de Oasis.

―¿Conoces a Julia Parks? ―le pregunto tras dar un trago a mi Kopparberg de pera.

Savannah alza las cejas y abre la boca.

―¿La Julia Parks? ―Se hecha sobre la mesa con forma de barril, que hemos ocupado en el centro de una de las zonas del pub, para acercarse más a mí.

Julia Parks es hija de un Senador y estudia ciencias políticas en nuestro campus. Además, es activista y afiliada al partido Republicano. Sus intenciones de seguir los pasos de su padre, son claras.

Asiento.

―Me ha contactado esta semana ―le explico, recordando el momento en el que nos encontramos en una cafetería en la que entró con unas gafas de sol. Una joven un tanto dramática.

―¿En qué se ha metido? ―quiere saber Savannah muy interesada.

―Bueno, es el típico caso de chica buena conoce chico malo. Julia se ha liado con el hombre indebido, él ha sacado algunas fotos de ella con escasa indumentaria, se han peleado y ella ahora quiere las fotos de vuelta.

―¿Y él se niega a devolverlas?

Asiento toqueteando el húmedo botellín de mi sidra. Julia Parks me ha ofrecido una cantidad desorbitada por recuperar esas fotos. Necesito ese dinero. Debería ser dinero fácil, pero la cosa se ha complicado.

Hay dos cosas que debéis saber sobre mí. La primera es que soy capaz de abrir cualquier modelo medio decente de cerradura, candado o caja fuerte. Lo que genera un conflicto con la segunda, y es que tengo un porrón de facturas que pagar y la cuenta de ahorros congelada; pero me estoy adelantando.

Soy hija de un ilustre ladrón coreano de guante blanco, quien me enseñó todo tipo de trucos para apropiarme de lo ajeno. Mi padre y yo hemos vivido en la friolera de once países, en algunos de ellos apenas unos meses, pero he añadido una tachuela a todos y cada uno de ellos en el mapa que tengo colgado en la pared de mi cuarto. Él odia esa costumbre. Cree que si la policía rebuscara en mi habitación, tendrían la mitad del trabajo hecho con ese sumario de la localización de sus fechorías.

Hace cuatro años que llegamos a California, donde cumplí la mayoría de edad y decidí que no pensaba seguir huyendo de la ley con él. Todo lo que quiero es graduarme de mis estudios de arte y vivir una vida aburrida en un barrio suburbano de casitas bajas y jardín delantero. Quiero que todos mis vecinos me conozcan y no tengan jamás nada jugoso que chismear sobre mí. Y cuando digo jugoso, me refiero a cosas como "La policía ha venido esta mañana, han tirado su puerta abajo y se la han llevado esposada".

He visto dos veces como se llevaban a mi padre esposado. La primera vez, tuve la suerte que mi madre aún vivía, pero la segunda... bueno, la segunda me quedé tirada y sola a una edad en la que nadie debería verse en esa situación. Después de eso, mi padre debió volverse más cauteloso con los trabajillos que aceptaba o quizá fue simple suerte, porque no volvieron a detenerle.

Hasta hace seis meses, claro. Cuando le detuvieron y me dejó sin blanca.

― ¿Y por qué estamos aquí? ―insiste Savannah sin entender la conexión.

Suspiro llegando a la raíz del problema.

―El chico malo es Ken Ritz ―comienzo, pero Savannah pone cara de no haber oído hablar de él―. Es fotógrafo y vive en una fraternidad dentro del campus.

Asiente no muy impresionada.

―Vas a entrar en su habitación, coger su ordenador, rebuscar entre sus cosas... ―prosigue con lógica y mueve una mano para instarme a seguir―. Lo has hecho antes.

Me muerdo el labio.

―Esta vez hay un problema, Ritz vive en la misma casa que Hunter Rinehart.

Mi amiga da un golpe en la mesa que hace tintinear los vasos sucios que se han dejado los últimos usuarios.

―Hunter Rinehart... ¿El puto hijo del presidente?

Asiento.

Mi objetivo vive en la casa más segura y vigilada de toda la jodida ciudad, lo que hace imposible que llegue hasta su habitación sin que me descubran y piensen que quiero dañar o secuestrar al hijo del presidente.

―Colarme en su casa queda descartado.

Los hombros de Savannah se desinflan.

―Entonces tienes que rechazar el trabajo.

Me rasco la coronilla. Es demasiado dinero como para rechazarlo, necesito pagar la facultad en unos meses y luego está el hecho de que alguien le ha hablado de mí y de mis servicios a Julia Parks, cosa que me da escalofríos. Podría denunciarme si me niego a ayudarla. Tiene poder suficiente para hundirme.

―Tengo que intentarlo ―le digo resignada―. Y por eso estamos aquí. ¿Ves a ese grupo jugando al billar? ― Hago un movimiento de cabeza a mi izquierda. Está separada de la nuestra por una barandilla y unos pocos escalones. Con una mesa de billar y dos dianas es la zona de juego del pub.

―El de la barba y el pelo recogido en un moño en la nuca, ese es Ritz ―la informo, manteniendo los ojos en su rostro ya que si miramos ambas podríamos llamar su atención.

Holaaa, papacito ―suelta Savannah. A veces, dice palabras en español latino, como todo el mundo en Los Ángeles. Debido al tiempo que pasé en Barcelona, deduzco que Ritz le parece atractivo―. No entendía como Julia había sido tan tonta, pero empiezo a comprender su enajenación mental bastante mejor.

―Deja de mirarle ―le ruego, tomándola de la muñeca.

―¿Cuál es tu plan exactamente? ¿Acercarte y robarle la cámara? ―me pregunta con curiosidad.

Suelto una larga y desesperada exhalación. Ojalá fuera tan fácil.

―Esas fotos deben estar ya en su ordenador, Barbie ―razona, alzando sus dedos al puntualizar―. O en una nube. Tendría más sentido que Parks contratara a un hacker.

―Julia cree que tiene copias impresas escondidas en su cuarto ―le aclaro, para que entienda porque ha recurrido a alguien como yo.

La joven frunce el ceño.

―Suena encantador ―ironiza, echándole otro vistazo.

Me froto las sienes.

―No sé cómo voy a entrar en esa fraternidad.

Savannah pestañea e inclina el rostro hacia un lado como a veces hacen los perros. Se le está ocurriendo algo. La veo mirar de nuevo hacia Ritz y cuando sus ojos vuelven a mi tiene una sonrisa maliciosa en la cara.

―Hay una forma muy fácil de entrar en la habitación de un hombre ―dice y alza ambas cejas.

Frunzo el ceño sin saber de qué está hablando. El problema no es forzar la cerradura de su cuarto, sino el servicio de seguridad de Hunter Rinehart, con sus guardaespaldas y cámaras de vigilancia.

Savannah observa mi confusión.

―Estás pensando en su cerradura ¿verdad? ―dice con los ojos entornados.

Me encojo de hombros un tanto confusa.

― ¿Tú no?

Savannah suelta un bufido y pone los ojos en blanco.

―Eres digna hija de tu padre... pero yo soy digna hija de mi madre ―pone una mueca seductora al decir eso último―. Barbie, no me refiero a que te cueles en su dormitorio sino a que te invite él ―especifica sin paciencia. Para cosas como esas, me considerara un caso perdido.

Abro la boca pero nada sale de esta. Estoy confusa.

―No le conozco de nada, ¿Por qué iba a llevarme a su...

No termino la frase porque la veo alzar las cejas y entiendo al fin qué tiene en mente. Empiezo a reírme, no puedo evitarlo. Hasta me doblo de la risa.

―No hace falta que te acuestes con él ―se defiende―. Puedes fingir que has bebido mucho y que necesitas dormir un rato. Te dejará quedarte con la perspectiva de tener sexo mañanero. Entonces tú urdes tu magia mientras él duerme.

Me quedo muda durante un instante demasiado largo. Mi voz suena aguda cuando por fin logro hablar.

―Disculpa, ¿qué es lo que estás sugiriendo que haga exactamente?

Savannah echa la cabeza hacia atrás y mira el techo del pub antes de rodear el barril y ponerse a mi lado. Me toma de la mano.

―Solo tienes que seducirle para que te lleve a su cuarto él mismo ―resume con el tono de quien dice una genialidad.

Ambas miramos hacia la mesa de billar.

Ken Ritz debe medir casi dos metros. Su cabello largo y castaño claro y su despeinada barba le dan un aspecto de motero peligroso que contrasta con la dulzura de sus ojos azules y su rostro joven. Sus hombros y su espalda tienen la anchura de un guerrero vikingo y sus bíceps parecen querer romper las mangas cortas y dobladas de su camisa. Lleva un tatuaje del hombro hasta la mitad del brazo y pulseras de cuero en las muñecas. Todos sus movimientos denotan una cosa: peligro.

Ritz, tal y como había previsto antes, nota que hay dos miradas sobre él y alza los ojos hacia nosotras. Se me para el corazón y me giro tan rápido que tiro mi bebida.

―Ups, nos ha pillado ―ríe Savannah, pero incluso ella parece sonrojada―. Por otro lado, también podrías tirártelo.

Con las mejillas aún ardiendo, le doy un sorbo a lo que queda de mi sidra y me contengo para no volver a mirar hacia la zona de juegos.

―Bromeas ¿verdad? ―murmuro. Por alguna razón me falta el aliento.

―No, considéralo un pago extra del trabajo ―rebate ella y se muerde el labio, echando otro vistazo―. Si tuviera tus talentos, yo misma lo haría.

―Por favor, deja de mirarle ―le ruego, paralizada como una estatua. A pesar de mi misma, no puedo evitar mi siguientes palabras― ¿Aun nos mira?

Savannah pone una mueca decepcionada.

―Nah... es de esos que está acostumbrado a la atención.

Por ridículo que sea, me siento decepcionada. Me toco mi larga coleta de cabello negro y liso asiático, más que nada porque aún estoy alterada. Su mirada ha sido como si me hicieran cosquillas en la distancia.

Me pregunto si a un hombre como él le gusta el pelo liso o prefiere el rizado de Savannah. A los moteros les van más las cabelleras salvajes y si me baso en Julia Parks, las prefiere rubias.

Sacudo la cabeza ¿Qué tonterías estoy pensando?

―¿Qué vas a hacer? ―me pregunta Savannah tras chupar el azúcar rosado del borde de su cóctel.

Me muerdo el labio. No tengo ni idea.

―Hazme caso, tu única opción de entrar en ese cuarto es que te lleve el mismo dueño.

―Me pongo muy nerviosa cada vez que dices eso ―confieso, rascándome la nuca. Solo he tenido un novio y era más un nerd que alguien con la pinta de Ritz. No puedo hacer lo que sugiere. No puedo plantarme delante del chico malo y seducirle para luego robarle. Y mira que robarle sería la parte fácil. Es tratar con él lo que me preocupa. Lo que sí puedo hacer es acordarme de su aspecto para cuando lea una de esas novelas históricas eróticas, donde la dama inocente es seducida por un pirata incorregible. Él sería perfecto para ese papel.

Savannah se encoge de un hombro.

―Siempre puedes decirle que no a Julia. Ya saldrán más cosas.

No por esa cantidad de dinero. En tres meses tengo el primer pago fraccionado del curso siguiente y apenas he reunido el veinte por ciento. Con el dinero de Julia, podría pagar el año completo y ya solo tendría que preocuparme de comer y pagar el alquiler.

Cuadrando los hombros, suspiro decidida.

―De acuerdo, voy a hacerlo.

El rostro de Savannah se enciende como un árbol de navidad y antes de que vuelva a mirar a Ritz, la agarro por los mofletes.

―Vamos a hacerlo a mi manera.

Savannah asiente y pone una expresión angelical que nada tiene que ver con la realidad de su maquiavélica personalidad.

―¿Vas a acercarte a él?

Niego con la cabeza. Necesito emborracharme primero.

Durante la siguiente hora y media me bebo dos Desperados y dos chupitos de tequila. Entablamos conversación con dos estudiantes de finanzas que nos explican lo último en robots financieros para que invierta dinero la gente que no tiene conocimientos de bolsa. Me apunto el nombre de varios en el teléfono, decidida a investigarlo más tarde. Cuanto antes aprenda otras formas de obtener liquidez que no me metan en líos, mejor.

Durante todo ese tiempo, en el que el alcohol ya está obrando su efecto en mí, he logrado mirar hacia Ritz solo en tres ocasiones y han sido miradas profesionales, para asegurarme de que seguía allí. Ni una sola vez él ha mirado hacia nosotras.

―Te doy mi número y así me preguntas siempre que quieras ―me dice Paul, o al menos es así como creo que se llama. Le veo echar un vistazo a mi escote y sé que está interesado en algo más que ayudarme con mis finanzas, pero si hay algo que he aprendido de mi padre es que las conexiones con expertos en materias que no controlas son tan importantes como desarrollar tus propias habilidades.

Así que me apunto su teléfono y cuando vuelvo a mirar por encima de mi hombro, Ritz ya no está junto a sus amigos.

Le doy un codazo a Savannah y sigue la dirección de mi mirada.

―Chicos, ha sido un placer conoceros ―se despide, veloz como una flecha―. Nos vemos por el campus.

Nuestro campus es enorme, por lo que no es para nada seguro que volvamos a cruzar caminos, pero después de una hora de charla, los interesados ya tienen que haber conseguido o proporcionado números de teléfono, como bien ha hecho Paul.

Cogemos nuestras chaquetas y salimos pitando del bar hacia el parking.

―A lo mejor solo ha ido al baño ―digo tontamente, al notar el aire de la noche. No se me había ocurrido esa posibilidad hasta ese momento.

Savannah me da un golpe en el hombro y tira de mí hacia la pared de la esquina del pub. Cuando me asomo veo a Ritz pasando la pierna por encima del asiento de una moto. Sabía que era un motorista, pero no tiene una de esas motos con pinta de hormiga transformer que me había imaginado sino una de esas scooter que usan los repartidores de pizzas.

―Vamos ―declara Savannah, pero la sostengo contra la pared.

―¿Qué piensas hacer?

―Vamos a hablar con él y lo que surja ―propone con tranquilidad.

―¿Estás loca? ―susurro, empiezo a ser consciente de todo lo que he bebido. Y aun así, la idea de hablar con Ritz me vuelve mantequilla. Ni pensar en tontear con él o seducirle. No tengo ni pajolera idea de cómo seducir a ningún hombre en general, mucho menos a uno con ese aspecto.

―Se ha ido ―dice Savannah asomada al la esquina.

Frunzo el ceño porque no he escuchado el motor y me asomo para descubrir que la motocicleta aún está ahí, pero vacía.

―¿Ha vuelto a entrar?

Savannah tira de mí y esta vez le dejo hacerlo. Nos acercamos a la moto y miramos la puerta del bar.

―Ha debido olvidarse de algo ―razona ella.

La tomo de la mano y tiro asustada ante la perspectiva de que nos descubra merodeando.

―Vámonos antes de que salga ―le pido. Tendré que aplazar el loco plan para otra noche. La noche de nunca jamás a poder ser.

―Ni hablar ―dice ella y se suelta de mi mano―. Vas a esperarle aquí. Finge que esperas un taxi, le sacas conversación, tonteas y a ver qué pasa.

― ¿Y me voy con él en la moto después de que ha bebido? ―objeto, aferrándome desesperada a la idea de dejarlo para otra ocasión.

―Oh vamos, el campus está al final de la avenida.

―Eso es lo que dicen todas las víctimas en los anuncios sobre accidentes de tráfico ―le replico con tonillo sabiondo.

Savannah me toma por los hombros y me empuja hacia la moto hasta que doy con el culo en el asiento.

―Pues proponle dar un paseo hasta su casa ―Me planta un beso en la mejilla―. Saluda al hijo del presidente de mis partes ―pide y se señala la zona de la entrepierna.

Río por culpa del alcohol y del nerviosismo.

―Te estaré espiando desde la esquina ―. Camina de espaldas y me saluda con la mano antes de acelerar y ocultarse de la vista.

―Te odio ―le grito, pero es inútil. Necesito ese trabajo y si se diera el milagro de que Ritz se deje seducir por mí, sería dinero fácil.

Mi corazón da un salto y suelto una exclamación cuando oigo las puertas del bar abrirse de nuevo.

La buena noticia es que se trata de Ritz, y la mala es que lleva el brazo por encima del hombro de ¡otra rubia! Es igual de alta que él y yo del tamaño de sus tacones.

La buena noticia es que no tendré que pasar por el mal trago de intentar seducir a Ritz esa noche, porque otra ya lo ha hecho por mí y la mala es que me ha visto junto a su moto.

Me quedo paralizada, viendo como se aproximan sin apartar la vista de mí. Quiero desintégrame en el aire. Quiero desaparecer como Harry Potter con su manto invisibilidad, pero la realidad es otra.

Aparto mi cadera de su vehículo justo cuando los tengo en frente.

Los ojos de Ritz están clavados en mí como dos arpones afilados. Tienen el color de las estrellas sobre nuestras cabezas y así de cerca es aún más atractivo. La joven que va con él es igual de despampanante.

Quiero decir algo, pero no recuerdo ninguna otra vez en la que un hombre me haya dejado tan inutilizada con solo su mirada.

―¿Querías algo? ―me pregunta al fin, sus ojos viajando de mí a su moto. Es evidente que le estaba esperando.

Mi mente se centra en detalles tontos, como que tiene acento británico y en lo alto que es. Como un torreón o una montaña a la que alzar mis ojos con admiración.

Tras mi continuado silencio, frunce el ceño y eso me hace reaccionar. Meto la mano en mi bolsillo y saco un billete de cinco dólares.

―Se te ha caído esto antes ―le digo, ofreciéndoselo. Él alza la mano confuso y le entrego el dinero para marcharme inmediatamente. Noto la mirada de ambos en mi espalda hasta que llego a la esquina donde se oculta Savannah. Por suerte, lo ha visto y no necesita explicaciones.

Emprendemos el camino de vuelta hacia mi apartamento y un instante después escuchamos el ruido de la moto. Cuando pasa por nosotras, con la chica agarrada a su cintura, hace sonar el claxon y doy un pequeño salto sobre mí misma. Lo miro alejarse hasta perderse entres calles flanqueada por largas palmeras.

―Bueno, al menos ya te conoce ―celebra Savannah y me siento tentada de estrangularla con mis propias manos. Pero la necesito viva si quiero arreglar el desastre de este primer encuentro. Y no me queda otra que hacerlo si quiero cumplir con lo que Julia Parks me ha encomendado.

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