Capítulo 6

Al salir de la galería, Savannah quiere ir directa a la fiesta que organiza la facultad de medicina. Se ha enterado a través de Sharon, una compañera de clase, que es hija de uno de los mayores accionistas de un importante laboratorio farmacéutico. Por supuesto, Sharon, aunque esté estudiando arte, tiene amistades en las carreras de la salud. Los ricos son muy meticulosos con sus conexiones sociales y se pasan toda la vida creando una articulada red de contactos con la que asegurarse que tendrán información en primicia y favores en todos los sectores. Eso es algo que un ladrón también sabe.

―No estamos arregladas ―me resisto, mientras Savannah tira de mí hacia la parada de autobús.

No hay nadie tan ecléctico como ella. Lo mismo te la encuentras en una fiesta vestida para una gala de los Oscar o con lo que se pondría para limpiar su cuarto un domingo por la mañana, que es el caso de hoy.

―Me encanta salir desarreglada ―me recuerda, aunque se lo he escuchado millones de veces―. Son las mejores noches. Nada de presión, me la suda si se fijan en mí o no. Es casi como ser invisible y libre.

Me río contagiada por su entusiasmo. Después del subidón en la galería, yo misma tengo ganas de pasarlo bien y nunca he estado en esa zona del campus.

Sharon nos espera tras el edificio multidepartamental de ciencias de la salud con un grupo de gente. Ha caído la noche y el césped está moteado de estudiantes. Pequeñas bombillas amarillas dispuestas en tiras se abren como un abanico desde una altísima farola.

Les damos cinco dólares cada una y nos dejan tomar de la provisión de bebidas que han traído. Nos pasamos una hora escuchando historias graciosas y repugnantes sobre eviscerar cadáveres en el aula y las reacciones extremas de los alumnos más impresionables. Casi nos meamos de la risa.

Para cuando me doy cuenta, hay el triple de gente desperdigada por los alrededores.

Savannah es la primera en necesitar hacer pis como es costumbre, así que nos alejamos del grupo y buscamos algún rincón oscuro entre los árboles para que ambas podamos vaciar el tanque. Es casi imposible, y acabamos haciéndolo a pocos metros de otros estudiantes, valiéndonos sólo de la penumbra.

En el camino de regreso nos cruzamos con un grupo de chicos que están bastante eufóricos y nos vemos atrapadas en su locura porque nos cogen en volandas y nos sacuden en el aire. Me río tanto, dando tumbos y viendo como le hacen lo mismo a Savannah que creo que voy a estallar.

Nos pasean por la fiesta y es entonces cuando le veo.

Ritz está sentado a horcajadas en una moto y tiene las muñecas cruzadas y apoyadas en el manillar. Lleva una camisa verde oscura de cuadros y el pelo recogido. Parece más civilizado hoy.

Como cualquier otra persona en los alrededores, su atención recae en nosotras. Sacudidas en el aire por un grupo de hombres, es difícil ignorarnos.

Lo veo esbozar media sonrisa y sacudir la cabeza.

No está con sus amigos moteros habituales de Murphy's sino con Hunter Rinehart, el hijo del presidente, que es lo opuesto a un motero.

Hunter lleva dinero y clase escrito por todo el cuerpo. Es alto, esbelto aunque musculoso, su pelo es azabache y su rostro, de facciones finas y aristocráticas. Es la clase de chico que si te mira en una discoteca, hace que todo se apague a tu alrededor y solo exista él.

―Sus majestades ―nos saluda, alzando su vaso hacia nosotras. Aunque le sobre el dinero y las oportunidades, no deja de contaminar el medio ambiente en fiestas de calle con cutres vasos de plástico como cualquier otro estudiante.

Nuestra corte, impresionados con la presencia de Hunter, decide dejarnos en el suelo justo ahí y se marchan para repartir la alegría festiva a otra parte.

Savannah y yo nos medio abrazamos riendo por lo que acabamos de vivir y entonces ella se gira.

―Ey, Ken ―saluda.

No puedo retrasarlo más. Me doy la vuelta para mirarle y me da un vuelco el corazón. Está guapísimo y a mí ya se me está paralizando el cerebro y media lengua. Debe ser la noche lo que me deja tan tímida.

Me mira con cierto respeto distante, y recuerdo que la última vez que me vio tenía a un chico pegado a la cintura y ahora tres me llevaban en volandas. Debe estar pensando que soy la reina del mambo, cuando ha sido pura casualidad o el karma ayudándome a parecer más cool.

―Yo te conozco ―le dice Savannah a Hunter y este le echa un vistazo de arriba a abajo disimulado―. Una vez coincidimos en un cóctel con nuestros padres.

Hunter parece un poco incómodo.

―Perdona, no lo recuerdo.

Savannah sonríe impávida y se señala la sudadera oversize. Tiene el don de ser adorable con cualquier trapo y lo sabe.

―Iba un poco más elegante.

Hunter la examina con concentración y hace un movimiento de mano sobre la cabeza.

― ¿Puede que llevaras el pelo arreglado?

Uff, mala elección de palabras, Hunter. La sonrisa de Savannah se borra.

― ¿Cuando dices arreglado te refieres a liso?

―Sí, eso. ¿Lo llevabas liso? ―insiste Hunter, aún sin darse cuenta del error que ha cometido. Me preparo para el show.

― ¿Crees que arreglado y liso son sinónimos? ―ataca Savannah.

Hunter pestañea de primeras, pero enseguida se repone y veo que bajo su aspecto de diplomático hay un guerrero encubierto.

―Oh, vamos, no demonicemos mi comentario ―le dice con media sonrisa―. Además ¿Me vas a negar que a veces te alisas el pelo?

Savannah pone los brazos en jarras como si quisiera medirse con él, cosa que es ridícula, porque Hunter podría cogerla como a una niña.

―Sí, en ocasiones me aliso el pelo para cambiar de look, pero no por creer que liso es arreglado y rizado desaliñado. Eso no es otra cosa que racismo estético.

Ritz y yo nos reímos.

― ¿Racismo estético? ―repite Hunter, marcando cada palabra con cuidado―. ¿Eso existe?

―Claro que existe, tú lo acabas de hacer ―declara Savannah, cruzándose de brazos con una sonrisa triunfal.

Hunter no puede despegar los ojos de ella. Creo que no está acostumbrado a que analicen lo que dice y le abofeteen con ello en la cara. Extraño, teniendo en cuenta que su padre es político, debería estar habituado a ello.

―¿Me estás llamando racista?

Saltan chispas.

El padre de Hunter es el líder del partido conservador, no son los más abiertos del mundo, pero decirle eso a la cara sería demasiado, incluso para Savannah.

―Tranquilo Rinehart ―interviene Ritz, me señala con el dedo pulgar―. A mi ella me llamó machista el otro día. Estamos ante dos activistas.

Entorno los ojos al oírle decir eso y Ritz ríe.

―No te cabrees, bellas artes.

―¿Bellas artes? ―repite Hunter divertido.

Savannah alza ambas manos al cielo.

―¿Tienes algún prejuicio sobre eso también?

Hunter le echa otra mirada de arriba abajo y sonríe con malicia.

―No ―miente, es obvio que cree que cumplimos todos los clichés sobre los artistas que conoce.

Savannah lo fulmina con los ojos, habiéndose dado cuenta de lo mismo. Ninguno de los dos desvía la mirada desafiante del otro, y Ritz y yo nos sonreímos.

―Ey, Rinehart ¿Por qué no vas con mis orgullo rizado a por más bebida? ―propone entonces.

Hunter le dedica una mirada indignada. Algo que dice "¿de qué hablas amigo? Esta chica y yo somos de distintas dimensiones", pero después, sus ojos recaen sobre mí, y debe creer que lo que planea Ritz es quedarse a solas conmigo, porque asiente sin mucho entusiasmo.

Se me acelera el pulso. ¿Y si lo único que quiere Ritz es más alcohol y fastidiar a su amigo?

―Supongo que debería ir con vosotros ―declaro dubitativa.

―O no ―propone Ritz y enlaza el dedo índice en una de las presillas de mi falda. Me quedo quieta como una estatua.

Cuando ya han desaparecido, Ritz suelta mi ropa.

―Si esos dos echan un polvo, habrá un terremoto ―bromea, corroborando que su plan era fastidiar a Hunter.

Sonrío y paseo mi mirada por los alrededores.

― ¿Estás nerviosa?

Lo miro con los ojos muy abiertos.

―No muerdo, ¿sabes? ―me asegura y por un momento veo la parte angelical de su rostro. En realidad, sí que lo hace. Te muerde para que tus labios salgan exuberantes en una foto. ¿Qué hará cuándo quiera besar de verdad?

¿Y por qué estoy pensando en todo esto mientras le miro?

Veo en su expresión que sabe que estoy pensando en sus besos y de pronto la tensión se ha triplicado entre nosotros. La noto crujir en el poco aire que hay entre nuestros cuerpos.

―Vamos a dar un paseo ―dice y se baja de la moto. No es la scooter de la otra vez sino una digna de un amante de las dos ruedas. Sigue sin gustarme que beba y conduzca, pero no estoy aquí para buscar marido y un padre para mis hijos. Estoy aquí por dinero, me recuerdo mientras le sigo a través de la gente. Me gusta su forma de andar. De nuevo me recuerda a un guepardo. La gente se aparta al verle, como si reconocieran al alfa en su persona.

Me muerdo el labio, pensando que yo soy más bien omega. Pero hay algo contagioso en ir con él. Una se siente intocable.

Ritz me guía cuesta arriba donde empieza a haber menos gente. Después me ayuda a saltar una valla y a escalar un muro. Cuando llegamos a la cima de la colina se me corta el aliento al ver las luces de toda la ciudad bajo nuestros pies.

―Ya conocías este sitio ―le acuso.

―La ex de Hunter estudia medicina ―revela a modo de respuesta.

― ¿Y qué hacéis aquí? No tiene miedo de encontrársela ―razono mientras caminamos hasta el mismo borde.

―Sigue teniendo amigos en esta facultad.

Asiento, contemplando la belleza del horizonte.

― ¿Te gustó la foto? ―Nos detenemos junto a la barandilla de metal que está ahí para evitar caídas.

―Sabes que sí ―reconozco con una sonrisita―. Me gusta tu estilo. Como usas los colores y los planos. Creo que reconocería una de tus fotos entre un millón y esa es una de las cosas más complicadas en arte.

Alza una ceja.

― ¿Has estado curioseando online sobre mí? ―inquiere, apoyando los antebrazos para asomarse.

―No―miento―. Pero he ido al Fox.

Se gira para mirarme sorprendido.

Tomo una bocanada de aire, recordando la exposición que he visto hace unas horas.

―Tus fotos son sobrecogedoras. Mi favorita es la del parque.

Ritz me mira un instante y después pestañea.

―Las mujeres me hacen cumplidos ―empieza a decir y frunzo el ceño porque no me gusta como ha sonado eso―. Pero tú... tú me haces sentirlos.

Mi corazón se salta un latido.

Sus ojos se deslizan por mi rostro y pienso que va a besarme, pero en lugar de eso señala la ciudad.

― ¿Quieres ver un truco de magia?

Me vuelvo hacia las vistas y asiento.

Ritz alarga la mano hacia el paisaje.

―Puedo hacer que las estrellas brillen en el suelo y que las casas floten en el aire.

Escéptica, alzo las cejas. No es por dudar de su capacidad de mago, pero eso suena bastante imposible.

―Vale, supongo que quiero ver eso.

Ritz me sorprende tomándome por las caderas para sentarme en la barandilla. Miró la caída por encima de mi hombro y suelto una exclamación.

―Agárrate a mí ―me sugiere y le hago caso por puro instinto de supervivencia. Nuestros rostros están muy cerca ahora, aunque por primera vez parezco más alta que él. Me gusta el cambio de estar tan a la par y de que esté en mí poder acercar nuestros labios.

Aun así no me besa. Sus ojos se deslizan por el lateral de mi rostro en una caricia más intensa que cualquier roce.

Mi respiración sale entrecortada y no tiene nada que ver con la caída que hay a mi espalda.

―Para este truco mis manos van a colarse por tu falda ―me dice, rozando su nariz en mi pómulo.

Quiero decirle que su perfume, que empiezo a conocer bien, hace imposible que le diga que no a nada, pero me mantengo callada y él debe tomárselo como un sí, porque noto sus cálidas manos en mis muslos.

― ¿Eres una chica de lengua? ―me pregunta a continuación. Sus ojos azules me observan a la espera de una respuesta.

No sé si entiendo a qué se refiere, pero asiento y sus pestañas bajan. Me está mirando los labios y me pregunto si es por eso que no usó la lengua la última vez. Porque no sabía si me gustaba. La idea de que sea tan respetuoso me llena el pecho de ternura, pero recuerdo las palabras de Savannah.

"Es la clase de hombre que toma fotos a una chica desnuda y después se niega a devolverlas"

Ritz me da un pequeño beso. Suave y tentativo. La textura de sus labios es tan perfecta como la otra mañana y noto un cosquilleo por el pecho. He intentado rememorar esa sensación decenas de veces, pero mi memoria no puede competir con la realidad y ahora me doy cuenta de que mi cuerpo se moría por repetirlo.

Al unísono, separamos los dientes mezclando nuestros alientos. Su lengua roza el interior de mi labio inferior. Las cosquillas viajan directamente a mi vientre y noto un calor expandirse desde allí. Al contrario que la otra vez, no me besa para hinchar mis labios sino para despertar sensaciones. Es lento y deliberado, y cuando nuestras lenguas se encuentran, mi último pensamiento cabal es que nunca me han besado así, y a la vez, es el beso que he estado esperando toda mi vida.

Mi profesor de yoga estaría muy orgulloso del estado profundo de mindfulness en el que he entrado. No pienso en nada, apenas recuerdo donde estoy. Solo siento ese beso profundo que me tiene ensimismada.

Al menos hasta que una de sus manos baja a mi pantorrilla para cruzarla por la parte de atrás de sus muslos y que me sirva de enganche a su cuerpo. Sus dedos se clavan con la suficiente presión como para deducir que está tan metido en el beso como yo.

La otra mano sube por mi cadera por debajo de la falda, como bien ha prometido, y detengo el beso para exhalar. Pero Ritz vuelve a la carga mientras sus dedos acarician la parte superior de mi glúteo.

Llevo un tanga, por lo que hay bastante más piel que tela. Mi corazón está latiendo a mil por hora, y mis pensamientos son cortos y aislados. Cosas como que me gustan sus manos, o como que la temperatura entre mis piernas ha subido diez grados. Estoy palpitando allí al ritmo frenético de mi corazón y mis exhalaciones empiezan a escucharse en el silencio de la noche. Lejos de avergonzarme de ellas, me mantienen anclada a la realidad de lo que le está pasando a mi cuerpo. De lo que está pasando entre nosotros.

La mano de la pantorrilla sube por mi rodilla y por la cara interna de mi muslo. Ritz se aparta de mí para mirarme a los ojos, y me alivia ver en estos que está tan metido en lo que estamos haciendo como yo. Debe leer mi aceptación en mi expresión porque se aproxima de nuevo, su nariz jugando con el lóbulo de mi oreja antes de que la lengua y los dientes provoquen la suave piel. A la vez, su pulgar llega a mi entrepierna y la recorren en una caricia casi imperceptible, que es una provocación cruel.

Suelto una queja en forma de sonido inarticulado, que él entiende porque vuelve a pasar el dedo por zona y me besa el cuello a la vez.

¿A qué coño le llamaba yo vida sexual antes de esto?

Portándose mal por primera vez, Ritz sigue acariciando lento y con la sutileza de una pluma la tela de mi ropa interior y, que me trague la tierra, ahora está bastante húmeda.

Le cojo de la muñeca y aprieto un poco, notando las pulseras de cuero bajo mi mano, en una muda súplica de que se deje de juegos. Lo oigo reír en mi cuello, pero entiende el mensaje y su pulgar se centra en la zona sobre mi clítoris y se mueve en círculos ejerciendo un poco más de presión.

Suelto un jadeo y me pongo rígida. La presión comienza a crecer de tal forma que me nubla el poco seso que me queda y me da igual que Ritz desentierre la cabeza de mi cuello para mirarme a la cara. Me da igual que me observe mientras me retuerzo entre sus brazos.

El siguiente pensamiento lo tengo cuando su dedo de cuela bajo la tela y noto la piel de su pulgar contra la suavidad de mi carne. Los demás dedos siguen el ejemplo y tientan la entrada a mi vagina con suavidad y la inclinación perfecta para que no note las uñas.

Con otros chicos en este punto podía haber tiranteces y roces incómodos, pero Ritz debe tener una licenciatura en anatomía femenina porque sabe cómo empezar suave y cuidadoso y hacer que el cuerpo de una se adapte y prepare antes de invadir. Cuando por fin uno de sus dedos comienza a deslizarse dentro de mí la sensación es tan puramente agradable que noto que mis músculos se vuelven líquido y pierdo fuerzas.

No soy consciente en ese momento, pero tengo suerte de que él me agarre la cintura con la otra mano o podía haberme caído de espaldas. En vista de eso, Ritz baja un poco mis caderas de la valla y son las lumbares lo que se apoyan ahora con la ayuda de su brazo.

Tras haberme recolocado, vuelve a mover su dedo dentro de mí, a la vez que aumenta la velocidad del pulgar sobre mi clítoris. El latido entre mis piernas se intensifica y va creciendo hasta que arqueo la espalda soportada por su brazo y me dejo ir en un orgasmo maravilloso.

―Abre los ojos ―le oigo decir a mitad de clímax. Y cuando lo hago, con mi cabeza del revés, lo que veo son las estrellas por suelo y las luces de la ciudad como cielo. 

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