Capítulo 8
Capítulo 8
Título: noche en vela
Cyan Orión Dankworth
Es tarde y aun así no puedo conciliar el sueño, su rostro viene a mi mente cada segundo, cada minuto. La culpa me arrastra al hueco más profundo del bosque y por tercera vez me cuestiono por qué soy tan idiota a veces. No siempre, nunca, jamás puedo proteger completamente a los que quiero.
—Soy un inútil.
Dejo escapar una lágrima cuando me siento capaz de descargar todo lo que siento dentro de mis cuatro paredes, lejos del asecho, lejos de su mirada. Quiero asegurarle que puede creer y confiar en mí, que yo haré lo imposible para cuidarla y protegerla de cualquier daño, pero las dudas de no poder cumplir mi promesa me atosigan y desisto de ello.
No obstante, aunque no me quiera cerca, aunque me evite, aunque me odie por el resto de su vida, estaré allí, velando sus noches, cubriendo sus pasos y huellas. Aun con su molestia hacia mi persona, no me importaría morir en manos de mi primer amor.
Su corazón está endurecido y su calidez más fría que un iceberg, desinteresada, ruda. Y eso me lleva a preguntarme por qué no la volví a ver aquel día.
—¿Qué habrá ocurrido aquel día? ¿Por qué jamás llegó?
Cass Enif Wayne
Sus ladridos me tienen molesta, muy molesta. Es demasiado tarde como para que quisiera salir de casa a jugar, así que, sin hacerle caso a su pedido, giro en la cama, enrollando la sábana con mi cuerpo. No hago esfuerzo en levantarme, porque sé que tarde o temprano se tiene que callar. O eso creo.
—No ladres, preciosa —le digo, pero me ignora.
Los minutos pasan y sus ladridos se multiplican, pero cada vez más extraños.
Exploto en mi cabeza. Me levanto fastidiada.
—¡Sony, ya estuvo bueno! —reprendo, olvidando a Thalía en la otra habitación.
No escucho nada de su parte y eso me causa extrañeza. Ella no se rinde tan fácil.
—¿Sony? —llamo, abriendo mis ojos y encontrándome con la oscuridad—. ¿Quién apagó la lámpara? —me levanto de la cama y un viento helado me recorre el cuerpo—. Sony, ¿Estás fuera?
«La puerta yace abierta. Seguramente si lo está»
Aun a oscuras camino hasta el marco y vuelvo a llamarla. No es momento de jugar.
—¡Sony, no es divertido! —exclamo, molesta.
Salgo de la habitación y me encuentro con el que ahora parece ser un inmenso pasillo, abrumado de puertas, cuadros que no recuerdo haber visto de gente desconocida y oscuridad. Y es cuando escucho otro de sus ladridos, pero triste, desesperado, y algo... ¿reprimido?
Distingo que el ruido proviene de la última puerta de del pasillo, de la misma que captó mi atención cuando llegué. Camino sin hacer ruido, y esperando encontrarme con una escena no desagradable.
Siento una vaga y mala sensación en mi pecho con cada paso que me acerca a la puerta. Y dudosa tomo la perilla de la puerta, para prontamente sentir un escalofrío en mi cuerpo, suelto el aire retenido por los nervios y con un ligero miedo, pido internamente por mi seguridad
—Abuelo, no te separes de mí.
Cuando la puerta se abre y me acoge la noche, me invade un sentimiento de angustia, incertidumbre y peligro. Me quedo estática, no quiero moverme, no quiero salir, algo no anda bien. Pero mi pequeña vuelve a ladrar y más miedo me da perderla para siempre.
El patio está rodeado de árboles, que aunque me hacen sentir en casa, me generan inquietud. Cualquiera podría estar allí, observándome. Salgo con valentía y llamo a mi amiga; otro ladrido me anuncia que está aquí.
—Sony —llamo, la busco por todas partes y doy con ella a mi lado izquierdo, con mallas en su cuerpo, también asustada—. ¡Sony! —grito.
Me acuclillo y la abrazo.
—¿Quién te hizo esto? —comienzo a desatarla y ella llora—. No llores, preciosa. Tranquila, shh, shh. Te sacaré de aquí y nos iremos. Te lo prometo.
Intento desenredar los nudos con torpea y no lo consigno. Me frustro y yo también comienzo a llorar. Pienso en Cyan, en qué quizá podría pedir su ayuda, pero la desconfianza le haga a esa opción y prefiero resolver yo nuestro problema, sin saber que el verdadero problema podía estar tras de mí.
Veo una sombra masculina y mi corazón se detiene. Pero mi vida entera lo hace cuando oigo su voz.
—Ese vestido te queda muy bien, preciosa —me tenso.
No digo nada, permanezco con mi visión en Sony.
—Ahora más que nunca te deseo y quiero terminar lo que empezamos hace algún rato —me volteo con mi cuerpo temblando.
—No te me acerques —ordeno.
Félix hace caso omiso a mi orden y se acerca tan veloz que me hace caer al suelo.
«No, no puede ser. Esto debe ser una pesadilla»
—Eres tan apetitosa, Cass —se agacha hasta mi altura. Me intimida—. Serás completamente mía —afirma, con su mirada morbosa sobre por mi cuerpo, mientras que la mía es de odio y desprecio.
—¡Eso jamás! —dejo de hacerme pequeña—. Antes muerta que estar con contigo. Tú y tu hermano son unas bestias, ¡Son despreciables! —sonríe. Mis palabras no lo lastiman—. ¡Te odio y escúchame muy bien, nunca, jamás, ni estando en el infierno estaré contigo! —y esa es la gota de agua que derrama el vaso.
—Veremos, preciosa —toma con brusquedad mi brazo izquierdo e intenta arrastrarme en la oscuridad del bosque.
Niego, despavorida.
—¡No! ¡Suéltame! —espeto con desesperación. Su mirada está llena de lujuria—. ¡Cyan! ¡Cyan, ayúdame! —Félix se enoja y me lanza al suelo.
—¡Cállate! ¡No digas su nombre! —se lanza encima de mí y recorrer mi cuerpo con sus ásperos dedos, produciéndome asco.
—No me toques, déjame en paz —suplico y me ignora como siempre—. ¡Que no me toques! —lo golpeo en la cara y también.
—Eres mía, Cass. ¡Entiende eso!
Mi cara duele.
Veo como destroza la parte superior del vestido para encontrarse con mis pechos. Luego lleva una de sus manos por debajo del mismo, posicionándola en mi pierna, mi muslo, el lugar prohibido para él.
Siento como sus manos aprietan cada parte de mí, duele. Toma mi mandíbula y me besa, me obliga a mirarlo a los ojos y me muerde cuando no lo dejo conectar completamente con mi boca. Mis labios sangran.
No me puedo mover, no puedo gritar ni desgarrar mi garganta pidiendo auxilio. Ya no quiero ver como se aprovecha de su fuerza, de su posición, ya no quiero ver como la bestia me tiene en sus garras.
«¿En dónde está el idiota que juró protegerme? No lo sé, cierro mis ojos. «Jamás olvidaré esta noche»
Cyan Orión Dankworth
Pienso en la escoria que le hizo daño y me hierve la sangre por no tenerlo frente a mí y matarlo a golpes. Tengo ganas de torturarlo hasta verlo acabado, arrepentido antes del golpe final, de vengar su dolor, de hacerle pagar cada una de sus lágrimas, cada grito, cada marca en su cuerpo.
—Te haré pagar, no lo dudes.
Cambio de pensamiento sin poder aun conciliar el sueño. Necesito alejar los malos pensamientos, distraerme con algo para evitar mi cólera. Observo por el vidrio de la ventana y noto que la lluvia sigue vigente sobre nosotros. Hace frío.
—¿Dormirá? —me pregunto, pensando en ella—. ¿Estará despierta?
Salgo de mi habitación. De nada sirve estar dentro si no puedo dormir. Al hacerlo, oigo murmullos incomprensibles, quejidos y leves gritos que me confunden, y que por la lluvia no puedo distinguir de donde vienen o de quién son. Sin embargo, parece ser que no soy el único, porque Thalía sale de su habitación muy asustada.
—¿También los escuchas? —inquiere y asiento.
Los ladridos de Sony comenzaron a resonar con fuerza y ambos nos observamos. Rápidamente abrimos la puerta de la habitación de Cass y la vida se nos tumbó cuando la vimos en la cama, dormida pero en un mar de llantos y súplicas.
Thalía sale de la sorpresa y se acerca veloz para intentar despertarla. Me grita cuando nota mi estado.
—¡No te quedes ahí, ayúdame a despertarla!
Yo me acerco y tomo su mano, llamándola con calma. Sony ladra preocupada.
—Cass... —nada—. Cass, tienes que despertar.
La lluvia se intensifica y los relámpagos inician su fiesta.
Cass no despierta y eso me aturde.
Thalía nota su inquietud y ceja su sudor con la sábana que la cubre.
—Como antes, Cyan. No sueltes su mano —me dice—. No la abandones.
Esta situación... esta escena me trae recuerdos. Y a ella también.
—¡No! —grita de pronto, con la vista a ciegas—. ¡Suéltame, no me toques! ¡No me toques más, Félix!
Sus gritos retumban en las paredes de mi corazón y me lastima verla sufrir así. Había olvidado lo común de estas pesadillas.
—Tranquila, Cass. Somos nosotros, no te haremos daño —le habla mi amiga y Cass niega aun con los ojos cerrados—. Abre los ojos, cariño.
—No... no quiero, él está aquí. Me quiere lastimarme —responde, temblando—. Él tiene a Sony... ¡Él la tiene!
Thalía llora. Su corazón también se destroza.
—Cass, soy Cyan. Tranquila, abre los ojos. Él no está aquí. Nadie puede lastimarte, nadie lo hará —intento calmarla y ella rompe en llanto.
Pasan los segundos y cuando aludo que se siente lista, abre sus ojos azules y me observa con dolor, para pronto ver a Thalía y lanzarse a sus brazos.
El cuarto se sumió se sumió en tristeza y sollozos comprensibles. Sony se acerca y lame su mano para darle el consuelo que Cass busca y cuando ella la nota, se separa de Thalía para abrazarla.
—Creí que te perdería —llora—. Estaba en sus garras, Sony. Él me atrapó, me lastimó.
—Tranquila, aquí estás a salvo —Thalía masajea su hombro—. Cyan, ¿Puedes dejarnos solas un segundo?
Asiento. Lo necesito también.
—Estaré cerca por si me necesitan —digo y me pierdo de su vista.
Una vez que estoy fuera, me recuesto en la pared, para dejar fluir el llanto que contuve antes. Todo me hace sentir culpable y responsable. Aun desde fuera, escucho como Thalía le brinda su hombro para seguir llorando, con la finalidad de que mejore su ánimo.
Golpeo mi cabeza con la pared como forma de castillo por mis tonterías. Aunque más que un castigo, es un reproche a no haber aprendido la lección todavía, a pesar de todo.
—Perdón... —pido, aunque no me oye.
Ella es especial, muy especial para mí.
Al cabo de unos minutos más, Thalía sale de la habitación más calmada que antes y me sonríe levemente. Yo no puedo hacer lo mismo, así que no se la devuelvo. Pero sé que me entiende.
—¿Cómo está?
«Qué pregunta tan estúpida»
Ella se agacha y besa mi frente, recordándome a mamá.
—Ve adentro. Ella te necesita —dice para irse a su habitación, pero la detengo.
—La vi otra vez —informo—. Justo antes de encontrarme con Cass.
Thalía gira un poco a mi dirección.
—Hay que dejar descansar a los muertos, Cyan —dice y se va.
Debato si realmente debo hacerlo y cuando me decido, entro. Noto a Cass recostada en la cama con Sony, ambas dormidas. Me dan ternura, la ternura que dos tormentas andantes pueden brindar.
No hago ruido y arrastro con cuidado la silla a su lado, para colocarla frente a ella.
Adoro verla dormir.
Me siento y la aprecio con detenimiento, el rastro de sus lágrimas aún no ha desparecido. Sony se percata de mi presencia y me saca la lengua.
—Shh —le digo—. Duerme.
Ella vuelve a dormir.
Las miro y me pregunto cuándo fue la última vez que se sintieron en paz. Al parecer su vida no ha sido fácil, sino difícil. Suspiro también cansado y tomo muy despacio la mano derecha de Cass.
Sonrío al sentir su calidez.
—¿Cómo es que tu actitud me dice una cosa y tu mirada otra?
...
Bostezo. Ya es de madrugada.
Rendido, camino mi cabeza hasta la cama aun sentado en la silla sin despegar su mano de la mía. Hundo mi cabeza en el colchón y pienso en el porqué del regreso de su fantasma...
—Quizá ella quiso que te encontrara —le digo—. Quizá ella quiso que tú no fueras más infeliz.
¡Hola, querido/a! ¿Cómo estás?
Te dejo el octavo capítulo de REMDLO. Deseo les guste mucho.
Aunque Cass es una mujer fuerte, valiente, independiente, firme e intimidante, como muchas, es objeto de deseo. En este caso, lo es para Félix, he ahí su pesadilla. Aturdida sueña con escenas en donde la violentan, aunque no hayan sucedido en realidad. Y aunque no fue violentada en su totalidad, tiene secuelas, recuerdos que jamás se borraran, pero con los que deberá aprender a vivir, para no decaer siempre.
¿Podrá Cass superar este mal y tormentoso momento? ¿Logrará Cyan protegerla de todos? ¿Qué pasará con Félix?
Melany V. Muñoz
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