Capítulo 7

Capítulo 7

Título: En las garras de la bestia

Cass Enif Wayne

Al verme al espejo, no pude evitar recordar los minutos de tortura que viví. Por un segundo, creí que el miedo y el pánico me volverían loca. Recuerdo sus manos encima de mi cuerpo, como vagaron en mis piernas y pechos. Me sentí, me siento asqueada, sucia, merodeada.

Es imposible no volver a llorar.

Mientras voy quitando mi capa rasgada, dejando expuesta ciertas partes arañadas en mi cuerpo, pienso en qué mal pude haberle hecho para que me tratara así. Mi blusa está totalmente irreparable y me permite ver parte de mi pecho rasguñado.

Mis brazos también están rojos, las marcas de sus manos esparcidas como una viva prueba de que casi soy suya, como él dice. Mas agradezco al cielo, porque no lo fui, no lo soy y no lo pienso ser jamás.

Aunque seguía doliendo en aquel momento, me animo al saber que a pesar de todo, mi subconsciente y mi familia me da fuerzas desde el cielo. Pensar en mi abuela me genera valentía, la misma que usé cuando lo golpeé.

—Gracias...

Giro la mirada hacia la tina que se llena de agua poco a poco. Me abundan las ganas de meterme ahí y no salir nunca, aunque el mundo se destrozara a mi alrededor.

—No me importa, esta vez mi centro de atención quiero ser yo.

Cuando descubro mi completa desnudez veo solo un cuerpo tendido en el olvido, la miseria y agonía. No veo a las chiquilla que creció en medio de árboles y fiestas, y tampoco admiro a la mujer en la que se convirtió. Solo diviso un estorbo, un desecho, un despojo de la vida.

—El dolor se pierde y se va, Cass —repito.

Me abrazo a mí misma en mi propia intimidad y me aprecio con vergüenza y dolor antes de meterme a la tina. Cuando ingreso y veo las burbujas comenzar a brotar alrededor de mí, sonrío. Jamás he tomado un baño de burbujas. Y me cuesta creer que lo estoy haciendo en una casa extraña con personas extrañas.

El agua está helada como el hielo llamado sorpresa que me golpeó la cara cuando me topé con él. Dejo que el agua intente limpiar mi cuerpo, sus manchas, el rastro de impureza que dejó en él e intentando ingenuamente borrar cada rastro de mi sufrimiento.

Lagrimeo y sollozo en silencio. No necesito que me escuchen, no quiero que pregunten nada. ¿Cómo decir "Casi fui violada" "Me tocó indebidamente, me golpeó y no le importo que llorara"? No existe manera.

Abrazo mis piernas y me quedo allí, deseando que todo sea una mentira, que nada de esto esté sucediendo en realidad, que todo volviera a ser como antes de que la oscuridad me arrastrara en silencio, en sigilo cuando bajé la guardia.

Siempre me mostré firme y aun lo hago, segura, serena, como si nada de lo que dicen importa realmente. Carezco de fuerza, mas no de valentía, pero aun así mi condición me condenó. Y porque soy una mujer, Félix se atribuyó por si solo el derecho de ultrajarme, de intentarlo.

Soy Cass, una mujer que puede tener millones de situaciones incómodas diariamente, que es considerara presa fácil frente a un grupo de imbéciles, que puede ser obligada a la mala vida o a estar atada a alguien que no ama ni amará jamás por el resto de la eternidad. Soy una mujer que carece de ayuda, mas no de afecto. Soy una mujer juzgada, alguien que no tiene derechos, alguien inferior a los demás. Soy una mujer que pudo haber sido violada por cualquiera a mitad de la noche o en plena luz del día.

—Soy una mujer.

Jamás dejo que mis rivales noten mi temor y nerviosismo frente a ellos, al contrario, los desafío, y quien sabe la razón de que siempre yo sea la ganadora.

—Soy una mujer valiente y fuerte por sobrevivir hasta ahora.

Meto mis manos en el agua y no me privo del placer de volver a la inocencia, a la niñez y juego con el agua, aludiendo que soy una mítica sirena en busca de tesoros perdidos en el fondo del océano. Intento ser feliz, pero el ardor de mis heridas me regresa al presente; yo no soy una sirena, solo soy un pececito en medio del mar, siendo perseguido por un tiburón devorador.

—Tonto y triste.

El llamado en la puerta me sobresalta. Dejo de jugar y me acelero a preguntar quién está detrás. Miles de rostros vienen a mi mente.

—¿Quién es?

—Thalía, cariño. ¿Todo bien allí dentro?

Siento que puedo volver a respirar con normalidad.

—Sí, ¿Necesitas el baño? —no quiero ser una molestia.

—Descuida, solo quise asesorarme de que estés bien —curioso—. ¿Te importaría si entro?

Sin saber cómo negarme, confirmo su permiso para invadir mi privacidad. Extrañamente no genera desconfianza.

—Puedes pasar —vuelvo a sentarme para cubrir mi cuerpo en el agua.

«Ya debo estar loca»

Observo cuando Thalía entra y me sonríe. Trae consigo una toalla y algo de ropa.

—¿Duele demasiado? —pregunta, al notar las marcas de mis brazos. Las escondo y luego asiento—. ¿Puedo? —señala con su dedo un frasco que parece ser una esencia para el cabello.

Asiento y pronto se posiciona detrás de mí, teniendo mi cabello a su disposición. Escucho el ruido que genera la abertura del frasco y siento sus dedos en mi cuero cabelludo masajearlo con delicadeza, una con la que pocos me han tratado.

El silencio es muy oportuno, pero desaparece gracias a su melódico canto. La oigo y no me reprimo, dejo escapar un sollozo y comienzo a llorar aunque quizá no debo. La situación y el ambiente no me ayudan tanto como quiero. ¿Cómo puedo reprimir mi llanto, si me encuentro en un lugar oscuro, en donde lo único que irradia luz son velas, en donde alguien masajea mi cabello con delicadeza y me canta con... familiaridad?

«¡Al diablo quien me escuche!»

Inclino mi cabeza hacia delante y me dejo fluir de verdad, como si una gran tormenta se desatara dentro de mí. Ella me abraza y se lo agradezco con un apretón de mano cuando la suba se encuentra en mi hombro.

Me duele la vida entera, la niñez, el amor, la soledad. Me duele abuso, el llanto, las noches en vela con temor. Me duele el racismo, el acoso, la violencia, la madurez a temprana edad.

Thalía enjuaga mi cabello y se arrima a mí.

—Saca ese dolor, déjalo fluir.

—Ya no puedo más, estoy cansada —susurro—. Deseo mi vida de vuelta, quiero paz. ¡Que los problemas dejen de existir para mí!

—Siéntete libre —me dice—. Si necesitas algo, no dudes en pedírmelo. No te apresures en salir, quédate el tiempo que gustes.

Echo mi cabeza hacia atrás y cierro mis ojos. Quiero tener mi mente en blanco, pero recuerdo a mi abuelo, cada aspecto. Eso es lo único que me hace sentir mejor. Mi estómago hace un sonido ruidoso, con tanto llanto y ajetreo olvidé que tengo que comer para no morir tan rápido.

...

Cyan Orión Dankworth

Una vez que termino de desahogarme con Sony, opto por limpiar el rastro de lágrimas que yace en mi rostro. Sé que tengo mucho que hacer y que no puedo dejar que las horas pasen mientras ocurre lo mismo con mi lamento.

—Tengo cosas que reparar.

Sony se dirige adentro y yo la sigo, para minutos después entrar y cerrar la puerta muy bien. No necesitamos más problemas, eso lo sé bien.

Cuando pienso ir a mi habitación, escucho un estruendo dentro de la casa y me abruman las ganas de descubrir a qué se debe ese ruido. Camino por el pasillo y supongo que tal vez el ruido fue provocado por Sony, pero descarto esa opción cuando llego a la sala y la veo acostada en el suelo.

El ruido vuelve a resonar y esta vez distingo que proviene de la cocina. Voy hasta ella en silencio y cuando me asomo en una esquina, descubro que se puede llegar al cielo sin haber muerto. Quedo fascinado con la vista que tengo, el panorama es espectacular, encantador, tierno.

Cass trae un vestido color celeste hasta las rodillas, sin mangas y perfecto para dormir. Lo reconozco, la última vez que lo vi fue puesto en...

«Seguramente Thalía no encontró otro»

Se ve tan inocente, tan frágil, tan destrozada. Quiero contarle nuestra historia, pero entiendo que por ahora es imposible. No quiero darle más problemas, más dolores de cabeza. No obstante, agradezco a quién sea que la cruzó nuevamente en mi camino.

«El primer amor nunca se olvida. Pero este amor ha cambiado, a este amor lo tengo que volver a conocer. Y aun así, ella me trajo a la vida luego de estar bastante tiempo en el infierno».

Salgo de mis pensamientos y me acerco sin ruido alguno. Al parecer no es la única con el estómago vacío.

—¿Hay algo para mí? —murmuro y veo como se asusta y da un brinquillo para girarse y con un plato de plástico en la cara—. ¡Auch!

La noto exaltada, asustada y nerviosa, y me reprendo por olvidar mantenerla en ese estado.

—¡Eres un... idiota! —exclama agitada y con un par de risas.

Bueno, no resultó tan mal.

—¡No vuelvas a hacer eso jamás!

—¡Baja esa arma homicida! —ambos reímos. Luego nos callamos y para no perder el extraño hilo de conversación, pregunto—. ¿Comemos juntos?

Espero una respuesta afirmativa, pero cuando me mira con seriedad sé que la respuesta es negativa.

—Aún no te perdono —me dice.

Bajo la cabeza muy apenado al recordarla horas antes e imagino escenas perturbadoras y torturadoras, que me enseñan lo cruel que fui al abrir mi bocota para decir puras banalidades. La imagino pidiendo ayuda, retorciéndose del dolor, mientras se halla en las garras de esa bestia.

Respiro.

«Tonto»

—Lo sé. Jamás me perdonaré lo que paso. De verdad lo siento —confieso—. No creí que mis palabras pudieran ocasionar algo así. Pero quiero remediar el daño o aunque sea ayudarte —quiero tomarle las manos, pero dudo.

—No puedes, nadie puede —responde, mirándome.

—Te ayudaré a superar esto —disipo las dudas y cuando tomo sus manos, noto sus arañazos—. Lo que pasó puede superarse, con el tiempo...

—No me pasó nada —se zafó.

«Es tan terca y testaruda»

—Sé que puede ser difícil, pero debes aceptarlo. Estás en la etapa de negación, pero debes reconocer que...

—¡Qué no me paso nada! —su tono es fuerte. Está molesta y con justa razón—. ¡Déjame tranquila!

—¡Maldición! —espeto, tomándola del rostro sin rudeza—. ¡Deja de negarlo! Admite que él... —no quiero decirlo—... te violó.

Veo en sus ojos una amenaza de llanto. Sus cejas se fruncen y ella se suelta.

—Estoy cansada, buenas noches —murmura para abandonarme. Pero no quiero que esta conversación termine así, por lo que la tomo del brazo.

—Tomatito.

—No vuelvas a llamarme así —exige sin mirarme—, por favor —pide, soltándose y yendo al pasillo.

Verla así me hacía sentir el infierno, en un infierno que yo mismo provoqué. Me arrimo en la pared, exhausto y resignado, y golpeo mi cabeza con ella para sentir el mismo dolor, aunque sé que no puede compararse.

—Jamás me perdonará.

Estoy desecho. Ellas estarían muy decepcionadas de mí.

Cass Enif Wayne

Cyan cree que Félix logró hacer de las suyas. Me alegra verlo sufrir, es gratificante. No midió sus palabras y provocó mi momentánea destrucción, porque sé que esto es momentáneo y no eterno. Puedo ser tomada como egoísta, pero lo que sienta es nada comparado con lo que yo siento.

Quiero desaparecer en este preciso instante, quiero olvidar todo mi sufrimiento, a las personas, incluyéndolo a él. Quizá es muy cruel la idea de dejar que lo siga creyendo, pero prefiero no hablar de ello ahora. Ya no quiero saber más de eso.

«¡Por imbécil!»

Me detengo en el pasillo confusa y perdida, oyendo sus reclamos a sí mismo, y aunque eso extrañamente me pone mal, sacudo mi cabeza un poco, para no sentir remordimientos.

Dejando atrás mis tormentas, entro a la habitación que Thalía me prestó para descansar.

—Hace mucho que no duermo en una cama.

La habitación es acogedora, tiene una cajonera, una silla cerca de la ventana y una lámpara con un pequeño espejo.

«¿En dónde está Sony?»

—Aquí —oigo a Thalía cuando entra a la habitación junto con mi rebelde.

—Oh... —sonrío—. Ya es hora de dormir, rebelde.

Sony se acerca y se sube en la cama por donde deberían ir mis pies.

—Te queda muy bien el vestido —me halaga.

—Es hermoso. Gracias.

—Bueno, que descanses y tú también Sony. Buenas noches —se despide y nosotras igual.

Suspiro cuando nos quedamos solas.

—Ven aquí —me siento en la cama y estiro mis brazos para abrazarla. Ella vino y ambas nos recostamos en la cama, luego nos arropamos y nos acurrucamos como toda la vida—. Buenas noches, Sony —me ladra.

Miro a través de la ventana y lo único que hallo es oscuridad.

—Ojalá todo fuese una pesadilla.

Hola, querido/a. ¿Cómo estás? 

¡Dejo el séptimo capítulo disponible! 

Muchas gracias, 

Melany V. Muñoz.

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