Capítulo 11
Capítulo 11
Título: arriba las indestructibles
Cass Enif Wayne
Otro día, otro reclamo por su ausencia. Miro al cielo y veo el hermoso color que ha tomado y a las nubes invitándome a volar con ellas. El cielo está feliz, allí arriba ya celebran mi convite, por todo lo alto.
Sonrío y me limpio la nariz. Los mocos se me caen de tanto llanto. Sonrío recordando la última vez que los vi, frescos y felices. Los extraño, aunque nunca los veré otra vez.
A veces siento que me hacen falta sus palabras, sus abrazos, una sonrisa cálida materna y una tarde de juego con papá. Pero ellos ya no están. No los pude disfrutar.
—La vida está llena de desgracias...
Ross chilla de emoción mientras corre con Sony en el patio y Thalía tiende la ropa que acabamos de lavar. Las tres son felices y mi nostalgia crece cuando aprecio a mi rebelde siendo libre, sin preocupaciones de que alguien intente lastimarnos. Adora mucho esta vida, este hogar; uno que dudo que le pueda dar.
—La vida está llena de desgracias —repito—. Pero también de cosas buenas.
En tanto observo a las chicas, recuerdo sus sonrisas y en la forma en que celebraron mi triunfo frente a la histérica mujer que me dejó levemente hinchada la mejilla. Pero bufo al recordar también la otra parte y me reprendo.
«Debiste quedarte callada» pienso.
Esa mujer, hermosa y joven, pero con el peor carácter del mundo, no es cualquier loca del pueblo. Ella es la hija del gobernador del pueblo, de Antares, así que el odio que me gané es el de muchos.
Ross me dijo que fue grandioso ver como la ponía en su lugar. Thalía me preguntó si estaba bien y aunque le dije que sí, mi sentido común me decía las posibles cosas que me pasarían si yo no me iba del pueblo. Cuando me enteré quién es, sentí un balde de agua fría sobre mi cuerpo. No obstante, era tarde.
—No hay espacio para los arrepentimientos.
Veo como Thalía termina de tender la ropa y se acerca a mí, sonriente.
—¿Puedes ver si la chica se encuentra bien?
Yo asiento. Es mi turno de ayudar.
—Gracias —dice.
Me levanto del suelo y entro a casa, camino por el pasillo y voy a la habitación que me asignaron para dormir. Cuando abro la puerta me encuentro con la muchacha sentada en una esquina de la cama, llorando. Entro con calma para que no se altere y pronto me siento en una esquina de la cama, sin saber cómo comenzar la plática.
—Hola...
—Ho-hola —contesta, limpiándose la cara.
—¿Necesitas algo?
«¿Qué pregunta es esa?»
—Quiero decir, ¿Te sientes mejor? ¿Necesitas un té o algo?
Ella sonríe.
—No, muchas gracias.
Asiento y observo la habitación.
—Gracias por ayudarme. Nadie lo hubiese hecho. Todos le temen.
—Descuida, no hay nada que agradecer —musito, comprensiva y me acerco un poco—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Ella me mira y comienza a temblar nerviosa. Pero asiente y sé que esta es mi oportunidad de ponerle fin a una duda que ronda por mi cabeza desde que ocurrió todo.
—¿Por qué te atemorizaste tanto cuándo ella dijo que hablaría con tu jefe?
Sé que puede tener miedo de perder su trabajo, pero mi corazón e intuición me dice que existe algo más.
Pasan unos segundos y deduzco que he tocado una fibra sensible. Y cuando pienso en disculparte por ser entrometida, ella habla.
—Porque se trata de mi padrastro —baja la mirada—, y él... —calla.
Veo en su mirada temor, dolor y siento lástima. Temo que...
—Y él me lastima cuando lo hago enojar —finaliza.
La joven rompe en llanto y por impulso voy hasta ella y la abrazo. Casi compartimos el mismo dolor. Su padrastro se atreve a lastimarla de esa forma y eso me demuestra cuán canalla puede ser un hombre sin valores ni corazón.
Su historia me conmueve hasta el punto de hacerme llorar. Siento su dolor como si fuese el mío, y es que tenemos algo en común; somos víctimas de gente que vaga libremente aun cuando comete delitos por doquier.
Nos quedamos así, consolando a la otra sin decir una palabra, solo con el abrazo y nuestros corazones cerca. No quiero saber más, hacerlo me destruiría a mí también. Cada día me convenzo más de que el mundo es destructivo, agobiante e incluso martirizante, y que aun así, nadie tiene derecho a lastimar a otro, porque eso es atentar a su integridad.
—Él no te volverá a lastimar. Thalía y yo te protegeremos.
Ambas lo acordamos al traerla aquí, porque dijo que no tenía a donde más ir. Me siento orgullosa de haberla ayudado.
—Pero yo no quiero ser una carga —musita, aun en medio del llanto.
—Descuida. Ahora descansa un poco —digo y me separo.
—Gracias —repite, pero niego.
No es a mí a quién debe darle las gracias.
—Agradécele a Thalía. Ella es tu verdadero y único ángel —ella asiente—. Por cierto, Soy Cass.
—Yo Inma —sonríe.
—Descansa, Inma.
...
Cyan Orión Dankworth
—Esa mujer es dinamita pura —exclama Henry, caminando a mi lado.
—Lo sé. Aún no creo que todo eso realmente pasó —admito.
Todo fue inesperado. Solo pasó, vi a Cass y a Rachel enfrentarse y sentí que una guerra iba a desatarse. Pero me alegro de que no haya pasado a mayores, porque de lo contrario, Cass estaría en serios, pero serios problemas.
Sentí lástima por Rachel y su imagen, había sido humillada y para su estatus no es algo bueno. Sin embargo, no la defiendo, porque ella empezó con todo; también humilló a alguien más sin tener derecho.
Sonrío al recordar la mirada de Cass.
«Es única y no se deja intimidar de nadie»
—Ten cuidado. No quiero verte morado —se burla.
—Ella no es tan agresiva —recuerdo cuando nos conocimos y trago en seco—. Solo defendió a alguien que lo necesitaba. Además, la que dio el primer golpe fue Rachel —justifico.
Caminamos, viendo como la noche nos arropa.
—¿Cómo crees que reaccionará Rachel cuando se entere de que su rival te interesa?
Me detengo.
—No lo había pensado —confieso—. Pero nada bueno resultaría.
Henry ríe.
—Pues apúrate a decirle que no la quieres, porque le estás dando alas —refiere a Rachel.
Asiento en su dirección.
—Por cierto, hoy en el mercado escuché hablar de un tal... —Henry me interrumpe y se detiene precavido.
—Espera... —observa a su alrededor, mientras yo estoy confundido.
—¿Qué pasa? —indago.
Él niega y sigue caminando.
—¿Estás loco? —cuestiono y me voltea a ver.
—Quizá —contesta.
No hablo más aun procesando toda sus acciones, y mientras lo hago siento varias gotas de agua en mi cuerpo y mi cabeza.
—¡Demonios! —espeto—. ¿Es enserio?
—Corre, tonto. Con una gripa te mueres y no quiero que Thalía me regañe por tu culpa.
Rio.
—¡Ella me ama más que a ti! —me burlo.
Thalía más que mi amiga, es mi hermana y mi madre.
Cass Enif Wayne
Llueve con abundancia, las puertas están cerradas y las ventanas cubiertas por las cortinas. Toda la casa parece situarse en un escenario de terror y las cinco yacemos en el suelo, con un par de colchas y almohadillas. Llevamos vestidos para dormir que me recuerdan a las brujas, mientras que Sony tiene un gorro. Después de una gran presentación, se consigue buenas amigas.
A Thalía se le ocurrió la magnífica idea de hacer una noche de chicas. Su propuesta me recordó a las veces que hice lo mismo con Lisbeth.
—Esto es increíble —expresa Inma, a mi lado.
—Tampoco yo —dice Ross, abrazando su almohada—. No tuve amigas jamás...
Thalía la abraza.
—Yo solo tuve una —confiesa, y la observo con curiosidad.
—¿Y dónde está?
Suspira y baja la mirada.
—Ella murió hace un tiempo —tomo su mano como gesto de consolación—. Pero bueno, eso ya pasó... ella ahora está en un lugar mejor, y debemos dejar en paz a los muertos.
Asiento.
—Yo perdí a mi padre —habla Ross y me sorprende su madurez para contarlo con tanta calma—. Dicen que está en un largo viaje y pronto volverá, pero sé que es mentira.
El dolor se aloja en mi corazón. Entiendo lo complicado que puede ser contarle a una niña que su padre murió. Me compadezco de Cyan.
—Yo a mi madre —continúa Inma.
Esto parece un espacio de confesiones.
—¿Has perdido a alguien? —me pregunta.
La pregunta resuena en mi cabeza y recuerdo cómo poco a poco me fui quedando sola en el mundo.
—A toda mi familia —emito y decido cambiar el tema de conversación—. ¿Les gustan las historias?
Sony ladra y mueve su cola.
—¡Me fascinan! —grita la pequeña, asombrando a todas—. ¿Qué? Amo esas historias. ¿Ustedes no?
«Digna hermana de Cyan»
Sonrío.
—No soy tan fanática —murmura la mayor de todas—, pero por la la ocasión está bien.
Inma asiente.
—Aquí voy —dejo que el ruido de la lluvia se acople a situación—. Mi abuelo me contó que hace muchos años, en un pueblo cercano, existió un grupo femenino de brujería.
—¿Ya?
—Había tres amigas que practicaban la magia, cada una tenía un poder especial, un don —cuento, teniendo la atención de todas—. No hacían males, por el contrario, ayudaban en la medicina. Pero...
—¿Qué?
—Un día el pueblo comenzó a enfermar de la nada, era una epidemia. Y todos apuntaron contra ellas, y decían que era envenenamiento. Las acusaron y las acorralaron hasta capturarlas.
—¿Y qué les pasó?
—Las quemaron vivas sin pruebas, pero ellas, antes de morir, lanzaron un hechizo maldiciendo el pueblo.
—Esta historia no me genera miedo —informa Ross—. Es triste.
La comprendo.
—Lo sé. El verdadero horror no es su muerte, sino lo que ocurre después de esta.
—¿No termina ahí?
Niego.
—No. Después de la maldición, todos siguieron su vida como si nada hubiese pasado, y conforme pasaron los años las olvidaron. No obstante, comenzaron a perderse los bebés y a morirse en grandes cantidades. Entonces todos recordaron que el hechizo que ellas habían lanzado, consistía en la desaparición y muerte de niños recién nacidos.
—¡No, los bebés!
—La gente asustada por sus hijos, migró a otros pueblos, pero la maldición los siguió hasta allí.
—Pobrecitos —murmura Thalía.
—Sí —digo—. ¿Crees que ese pueblo aun esté habitado? ¿O qué esté cerca?
Inma niega.
—Con una maldición de por medio, lo dudo.
—¿Qué hay de Capella? —indago—. Es un pueblo abandonado, quizá está un poco lejos de aquí, pero por lo que he escuchado, nadie lo ha habitado en décadas.
Thalía lo piensa por unos segundos.
—Podría ser.
Todas nos quedamos en silencio, sin saber de qué más hablar. Y para nuestra buena o mala suerte, los rayos, truenos y relámpagos aparecen. La lluvia se intensifica, y por un instante creo que la casa caerá en cualquier momento.
—¿Quieren chocolate caliente? —pregunta Thalía y todas asientes—. De acuerdo, ya vuelvo.
—Yo te ayudo —me ofrezco.
Juntas vamos a la cocina y servimos el chocolate en las tazas entre tanto escuchamos a las chicas reír. Cuando terminamos de servir, vamos a la sala y les damos a cada una sus tazas, mientras que Sony obtiene una bandejita.
—Que la disfruten —dice Thalía y se sienta en el suelo.
Estoy apunto de copiar su acción, pero cuando quiero hacerlo las luces se apagan, impresionándonos a todas.
—¿Qué pasó? —Ross se asusta.
—Nada, cariño. Seguramente es por la lluvia.
Me reincorporo y doy mi taza a Thalía. Noto que bajo la puerta hay un par de sombras y para no alarmar a las chicas, prefiero comprobar por mi cuenta qué se encuentra detrás de la puerta. Peor Thalía siente mi movimiento y pregunta.
—¿Qué ocurre, Cass? —ella también se levanta.
—Nada, solo... —golpean la puerta con mucha fuerza.
Los truenos siguen resonando en el cielo y las chicas pegan un grito.
—¿Y si es mi padrastro? ¿Y si me encontró y quiere lastimarme? —cuestiona Inma, entrando en pánico.
—Tranquila, nadie te hará daño.
Esa posibilidad es... bastante posible.
«Una posibilidad bastante posible»
—¿Y si son ladrones? —susurra Ross.
Los golpes continúan, pero algo más llama nuestra atención: hay una sombra en la ventana.
—¡Nos está mirando! —chilla Inma.
—Tranquilas. Thalía, llévalas a la cocina y dales algo que las ayude a defenderse —exijo—. Sony, quédate conmigo.
Ellas van a la cocina como pedí.
Me alejo de la ventana y me postro detrás de la puerta con mi corazón latiendo a mil. La puerta sigue siendo golpeada y con cada golpe siento la adrenalina palparse en mi cuerpo.
Pronto veo, vagamente, como todas se acercan con utensilios de cocina, sonrío cuando veo que Ross le coloca una olla como casco a Sony.
—Muy bien, chicas. Tranquilas, solo es un hombre.
Thalía tiene en sus manos una paila de arcilla. ¡Dios! pobre de al que le caiga. Inma una escoba y Ross dos cucharones muy grandes.
—Ten —Thalía me entrega un sartén.
—¿Listas? —inquiero.
Ellas asienten con nervios. Suspiro y me giro para tomar la perilla.
—A la cuenta de tres. Uno —ellas toman con fuerza sus utensilios—. Dos —tiro de la perilla—. ¡Tres!
Abro la puerta a la vez que un relámpago nos ilumina la entrada y todas gritan de espanto al ver a dos figuras masculinas en ella.
—¡Son dos! —corrijo—. ¡Ahora chicas, por las indestructibles! —vuelvo a gritar para lanzarme a ellos, seguida de todas.
Tomo con mucha fuerza mis sartén y reparto golpes en uno de los hombres. Inma me sigue detrás y da varios escobazos y admito que tiene mucha fuerza cuando siento uno en mi cabeza.
—¡Inma, dije que atacaras, pero no a mí! —reprendo.
—Lo siento...
A mi lado veo a Ross dando cucharazos. Los gritos masculinos surgen, pero eso no nos detiene.
—¡Tomen esto, infelices! ¡Desgraciados! ¡Acosadores! —oigo Thalía.
—¡No! —gritan.
—¡Esto es para que no vuelvan por más! —siguió Inma.
—¡Mueran, bestias! —exclama Ross con una risa malévola.
Sony ladra alto, pero extrañamente a nosotras.
—¿Qué les sucede? —escuchamos decir.
—¡No me golpeen! —exclama el hombre al que Ross golpea—¡Oye, deja de golpearme!
—¡Mueran, ratas inmundas!
Siento pena.
—¿Ross? —dice una voz muy familiar.
Los golpes se detienen. Un rayo que cae muy cerca nos alumbra los cuerpos.
—¿Cyan? —pregunto desconcertada.
—Bombón, ¿Por qué nos golpean? —habla y no me aguanto las ganas de golpearlo, por el nuevo apodo.
—A mí nadie me dice bombón —le doy un sartenazo en la cabeza.
—¿Los conocen? —inquiere Inma, confundida.
—Sí. Lo sentimos. Creímos que eran... ladrones —me disculpo, aunque realmente no me arrepiento.
Ross comienza a reír, seguida de Inma y yo. Sin embargo, recuerdo que hace falta alguien.
—Oigan, ¿Dónde está Thalía? —cuestiono.
Todos la buscamos con la mirada.
—¡Chicas, miren lo que encontré! —oímos todos y la vimos detrás de Cyan y su hermano. Y sin esperar alguna palabra, Thalía impacta dos cacerolas en sus cabezas, haciendo que ambos se giren y la miren por un segundo antes de caer al suelo totalmente inconscientes.
Una vez que se percata de ambos, se cubre la boca petrificada y asustadas. Ross estalla a carcajadas, seguida de Inma.
—¡Acabas de matar a tu hermano y a Cyan! —exagero, riendo como las demás.
—¿Por qué no me dijeron? —cuestiona asustada.
—¿Cómo iba a saber qué harías esto? —me excuso—.¡Pero se lo merecen por darnos tremendo susto!
—¡Sí! —apoya la pequeña.
—Ahora, ¿Quién quiere divertirse un poco?
Thalía cambia su expresión de susto por una de malicia y todas nos miramos con complicidad.
—¡Arriba las indestructible! —gritamos juntas.
Hola, querido/a. ¿Cómo estás?
Te dejo aquí el onceavo capítulo de REMDLO.
Muchas gracias,
Mel.
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