Capítulo 1

Capítulo 1

Ojos Bonitos

Cass Enif Wayne

Más de diez años han pasado desde aquel trágico e inevitable deceso. Mi corazón llora cada vez que lo recuerda, cada vez que sueña con ese día; que hasta ahora, ha sido imposible de borrar en mi memoria. Y aun así, considero que mi solitaria e impredecible vida no ha sido la peor, pero tampoco la mejor.

Desde ese día, conocí a muchas personas, y gratamente solo unas cuantas lograron ver mi lado bueno, y por ello llegaron a mi corazón en tan poco tiempo. Mientras que otras... otras simplemente no son dignas ni de un recuerdo, como ellos: los hermanos Gongers: Frederic y Félix. Pero si la vida te da duro, tú también dásela a ella.

—¡Santo Cielo! ¿Otra vez tú? —reniego a gritos—. ¿No tienes algo mejor que hacer? ¿O es que realmente eres tan insignificante?

Sus ojos verdes me observan con detenimiento; no le gusta esa palabra: insignificancia. Los tatuajes en su brazo izquierdo, lo ayudan a parecer rudo, malo y despiadado, pero ambos sabemos que no es más que un cobarde.

Otra vez, me rodean puros niños, y digo niños porque les hace falta demasiado para ser hombres.

—Cass, no me importa lo que crees o piensas de mí —se ríe mientras se acerca—. A decir verdad, no me importa nada de lo que piense una ladrona como tú.

Yo me alejo aun sabiendo que es mentira, porque sé que mis palabras le duelen.

—Prefiero ser eso, a ser una cretina sin cerebro como tú —digo y logro hacer reír a sus compañeros de cacería—. El mío no es tan diminuto como parece, Fresita —rio.

Todos me acompañan y eso le molesta. No le gusta su apodo, lo detesta, me divierte. Los observa amenazante, ellos callan.

—¿Por qué no dices nada, Fresita? ¿Te comió la lengua el ratón? —me burlo; muy poco en comparación a como él ha hecho conmigo.

Fred suspira, sonríe y me dice mientras ladea su cabeza:

—Te voy a dar 3 segundos para que empieces a correr, Cass.

Eso me dice que estoy en problemas.

«¡A correr!»

—Ya que insistes —culmino nuestra agradable conversación y corro porque mi vida si depende de ello.

Noto que detrás de mí no hay ningún alma, por lo que sigo con lo mío, hasta que escucho su fuerte voz.

—¡Atrápenla!

Sigo corriendo en medio de las penumbras del bosque, miro hacia los lados, los recuerdos me invaden. Mis piernas no pueden seguir siendo maltratadas más tiempo, a este paso me haré nada, me quedaré más hueso.

«Aguanten, niñas» les digo. Ellas corren.

Me cercioro de que no me sigan; grave error, ellos vienen tras de mí y no se ven nada contentos. Suben mis nervios, le di ventaja sin querer.

«Estoy cansada. Él es cansado, ¡Es molesto!»

Fred es sinónimo de molestia, siempre lo fue, siempre lo será. No hay duda. Su presencia no me importa en lo más mínimo, y mucho menos su detestable familia. Aprendo a defenderme cada que me lo encuentro, nunca es igual, los métodos de cacería cambian.

Eso me agobia.

Corro aún más cuando siento la presencia de uno de sus secuaces. Pero la vida me demuestra que una de las cosas que más le gusta hacer es verme caer al suelo; tropiezo con una piedra y caigo otra vez, como la niña asustadiza de hace muchos años. Pero con la gran diferencia, de que no soy una niña y ya no estoy asustada.

—¿Por qué justo ahora? —reclamo al cielo—. ¿Tan mal te caigo?

Una risa malévola y ridícula resuena tras de mí. Me giro aun en el suelo y sin esperar que mi día empeorara más de lo que ya lo había hecho, le veo postrado junto a un árbol inmenso.

«Ay, no»

Se separa del árbol y camina en mi dirección. Yo me levanto muy veloz y le sostengo la mirada.

«Ya no me intimidas»

Pronto todos llegan a mí y me rodean como si soy lo más malo e impuro que tiene la vida. Uno de los cretinos, sin pudor ni tacto, toma mi capa y la arrebata de mi lado. Todos ríen, pero mis ojos no lloran, aunque la capa es una de las pocas cosas que conservo de mi abuelo.

—Dichosos los ojos, Cass —dice, con una sonrisa burlesca.

—¡Dile que me devuelva mi capa! —me molesto. Nadie puede tener sus cosas más que yo—. ¡Hazlo!

Él mira al tonto y este me lo devuelve a regañadientes.

—¿Tanto problema por una capa? —cuestiona el insensato que la robó.

Lo miro con desaprobación y digo:

—Esto que ves aquí —señalo—, vale más que toda tu vida.

Todos ríen. Dejo al mocoso de lado y me fijo en mi verdadero contrincante. Sus ojos marrones y cejas pobladas me fijan como cada encuentro inoportuno para mí, deseado para él. Su porte de gigante, pero con un escaso sentido común, intenta intimidarme y achicar mi valentía. Pero sabe que ya no lo consigue, y eso lejos de enojarlo, le gusta.

—Los años te han sentado bien —Félix, me rodea como si soy una presa.

Sabe que lo detesto, sabe que me molesta.

Admito que hace un par de años, me pareció algo... no sé, pero lo odioso no se le ha quitado desde entonces. Su trato conmigo es el peor desde que le hice saber que me importa más una lombriz que él. No comprendí su actitud al principio, pero ahora me alegra saber que hice y sigo haciendo lo correcto.

Y otra vez, no tengo más opción que escuchar su estúpido y aburrido discurso, frente a mi supuesta derrota.

—¿Te comió la lengua el gato? —se burla como hice con su hermano.

—No. Realmente no me sorprende que la fresa de tu hermano haya huido y que tú seas su reemplazo —sonrío—. A veces me cuesta creer que sea tan cobarde y que no puede enfrentarme solo.

Félix vuelve a sonreír.

—Que buen sentido del humor tienes. Pero él está en otros asuntos, así que lamento informarte que soy quién decide que hacer contigo ahora, ¿Comprendes?

Rio y giro para irme, pero su grupo me detiene.

—¡No me toquen! —exijo, cuando uno me inmoviliza de las manos, colocándolas tras mi espalda—. ¡Exijo que me suelten!

A Félix le fascina la escena, lo sé. Lo veo en sus ojos. Se acerca hasta mí e intenta tomar mi rostro, pero sin pensarlo dos veces, escupo en su cara. No quiero que me toquen y mucho menos si es él.

—¡Que no me toquen! —pateo al que yace en mi costado derecho, pero nuevamente me sostienen—. ¡Dan vergüenza y a mí me da asco su vergüenza!

Pero no se molesta. Eso me desconcierta. Se limpia y me vuelve a sonreír.

«Este maniático es difícil»

—¿Qué es lo que quieres? ¡Dilo de una vez, Félix!

Me cansa su silencio. Me irrita. Me estresa.

—Tú lo sabes, preciosa. Te ofrezco inmunidad, respeto y poder. Es lo que toda mujer quiere, ¿Por qué no solo aceptas y ya?

No pude y no quise evitar echarme a reír.

—Por favor, Félix. ¿En qué cabeza? —suelto, burlesca—. A mí no me interesa nada de ti. ¿Tú y yo, juntos? ¡Ni de chiste!—sigo riendo y todos me acompañan como siempre.

Félix abandona su sonrisa para fruncir sus facciones. Se tensa y lanza una mirada de absolutos enemigos a sus compañeros, para después posarla en mí.

«Eso le dolió. Punto para Cass»

—Cass, no estoy jugando. No me provoques —amenaza y toma mi rostro—. Si quiero ahora mismo te convierto en polvo —sus dedos duelen un poco.

—¡Suéltame, rata asquerosa! —no lo hace, parece ser que eso lo alienta más a acercarse.

«¡No, no! ¡Me besará!»

Pero antes de que lo logre, mi buena amiga acude a mi rescate. Veo como Sony salta detrás de un par de arbustos, dispuesta a defenderme a capa y espada como yo hago con ella. Todos la observan despavoridos, menos Félix.

Aprovecho la situación, y me aparto del nervioso y asustado niño que me tuvo sujeta, para darle un golpe en la cara. Comienzo a defenderme y a esquivar sus ataques; no iba a permitir que nuevamente me pusieran las manos encima.

—¿Qué sucede, Félix? ¿Tienes miedo? —mira a todos con asombro, pero no de terror.

—Por el contrario, preciosa. ¿Sabías que lejos de asustarme, me vuelves loco? Eres todo un encanto—se acerca con una mirada posesiva.

—Pero felizmente, no el tuyo.

—Lo serás, ya verás —la seguridad de sus palabras me desconcierta por un mísero segundo. Sin embargo, prefiero morir antes que estar con él.

De pronto Félix gira hacia un costado, y yo le sigo, por lo que me doy cuenta de cómo tienen a mi pequeña rebelde: sus secuaces la tienen postrada en el suelo, inmóvil, recibe burlas y manoteos. Ese pequeño instante causa que otra vez yo sea la presa y el depredador.

—¿Qué sucede, preciosa? —me arrima a un tronco—. ¿Tienes miedo?

—¡Suéltame, idiota! —grito.

Sony sigue vulnerable, tiene mallas por todos lados y odio la impotencia que siento al no poder ayudarla. Siento como mi corazón vuelve a estrujarse, como con la muerte de mi abuelo.

«Por primera vez, he perdido»

Su aliento choca en mi nuca. Este hombre es el peor de todos, me aturde y desespera a veces, otras me causan desconcierto. Esta vez me rindo sin esperanzas a que alguien nos ayude, ¿Quién en su sano juicio está a esta hora en un bosque? Creo que será mi fin, cuando acepto que estoy más sola que un desierto, pero cambio de parecer una voz desconocida capta la atención de todos, e incluso, la mía.

—Yo que tú soltaba a la señorita.

«¡Al fin alguien cuerdo!»

Lo siguiente que vimos, fue a un hombre alto y encapuchado salir de unos matorrales traseros. Sus se conectan con los y por ello percibo cierto brillo, cierto sentido de familiar. Sin embargo, Félix destruye mi burbuja de distracción.

—¿Ah sí? ¿y tú quién eres? —pregunta molesto, mientras su agarre de mis manos desaparece, pero no lo suficiente para soltarme.

El intruso desconocida se acerca y sonríe.

«Qué arrogancia»

—Soy quien te enseñará a no tocar jamás a una mujer sin su consentimiento.

Su cabello es rizado y oscuro, sus brazos parecen fuertes, pero insisto: sus ojos... sus ojos color miel me recuerdan a alguien.

—¡No me digas! —Félix rie y sus cretinos también—. ¿Tú y cuántos más?

—A diferencia de ti, yo no necesito de mis perros faldeos para defenderme —contesta, hiriendo su ego de macho.

«Impresionante, pero no tanto para que me suelte. ¡Vamos, enfurécelo más!»

—¿Qué sucede? ¿Te comió la lengua el gato?

¡Y ahí está tu karma!

Ese comentario enfurece a Félix, mucho más de lo que tuvo que haber estado, logrando soltarme en su intento de pelea con el hombre. Veo la oportunidad y la aprovecho, voy hasta donde se encuentra mi cachorra y la defiendo de todos los imbéciles que le hicieron daño.

—¡Has empezado a cavar tu propia tumba, imbécil! —grita mi verdugo número uno, ofendido y humillado, mientras se abalanza sobre su rival.

El extraño no le dice nada, pero se defiende sin quitar esa sonrisa misteriosa y arrogante. Dejo a un lado a ese par, y sigo con lo mío. La ayudo a levantarse bien, pero cuando quiero irme, recuerdo que tan crueles son esos mocosos a mi alrededor, por lo que no dudo en darles una lección.

—Ten piedad de nosotros —suplica uno, pero me rio.

—¿Piedad? ¿por qué deberíamos tenerles piedad cuando ustedes no la han tenido nosotras? —indago, más no obtengo respuesta, así que cuando mi chica se recupera, los hace correr a la dirección opuesta.

«¡Ja! ¡Piedad!»

Mientras tanto, los locos aún siguen peleando. Esa distracción me conviene y no pienso dejarla pasar, por lo que una vez que regreso a ver a Sony, me escabullo por los montes seguida de ella. No necesito pelear con alguien más, hoy no. Y creo que por ahora tengo un peso menos, solo espero no volver a toparme con ninguno de los tres.

Ambas caminamos en el deshabitado bosque sin bajar la guardia. Pero a su vez, miramos la puesta de sol, las nubes, y los pajaritos volando de aquí para allá, sin ataduras, como siempre he querido ser. Este bosque, testigo de mis temores, alegrías y aventuras junto a Sony, me refleja por medio de estas situaciones, que siempre encontraremos un lugar para ambas aquí.

Pensar en él, me recuerda a mi familia. Mi bauelo solía decir que nací con el carácter de mi madre, fuerte y algo temerario; y que también saqué la alegría y fortaleza de mi padre, mientras que de él su paciencia y bondad.

Ser de un tono distinto al de la mayoría de la población fue, es y siempre será muy complejo. Te juzgan todo el tiempo, te humillan, te menosprecian e incluso te creen el enemigo, una completa amenaza, aunque realmente la amenaza y los salvajes son ellos.

De tanto pensar en mis problemas, no recuerdo el momento de haber detenido el paso. Sin embargo, ahora que me lo medito bien, el cansancio, el estrés y la fatiga no juegan a mi favor. Mis brazos también duelen, este inútil me estropeó horriblemente.

Mi calma se va cuando siento una presencia asechándonos a nuestro alrededor. A Sony también la confunde y aturde, por lo que comienza a ladrar hacia atrás. Giro mientras saco la cuchilla de mi abuelo por si llego a necesitarla. Nunca se sabe con qué loco te puedes encontrar.

Y como si fuera un buitre rodándonos, otra vez estaba él ahí.

—No es de buena educación irse, sin antes agradecer —su comentario sale con cierto tono de burla, y le veo avanzar hacia nosotros con ingenuidad. Se deja ver el rostro y me permite apreciar sus ojos otra vez.

«Esos ojos...»

—¿Qué mal estaré pagando? —me quejo al mirar al cielo—. ¡Otro loco!

El desconocido sonríe. Sony deja de ladrar.

—Eres una malagradecida, ¿Tanto te cuesta?

«¿Qué? ¿Y a este quién lo llamó? Es un entrometido yo no le pedí que me ayudara.

—¿Realmente no me darás las gracias? —pregunta y espera que hable. Pero no me interesa, yo no se lo pedí jamás.

—No te pedí ayuda, tenía todo controlado —suspiro—. Ahora si me permites, tengo asuntos más importantes que atender, que entablar una rara conversación con un desconocido —voy hasta donde Sony.

—Lo tuyo no es la educación —ignoro su peyorativo comentario—. Lo tomaré como un sí —camina hacia a mí y eso me saca de quicio.

—¡Esta bien, gracias! Ahora vete y déjanos tranquilas ¿Quieres? —la paciencia es una virtud que poseo, limitada, pero que poseo.

El hombre toma una pose pensativa y pronto me mira.

—No, no quiero -se acerca y yo retrocedo a la defensiva.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunto y tomo una postura seria. Tal vez este es otro idiota con aires de grandeza.

—¿Cómo te llamas? —su pregunta me parece un poco innecesaria y se lo hago saber.

—Eso no es de tu incumbencia —me cruzo de brazos.

Él ladea la cabeza y yo procedo a irme.

«¡Es un irritante!»

—No creí que fueras tan orgullosa y egocéntrica.

«Qué fama la que tengo»

—No lo soy —regreso y lo encaro.

—Sí, lo eres —me mira y siento en la necesidad de... ¡Sus ojos!

«Cálmate, Cass. Sus ojos eran hermosos, pero definitivamente él no. O bueno sí, pero no es como si fuera el rey de la hermosura. ¡Es solo un hombre!» trato de hacerme entrar en razón.

Desvío la mirada y digo resignada:

—Ya no se quien está peor, Fred, Félix o tú.

—Solo quiero que seas la persona amable que me da las gracias por ayudarla. Y que me digas tu nombre.

—¿Qué? —respondo incrédula—. Oye, por si no lo notas, existe alguien más importante aquí, me necesita y si no quieres correr con la misma suerte que los otros, mantente alejado de nosotras!

Él observa a Sony en el suelo.

—Tu amiga está muy cansada y no creo que puedas hacer mucho —me subestima, muy seguro de sí con su estúpida sonrisa.

—¡Si no te callas, te borraré esa estúpida sonrisita de la cara! —afirmo y acorto nuestra distancia mientras empujo su duro torso con un dedo.

Él se asombra.

—Oye, oye, yo jamás irrumpí tanto tu privacidad —se queja sin sonar molesto—, pero veo que si lo hubiera hecho, no te habría incomodado —sonríe y se aferra más a mí, pero yo retrocedo.

—¿Qué haces? ¡No des un paso más, degenerado!

«¡Es un atrevido!»

—¿Degenerado? —ríe a carcajadas—, ¿por qué? Sí solo hago lo mismo que tú acabas de hacer: irrumpir tu privacidad —finge inocencia. Mi espalda toca algo duro y rocoso, y comprendo que estoy acorralada.

Quedo inmóvil ante su cercanía y eso le hace sentir orgullo. Él vuelve a reír y me deja apreciar sus hoyuelos al hacerlo, pero aun a pesar de todo, me aparto del arrinconado lugar. Odio admitirlo, pero jamás me sentí tan diminuta frente a un hombre. Ni siquiera con los Gongers, hasta ahora.

Camino hacia donde está Sony y la ayudo sostenerse en sí una vez más. Ambas necesitamos buscar un lugar para dormir antes de que la luna fiche. Planeo hacerlo si n ningún conflicto, pero parece ser que el desconocido no desea colaborar.

—Es tarde, ¿tienes a dónde ir? —sigo mi camino—.Es mejor que encuentres un refugio, parece que va llover —afirma y supongo que mira el cielo. Yo le sigo, todo está oscureciendo muy rápido.

«¿En qué momento pasó?» me pregunto.

—¡Y así dices que no eres orgullosa! ¡Egocéntrica! —y esa fue la gota que derramó mi vaso.

Me giro dispuesta a ponerlo en su lugar.

—¡Eres molesto! ¿No tienes algo mejor que hacer? ¡Ve a jugar con las ranas o qué sé yo, pero déjame en paz!

«¿Quién diablos se creía para hablar de mí así? ¿Egocéntrica? ¡Ja! Si supiera todo de mí, no pensaría eso»

Pero él ni retrocede.

—¡Eres tú la molesta! ¡Ella está cansada y tu orgullo es más grande que tu preocupación! -grita con la misma intensidad que yo y por primera vez callé.

Sony está agotada y yo de igual manera. Él es un tonto más, pero quizá él tiene razón y yo no veo eso, soy egoísta al no pensar en mi amiga. Frunzo mis cejar y la observo nuevamente recostada en el suelo. Su mirada refleja algo de cansancio.

«No, no voy a llorar. No quiero» me digo, cuando siento mi vista llenarse de lágrimas.

Él pareció notarlo y se alarmó.

—No, no llores... yo solo quería...

—¿A cambió de qué? —le veo e interrogo—. Responde, nadie te ayuda sin obtener algo cambio.

—Nada, no tienes que darme nada —asegura. Pero no le creo.

—¿Por qué nos quieres ayudar? Ni siquiera nos conocemos.

—Digamos que es algo cómo un... hoy por ti y mañana por mí —enmarco mis cejas. Él parece entender que sigo sin créele y continúa, exasperado: ¡Agh! porque sí, porque es tarde, porque es peligroso y más para una mujer —un punto a su favor—. Solo déjame ayudarlas a ambas... solo por esta vez.

Su mirar es extraño. Muestra una leve preocupación, como si temiera que algo malo pudiese pasarnos.

—De acuerdo, Sony y yo te honraremos con nuestra presencia —rio como si fuésemos cercanos y me reprendo al instante, cuando le escucho reír también—. Pero después de esto cada quien toma su camino ¿Entiendes?

Se qué no debo relacionarme tanto con las personas, mucho menos encariñarme. Las despedidas son siempre dolorosas. Pero este hombre no me brinda tanta desconfianza.

—Como tú quieras —contesta extrañamente emocionado.

Me volteo y me dirijo hacia mi amiga y me disculpo por la nueva compañía en secreto. Me lanza un ladrido y entiendo que no tiene problema.

—Tendremos una larga noche.

Los tres nos encaminamos más hacía el norte, en la dirección contraria nuestro inexistente hogar, con el loco, y aunque no me parece alguien con una mente retorcida o un corazón lleno de maldad, sé que no debo confiarme, el mundo es tan cruel y destructivo, y a la primera oportunidad, intentará aplastarte hasta no dejar nada de ti.

¡Hola, corazones! ¿Cómo están?

¡Les dejo el primer capítulo editado de REMDLO! Deseo que les guste. Hubo ligeros cambios en ciertas expresiones, pero nada grave. Me gustó mucho volver aquí, y aquí estaré por un largo tiempo. 

Sin más, muchas gracias. 

Cuéntenme qué tal los personajes. ¿Cass? ¿Frederick? ¿Félix? ¿El desconocido? ¿Sony? 

Nos leeremos luego, Mel. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top