Caótica Primavera
Gran Bretaña
Mediados del siglo XVIII
La nieve era el peor de sus problemas, aquellos minúsculos cristales de hielo amontonados por millones como un manto sobre el suelo, los techos y los ríos, parecían ajenos a ser un dilema en su vida, el invierno solo era una estación molesta y nada más debido a las limitaciones físicas, pero estaba bien, el frio se le asemejaba, la insensible frigidez acentuaba su ser y el verdadero disgusto sin duda alguna sería la primavera, y es que al dueño de aquellos fríos ojos, tan grises y templados como la estación misma, le preocupaba en verdad la transición entre la paz y el caos que el universo provocaba a través de las estaciones.
Levi Ackerman, un joven británico de apariencia hostil y serena, disfrutaba una taza de té negro sin despegar la vista de la ventana, viendo los copos de nieve caer sin mostrar ápice alguno de importancia por lo que ocurría a su alrededor, mientras un par de criadas y un mozo cruzaban de un lado a otro por la estancia sujetando equipajes entre otros bultos para apilarlos perfectamente ordenados en un carruaje que partiría en unos cuantos minutos para la sorpresa de todos los presentes.
Para nadie era un secreto que aquel joven ingeniero, custodiaba tanto sus acciones como pensamientos en total discreción ante el mundo entero, pero ese día no parecía ser él mismo después de que una carta fuese abierta por sus propias manos y lo escrito en ella lo dejase pasmado y con la urgencia de viajar a su provincia natal, obligado a dejar de inmediato Londres y la urbe febril para atender ese asunto familiar que tanto intranquilizaba su gélida alma.
Y entre el murmullo citadino hacia los caminos rupestres, se alejaba de la industria y el comercio emergente para adentrarse a aquella ruralidad extraña de la cual no era parte desde que sus estudios comenzaron y la necesidad de adoptar más las costumbres de la sociedad después de reclamar también su título como duque de Yorkshire a los dieciséis años, heredado por el cerdo de su padre como él solía llamarle, y valorado únicamente por el bien y la honra de su madre, le abligaban gustosamente a vivir alejado del campo y su simplicidad.
Todos esos estúpidos protocolos, fueron aceptados con la condición de que se le permitiese estudiar ingeniería mecánica en Londres y eso mismo hizo. Pero a veces no todo es tan simple, y el joven Ackerman a sus escasos veinticuatro años ya sospechaba que aquel invierno agonizante, solo desbarataría sus planes de vivir siempre entre maquinas e inventos durante la gran revolución industrial, y no lejos de todos los deberes de noble que tanto aborrecía.
Aquel largo camino se redujo entre horas de profunda lectura y al llegar a la gran casona digna del título familiar y las riquezas que junto a su madre y tío conservaban, un extraño escalofrío caló su espina dorsal y al cruzar por la puerta siendo bienvenido cordialmente por las criadas en fila ante su caminar, saludó con un chasquido y siguió de paso a la escalera para dirigirse sin más a la habitación de su madre, misma que dormía cálidamente entre penumbras apenas iluminada por una vela.
Para el joven duque, aquella escena era desgarradora, no soportaba ver a su madre enferma y entre suaves pasos tan sigilosos como inaudibles, se acercó al lecho de su madre para recostarse junto a ella y abrazarla con mucha suavidad temiendo lo peor.
-Cariño... ¿Por qué has llegado tan pronto? Creí que estarías aquí en un par de meses pero me dejas perpleja, adorado hijo mío que testarudo y malcriado eres, te dije que no cometieras la locura de viajar durante el invierno.- Aquellas cariñosas palabras fueron acompañadas de caricias maternales y un jalón de orejas al joven pelinegro que solamente asentía en silencio sin obviar la palidez en el rostro de porcelana de su madre, la mujer más hermosa de todo el condado, la duquesa más bella de toda la nobleza y sin duda, la madre más buena del mundo entero. Kushel Ackerman era siempre el todo del todo para el pelinegro y ese lugar nadie lo arrebataría, o eso creía él.
-Fuiste muy específica madre, escribiste la palabra enferma con las manos temblorosas, lo sé porque tus cursivas no son tan desafinadas y en cuanto a la expresión "desearía verte una última vez" creo que con eso le bajas la moral y pones al límite de la locura a cualquiera, y no me llames malcriado, has sido tú quien me ha educado.-
La duquesa sonrió y asintió para luego apretar las frías mejillas del taciturno joven hasta apartarse de él un poco y tomar una postura prudente mientras con las manos acomodaba sus propios finos y largos cabellos negros detrás de sus hombros y tomaba una vela para poder iluminar mejor a su primogénito, su único heredero y el amor de su alma, con severidad y justa preocupación.
-No te he criado bien, eso es evidente, has abandonado tu hogar, a tu familia y tus tierras por vivir en ese ajetreo incesante y mugroso de Londres y lo que es peor, no te has casado aún, no le has dado a tu familia un heredero ni has asegurado tu título por la posterioridad de los años ¿Acaso no te preocupas por eso?-
El joven Levi ya había tenido este tipo de reproches antes, frente a frente, por medio de cartas y también entre gritos y discusiones nada prudentes con su tío, pero esa noche en especial no tenia deseos de argumentar nada contra su madre al verla en ese estado, mas sin embargo con mucho enojo chasqueó la lengua renegando ante los reclamos y contestó con frialdad y sinceridad.
-No me interesan las mujeres, los hijos o un matrimonio, madre no me obligues a ello por favor, he estudiado y he destacado, puedo mantenerte en caso de perderlo todo, puedo sacarnos adelante si tanto te preocupa que nos quedemos sin nada, yo te voy a mantener y a protej...- Se detuvo instantáneamente al ver las lágrimas remojar las mejillas de su madre, pero tembló incomodó al ver la ira en sus ojos grisáceos y se preparó mentalmente para lo que se avecinaba.
-No, estas muy equivocado jovencito, no voy a ser la limosnera de ningún señorito orgulloso, yo lo di todo por ti sin pensar en mí, soy tu madre Levi y me debes el respeto y la gratitud mínima de al menos darme un nieto sano, esta casa necesita felicidad risas y un mocoso jugueteando entre las parcelas de fresa. Te quedaras aquí la primavera entera, elegirás una casta duquesa, marquesa o princesa, no me importa, con tal de que sea inocua y remisa, de medianos encantos y superiores honestidades, inteligente y de buena familia, te casaras con ella, la harás madre y si después de eso quieres seguir jugando con tus máquinas de vapor, te vas, pero cumple con tu deber.-
El joven Levi dejó aquella habitación y se internó con furia en la biblioteca de aquella casona por días, leía con esmero evitando hablar con cualquiera y solo salía del lugar para tomar uno o dos baños diarios, pidiendo té a las criadas como si fuese adicto a el, y merendando lo adecuado para no morir como un perro hambriento, su madre mejoraba dia con dia, y es qué jamas creyó que aquel catarro pudiese ser usado tan vilmente como excusa para hacerlo viajar y ser severamente encrucijado con aquel dilema y limitado por la estación hasta que esta murió.
Los días parecían ser mas cortos, menos blancos y gélidos, dándole la oportunidad de salir siquiera y recorrer las limitaciones de aquella casona, hasta que salir a cabalgar a diario se hizo su manera favorita de perder el tiempo.
Y es que su madre había sido clara, solo debía pasar la primavera ahí, y luego largarse, él no iba a mover ni un tan solo dedo para buscar esposa, ni estaba ni loco ni idiota como para arruinarse la vida con algo tan innecesario, él que no era nada amable, gentil o casanova, proyectaba sus esperanzas de gustar de alguien, a un cero por ciento, no existía la mujer que dominara su espíritu, ni eso ni mucho menos su destino.
Levi no había nacido para ser el esposo de nadie, y ninguna malcriada y pretenciosa señorita lo iba a hacer cambiar de parecer, hasta que... Todos esos pensamientos se esfumaron mientras caminaba por un surco de fresas y algunos movimientos bruscos entre las matas llamaron su atención.
Sucia, fue lo único que pudo pensar al ver el cuerpecillo delgado y debilucho de la mujercita que de rodillas y ajena a su presencia, metía como loca las fresas más grandes y rojas que encontraba dentro de su boca, mientras las masticaba todas al mismo tiempo como una cerda, cabello enmarañado, pies descalzos y llenos de barro, la cara sin espacio para mas mugre, eso lejos de ser una mujer, era más como un ogro a los ojos del azabache. Aquello tan desagradable lo hizo repudiar a aquella ladrona y viéndola más de cerca, notó como la asquerosa mendiga metía más fresas en un pequeño saco, roto y remendado, sucio y asqueroso para él.
-¿Saben bien?- Recio y con un tono de voz áspero y altivo, preguntó aquello logrando que la mendiga alzara la cabeza ante el susto y se pasmara al verse descubierta, aquel hurto se pagaría con el corte de una o dos de sus manos, y no le estaba robando a cualquiera y ella lo sabía, le estaba robando a los Ackerman y lo único que pudo articular ante aquel hombre con aura de bestia, fue un simple "lo siento" para luego darse a la fuga de manera inmediata, echándose a correr por los surcos de fresa, huyendo de su cruel destino mientras lágrimas de terror salían de sus ojos a medida en que las plantas de sus pies aligeradas parecían galopar mientras corría a todo pulmón, sabiendo que la perseguían.
Oh si, Levi Ackerman corría detrás de ella y lo sentía cada vez más cerca, provocando que los gritos rasgaran su garganta al verse fallido su escape tras tropezarse y besar la tierra ante el impacto que hirió sus mejillas, rodillas y manos, y por si fuera poco, una presión escalofriante sobre su cuerpo la sometía con rudeza contra el rocoso camino.
-No le digas nada al amo Kenny, juro que pagaré lo que me comí, t-tengo dinero, sí, tengo dinero debajo de mi saya, déjame lo busco y te lo doy.- Para Levi la vulgaridad de aquella ladrona, era más asquerosa que su propia ropa, y de inmediato la soltó al creer que el mal olor de sus trapos lo dejaría hediondo.
-Cerda ¿Hace cuánto no te bañas?- Para Levi, la delicadeza no era un don, y tomó del cabello a la mujercita sucia y ensangrentada, para llevarla casi a rastras hacia un pozo cercano que servía de abrevadero para los caballos del capataz y los mozos, y sin dudar la amarró a uno de los postes como si de una esclava se tratase, para comenzar a despojarla de aquellos trapos asquerosos, nublado por el enojo, obviando por completo la integridad de la jovencilla que solo podía llorar y sollozar ante la humillante situación en la que se había metido, sin saber que se pondría peor.
-Maldita cerda ¿Qué clase de mujer eres que ni siquiera traes puesto un camisón debajo de ese asqueroso vestido? Agradece que no te desnudo como a un animal, nada más para ahorrarme el disgusto.-
Apenas logró despojarla de algunos estropajos, dejándola semi vestida y acorralada contra el pozo, comenzó a echar el caldero sujeto por la soga y con el esfuerzo de sus fuertes brazos, se dedicaba a sacar agua, misma que no dudaba en lanzar contundentemente contra el cuerpo de la horrorizada chiquilla que en silencio lloraba atemorizada por el castigo que le estaban dando.
-Levi...- El clamor utilizando el nombre del intérprete de aquel acto tan deplorable, hubiese sido un alarido lleno de enojo de no ser porque ambas damas estaban espantadas por la escena en curso. Los ojos turbados de Kushel no dejaban de ver a su hijo como a un cruel desconocido, y la visita junto a ella, una doncella de buena familia y costumbres religiosas, desconcertada miraba lo que aquel candidato a marido hacía con la desventurada criatura. De inmediato se disculpó con la duquesa y decidió retirarse, la situación le revolvió el estómago y ni loca sentía deseos de conocer a aquel malévolo hombre por más guapo y adinerado que fuese.
-La estoy aseando, es una ladrona que encontré comiendo fresas en l...- Una sonara bofetada retumbó en su cara, se lo merecía y Kushel lo sabía, y de no ser porque el fruto de su vientre ya era un hombre nervudo con los dídimos bien puestos, le hubiese bajado los pantalones para darle la tunda de su vida por ser tan torpe y majadero, un bruto total con aquella pobre desdichada a la cual con mucha pena desamarró notando las heridas en su cuerpecito y los inútiles esfuerzos que hacía por cubrir sus pechos con los mismos trapos mojados.
-Vamos niña, entiendo que estés así de arisca pero entre mujeres no hay vergüenza, vamos que te llevaré a mi casa antes de que esas heridas se infecten.-
Kushel cubrió a la infeliz mujercilla con su propia capa de seda, ayudándola a que se pusiera de pie y caminase junto a ella pasando de largo por el joven duque, que aun pasmado por la bofetada permaneció rígido y ahora avergonzado al darse cuenta de que se le había pasado la mano, y que tampoco tenía jabón, que de dejar húmeda a la mugrosa, la peste hubiese sido peor.
Tallada como si fuese ropa, y jabonada en exceso, la malaventurada mujercilla escuchaba como daban la orden de estregar aún más su piel con esponjas y jabón como si a ella no le ardiese ya su entumecido cuerpo, y ahora limitaba entre el miedo y la cólera, ya que ella si se bañaba, tal vez los trapos que usaba estaban sucios, pero ella se bañaba todos los días en el rio y ya comenzaba a fastidiarle que después de horas en la tina, ahora su cuerpo entero estaba siendo embalsamado por aceites y perfumes tan fuertes que la mareaban, y casi se siente desmayar cuando su figura fue estropeada por aquella cinturilla que fue amarrada a sus curvas con tanta crueldad hasta hacerla ver y sentir diminuta y más delgada de lo que era.
-¿Te molesta si lo corto?- La dulce voz de la duquesa la hizo tensarse, y simplemente negó mientras veía a través del espejo lo que ella sugería, ya que la dueña de la casa, merecía sumisión y obediencia por parte de ella, además tenía rato tratando de desenredar su cabello enmarañado, seco y salvaje, y sin más remedio tuvo que cortarlo, dejándolo muy por encima de sus hombros, pero lacio, bien peinado, limpio y brilloso.
La duquesa se encargó de asear y vestir aquella señorita, bueno para ella eso era, debido a que muy a pesar de su baja estatura, era extremadamente preciosa debido a su finas facciones, y es que la mugrienta plebeya tenia lo suyo, no podía negarlo que detrás de la suciedad en su rostro se escondían unas mejillas tersas y sonrosadas, una naricilla respingada y fina, y ni hablar de aquellos ojos tan preciosos, en su vida había visto unos orbes tan claros y dulces como la miel. Estaba descuidada si, flaca y se notaba la ignorancia en su mirada, pero deducía por su suave voz y gestos, que era dulce y sumisa.
Kushel no tardó en llevarla a la cocina, la sentó de inmediato en el mesón y puso a las sirvientas a preparar un caldo para ella, tres gallinas gordas fueron degolladas ese día, todo para que aquella señorita pudiese nutrir su cuerpo y recuperar fuerza.
-Petra, mi nombre es Petra Ral, su alteza, mi señora, su majestad yo le pido perdón por robarle las fresas, no creí que me descubrirían yo...-
Apenada, bajó la mirada en completa vergüenza para luego escuchar la suave risita de la duquesa, que tomaba su mano y sin más negaba para ella.
-No soy una reina, muchos honoríficos de tu parte, mejor cuéntame niña ¿Por qué estabas robando? ¿No te enseñaron tus padres que eso no se debe? ¿Acaso las escuelas que tanto apoyo no le enseñan nada a las niñas plebeyas que tanto cuido?-
La duquesa tomaba el té junto a ella en el jardín, mientras Petra a sorbos acababa la taza y se comía las galletas sintiendo una extraña confianza con la dueña de casi todo el condado de Yorkshire.
-No tengo padres, y no voy a la escuela... es que cuido de mi cabra y de mis nabos.- Ingenua contestaba cada pregunta, dejando a la duquesa muy acongojada por la triste vida llena de miserias, a pesar de que a Petra se le veía entusiasmada hablando de como a veces su cabra huía o de cómo sus hortalizas y el trigo que lograba recolectar, no le alcanzaban para el invierno entero y entonces la razón de que estuviese robando de aquella manera tan vulgar, era debido a que el hambre la estaba matando.
Petra se ofreció como criada, incluso le pidió de rodillas que le dejase pagar la deuda de las fresas aunque fuese recogiendo el estiércol en los establos o incluso recogiendo fresas la temporada entera sin paga y sin descansos. Pero la duquesa se negaba a cada cosa, mientras examinaba a la chiquilla encontrándole una labor menos rigurosa.
-¿Petra, te gustaría ser mi doncella personal? Necesito a alguien de confianza a mi lado, estoy muy sola aquí y tu juventud y compañía podrían servirme para olvidar mi desdichada enfermedad entre otras cosas...-
Con desdén observó a lo lejos como su hermano, Kenny, borracho como siempre y vulgar, entraba a rastras a la casa con ayuda de los mozos, guiando su mirada al único hijo que tenía, quien por otra parte, puesto en el balcón, no despegaba los ojos de ambas, y menos de la doncella de la cual solo la espalda apreciaba, colocando ideas raras en la duquesa.
Petra acordó que la cabra debía ir con ella, y fue así como la duquesa entre risas aceptó, aquella niña a pesar de todo era testaruda, tanto que la convenció de permitirle ir a solas a su pequeña y carente choza en busca de algunas cosas y claramente por el animal, la chiquilla le dio su palabra, regresaría y con eso se despidió de ella mucho antes del atardecer. El camino no sería tan largo, pero ella corría por las praderas muy a pesar de que la ropa le estorbase, sintiéndose feliz y extrañamente temerosa de su nuevo destino, y entre sus pensamientos, también la idea de huir se colaba, pero la duquesa era buena, y ella no traicionaría aquella bondad.
Pero el brusco aparecer de un caballo y su relinchar, la hizo caer al suelo de inmediato, nuevamente gimió de dolor ante las viejas heridas y al ver quien montaba el animal, un nudo en la garganta casi la asfixia y el miedo puso sus nervios de punta en segundos.
-Mi madre me ha pedido que te escolte, eso haré así que levántate de una vez mocosa mugrosa.-
Petra asintió y obedeció con respeto, el hijo de la duquesa era como un perro rabioso y ella temía de él, enojarlo no estaba en sus planes, verlo a los ojos peor. Pero Levi si la veía, de pies a cabeza la escudriñaba con su gélida mirada, atontado por el gran cambio y el divino don de un buen baño, la sucia plebeya no era fea. Esa piel era muy blanca, muy tersa, muy suave y eso le hizo apretar las riendas, debido a que sus manos en conjunto con su mente, lo traicionaban.
Llegando a la choza, Levi bajó del caballo y esperó afuera de ella, no necesitaba bañarse nuevamente y entrar en aquella pocilga le asqueaba. Pero el joven duque se equivocaba, Petra no era menos limpia que él, y aunque su ropa en primeras instancias estuviese fea, rota y maloliente debido a la faena diaria de su vida menesterosa y plebeya, su hogar estaba limpio, pobre pero cada cosa ordenada y en su lugar. Y es que la curiosidad del pelinegro lo hizo entrar en aquel lugar al sentirse desesperado por la tardanza, y se encontró a la joven de rodillas abrazando una muñeca de trapo mientras susurraba lo que parecían ser plegarias, y fue entonces cuando logró apreciar ese rostro con plena tranquilidad.
Serena y con los ojos cerrados, daba gracias por todas las cosas que tenía, y mientras sus labios se movían, Levi no dejaba de verlos, tan carnosos, rojizos y suaves que con cada oración eran relamidos para poder seguir los versos del ave María.
Pero aquel divino momento llegó a su final cuando ella abrió los ojos debido al tibio aliento que rozaba su piel, encontrando los ojos del duque puestos en los suyos, como si quisiera clavarle esos orbes de hielo en su ya atemorizada mirada, pero como escapaba si él velozmente ya la sujetaba de las muñecas para mantenerla quieta, quieta y doblegada por el miedo.
Aunque para Levi, nada de eso importaba, no si podía ver unos cuantos segundos más esos redondos pozos de sol, que calidez, qué impresión le daban que no notaba lo incomoda que estaba la mujer. Hasta que la hizo ponerse de pie junto a él apartándole el cabello del rostro mientras colocaba un rebelde mechón detrás de la oreja de ella y le pedía con firmeza que sonriera.
-Anda, que no te he pedido nada malo, has una mueca al menos que se le parezca a una sonrisa, porque esos pucheros no son nada parecido a lo que te pido.-
Aturdida, Petra intentaba sonreír aun sujeta ahora de sus antebrazos, y aunque sus ojos se posaban por cada rincón de la casa, evitando la afilada mirada del duque, su boquita temblaba intentando sonreír, hasta que Levi se hastió de no poder obtener su capricho y la soltó.
-Por favor no me castigue majestad.- Bajó la cabeza en completa sumisión ante el amo, y sentía deseos de llorar hasta que Levi se le acercó y sujetó su barbilla para levantar ese delicado rostro y se sintió indudablemente conmovido por esa tierna lagrimilla resbalando por esa enrojecida mejilla.
-No te portes mal, y ya.- Ni siquiera él sabía de donde había salido aquella rendición, pero ya estaba abrazado al cuerpo de la rígida plebeya, robando un poco de esa calidez, y disfrutando muy bien el aroma a flores que emanaba su cabello.
Petra, como cualquier mujer casta y virtuosa, lo alejó con suavidad más por su propia y púdica inocencia que por el miedo y respeto que debía de tenerle, hasta que fue el mismísimo Levi quien tomó la mano de ella y la besó, haciendo una suave reverencia para ella.
-Perdóname, corromper el espacio personal de las damas sin su permiso no es mi oficio, pero tampoco espero lo vuelvas a repetir, si ya estas avisada, volveré a tocarte.-
Nuevamente, la inquietud se apoderó de ella y comenzó a correr con la misma finalidad de esa misma mañana, huir de Levi. Pero adentrándose en el frondoso bosque, la respiración le falló y cayó desmayada en instantes, la maldita cinturilla le había arruinado la oportunidad de escapar del joven amo y solo Dios sabe que pasó después de que cayó inconsciente.
O al menos eso se preguntaba cuando despertó sobre una amplia cama, tan suave y entre almohadones de plumas y seda, inquieta por la oscuridad pero reconociendo sin duda al hombre a su lado, el mismísimo dueño de aquel lugar y su pesadilla más extraña.
-La cabra esta donde debe estar, mi madre se ha tomado la molestia de prepararte ella misma un té, y yo te quité esa cosa cuando nadie me veía, ahora ya puedes respirar, estas consiente y no vas a mencionar nada de lo que pasó en la tarde.- De inmediato Petra comenzó a palpar si cintura dándose cuenta que ciertas prendas no estaban y eso cristalizó su mirada de inmediato.
-Joven amo, por favor deje de depravar mi cuerpo con sus manos, ningún hombre querrá casarse conmigo si malogra mi virtud... por favor, se lo suplico.-
Entre lágrimas suplicaba, incluso mantenía sus manos juntas frente a su rostro como si recitara una plegaria con todas sus fuerzas para ser escuchada, y es que Levi no se había dado cuenta de nada, el joven duque ignoró desde el primer encuentro con la jovencita de cabello cobrizo, casi dorado y sedoso, que sucia o plebeya, era una mujer, que limpia e indefensa, era una dama, que sumisa y dormida, seguía siendo virgen y pura, y que nunca debía tocar a una doncella sin ofrecerle matrimonio primero y antes de cualquier roce y eso había pervertido sus malditas convicciones, y traicionó por completo sus principios cuando se metió en la cama para acercarse a ella y susurrar sin medir el impacto de sus actos, palabras que hicieron a Petra enmudecer y desfallecer nuevamente.
Kushel entró justo a tiempo, ya no había nadie en la habitación y encontró a Petra tal y como la dejó, dormida a simple vista. Después de dejar el té sobre la mesita de noche, y una vela iluminando a la chica, salió del lugar y observó a su amado hijo en el balcón, parecía agobiado y hasta fuera de sí mismo, su intuición de madre no fallaba y desde que ambos habían regresado, la actitud de Levi era aún más ilegible que nunca.
-Levi...- Murmuró acercándose a él y acariciando su espalda por sobre la casaca negra que usaba, y trató de descifrar que pensamientos inundaban a su joven hijo, su pequeño e invencible niño que se había puesto demasiado guapo y soberbio con el pasar de los años.
-Madre, podrías decirme cual es el tipo de mujer que prefieres para mí, podrías describirla... Porque yo no sé qué es lo que quiero, es más, no sabía que quería una mujer hasta hoy.- Kushel palideció ante la intriga, su mente ya estaba enredando los sucesos ocurridos durante el día, y como influyeron y turbaron las ideas de su hijo en cuestión de horas ¿Acaso la plebeya lo había hechizado en segundos? O quizá, solo tal vez Levi en verdad era un necio incapaz de ordenar pensamientos y sentimientos, cada uno a la vez.
-Bueno... con que te ame, se doblegue a tu voluntad y de nietos sanos, fuertes y de linaje Ackerman, yo feliz.- Asintió y después suspiró creyendo firmemente que sus palabras eran tomadas en cuenta fielmente, hasta que lo vio sonreír apenas muy pobremente y con sorna. -No mencionaste si querías una nuera noble o plebeya, y para mi gusto, la chiquilla inculta, sucia y sin título, me gusta.- La duquesa sintió su pecho arder, es que su hijo en verdad que era un cabezota, un tontuelo sin sesos que piensa más con la bragueta que con la mente misma.
-¿Te volviste loco? Seremos la comidilla del reino si te casas con una plebeya, al menos si ella fuera de un linaje inferior, de una familia casi en quiebra, de un apellido no tan poderoso pero conocido en sociedad, yo te juro que te lo permito sin entrometerme con solo la idea de que tendré muchos niños de cabello cobrizo llenando esta casa, pero Levi y la divina Gracia que no, esa niña roza apenas los dieciocho años y no sabe ni leer, mucho menos como ser esposa.- Kushel negó y negó pero la tranquilidad de Levi estaba siendo tomada muy en cuenta por ella, lo conocía y sabía que su hijo era un caprichoso de primera que nada lo detendría si es que en verdad deseaba algo.
-Uno, o dos años... ¿Es eso suficiente para que la eduques y la pongas a nuestra altura? Que me importa si no tiene título, linaje o apellido, mentimos cuando Farlan se hizo pasar por uno de los tantos hijos bastardos de Kenny... y míralo, es el marqués de Westminster sin apuros ni problemas gracias a su matrimonio con la marquesa Isabel y el poder de convicción que tú tienes.- Levi estaba tratando de convencer a su madre de que hilar sobre el pasado de Petra, mentir un poco en cuanto a su apellido, linaje y situación, podría ser la mejor de las opciones para aquel peculiar problema que según él, se acababa si se la llevaba con él a Londres y se casaba con ella después de renunciar al título y sus riquezas.
Obviamente Kushel prefería mil veces quemar su lengua con mentiras que deshonrar a su hijo y su familia, por lo tanto, aceptó casi a ciegas, acordando que se encargaría de Petra con afán para enseñarle las simplezas de la educación, así como lo agobiante y exhausto que era adoptar aquel estilo de vida y la apariencia ante la nobleza.
-Dale gracias a tú tío Kenny de que no seamos tan populares en el reino gracias a sus chistes y su constante estado de embriaguez, eso me limita a asistir a los bailes y las reuniones con las damas, pero me da tiempo de elaborar una mentira sencilla, creíble y no tan asquerosa ante los ojos de Dios, da igual he pecado tantas veces por ti mocoso... Pero, hay una condición jovencito, corteja a esa señorita como se debe, trátala con el respeto que las damas merecen, y cuida de esa castidad más de lo que yo lo haré, porque te juro que te lo quemo si la desfloras antes del matrimonio, además aun ni sabemos si ella te acepta, y si dice que no, te aguantas.-
Kushel lo dejó solo después de pactar aquello, la madrugada entraba lucidamente por cada ventana y Levi simplemente lo admitió, la primavera seria en verdad un disgusto, un caos total y la pérdida de su paz mental. Pero valdría la pena ver cada mínima reacción de aquella inocente, tenía tantas ganas de descubrir uno a uno sus gestos, y sobre todo, de robarle esa sonrisa que tanto anhelaba.
El joven duque, tan intrépido como seco, cada día dejaba un par de rosas frente a la habitación de la recién llegada de Durham, hija de un fallecido lord feudal que antes de perderlo todo y morir, envió a su única hija a las tierras de Yorkshire, para que la duquesa cuidara de Lady Petra Ral, como una última suplica disfrazada de deseo.
Y aunque Petra no entendía muy bien por qué debía de aprenderse esa línea entre otras, obedecía a la duquesa y atesoraba sus consejos, estudiaba arduamente y practicaba día a día con disciplina los principios básicos para ser una dama con clase, claro, siempre después de guardar con delicadeza cada una de las rosas que encontraba afuera de su habitación, en un cofre de madera en donde pretendía conservarlas secas y marchitas hasta descubrir quién las enviaba, sabiendo de sobra que eran del duque para ella. Debido a que después de aquella noche, su primera noche en aquel lugar, y después de ver el brillo y la honestidad en aquellos ojos que entre penumbras la acariciaban, las palabras del joven amo se pintaron en su alma por el resto de los días.
-... Entonces, yo me casaré contigo, tú serás mi esposa y cuidaré de tu virtud hasta ese día y después de esa noche, serán mis manos dignas de ti, lo prometo.-
Entre suspiros, la chiquilla enamoraba olvidaba las líneas del libro que se suponía leía en voz alta para la duquesa, pues el hecho de tan solo recordar esa promesa, su corazón se agitaba y parecía estallar, y es que la promesa del duque parecía sincera, y ella a pesar de no hablar mucho con él, a base de miradas y risitas cómplices, le demostraba que tal vez sus estúpidos y escasos esfuerzos lograban endulzar el corazón de lady Ral, ya que ambos en la lejanía del respeto mutuo, y cuando solía admirarla en silencio, acechándola desde el balcón sin perder de vista como ella sobre aquel manto de flores en el jardín disfrutaba la calidez de aquella caótica primavera, se endulzaba a él mismo y se enamoraba sin decírselo a nadie, de la plebeya más bella del reino.
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