5. Sus tatuajes
Panorama actual: el invernadero, donde el aire es denso, cargado de humedad y el olor terroso de la tierra lo envuelve todo. Estoy sentada en el suelo, rodeada de sacos de tierra negra que desecho con los guantes, mientras se reproduce en la pequeña reproductora Dance Monkey de Tones and I. A mis pies, una maceta grande aguarda ansiosa la nueva vida que estoy a punto de plantar: una Dieffenbachia, con hojas verdes y brillantes, y una flor blanca que asoma tímidamente entre el follaje. Esta planta es fácil de cuidar; solo necesita luz indirecta y riego moderado, como siempre le explico a mi madre. Pero es comprensible que solo yo entre en esta parte de la casa, donde a ella le da pánico recordar más dolor.
Una vez que termino de plantar la Dieffenbachia, me levanto y veo cómo parpadea la luz del tubo LED. Al aplicar un ligero riego a mi Cactus Cola de Rata, noto que el sustrato está completamente seco. Intento no mover mucho la planta para evitar que se estrese, y la giro un poco a la derecha para que mañana pueda recibir sus seis horas de luz. Acomodo las nuevas flores con sus respectivas macetas en un rinconcito lejos del hueco del techo, sobre una mesita de madera de cincuenta centímetros de altura, para no robar espacio a las otras que deseo comprar. Me costó bastante que mi madre aceptara que me robara este lado de su jardín —el que no tiene tiempo de cuidar— y antiguo cuarto de prácticas de mi difunto hermano (a quien no se le puede mencionar o ella enloquece), para llenarlo de mil plantas, practicar mis ejercicios de gimnasio, estudiar, escuchar a mi mejor amiga cantar su música más loca y reírme de las discusiones de la familia Stiffler (sí, la familia esquizofrénica del chico que detesto por haberme llamado como un Pokémon). Soy fanática, ¿qué le voy a hacer?
Miro por la única ventana que no tiene enredaderas de Hoya. No he usado fertilizante de algas, así que no han aumentado su crecimiento de este lado, y quiero que siga así. Maldigo entre dientes al ver que ha comenzado a llover. Si hay algo que odio de esta época del año, es el cambio de clima tan loco. Casi de noche, llueve como si hubiesen pasado tres semanas sin caer una mínima gota. No me gusta. Al ver la lluvia, respiro y siento que los nervios por no poder salir me atacan. En conclusión, estoy atrapada aquí, y no parece ser tan malo cuando mis dedos acarician el marco desgastado de esta ventana. Mis pensamientos se deslizan hacia atrás, como una vuelta o caída en la cama.
"Mi hermano era mi agente especial, mi protección, mi lugar favorito cuando mamá me regañaba. Ella nunca me castigó, no realmente. Si me daba una reprimenda, lo olvidaba a los cinco minutos si le plantaba un beso y un abrazo. Pero no entiendo por qué no dejó que Samuel cumpliera su sueño... El boxeo era fundamental para él. Aún me cuesta asimilar que, ese día, regresara a casa golpeado, que mamá le curara las heridas, y la discusión que no escuché, pero que creció en el silencio que invadió la casa. Luego, él se fue... y no volvió hasta dos días después."
El final de mi voz interior recitando esas palabras me lleva a quedarme fija, mirando el tono amarillento-naranja que se ha formado en las grietas de la madera del marco, el moho pegado en la parte cercana a la pared por la humedad. Aquí, Samuel me enseñaba cómo defenderme. No importaba mi edad en aquel momento; de todas las cosas que me dijo, una que nunca pude olvidar fue: "Si tienes miedo, finge que no lo tienes. Solo respira, aférrate al deseo que más te guste, mira al miedo a los ojos y mátalo." Recuerdo a mi yo más joven respondiendo en la pose de defensa que él también me enseñó: "¿Y si vuelve?" No contestó; me dio un ligero golpe en el trasero con el pie y yo devolví el golpe con un puñetazo en su estómago, de forma automática. "Termina lo que empezaste, porque así es cómo se juega y cómo se gana." Amaba de una manera peculiar a mi hermano. Cada vez que soñaba con perderlo, lloraba. No entendía por qué esas incesantes pesadillas regresaban a mí, donde todo terminaba igual sin importar el tipo de sueño. Siempre... "No mueras," me despertaba diciendo en las frías noches cuando mamá le prohibía la entrada a casa por llegar de una pelea. "Me cansas, Samuel. Llego a pensar que te encantan los golpes dirigidos a tu cara," o su "¿Esto es lo que quieres?" y su "No puedes. No te vas. No pelees," tan repetitivo. Tal vez mamá tenía razón en todo eso, ¿protegiéndolo? Pero sé que mientras más quieras alejar o prohibir algo a tu hijo, más él lo hará. Recuerdo a la pequeña Carolina, traviesa, alegre, hiperactiva y cariñosa, eligiendo libros de fisiología vegetal, admirando de lejos las figuras griegas de cerámica, intercambiando muñecas por macetas que en ese entonces nadie podía regalarme. Después de la muerte de mi hermano, "llámenlo suicidio, como lo hace el expediente", todo se complicó. Me pregunto: ¿qué estaba pensando antes de...? Deseo creer que sigue vivo en algún lugar lejano, quizás en África; tan ocupado como mamá ayudando a la gente del país como para voltearse a ver a su familia... o lo que queda de ella.
Las uñas de Mr. Gibbons se enredan en mi pantalón; siempre hace lo mismo y ya me ha roto tres mudas de tela tejida con esas garras de demonio pegajoso. Hago lo posible porque no entre al invernadero, dado que dos plantas son tóxicas para gatos (la que planté al inicio y las adelfas), pero siempre se cuela por alguna parte. Solo hay que ver cómo se esconde de mi madre cuando llega y se escabulle debajo de mi cama por el miedo que le tiene a la chancleta. Es como mi hijo pequeño, uno que ya está en su etapa adulta mayor, que a veces me odia porque siempre me pierde las medias como si fueran su mejor juguete; en dos meses he gastado más en eso que en aseo para el cabello. También me ama: persigue, muerde, araña y duerme en mi espalda baja.
—Meow. Meow. Meow.
Ya tiene hambre.
Me agacho para acariciarlo mientras pronuncio un "miau" lento y su cara parece de horror, como si hubiese cometido algún error gramatical. Es un siamés demasiado atractivo y gordito; si fuera una gata no dudaría en hacerlo mi esposo con tal de que una dueña sexy como yo lo alimente. A veces me dan ganas de morderle una oreja o la naricita, pero pienso en su dañino pelo o sus baños con lengua y se me quitan las ganas.
Me muerde la uña y corretea de aquí para allá, como cuando se alborota, por todo el invernadero. Recojo un par de tomates maduros y alguno que otro verde. En ese momento, envío un mensaje a mamá preguntándole si viene tarde, como siempre ocurre, o si por bendición de Dios a su jefe le ha ido bien en la lotería como para dejarle el turno de la noche libre. Sé que necesita descansar. Le bajo el volumen a la música; esta vez suena "As Long As You Love Me". Me disculpo con Justin por lo que hice respecto al volumen y engancho el aparato a mi mano, terminando así siendo perseguida por Mr. Gibbons juguetón que juega con mis pies; debo estar atenta o puedo caerme.
—Sí, papi, estoy bien... —Me detengo en seco, evitando chocar con la cabeza de mi amiga pelirroja, que siempre aparece sigilosa como un ninja—. ¿Pero qué enfermedad? Presto atención. Tengo las medicinas, ya, por favor. Déjame tranquila y saluda a mamá de mi parte. —Susurro un "carajo" cuando finaliza la llamada—. A veces, siento que me ahogo en un mar de amor paterno.
Un aroma a chicle de menta mezclado con una colonia femenina intensa inunda mi espacio, haciéndome repasar a mi amiga de pies a cabeza. La nariz me pica con fuerza, anticipando un estornudo triple. Su cabello está recogido en un moño alto y tirante, un estilo inusual en nosotras, que siempre preferimos llevarlo suelto. Luce unos jeans rojos vibrantes y una blusa blanca corta, con una sola manga larga (la izquierda) del mismo color de sus pantalones. Completan el conjunto unos aretes redondos y grandes y, para mi envidia, unos botines blancos impecables. ¿Lleva una bolsa de nylon en cada zapato? ¡Qué loca! Ah, claro, esa blusa es de su nuevo diseño, por supuesto. Trago saliva, mi garganta me pide agua, y con un gesto de la mano le pregunto: "¿Por qué?".
—Él siempre se preocupa, demasiado, diría yo. Ayer me preparó unas medicinas porque pensó que estaba enferma, algo de fiebre... cosas de la vida —mi boca hace una o—, y hoy me pregunta si las he tomado, si he bajado de peso... ¿Acaso cree que soy una niña o qué demonios?
—Bonitos nylons, pero eso no es malo. A veces se extraña el interés de los padres; cuidarse a uno mismo puede ser difícil, y creo que deberías apreciarlo. ¿Sabes?, lo que daría Dana Alicia por haber salvado a su padre del alcohol y que él no la dejara, o lo que daría yo por tener uno que se preocupara así.
—Alicia me hace cuestionar si es normal, si alguna de nosotras lo es; creo que eso nos hace especiales.
Voy a hablar, pero se me empañan los sentidos, se llenan mis ojos de vapor, nublando mi concentración. Cuando escuchaba música no me dolía la cabeza, ¿por qué ahora?
—¿Estás bien? —Yusne se preocupa. Yo asiento—. Has fijado mucho la vista, casi ni duermes y cuando lo haces es súper tarde —suspiro—. No me lo niegues; tampoco tengo que hacer un puente entre tu ventana y mi balcón para espiarte mejor.
—Eres muy observadora —susurro—. Deja de vigilarme y ayúdame.
—No me has dejado fría, churris, estarás lista en veinte minutos. Pero necesito una cosa de ti, como pago por siempre, siempre, ser tu mejor riñón.
—¿En qué rollo te has metido?
Levanto una ceja al ver su silencio. Me pone el celular a pocos centímetros de los ojos y tengo que alejarlo para no quedarme ciega, mientras repite que mire y miro.
—¿Y qué es lo que tú quieres que yo haga? —gruño.
—Querida churris churrioza, que me acompañes. Es obvio que necesito ir a encontrarme con él. No hoy, pero yo te aviso cuándo.
—No seas fresca, esto se está saliendo de tu control.
—También me hace sentir mal hacerlo a escondidas de D. Qué complicado, no quiero ser infiel...
—Define infiel, porque créeme, el simple hecho de que te escriba, aunque no pase de —leo el último mensaje de él— "espero tengas un lindo día", ya se considera falta a tu compromiso de noviazgo con el otro. Igual, estarían casi a mano...
—Este es distinto; algo aquí —señala su corazón— y aquí —ahora baja su mano y se nalguea ella misma— me lo dice. Es cubano y, oye, me enseña cosas nuevas...
—Entonces deja al que no te enseña nada nuevo... —resuelvo.
—¿Pero y si se lo toma a mal y termina odiándome? Yo quiero a D, pero ya es bien sabido que a mí todo me aburre con el tiempo, y digamos que con él ya he durado bastante. Tremendo trabajo que pasé para que estuviéramos juntos y todo, pero está que no me sale decírselo.
—Deberías dejar ese miedo. No puedes vivir atrapada en una relación solo por lo que podría pasar. La vida es demasiado corta para no seguir lo que realmente sientes. Si Danny no te llena, es mejor ser honesta contigo misma y con él.
—Lo sé, pero...
—No hay peros. Si no estás feliz, ¿qué sentido tiene seguir adelante?
Echa un vistazo a su celular.
—¿Sinceramente? No estoy segura de si es mejor dejar a alguien que conozco por un conocido de hace poco.
No puedo evitar mirar de reojo por la ventana.
«¿Por qué sigues mirando fuera?
Me olvido de responder, se queda pensativa por un momento y de repente da un salto, compartiéndome algo que acaba de recordar. Comenta sobre chismes, su nueva obsesión por unas telas, un evento íntimo vergonzoso y un posible trabajo como coprotagonista en una serie de televisión, aunque duda aceptarlo debido a que no puede contener la risa y su verdadera pasión es el diseño de modas (aunque estudia otra cosa). Nos dirigimos a mi habitación para que mientras me ducho y vuelvo a sentirme persona, ella resuelva el desorden en mi armario. Una vez termino, salgo en toalla con la ropa interior puesta debajo y me siento en mi silla giratoria para desenredar mi cabello y peinarme mis rizos enredados. Nuevamente menciona a su morenito y todas las experiencias y lecciones que ha aprendido en los cuatro meses que llevan comunicándose. Yusneida me espera en la cocina mientras me arreglo, e incluso tengo tiempo de guardar las cosas de Alicia en la mochila, darle una última planchada a mi pelo y echar un vistazo al espejo. Dejo la puerta entreabierta para que Mr. Gibbons entre y salga a su antojo (no quiero repetir la escena de que me griten por dejar a mi mascota encerrada y que ensucie mi cama).
Al llegar a la cocina, veo a Yusneida comiendo con ganas la carne de cerdo asado que había guardado para la comida de mamá. Me quedo atónita, nadie en su sano juicio se comería mi comida, pero bueno, supongo que mañana tendrá que comprar otra porción.
—¿Qué te sucede? Además de estar pálida, pareces hambrienta.
—No he cenado, hoy pedimos pizza en casa y la pijamada está por comenzar, nos están esperando —responde.
«No conozco a nadie que cocine mejor que la tía Aralyn, ¿no crees?
—Es su especialidad —respondo con orgullo.
—Puedes quedar adicta a este sabor, pero no ganas peso ni aunque comas como un pájaro y corras todo el día. Tú no tienes hambre.
—¿Cómo que no tengo hambre?
—Es la forma coloquial de decir "delgada", debes actualizarte.
Intenta devolver el plato al refrigerador, pero lo detengo. Decido darle los últimos trozos a Mr. Gibbons para que coma. Una vez hecho esto, limpio el plato, le indico la cantidad de carne que necesito para mañana, apago la luz y cerramos con llave. Caminamos juntas hasta su casa, un lugar lujoso y elegante como ella llama "millonario". Me doy cuenta de que sus frases se me están pegando, ¡otra vez no!
—¡Vamos a empezar! —grita mientras su novio la abraza y la besa como desquiciado.
Alicia llega a mi lado con una sonrisa incómoda y me pide discretamente que le avise si se ha manchado la bermuda al darse la vuelta. Por suerte, no es así. Mientras los tres hombres acomodan la mesa para una partida de dominó, siento que será una noche larga y provechosa. La idea de jugar por dinero en efectivo me motiva, pues tengo la determinación de ganar y desbancar a esos tres.
•••
—Siento celos de todas las personas en la vida de mi novia, especialmente de su mejor amiga. Soy un poco celoso y no me gusta que hablen a mis espaldas, seguramente le dicen cosas que nos separan.
—El problema es que mi vida no gira en torno a ti, cariño.
—¿Por qué no, pelirroja?
—Eres importante en mi vida amorosa, pero tengo otras facetas. ¿Lo entiendes? Paga, esta ficha no es tuya.
En efecto, no era su turno.
—Si estás conmigo, ¿por qué necesitas otras vidas? ¿Eres un gato y no me he dado cuenta?
—Paga —Insierto por octava vez, desde que me senté en este cojín solo me he levantado una vez, porque Alicia me hizo perder tiempo y el chismoso de Aimes se interpuso.
—No pienso seguir jugando contigo, debo recuperar lo que perdí y pagar el arreglo del coche... —Ozzy, el llorón. Yusne coloca su última ficha y todas gritamos a pulmón.
—Controla tus nervios, deja de echarle la culpa a los demás —le dice Danny—, el baño está allí, te has pasado de los nervios; cerdo.
—No fui yo.
—¿Necesitas papel higiénico? Sube las escaleras y dobla a la derecha. No lo uses todo, ¿de acuerdo?
A veces, Danny podía ser un fastidio, decirle eso a su amigo, aunque pareciera tonto, no era agradable. Ignoro el dolor punzante en mi sien y les propongo cambiar de juego: Taste Test, con ojis vendados.
Adivino dos sabores, pero el tercero es un enigma. Siento mi garganta arder, mi estómago revuelto por los gases de los refrescos. Digo un sabor al azar, mi mente ya no está enfocada en el juego y cuando menos lo espero, debo beber otro por perder. De todo esto lo que más me gusta es el limón con sal.
—¿Te rindes ya? Los desafíos están allí. ¿Tragarás tu orgullo y lo aceptarás, o decidirás pasar?
—Yusne, no quiero decir algo fuera de lugar porque te aprecio y no es el momento, pero no más refrescos, desafíos o juegos. Estoy agotada. Y mira a Alicia...
—A ti simplemente no te gusta perder, manita, y creo que necesito otra cerveza —Alicia, medio ebria, se toma muy en serio agarrar la siguiente cerveza. No aprende, sabe que con dos de esas ya estaría lista para descansar en una hamaca y dormir.
—Ya es suficiente. Ni bailando Ampanman te salvarás.
Yusne le quita la botella.
Alicia nos fulmina con la mirada.
Le pido una foto juntas, ya que rara vez aparece en mis redes sociales debido a su problema con que sepan dónde está. Para mi sorpresa, o quizás porque sabía que, estando borracha, no se negaría, le pido que guiñe un ojo. Primero cierra ambos y me pregunta por qué todo se ha puesto oscuro. Le digo que abra uno y sonría para poder subir la foto a mis historias y etiquetar a la celosa de mi churris. Termino de tomar la foto y, de repente, la veo doblarse, presa de algún tipo de cólico menstrual.
Frunzo los labios y tomo mi mochila para sacar un tampón mientras los chicos discuten en la sala. En ese momento, Alicia vomita, llenando el suelo con un líquido desagradable que se pega a sus pies descalzos. Antes de que colapse, Ozzy la sujeta por detrás, haciendo gestos de asco por la escena y el desastre que mi amiga ha dejado.
—Yo... la acompañaré. Cuando pase esta fase, los dolores de ovarios serán terribles —La pelirroja y el rapado llevan a la víctima del alcohol hacia el pasillo iluminado de la casa, mientras yo me quedo sin saber qué hacer, mirando mi celular y escuchando la absurda conversación de los otros hombres:
—...Las mujeres sienten y luego racionalizan lo que pasó. "No me gusta que seas mujeriego, que hayas tenido un trío". Mentira...
«Preselección. Si una mujer sabe que has estado con varias mujeres, dirá que eres genial —Aimes asiente con cada palabra—, y si eres genial, también le darás lo mejor.
«Sé un seductor de mujeres, no un "timorato" o un "trapo viejo". No temas ser directo, ¿quieres sexo? Dilo claramente. A las mujeres les gusta la franqueza.
Me encanta reírme de sus tonterías.
«¿Por qué crees que la pelirroja sigue conmigo?
Escucho a Aimes responder con una pregunta: ¿porque te quiere?
—¿Porque me quiere? ¿En qué época vives? El sexo es solo pasión y deseo, temporal —tras una pausa—, exacto.
—No lo sé, ella es reservada y yo prefiero tomar las cosas con calma. —Al menos Aimes sabe lo que está diciendo.
—¡Idiota! No aprendes. A la pelirroja le gusta duro y rápido, se queda en silencio hasta que...
Hace una pausa, aclaro mi garganta, y aunque el parlanchín no lo sabe, ya lo he pateado tres veces y golpeado su mandíbula dos veces en mi imaginación.
—Si crees que eso funciona con alguna mujer, déjame decirte que el que mi amiga esté contigo es un misterio, para mal. Eres un imbécil, Danny, pensé que había algo más en ti, pero ahora veo que todo es superficial. En lo que respecta a tu mente, tienes un vacío tan grande...
«Es más grande que tus huevos. Ni tienes el valor de decírselo en persona.
—¿Desde cuándo te vuelves celosa y tan vulgar? ¿Tanta hambre de polla tienes?
Su amigo se mantiene serio, pero al ver a Danny, finge una sonrisa.
—Ten cuidado con lo que dices. Aprende a comunicarte.
—He querido callarte mil veces con un beso —se ríe, y al notar mi falta de respuesta, continúa—: Si quieres algo conmigo, no hagas un espectáculo aquí...
Se acerca, y aunque no retrocedo, desplazo lentamente mi cuerpo lejos de él.
—Te diré dos cosas, Danny, espero que no las olvides jamás: das asco.
—Te mostraré lo que puedo darte.
Me encuentro en una situación tensa. En lugar de dejarme llevar por el momento y meterle los dedos en los ojos porque ya me asquea cómo me mira, recuerdo el pequeño dispositivo que llevo en mi mochila. Lo saco rápidamente. Es un aparato compacto que emite una descarga eléctrica. No tengo tiempo para dudar; presiono el dispositivo contra su cuello y aprieto el botón.
Un chispazo resuena en el aire. Danny cae al suelo, balbuceando y temblando, incapaz de procesar lo que acaba de suceder. La descarga dura unos segundos; lo miro aturdido, con los músculos contraídos y una expresión de confusión en su rostro que me resulta satisfactoria.
—Para que los idiotas como tú no me subestimen.
—¿Qué está pasando? —La voz de Alicia me hace girar. No sé cuánto tiempo llevan ella, Yusne y Ozzy observando la escena.
—¡Perdí la noción del tiempo por diecisiete minutos! ¡Diecisiete! ¡Fue agresivo! ¿Y mi novio está sufriendo mientras mi amiga parece haber alcanzado el éxtasis?
—Yusne y sus teorías extravagantes.
—Cariño, ¿estás bien? ¿Qué sucedió? —pregunta Ozzy, preocupado.
—Ella... —Danny me señala con furia, la vena en su cuello está a punto de estallar. Sería una pena manchar la alfombra—. Suéltame... ¡Ay! Nos vamos. Hablaremos luego, pelirroja.
El mensaje de mi muso inspirador llega como un destello en medio de la oscuridad de mis dudas. Ja, la ironía.
Jhonny manos grandes: Siempre estás en casa?
Carol: Digamos que mi rutina es diferente.
Jhonny manos grandes: A veces me cuesta entender eso de tu ritmo diferente
Jhonny manos grandes: Tienes momentos en los que no estudias y sales con amigos?
Carol: ¿Acaso tú tienes momentos en los que estudias y no sales con amigos?
Jhonny manos grandes: Tus palabras suenan a justicia
Jhonny manos grandes: Me siento solo hoy
Jhonny manos grandes: Lo dije sin pensarlo.
Carol: Es curioso, al final le pones el punto.
Carol: Punto final, ya sabes, el final de una oración.
Me deja en visto. No me molesta, ya no tengo más que decir. Bloqueo el celular y justo en ese momento suena el timbre de la casa.
—Chido, se tardó bastante. Con mi hambre, podría devorar un elefante entero sin masticar, al estilo anaconda.
Alicia, aún bajo los efectos de la borrachera.
—Antes de que termine la noche, Carolina, quiero saber qué pasó en la sala, D parecía una gelatina. Ahora vamos a comer pizza, porque ojalá sea eso lo que se encuentra detrás de esa puerta.
—Dilo por dos, pelirroja —concluye Alicia, recostada boca abajo en el sofá, con una teta a punto de escapar del top midi.
—Imitadora.
Yusne arregla su cabello, yo me río, porque esta noche fue divertida, un desastre y... ¿qué más?
—Las pizzas aún están calientes, si me vas a descontar por la demora, que no sea mucho.
Esa voz dramática.
Oh, rayos castaños.
Sus tatuajes.
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