Veintiuno

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La vuelta a clases nunca me había parecido tan molesta como ahora.

Desde que tenía quince años, desde que ocurrió todo lo que cambió mi vida y la de mi familia, desde ese fatídico día, volver a clases era lo mejor del mundo para mí. No tenía que estar en casa, sola, aguantando mis pensamientos de culpa, ni viendo como me consumía sentimiento de tristeza y negatividad, ni viendo como me hundía en un pozo del cual no sabía salir. No tenía que aguantar los cimientos de la casa yo sola, ni las miradas de desdén de Jason, ni los ojos llorosos de mi madre.

Ir a la escuela era mi método de desahogo. Mi momento de paz. Mi libertad.

Pero ya no era así.

Volver a clases significaba ver a Oliver Moore.

Había tenido suerte y la primera clase solo había sido una presentación del nuevo profesor y de la asignatura que íbamos a dar, es decir, una breve introducción de la materia y todo lo que íbamos a ver a lo largo de cuatrimestre en modo de resumen, por lo que pude salir antes, sin necesidad de hablar con nadie. Sin presenciar momentos incómodos.

Miré hacia el final del aula a medida que recogía mis cosas. Ya no había nadie, como siempre, era la última en salir. Agarré mi mochila y me la coloqué sobre los hombros. Conecté los auriculares al teléfono y me llevé los extremos a los oídos, colocando una de las tantas listas de reproducción que Morgan se había encargado de guardarme, en su intento de introducirme en el mundo musical y salir del de los documentales sobre ciencia.

Gray Dress de Adam Foster comenzó a sonar.

Morgan, como buena gurú e instructora que era, me contó la historia del cantante y de la historia detrás de la creación de esta canción. Al parecer el autor era el novio de la escritora que ella tanto amaba y admiraba. Me contó todo, todo lo que la prensa contaba de ellos dos y de como habían superado tantos obstáculos que surgieron a lo largo de su relación. Me quedé fascinada con la cantidad de cotilleos y noticias que sabía. Incluso Sam sabía toda la historia, lo que me hizo sentir bastante estúpida y fuera de lugar al escucharles hablar sobre ellos sin parar, dejándome en evidencia a mí misma porque nunca había escuchado de él hasta esos momentos.

No me atreví a preguntarle a Morgan sobre si sabía que Samantha y Alek estaban en mi cita con Noah, ni si sabía que Moore se iba a presentar de improviso para estropearla. Pues, preguntarle eso, conllevaba que ella me hiciese preguntas que no estaba segura de querer contestar ni si sabía las respuestas de ellas. No quería explicarle lo que había ocurrido en realidad. Pues, contarlo en voz alta, significaba que había ocurrido, significaba aceptar los hechos y yo me negaba a aceptar que eso había pasado.

Me senté en uno de los bancos que estaban junto al campus de futbol mientras esperaba que la hora que tenía libre antes de la siguiente clase pasase.

Cuando terminó esa hora de descanso, que en realidad se había tratado de mirar cosas en el portátil y preparar todo para la siguiente clase y presentación de la asignatura, me levanté y caminé hasta el aula.

Mis pies se quedaron quietos ante un grito de frustración. Levanté la mirada y giré la cabeza en búsqueda de ese sonido tan familiar.

Tragué saliva al ver a Moore, en medio de la pista, gritando mientras hablaba por teléfono. No entendía nada ni podía identificar lo que decía por culpa de la distancia, pero tampoco pensaba quitarme los auriculares para comprobarlo. Salté, algo asustada, para atrás cuando le vi meter el teléfono con brusquedad en la mochila y tirar el balón ovalado con todas sus fuerzas al suelo. Se agachó, derrotado, con las manos en la cabeza y profirió un grito.

Abrí la boca, impactada de verle de esa manera. Pero la cerré rápidamente y continué mi camino hasta el aula. Era su vida, no debía meterme. Ni me importaba lo que pasaba en ella, no me incumbía.

Caminé rápidamente hasta la nueva aula, entrando y sentándome con varios minutos de antelación. Poco a poco, el aula se empezó a llenar. Sentí una mirada perforarme la nuca, mirando fijamente en mi dirección. No me hacía falta ser un genio para saber de quien se trataba, pero no miré de vuelta.

Levanté la mirada justo cuando el profesor entró en la sala. Portaba un maletín negro de tela, el cual dejó sobre el escritorio y sacó su ordenador. Empezó a hablar, dando una pequeña introducción de sí mismo y de lo que iba a tratar la asignatura. Enseñó la guía de la materia, todos sus puntos y lo que se pedía para poder aprobar.

Llevaba tiempo dándole vueltas a uno de los puntos que íbamos a tratar: el trabajo grupal.

Los trabajos en grupo era una de las cosas a las que más terror y pavor tenía. Un trabajo de ese tipo significaba que debía buscar compañeros que quisiesen ponerse conmigo, pero eso no era suficiente, estos tenían que ser competentes, con los que pudiese trabajar bien, sin problemas... y no conocía a nadie así en la clase ya que apenas había mantenido una conversación con ellos.

Entré en pánico. Todos mis compañeros se miraban entre sí, sabiendo a quienes querían en su equipo.

—Serán en grupos de tres. No estamos en el instituto, así que yo me voy a encargar de elegir los grupos a través de un sorteo —respiré algo más tranquila, pues no tendría que ir mendigando ni quedarme como una tonta esperando que alguien se quisiese poner conmigo—. Os voy a explicar de qué va y al final de la clase haré el sorteo.

Procedió a explicar todo el trabajo, desde la fecha que podíamos empezar a entregarlo hasta la fecha límite. Las instrucciones fueron muy claras, era un trabajo sencillo, pero que requería mucho trabajo. Lo dejé todo apuntado en mi agenda.

Nada más terminar la explicación, volvió a hablar.

—Tengo todos los nombres en el ordenador. Un programa será el que haga las divisiones. Cuando esté vuestro grupo, salid del aula y así os conocéis. Si una persona no ha venido, que no se preocupe, los grupos y las instrucciones estarán en el campus virtual —guardé mis cosas y esperé a escuchar mi turno—. Procedo —acercó la cabeza al ordenador y forzó la vista para leer mejor—. Asher Peterson, Vanya Roman, Cora Davies... —esperé pacientemente mi turno. Pero empecé a entrar en pánico cuando vi que casi toda la clase salía y mi nombre no, dejando a pocas personas en el aula.

Pero ¿el mundo me odiaba? ¿O eran imaginaciones mías? Las cosas no pasaban por algo, no existía el destino, ni había cosas predestinadas. Los hechos ocurrían porque sí, porque así se daba. No había nadie ni nada que indicase como tenía que suceder algo. Aunque, creo, que todas mis negativas hacia este tema estaban pasando facturas, pues solo quedaban nueve personas en el aula y una de ellas era alguien con quien no quería hablar.

—Violet Campbell, Heather Reed y Oliver Moore.

Por Hubble, estaba claro. Había cabreado a alguien en el pasado para tener esta mala suerte. ¿Qué había hecho para merecer esto? ¿Era por lo juzgona que era? ¿Por lo cabezota?

Salí del aula, con esos pensamientos todavía en la mente. La tal Heather esperaba ya en la puerta. Tragué saliva al verla, era difícil no saber de quien se trataba, no lograba pasar desapercibida ni aunque lo intentase. Su pelo anaranjado estaba suelto, situado detrás de sus orejas para que no le molestase en los ojos; las gafas le caían un poco sobre el puente de la nariz, dejando ver las esmeraldas que tenía como ojos, mientras que unas pocas pecas le salpicaban el rostro, dándole un gesto inocente.

Heather Reed era increíblemente guapa, pero no tenía ni idea de como se desenvolvía en grupo ni como trabajaba. Y no estaba dispuesta a dejar que alguien me bajase la nota del trabajo, ni de la asignatura. No lo iba a permitir, así que, cuando llegó el orangután a nuestro lado, hablé.

—Me da igual hacer todo el trabajo. Hay tiempo de sobra y puedo hacerlo sola. Con que me paséis vuestros datos voy bien.

Traté de alejarme, pero el agarre en mi brazo me lo impidió. Miré al causante de ello con odio. Me alejé de él, sintiendo una especie de cosquilleo en el lugar donde había posado su mano.

—No vamos a hacer lo que tú digas —apretó la quijada, haciendo que yo rodase los ojos ante su dramatismo.

—Heather, te dejo mi número por si necesitas algo —apunté mi número en un papel y se lo di—. Pero lo digo en serio, no me importa hacerlo todo, es algo normal.

Ahora sí que sí me alejé, dispuesta a irme a casa para almorzar y descansar antes del día de trabajo. Sentí mi teléfono vibrar en el bolsillo trasero de mis vaqueros. Lo saqué y, con una sonrisa, observé de quien se trataba. Aunque la sonrisa se me borró al ver lo que decía el mensaje.

Morgan: ¡Fiesta el sábado para celebrar (o ahogar las penas de) la vuelta a clase! Dónde siempre. Sam nos lo explicará mejor jeje.

El corazón se me aceleró un poco al leer el nombre de mi otra amiga. Todavía no había tenido la oportunidad de preguntarle por el papelón que montó junto a Alek, como me siguieron y avisaron al orangután de mi cita y localización con Noah. No había tenido ocasión, pues quería hablarlo a solas y nunca podía ya que siempre había alguien más y esta conversación era entre ella y yo.

No pensaba dejar escapar la ocasión de preguntarle de qué iba y que tramaba con su artimaña.

La misma fachada del mismo edificio de siempre se erigía ante mí.

Me abracé a mí misma cuando sentí una ráfaga de viento frío azotar mi cuerpo. Morgan rio, pero también se puso a tiritar. Con su mirada descifré que se arrepentía de haberse puesto pantalones cortos, a pesa de llevar unas medias negras debajo. Rascándose los brazos, caminó hasta la puerta.

Solo había unos descerebrados, o valientes, dependía de como lo interpretases, en el jardín, mientras fumaban y bebían, riéndose y charlando, con un vaso de plástico en una mano y con un cigarro en la otra. Morgan apagó su cigarro y lo tiró en un vaso con agua que había en la puerta antes de entrar.

Repetimos la maniobra de siempre, le di la mano y nos abrimos paso hasta la cocina, en búsqueda de una bebida. La pelinegra se echó su típico vaso de ron con cola. Me miró con una ceja alzada a modo de interrogación, así que asentí. Morgan cambió la bebida alcohólica por otra, pues, en la anterior fiesta, descubrimos que el ron no me sentaba nada bien y no me gustaba. Me lo echó cortito, para que no se me subiese encima demasiado rápido.

Acepté el vaso y, con el primer sorbo, ya puse una mueca, la cual causó una risa en la tatuada. Le saqué la lengua en respuesta, ella me correspondió con el mismo gesto, dejando ver la bola plateada que tenía en la lengua. Nos quedamos en la encimera de la cocina mientras bebíamos y esperábamos la llamada de Sam, pues, por primera vez, habíamos llegado antes.

—Tengo calor. Vamos a dejar los abrigos en la habitación.

No le llevé la contraria. En la calle hacía demasiado frío debido a la estación en la que nos encontrábamos, pero, una vez que entrabas en la fraternidad, por culpa de toda la gente que había, se producía un cambio de temperatura drástico. Le seguí por la casa hasta llegar a la habitación donde podíamos dejar nuestros abrigos. Saqué mi teléfono y lo coloqué en el bolsillo trasero de mis vaqueros negros.

No nos dio tiempo a volver a la cocina. Samantha nos interceptó en el camino y saltó sobre nosotras para abrazarnos, causando nuestra risa debido a su efusividad y cariñosidad. Le sonreí a modo de saludo cuando nos separamos. Alek, a sus espaldas, avanzó hacia nosotras y nos dio un abrazo, aunque era menos efusivo que el de su novia, y un beso en la cabeza que me hizo sonreír por la ternura que me causaba. Sam nos arrastró hacia el sofá de terciopelo rojo que solíamos ocupar, pero estaba ocupado. Aunque no importaba, pues cuando Sam se puso a la vista, se levantaron y nos cedieron los asientos.

—Una tiene sus contactos —nos guiñó un ojo y se sentó, dándole un sorbo a su bebida. Se relamió los labios y sonrió ante el sabor de estos—. Me encanta tu jersey.

Sonreí ante su cumplido y le agradecí. Empezamos a charlar los tres, con Alek uniéndose y aportando datos cuando la ocasión lo ameritaba. Reí ante las cosas que el rubio decía, tenía una gran cantidad de anécdotas, sobre todo, desde traumas infantiles hasta las desgracias que le habían ocurrido en los meses de universidad que llevaba.

Por el rabillo del ojo observé como Moore entraba en la casa, causando miradas de todo el mundo, lo que me hizo fruncir el ceño. ¿Desde cuándo era tan popular? ¿Lo había sido siempre y nunca me había dado cuenta? Pasé de esos pensamientos y seguí observando. Cuando él cruzó su mirada con la mía, la desvié rápidamente y me centré en el vaso que tenía sobre mis manos. Aunque pude ver de refilón como sonreía egocéntricamente al haberme descubierto mirándole.

Fruncí el ceño y le di un sorbo a mi bebida. Me puse recta en el sofá cuando acabó acercándose. Sam se echó a un lado, levantándose y poniéndose en las piernas de su novio, quien estaba sentado en una butaca aparte, y quien le recibió gustoso. Moore se sentó ocupando el lugar de la de los pelos rizados, quedando en el medio, entre Morgan y yo. Se inclinó hacia mi lado. Tragué saliva al notar su aliento cálido contra mi oído.

—No estarás bebiendo, ¿no, cervatillo? —intentó quitarme el vaso, por lo que le di un manotazo y le miré mal, odiando su cercanía y lo nerviosa que me sentía a su lado—. Vaya, vaya, pero qué rebelde te estás volviendo, calabacita.

—Vete al tártaro, gilipollas.

—Oh, cervatillo. Ya sabes lo que conlleva eso.

Estábamos muy cerca, nuestros rostros estaban a escasos centímetros de distancia. Podía sentir su aliento contra mi cara. El olor a menta no era desagradable, era limpio y fresco. Le fruncí el ceño, tanto a él como a mí misma. ¿Por qué no me separaba? Tragué saliva y desvié la mirada, dejándole ganar el juego de miradas cuando la suya descendió hacia mis labios y rápidamente la volvió a fijar sobre mis ojos.

Todos nos miraban fijamente. Morgan con la boca abierta, impresionada e impactada, aunque rápidamente cambió su expresión a una pícara y traviesa. En cambio, Sam ya la tenía, no paraba de sonreír, al igual que Alek, quien no paraba de intercambiar miradas entre Moore y yo, escondiendo su sonrisa detrás del vaso de refresco.

—¿Ha pasado algo entre ustedes? —preguntó la alegre con una amplia sonrisa.

—No —contesté al instante y con mucho ímpetu, quedando como una ansiosa al contestar—. Voy a rellenarme el vaso.

Me bebí de golpe todo lo que me quedaba, sintiendo como las lágrimas debido a la bebida y a mi falta de hábito al beber se agolpaban en mis ojos. Me levanté y caminé hasta la cocina, deseosa de escapar de ese ambiente donde todos me miraban expectantes, como si ya supiesen la respuesta.

Al llegar a la cocina sentí como si el aire se me atoraba en los pulmones, el corazón empezó a latirme más fuerte al ver a Noah charlando con sus amigos. Estaba deslumbrante, había cambiado su camisa de cuadros por una sudadera negra con un estampado de dibujitos animados, aunque los vaqueros y zapatillas que siempre solía llevar le acompañaban. Tragué saliva y me escondí detrás de la encimera.

No había vuelto a hablar con él desde esa tarde catastrófica. Desde la cita fallida y arruinada por cierto orangután. No había tenido valor de ir a su casa para contarle mi versión de los hechos, estaba demasiado avergonzada por lo que había ocurrido que me daba pánico verle y hablar con él. Levanté un poco la cabeza y seguí observándole, sintiéndome como una acosadora.

Intenté pasar de él y cumplir mi misión de recargarme la bebida para afrontar la noche con alegría y con una especie de anestesia para calmar los comentarios que iba a recibir por parte de mis amigos. Pero sobre todo para acallar a la vocecita de mi conciencia que me decía cosas que no me apetecía escuchar.

Noah conectó su mirada con la mía. Lo que hizo que ambos la apartásemos al instante. Tragué saliva. Por Einstein, ¿me acercaba a hablar con él? Pero no volvió a mirar, siguió charlando con sus amigos, con una sonrisa en el rostro. Sentí como las lágrimas se me agolpaban en las cuencas de los ojos, triste y desilusionada porque no iba a poder hablar con él.

Aunque un cierto sentimiento de rabia me poseyó, por lo que volqué el interior del vaso en mi boca, la cual me limpié con el reverso de mi jersey y caminé hasta él, sintiéndome valiente y capaz. En cualquier otro momento que no hubiese alcohol de por medio no sería capaz ni de acercarme tres pasos en su dirección, pero esta sustancia desinhibía todas mis alertas de seguridad y dejaba que la alarme del pánico se callase, dejando salir a la Violet descontrolada. Caminé hasta él, sintiendo como la habitación se movía un poco a cada paso que daba, pero no me importaba. Tenía un objetivo.

—¿Podemos hablar? —llamé su atención cuando llegué al circulo que formaba junto a sus amigos.

Primer paso dado.

Asintió y me siguió por toda la cocina y la casa hasta llegar a un lugar más tranquilo donde poder charlar sin escuchar a borrachos ni a personas gritonas. Metió las manos en los bolsillos de su sudadera y me miró expectante, esperando a que le dijese lo que le tuviese que decir, pero, de repente, las palabras no salían. Me había quedado sin ellas.

—No hay nada entre Oliver y yo. Fue una broma de mal gusto, que no sé por qué lo hizo, pero, te lo juro, no hay nada entre nosotros, ni lo va a haber —hablé atropelladamente una vez que pude hablar.

—Es todo muy extraño. Siempre que hablamos está o aparece y me mira mal. No creo que fuese una broma, Violet —habló un rato después de mí, después de pensarse lo que decir, después de recibir una mirada de pena por su parte.

—¿Qué quieres decir?

—Estaba celoso.

—¿Qué? —la voz me salió más aguda de lo que pensaba admitir.

—Y ahora mismo me está mirando como si me quisiese matar —me di la vuelta y seguí su mirada.

Oliver estaba charlando con varias personas, pero solo escuchaba, ya que su mirada estaba centrada en nosotros. Tragué saliva y dejé de mirarle, centrándome de nuevo en el moreno, quien me miraba con una sonrisa triste.

—Solo odia no poder estar metiéndose conmigo —contesté.

Fijé mi vista en mis dedos, los cuales jugueteaban con el vaso de plástico que tenía en las manos. Tragué saliva y conté hasta tres. Quizás era culpa del alcohol, de los sentimientos tan confusos y de la teoría tan loca que tenía Noah, pero me bebí el resto del vaso de golpe.

Con este iban tres.

—La verdad es que —desvié la mirada, incapaz de contarle lo que iba a contarle con sus ojos marrones sobre los míos—... la verdad es que me da igual el orangután. Me gusta otra persona —terminé por hablar, sentí como todo el color se me subía a los mofletes. Miré la reacción de Noah, el pobre se encontraba de la misma manera que yo, se rascó la nuca, nervioso.

—Ah, ¿sí? ¿Se puede saber quién es el afortunado?

Quizás era el alcohol, el cual me dio el valor que no iba a tener en la vida. Di un paso hacia él, y luego otro y, luego, otro más, hasta quedar a centímetros de él. Levanté la cabeza y le miré, sintiéndome valiente. Sintiéndome una persona diferente. Noah tenía los ojos brillosos y la boca un poco abierta, sorprendido con mi acción. No le culpaba, yo me encontraba de la misma manera.

Todo lo que había bebido me había empujado a esto, por lo que me terminé de acercar y levanté la cabeza para unir nuestros labios, pero no llegó. Otro beso con mi amor platónico interrumpido. Quise arrancarle la cabeza al causante de esto y, cuando vi de quien se trataba, esperaba que mi madre utilizase mis ahorros para contratar un buen abogado, porque pensaba matar al orangután.

—Cervatillo, la hora de los Lunnies ha pasado ya. Deberías estar en la cama.

Me separé de Noah, irritada por su aparición. ¿No podía dejarme tranquila? ¿Tenía que estropear todos mis momentos felices con Noah? ¿Tanto me odiaba que no podía verme feliz?

—¿Entiendes ya lo que digo?

Se fue, dejándome confundida porque no recordaba lo que había dicho. Le eché una mirada cargada de odio al orangután y caminé de vuelta a la cocina, la cual estaba casi vacía, por lo que aproveché para echarme una bebida más. Algo mareada y soltando palabrotas cogí el hielo y lo eché en el vaso, luego le eché el alcohol que me echó Morgan en la primera copa y un poco de refresco. Un cuerpo cálido se colocó a mi lado, le ignoré todo lo que pude, hasta que se acabó moviendo.

Al darme la vuelta me choqué con él. Mis manos acabaron agarrando el borde de la encimera debido al susto y a la sorpresa de su cercanía. ¿Qué estaba haciendo? Le miré entrando en pánico. Sus ojos verdes miraban los míos azules fijamente, sin desviar la mirada, sin cesar el eterno juego de miradas en el que nos enfrentábamos.

—¿Vas a dejar de ignorarme? Creo que te he dejado todo el tiempo suficiente para que asimilases lo que pasó.

—No entiendo lo que me estás diciendo. ¿Lo qué pasó?

Apretó la quijada y siguió mirándome fijamente. Estaba borracha, pero sabía y me acordaba de lo que le dije. Le dije que lo que pasó, no pasó en realidad. Que debíamos olvidarlo. No había habido beso, no había habido contacto, ni un simple roce de manos y, mucho menos, de labios.

—No te hagas la estúpida, Campbell.

—No soy tú, Moore —le escupí con desprecio.

Le dije que se olvidase, ¿por qué lo sacaba?

Desvié la mirada y saqué mi teléfono del bolsillo de mis pantalones, tenía una notificación de Morgan, me harté de reír al ver lo mal que estaba escrito el mensaje y todas las faltas de ortografía que tenía por culpa de la intoxicación alcohólica que llevaba encima.

Morgan: alrk nos imvvta a una amburguesa / hamburjhgesa/ hamburgueasa / moerda / aaaaaa / bamossss

Reí descontroladamente y más al escuchar el audio que mandó a continuación. Su voz estaba completamente arrastrada y apenas se entendía lo que decía. Estaba borrachísima. Guardé el teléfono y me di la vuelta para ir con ellos, no tenía hambre, pero no quería seguir aguantando al orangután. Le vi guardar su teléfono a la par que yo salía de la cocina. Sentía como todo me daba vueltas, pero iba feliz de alejarme de su lado.

—Alek se ha tenido que ir ya. Te voy a tener que llevar a tu casa —habló detrás de mí la voz que me perseguía en todas mis pesadillas.

Hice una pataleta y le miré haciendo un puchero. Me crucé de brazos y negué con la cabeza. No me pensaba ir nuevamente con él. ¿Si hablaba con Noah me podría acercar él? Así me podía explicar a qué se refería con su última frase antes de desaparecer. Sonreí y feliz me moví, pero Oliver me agarró del brazo.

—¿A dónde vas?

—Voy a pedirle a Noah que me lleve. Él me trata mejor que tú —le saqué la lengua y volví a avanzar, pero el orangután tiró de mí hasta el punto que mi espalda chocó contra su pecho. Grité en frustración.

—Venga, cervatillo, no vayas a montar la de la otra vez —me di la vuelta, quedando a pecho contra pecho, levanté mis brazos hasta colocarlos en su cintura y coloqué mi cabeza en su pecho. Podía escuchar el sonido de su corazón bombear sangre, lo tenía acelerado—. ¿Qué estás haciendo, Violet? —llevé las manos un poco más arriba y cuando encontré el punto, empecé a hacerle cosquillas y logré escapar de su agarre—. Cervatillo, ¡ven para acá!

Salí corriendo mientras me reía. Volvimos a repetir la acción de la anterior fiesta. Me recorrí la fraternidad entera corriendo de él, con el resto de las personas que quedaban riéndose de nuestra carrera y competición. Le golpeé la espalda cuando me subió sobre sus hombros, pero no paraba de reírme.

—No me vayas a vomitar otra vez encima, eh.

Como respuesta le di una nalgada que le hizo estremecer.

Ya me estaba arrepintiendo de todo el alcohol que había ingerido por esa acción. Pero ahora no me importaba.

Moore tenía el culo duro y me había dolido a mí más el guantazo que a él, estaba segura de eso.

—Pero que atrevida, cervatillo. No te tenía de esas.

—Bájame, orangután.

—Después de ese cachetazo no te vas a bajar en años, atrevida.

—Estúpido.

No me respondió; en cambio, se hartó de reír hasta que llegamos a su coche. Esta vez me bajó con más delicadeza, pero eso no impidió que me marease. Le miré a los ojos y supo lo que iba a ocurrir, se echó para detrás y esquivó el vómito que cayó en el suelo. Cerró los ojos asqueado, pero me echó hacia un lado y me sostuvo el cabello mientras vomitaba. Luego me pasó una botella de agua. Esta vez pude mantener las gárgaras sin echárselas encima.

Me ayudó a montarme en el coche. Colocó la radio y la calefacción al verme tiritar. Tarareé las canciones que no me sabía y canté a pleno pulmón las que sí. Oliver me miraba a través del rabillo del ojo sonriendo de medio lado, metiéndose conmigo al bajar el volumen de la radio en las partes donde más cantaba. Le saqué el dedo del medio varias veces en el corto trayecto, causando su risa y que recibiera un golpe en el brazo.

Me bajé con su ayuda y subimos las escaleras del porche hasta llegar a mi puerta. Palpé mi torso en búsqueda de los bolsillos donde tenía las llaves, pero no encontré ninguna apertura.

Abrí los ojos y empecé a reírme descontroladamente, causando que Oliver me mirase extrañado e inseguro por mi risa tan repentina.

—Oh, oh.

—¿Qué pasa? Vas a despertar a tu madre.

Rei más todavía, me tapé la boca con una mano y con la otra me agarré el estómago mientras me agachaba y continuaba riéndome a carcajadas, sin preocupaciones por si despertaba al vecindario.

—Violet, ¿qué coño pasa?

—Las llaves están en la chaqueta.

—¿Y dónde está la chaqueta?

—En la fiesta. Y mi madre trabaja y Jason se queda en lo de un amigo.

Sentía como las lágrimas me salían de los ojos a causa de la risa. Y esta aumentó más cuando vi la cara de desconcierto del orangután, como palidecía y como pensaba en una solución. Se presionó el puente de la nariz con los dedos índice y corazón de la mano derecha y cerró los ojos, soltando un suspiro. Abrió los ojos y me miró con una sonrisa, que pude distinguir como, traviesa y divertida en el rostro.

Eso solo indicaba malas noticias.

—Entonces te quedarás en mi casa.

¿¡Qué!?

Eso no eran malas noticias.

Eran fatídicas.

¡Hola!

Pero ¿cómo te va a gustar la vuelta a clases, alma de cántaro?

Omg, ¿a qué viene ese grito de frustración? ¿Cuándo vamos a saber más de Oliver?

¿Alguien más odia los trabajos grupales? Yo soy una persona solitaria y prefiero hacerlo sola y a mi manera🥴

Oh Heather, vas a estar se sujeta velas

¡FIESTA!

Sam, Sam, Sam... ¿por qué no dices lo que sabes?

Noah, tú también te hueles algo, ¿verdad?

Oliver, te queremos por interrumpir🥺

Violet deja de ignorarle tanto😭😭😭 que se nos pone triste el orangután

Morgan borracha🛐

Jojojojo

Anda que dejarse las llaves...

Violet cada vez que Oliver se le acerca.

En multimedia Violet cantando y riéndose toda borracha en el coche. 

Por curiosidad, ¿hay alguien #teamNoah ?😂

Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️

¡Muchas gracias! Nos leemos,

Maribel❤️

Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)

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