Veintiséis

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No era fácil.

No era nada fácil atender en clase con la incesante mirada de alguien en mi nuca durante las dos horas de Física II. Sabía perfectamente de quien se trataba, no hacía falta tener un coeficiente intelectual muy alto para ello, pero no quería mirarle. No podía mirar al orangután a la cara después de nuestras últimas interacciones.

Era cierto que cuando estábamos rodeados del resto del grupo de amigos era diferente. No me decía nada, no comentaba nada de lo que había ocurrido entre los dos, solamente actuaba como siempre, con sus comentarios sarcásticos que intentaban sacarme de mis casillas y con sus pullas y competiciones, nada más. No había ni una mención a los besos ni abrazos que habíamos compartido.

Y eso me permitía respirar tranquila.

Al acabar la clase, recogí todos mis útiles rápidamente y salí de ahí lo más rápido posible, en búsqueda de la siguiente aula donde se impartirían las próximas dos horas de clase. El aula estaba algo alejada de esta y encima era una de las más pequeñas, pues, si querías coger un buen sitio, debías apresurarte, ya que la mayoría de la clase seleccionaba las filas delanteras. Y ese era mi lugar favorito para sentarme y poder atender bien.

Pero una serie de desafortunadas catástrofes me impidieron llegar con el tiempo necesario. Primero, un grupito de otra clase se interpuso en mi camino y me dejaron en medio, como si fuese una avalancha y estuviesen huyendo de algo. Segundo, después de salir de ahí, una chica, a saber de que edad, se tropezó conmigo y me tiró encima sus cosas, haciendo que me agachase a ayudarle. Para el momento que llegué al aula, esta ya estaba llena, con un par de asientos libres en la parte trasera, mi parte más odiada.

Vislumbré un asiento libre, así que avancé, pero alguien se me adelantó. Suspiré, algo frustrada y mis ojos recorrieron el resto del aula en busca de otra silla vacía. Y, como siempre, la suerte no estaba de mi lado, pues, había una, pero estaba al lado de cierta persona con la que no quería estar a solas. Este sonrió divertido al ver mi mirada de frustración y nervios porque solo quedaba ese asiento libre.

Oliver palmeó la silla de al lado y me invitó a sentarme con ese simple gesto. Caminé resignada hasta él y me senté, ignorando su mirada en mi cara y sobre mí. Saqué el portátil y el resto de las cosas bajo su incesante escrutinio. Tragué saliva cuando apartó la mirada para sacar las suyas, pero me tensé de nuevo cuando volvió a centrarla en mí. Apreté los puños bajo la mesa y me volví hacia él.

—¿Qué? —pregunté exasperada.

—Tienes una marca de bolígrafo aquí.

Se señaló su propia mejilla, por lo que yo llevé la mano hasta mi cachete e intenté quitarme la marca, causando que él se riera levemente. Fruncí el ceño y saqué mi teléfono del bolsillo pequeño de la maleta, abrí la cámara frontal y mi ceño fruncido incrementó al ver que no tenía nada, ni una simple gota de tinta del bolígrafo.

—Serás estúpido —le di un golpe en el brazo, causando su risa y una sonrisa en mi rostro.

Desvié la mirada después de ese intercambio y centré toda mi atención en el catedrático que acababa de entrar al aula. Comenzó la clase en cuestión de segundos, sin esperar nada, como llevaba haciendo desde el inicio del cuatrimestre. Oliver dejó de prestarme atención y la centró en las dos horas de clases que teníamos por delante.

Había algo que me carcomía por dentro. Algo que quería preguntarle al orangután, pero no sabía como hacerlo. No quería parecer una entrometida, pero su comportamiento en el campo de fútbol de hacía un par de días me confundía y me tenía intrigada. Necesitaba saberlo. Y aproveché para hacerlo cuando el profesor dio cinco minutos de descanso antes de continuar con la otra hora de clase.

—Oye, Moore.

—Dime, cervatillo —se giró hacia mí y me sonrió, divertido.

—¿Qué te pasó en el partido?

Golpe bajo.

Vi como apretaba la mandíbula y retiraba la mirada unos míseros segundos, para luego centrarla de nuevo en mí, como si nada hubiera pasado. Sonrió lentamente y centró su vista en mis ojos.

—Tengo compañeros que son unos incompetentes —contestó.

—Estabais jugando genial y sin problemas hasta que comenzó el segundo tiempo.

—Y ¿te dio tiempo a verlo mientras estabas coqueteando con el sosainas? —fruncí el ceño, confusa por su comentario y cabreada por su forma de referirse a Noah.

—¿Qué diablos te pasa? —opté por responder.

—¿Qué coño me pasa? Nada, cervatillo, nada —apretó la quijada, borrando la sonrisa divertida y miró al frente, a la pizarra digital donde se encontraba el profesor—. A un partido vas a verlo, a animar, no a ligar con otras personas.

—Vete al tártaro —espeté.

No volvimos a hablar en ningún momento. No entendía a qué venía esa escena ni que tenía que ver con lo que había ocurrido. Apreté mi mandíbula, sintiendo los dientes chocar unos con otros, y centré mi atención en todo lo que decía el profesor.

De vez en cuando, miraba por el rabillo del ojo al orangután y cada una de las veces que lo hacía, me daba cuenta de que seguía con la mandíbula apretada, pero, siempre me acababa devolviendo la mirada, como si la estuviese sintiendo encima, por lo que la acababa desviando, para luego volver a repetir la acción.

Estuvimos con ese juego de miradas durante toda la clase. Sin decir nada. Sin mencionar nada. En silencio. El único sonido que había entre los dos era el de las teclas de nuestros ordenadores ser apretadas mientras el profesor explicaba todo lo que tenía planeado para el día de hoy.

—Recordad echar la solicitud para las prácticas en una estación aeroespacial este verano. Es una oportunidad de oro y solo consiguen la beca unos pocos.

Fueron las últimas palabras del profesor y, con ellas, dio por finalizada la clase. Levanté mi cabeza del portátil y miré al orangután, quien también recogía las cosas de manera lenta. Sintió mi mirada sobre su perfil y me miró, con una sonrisa sarcástica y peligrosa, esas de las que no traía nada bueno.

—Pienso quedarme con el puesto —sentencié.

—No te lo crees ni tú, cervatillo.

Se colgó la mochila sobre sus hombros y se alejó, caminando hasta la puerta. Chocó su hombro contra el mío y me sonrió perversamente. Luego me guiñó un ojo y salió del aula.

El estúpido me había vuelto a declarar la guerra.

Sonreí maliciosamente.

Esta vez también pensaba ganarle.

Iba a ser una victoria aplastante.

—¡Ya voy!

Salté en el sitio un poco, asustada ante el repentino grito de mi amiga desde el otro lado de la puerta. Morgan se dio cuenta y comenzó a reírse, haciendo que una pequeña sonrisa floreciese en mi rostro.

La puerta de abrió, dejando ver a Sam, con su cabello rizado recogido en un enorme moño, con una sudadera que le quedaba gigantesca negra, seguramente de Alek y unas mallas grises como parte de abajo. Como toque final, llevaba unos calcetines sobre las mallas de color blancos llenos de girasoles. Sonreí al verlos y acepté el abrazo cuando nos invitó a entrar.

Tragué saliva al observar la casa. Estábamos en territorio ajeno y desconocido. En la casa de Alek y Oliver. Era cierto que ya había estado aquí, pero estaba borracha al llegar y cuando desperté solo quería irme, por lo que no me había parado a observar detenidamente cada detalle del apartamento compartido por los dos amigos.

Mis ojos inspeccionaron la sala rápidamente. El espacio en la pared, donde anteriormente había estado el cuadro que Oliver me había robado, había sido reemplazado por un cuadro de un lago, con la cascada al fondo. Me acerqué a él para observarlo mejor.

—¿Y Oliver? —preguntó la tatuada.

—Es el encargado de traer la cena —contestó Alek, quien salía del pasillo por donde se iba a sus habitaciones, mientras miraba su teléfono.

—¿Y él lo sabe? —pregunté, aceptando su abrazo en forma de saludo.

—No —sonreí a la par que el rubio. Vi como Sam le pegaba un puñezato en el hombro y le decía algo—. Ya, ya, ya se lo digo.

Reí ante la interacción de la pareja y me senté junto a Morgan en el sofá. Desde este terminé de mirar el resto de la casa. Estaba hecha para el dúo de amigos. Aunque era bastante sencilla y humilde, al contrario de como me imaginaba el hogar del engreído orangután. Morgan charlaba con la parejita, mientras que yo me dedicaba a divagar y a mandar mi imaginación y pensamientos por lugares remotos e incógnitos.

Sam y Alek nos habían invitado a Morgan y a mí a cenar al apartamento. Nos lo habían sugerido el mismo día, mientras estábamos trabajando en el turno de mañana en la cafetería. Como los viernes solo teníamos una hora de clase por la mañana, Tyler nos había configurado el horario para poder pasar las tardes libres y poder hacer planes tranquilamente. Así que la parejita había aparecido por Ross's y nos habían invitado a venir y a echar un rato de relajación, sin tener que ir a ninguna fiesta, pues al día siguiente tenían ya una. Me extrañó no ver a Oliver junto a ellos. No había vuelto a hablar con él desde nuestro último encuentro en la clase, después de esos estúpidos comentarios y de la nueva declaración de guerra que intercambiamos. Aunque no dejé mostrar mi extrañeza ante mi grupo de amigos.

—¿Te importa qué me lo líe aquí? —preguntó Morgan mirando a los ojos a Alek, quien negó con la cabeza.

—Voy a traerte algo para que uses como cenicero —Alek desapareció por una de las puertas. Escuché como gabinetes de la cocina se abrían y cerraban, luego como se encendía y apagaba el grifo. El rubio apareció de nuevo y le dio un pequeño tarro de cristal, con un poco de agua, a Morgan.

La tatuada le sonrió en respuesta y sacó de su riñonera las cosas necesarias. Fruncí el ceño y desvié la mirada. Había visto más veces fumar a la pelinegra, aunque muy pocas veces había visto como se fumaba otra cosa que no fuese un cigarro normal y corriente.

—No me lo voy a fumar aquí, solo lo voy a liar porque es un incordio —aclaró, como si tuviese que darme explicaciones.

—A mí no me molesta que fumes —Alek se sentó en el sofá y le quitó una cosa redonda a la pelinegra. Abrió la tapa y estaba llena de pinchos por dentro, luego, echó las bolitas verdes, es decir, el cannabis sativa dentro. Cerró la tapa y empezó a mover la mano, triturándola y dejando un olor significativo en el salón.

—Ni a mí —contestó Sam, dejándome a mí como la aburrida.

Pero a mí tampoco me molestaba del todo que fumase, solo era que no estaba acostumbrada y verles haciendo esto, como si fuese tan normal y rutinario me dejó un mal sabor de boca. Era cierto que consumir cannabis era más sano que el tabaco normal, pero eso no quitaba que fuese nocivo para la salud. Su consumo dejaba secuelas a la larga. Mi madre había visto demasiados pacientes entrando a urgencias porque les habían sentado mal o habían tenido un ataque después de su consumo. No quería ver a mis amigos de esa forma.

—No te vayas por las ramas, novata. No fumo todos los días y, cuando fumo, solo me fumo uno —contestó la pelinegra, sacándome de mis pensamientos—. Sé todos los riesgos que conlleva fumar, no soy estúpida, pero no dependo de ellos. Así que deja de preocuparte tanto por todo —abrí la boca para rechistar, pero ella me silenció—. Solo hay que ver tu cara para ver que lo estás sobre pensando demasiado.

Rodé los ojos y me callé, echándome para atrás en el sofá con los brazos cruzados. Seguí observando a mis amigos y sus acciones. Me quedé algo maravillada e impactada con la rapidez con la que Morgan había conseguido liarse su nuevo tipo de cigarrillo. Luego se lio otro más. Colocó una mezcla de tabaco y cannabis sobre el papelito y, con un movimiento de dedos, lo colocó perfectamente. Lo hacía todo con una precisión increíble. Lamió el papelillo y lo alisó, para luego cerrarlo con cuidado. Le sacó al mechero la piedra e introdujo el palo en el interior para sellarlo bien. Cuando terminó, sonrió contenta y observó su trabajo.

—Y así es como haces un porro —me sonrió, causando que rodase mis ojos, aunque en realidad estaba sonriéndole de vuelta.

Continuamos los cuatro hablando durante un rato. Sam se levantó un par de veces y trajo consigo unos refrescos y paquetes de patatas. Acepté el refresco de naranja y me llevé el vaso a la boca, saboreándolo y sintiendo como la bebida efervescente pasaba por mi garganta y me aguaba los ojos debido al gas que contenía.

—La última vez que me mandas por pizzas con tan poco tiempo de antelación —salté en el sofá al escuchar un portazo y la voz del orangután—. ¿Qué hacéis todos aquí? —frunció el ceño hacia nosotras. Específicamente, frunció el ceño en mi dirección.

—Vamos a cenar pizza —contestó el rubio, obvio, y se levantó para quitarle las cajas que contenían nuestra cena.

Observé a Moore por el rabillo del ojo. Estaba completamente sudado y con la respiración agitada. Se quitó los auriculares inalámbricos y soltó la bolsa de deporte en el suelo, dejando escapar un suspiro de alivio. Notó que lo estaba mirando y me guiñó un ojo, haciendo que desviase la mirada, notando como los colores se me iban a los mofletes. Morgan sonrió al verme así, al igual que Sam, quien tenía una sonrisa traviesa.

—Sé más descarada si quieres al inspeccionarle —me susurró Morgan en el oído, haciendo que le mirase mal y que ella soltase una carcajada.

—Me voy a duchar —caminó junto al sofá, por el lado en el que yo estaba sentada y se agachó, quedando a mi altura—. ¿Quieres acompañarme, cervatillo? —abrí los ojos ampliamente y le miré como si estuviese loco. Soltó una carcajada y se fue hasta el baño, desapareciendo por el pasillo.

Me encogí en el sofá. Deseé que la tierra me tragase. Estaba roja de vergüenza y Morgan y Sam no paraban de cachondearse. Bebí de mi vaso y me quedé mirando hacia la nada, esperando a que se calmasen.

Minutos después estábamos los cinco cenando en la mesa del salón comedor que tenían en el apartamento. La disposición era muy extraña. No sabía cómo, pero Sam se había encargado de quien se sentase junto a mí fuese Oliver, quedando en frente nuestra la parejita y Morgan presidiendo la mesa, con una sonrisa victoriosa en el rostro al estar en uno de los laterales.

Era la primera vez desde hacía años que cenaba en una mesa grande, rodeada de personas, no en soledad. Sonreí porque me sentía maravillada y muy alegre de que fuesen ellos quien me diesen un nuevo buen recuerdo. Un recuerdo que iba tapando los malos momentos que había pasado en casa y en mi familia, porque, poco a poco y, sin saberlo, estos cuatros se estaban metiendo bajo mi piel y se estaban convirtiendo en algo más que mis amigos.

Sentía a todos, aunque sobre todo a Morgan, como alguien de mi familia.

Cenamos sin ningún inconveniente, solo con las incesantes pullas y comentarios de Oliver, los cuales intenté devolver, pero en vano. Acabamos todos riéndonos a carcajadas. Incluso tenía lágrimas en mis ojos de tanto reír, cosa que no ocurría desde hacía tantos años. A Sam se le cayó encima un trozo de pizza con extra de queso, haciendo que Alek profiriese un pequeño grito porque el queso le cayó a él también sobre los pies. Todo esto causó que mi risa aumentase.

Aunque todo el ambiente risueño y de cháchara acabó en el momento que un teléfono sonó. Me asusté con el tono de llamada, tan familiar, pero no era mi móvil el que sonaba, sino el del orangután.

—Disculpad —se levantó, tirando la servilleta sobre su plato y se fue, metiéndose en su habitación.

Miré a Alek y la sonrisa de este ya no estaba, en cambio, tenía una mueca que intentaba ser una sonrisa, pero no lo lograba. Sam estaba de la misma manera. Miré a Morgan en busca de la información que me faltaba para saber el por qué de su estado de ánimo. Me devolvió la mirada y se encogió de hombros, sin saber tampoco lo que estaba ocurriendo.

No conocía a Oliver, pero las palabras de hacia un par de semanas de Sam seguían haciendo mella en mí. Ella decía que era la primera vez que le veía así y yo no sabía a que se refería, pero, una parte de mí estaba deseando saber de que se trataba. Quería conocer al verdadero Oliver.

—Voy a ver como está —habló Alek, levantándose, pero yo me levanté también.

—Voy yo —hablé, sintiéndome nerviosa y algo valiente.

No sabía en qué momento me había levantado ni hablado, ni en qué momento había decidido esto. Pero sabía que tenía que ir porque, por mucho que me molestase, él había estado para mí en mis peores momentos y ahora parecía que él necesitaba que le ayudasen.

Caminé hasta su habitación y llamé a la puerta. Recibí un silencio absoluto, por lo que volví a llamar. Tragué saliva porque no recibí respuesta ninguna. Me armé de valor y llevé la mano al picaporte y entré en el dormitorio. Oliver estaba en la cama sentado, con las manos en la cabeza, tapándose los oídos. Caminé hasta él, esquivando todo rastro de suciedad y desorden que caracterizaba su cuarto. Cuando estuve a una distancia indicada, me agaché y quedé de cuclillas frente a él.

—¿Estás bien? —asintió y se quitó las manos de las orejas, pasándoselas a la cara y restregándoselas por ella. Suspiró y levantó la mirada.

Era la primera vez que le veía tan abatido. No sabía que había ocurrido. Ni lo que había pasado en esa llamada, ni lo que le habían dicho para tenerle así. Y no intentaba que me lo contase. De primera mano sabía que cada persona decía las cosas cuando le apetecía, cuando encontrase el momento, no cuando le obligaban a soltarlo. Me senté a su lado. El colchón se hundió un poco más con mi peso.

—¿Quieres que llame a Alek? —negó—. ¿Quieres que me calle? —asintió y yo sonreí levemente—. ¿Quieres que me vaya? —negó con la cabeza y se tiró para atrás en el colchón.

No sabía que relación tenía con Oliver, ni la forma en la que él me veía. Pero era todo muy extraño entre los dos. Primero estábamos siempre de cachondeo, nos picábamos cada minuto y teníamos un comentario que sacaba de las casillas al otro en la lengua. Luego, sufría cambios de humor y se enfadaba y picaba solo, para luego volver a hacer como si nada hubiese pasado. Como si su enfado nunca hubiese existido.

—Te dije que mi padre era un gilipollas, ¿no?

Recordé la noche en la que me quedé a dormir. Estaba borracha, pero recordaba bien sus palabras al día siguiente. Esas palabras que se le escaparon mientras mirábamos el cuadro que me había robado, después de haberme escuchado confesar el significado del cuadro y la inexistente relación con mi progenitor.

—A pesar de ser un adulto y de haberme independizado, cree que sigue teniendo poder sobre mí y quiere controlarlo todo —me quedé helada con sus palabras, no esperaba una confesión por su parte—. No se entera que no puede mandarme. Él ha sido quien me ha llamado y me ha montado un pollo por razones que solo él conoce.

Tragué saliva ante sus palabras, sin saber que decir. Vale, ahora entendía algo más porqué se enfadaba cuando le llamaba niño de papá. No le caía bien su padre y había acabado aquí para no seguir bajo su mandato. Pero no tenía toda la información. Aunque, saber algo más de la vida de mi rival, me reconfortaba, por mínimo que fuese.

—¿Cuándo vas a volver a pintarme? —se reincorporó y quedó a mi lado.

Y a esto me refería. Con Oliver siempre era un paso hacia delante y dos hacia atrás. Contaba algo que le molestaba o le dolía y luego hacía como si nada hubiese ocurrido. Como si no soportase que se preocupasen de él y que sepamos lo que le molesta u ocurre.

Rodé los ojos y volví mi cabeza hacia él. Al haber estado mirando al frente, no me había dado cuenta de su cercanía hasta que fue demasiado tarde. Abrí los ojos y tragué saliva al notar como, al estar los dos de perfil mirándonos, nuestras narices estaban casi rozándose. Su aliento chocó contra mi barbilla y entreabrí los labios, aspirando el olor del refresco que había tomado. No apartaba la mirada de la mía, ni siquiera la bajó. Pero yo sí que la moví.

Mis ojos fueron hasta su escritorio, hasta la pared, donde estaba el dibujo que había hecho de él. Me levanté y caminé hasta él. No pensaba que lo iba a colgar. ¿Era para cachondearse también? No, no podía ser eso. Si ese fuese el motivo lo tendría que haber puesto en otro lugar, en el salón, como la vez anterior, para que pudiese verlo rápidamente. Ponerlo en su dormitorio tenía que significar otra cosa.

—¿En serio lo has colgado? —lo miré detalladamente, llena de sorpresa.

No se había conformado con pegarlo a la pared con cinta adhesiva, sino que lo había enmarcado y colgado como un cuadro. Sentía algo en mi interior que no sabía describir, una especie de sensación de ternura y gratitud. Algo en mi interior se enternecía y derretía ante esta simple acción. Iba a llorar.

—Ajá —ni siquiera escuché sus pasos. Solo sentí su aliento chocar contra mi oído izquierdo. Sentí un escalofrío y giré mi cabeza para mirarle mejor —. Ahora estoy esperando que me pintes con consentimiento y posando —retiré la mirada y la centré en el dibujo, en el trazado irregular a lápiz, en la rapidez con la que lo había hecho.

—No te lo creas tanto.

—Podrías pintarme como una chica francesa, a lo Titanic —eché la cabeza para atrás, dejando salir una carcajada. Oliver me sonrió de vuelta.

—¿Volvemos con los demás?

—Prefiero que nos quedemos un ratito más.

—Vale.

Y nos quedamos durante un rato, charlando, bromeando. Compartiendo momentos y riéndonos. Le saqué el dedo del medio varias veces, causando una gran risa en él, lo que hacía que yo le siguiese la risa. Estuvimos muy cerca el uno del otro, sintiendo la respiración del otro sobre los rostros, pero no llegamos a nada más. Siempre me alejaba y Oliver acabó pillando la indirecta.

Acabamos saliendo de la habitación, empujándonos hasta llegar al salón, donde Morgan estaba fumándose el cigarro de después de cenar mientras jugaban los tres a las cartas. La pelinegra se sacó el cigarro de la boca para hablar y tirar una carta al centro de la mesa de café.

—¿Habéis estado follando o contándoos chistes? —le saqué el dedo del medio, lo que hizo que comenzase a reír—. Chiquillo, solo escuchaba risas. El sexo más divertido de vuestra vida, tenéis que contarme vuestro truco.

—Vete al tártaro —contesté. Oliver pasó su brazo sobre mis hombros y me atrajo a él.

—Tengo unas técnicas que hacen que, a parte de llegar al mejor orgasmo, se rían en el proceso debido al éxtasis —sabía que estaba sonriendo por la forma de decirlo. Le di un codazo, lo más fuerte posible, en la barriga—. Auch, cervatillo. Que bruta eres.

—Te lo mereces, por embustero y fantasma —contesté, sentándome en el suelo junto a Sam, quien observaba todo con una sonrisa oculta detrás de las cartas.

Cogí mi teléfono del sofá y me extrañé al ver tantas notificaciones. Lo que más me extrañó ver que unas cuantas eran de mi madre, quien me indicaba que ya estaba en casa y que iba a dejarme comida en la nevera por si llegaba con hambre, le contesté y miré el resto de los mensajes. Fruncí el ceño, extrañada al ver los mensajes de Noah y, al leerlos, recordé que habíamos quedado. Por Einstein había olvidado que al día siguiente tendríamos una cita. Había estado tan ensimismada en esta tarde y divirtiéndome tanto que no lo recordaba.

—Espera, ¿me estás diciendo que tienes una cita con el sosainas? —habló el orangután, con un tono de voz molesto, asustándome y haciendo que el resto del grupo se enterase.

—Qué te importa —contesté.

—Creo que ha quedado claro que no tenéis futuro, os vais a matar el uno al otro del aburrimiento.

—Gilipollas.

—Aburrida. ¿De qué vais a hablar? ¿Del tiempo? ¿De cómo ha cambiado el vecindario?

—Eres insoportable.

—Lo sé, pero por lo menos no soy un aburrido como el sosainas ese. Tiene que matar del aburrimiento a sus futuros alumnos. Seguro que va a ser el típico profesor que te hace odiar la asignatura por aburrido.

—Ya está bien —coloqué las palmas sobre la mesa y me levanté—. Eres un gilipollas y no sé que demonios te pasa, pero no te soporto más ni a ti ni a tus cambios de humor. Me voy a casa.

—Pero, Violet. No puedes irte todavía —Morgan se levantó, dejando la diversión que tenía a un lado y mostrando genuina preocupación.

—Oliver ya va a parar —habló Alek, haciendo de intermediario entre ambos. Pero el orangután se negó a parar y continuó.

—No voy a parar hasta que admita que Parker es un soso y un muermo. No me creo que vayas a dejarnos tirados en la fiesta de mañana para irte con —hizo una mueca y pensó en el adjetivo con el que describirlo— con ese.

—Ya está. Me voy —cogí mi mochila y caminé hasta la puerta—. Morgan —hablé cuando vi que me estaba siguiendo—, tú quédate. Me voy en autobús hasta casa, no te preocupes. Tú continúa con la fiesta. No dejes que los comentarios del estúpido orangután te amarguen la noche.

Cerré la puerta y me fui. Sintiendo un cabreo en mi interior, una llama de ira que no podía calmar. ¿Quién demonios se creía? ¿Por qué tenía que hablar de Noah si apenas le conocía? Era cierto que no era la persona más divertida, pero era por su timidez y su falta de confianza al interactuar con más personas. Estaba segura que cuando tuviésemos más confianza y nos conociésemos más, iba a ser más divertido e iba a poder hablar con él de todo.

—¿Necesitas que te lleve? —vi a Morgan, con ambos cascos en los brazos y le sonreí tímidamente.

—Te he dicho que no hacía falta que te fueses.

—No podía dejarte ir sola, además, no es lo mismo si mi mejor amiga no está —sonreí de manera más amplia y acepté su casco.

—No entiendo a Oliver. Un momento está bien, bromeando conmigo y, de repente, se pone hecho un basilisco y suelta comentarios estúpidos —exclamé cabreada, pegándole una patada a una pequeña piedra que vi en el camino hasta el aparcamiento.

—Te dije que debías pensarte bien tus próximos pasos —habló la pelinegra—. Me apuesto lo que quieras que lo que Oliver ha montado era una escena de celos.

—Perderías todo tu dinero —contesté, segura.

Pero no estaba tan segura de ello.

—No te creas.

Y caminó más rápida, dejándome parada en medio de la calle, pensando en sus palabras.

Oliver no podía estar celoso, ¿no?


¡Hola!

Primero que nada, no apruebo ni incito con este capítulo el consumo de cannabis o marihuana. Al igual que no incito al consumo de bebidas alcohólicas en los anteriores y próximos capítulos. Todo siempre con precaución y con responsabilidad.

Y ahora sí que sí, vamos a comentar jejeje

¡VALE!

Qué raro, no hay sitio y os tenéis que sentar juntitos jejeje

Vamos, Oliver, queremos saber la respuesta correcta. No es que tus compañeros de equipo sean malos, es que tú viste algo extraño.

Eeeeeeee, ¿doble escena de celos?

OMG, ¿otra competición? Esto se está saliendo de control.

Quality time todos juntitos en el piso, como una familia como dice Violet :)

Oliver se abre un poco y sabemos que su papi es un controlador. ¿Sabremos algo más?

Mis niños divirtiéndose y bromeando.

Morgan reina de las picardías y comentarios que incomodan a Violet

Oh, oh, ¿otra escena de celos...?

¿Se ha pasado el orangután? Recordemos que ha hablado mierdas del chico que le gusta a nuestra cervatillo. Está feo eh...

¿Cuál es vuestro trabajo soñado? A mí me encantaría trabajar en una librería o tener mi propia pastelería :)

Capítulo dedicado a Marina, quien se leyó todo lo que llevaba de libro en dos días porque una amiga y yo no parábamos de comentarlo cuando quedábamos. Ya tengo otra personita a la que hacer sufrir *risa malvada*

Es bromi, nunca os haría sufrir, os quiero mucho para ello <3

Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️

¡Muchas gracias! Nos leemos,

Maribel❤️

Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)

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