Veintinueve
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Los semáforos estaban en mi contra.
Siempre había respetado las leyes de circulación y odiaba a las personas que se las tomaban a cachondeo. No cumplir una, por mínima que fuese, podía llevar a un accidente automovilístico y a una catástrofe. Pero ahora no me importaba que hubiese un límite de velocidad. Necesitaba llegar al instituto y descubrir que demonios había pasado con mi hermano pequeño.
Miré a Oliver, suplicándole con la mirada que hiciese de las suyas. Que fuese el descerebrado al volante que me iba atropellando tres veces y que se creía que era el rey de la carretera. Una sola mirada suya y supe que no iba a hacerlo. Según él no iba a acelerar cuando estábamos cerca del colegio ya que a esta hora se hacían muchos controles y no estaba dispuesto a perder unos puntos del carné de conducir. Fruncí el ceño y me enfadé porque hubiese elegido ser un conductor ejemplar en este preciso momento.
—¿No tienes ni idea de lo que ha pasado? —preguntó. Pude ver como me miraba desde el rabillo del ojo, sin despegar la vista de la carretera.
—No, solo me han dicho eso. Eso y que no han podido contactar con mi madre, por eso me han llamado a mí— me pasé las manos por la cara, agobiada por la lentitud de los coches—. Pero algo grave tiene que ser. Quiero decir, no lo expulsarían por una nimiedad, ¿no? —me llevé los dedos a la boca y comencé a morderme las uñas, en un acto de nerviosismo por no saber como sobrellevar la situación—. Tú tienes pinta de que la liabas en el instituto, ¿qué se te ocurre? —apretó la mandíbula, pero estaba tan de los nervios que no me importó.
—Deja de prejuzgar, cervatillo. No sabes como era en el instituto y tampoco como soy ahora —tuvo que sentir mi mirada. Suspiró agotado—. Pero sí, tienes razón. Era un pieza en el instituto, aunque en el mío tenías que liarla mucho para que te expulsasen. Nunca conseguí una expulsión, aunque sí que acumulé partes disciplinarios.
—Gracias —hablé cuando vi la fachada de mi antiguo instituto. Me quité el cinturón y me bajé casi corriendo—. No tienes porqué quedarte, cogeremos el autobús.
—Ya he perdido la explicación de hoy, ya me quedo y os llevo a casa —tragué saliva ante sus palabras y asentí. No encontré una pizca de burla en la primera parte de su frase.
Avancé por la entrada hasta llegar al enorme portón. Entré y caminé sin pararme demasiado a buscar la oficina del director. Este había sido mi instituto hasta el año anterior, por lo que conocía los pasillos como la palma de mi mano. A pesar de nunca haber ido a la oficina del director por un castigo, sí que había ido cuando este quería que me presentase a un concurso como representante del instituto. Además, la oficina de la orientadora escolar estaba justo al lado, por lo que era habitual ver al señor Kepplin cuando tenía dudas sobre la universidad.
Nada más entrar en la sala de espera, donde la secretaria me dio paso, me encontré con mi hermano. La mano se me quedó suspendida en el aire, pues estaba ileso. Con lo que me había contado Oliver me había puesto en lo peor y pensaba que se había metido en una pelea. Avancé hasta él y le miré de cerca, con genuina preocupación brillando en mis ojos.
—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho?
—Señorita Campbell, qué de tiempo. ¿Cómo te va la universidad? —la amable secretaria me saludó de esa manera, cortando cualquier respuesta que tuviese mi hermano. Le contesté—. El director Keppler ya está listo para hablar contigo. Señorito Jason, te puedes quedar aquí fuera.
Avancé hasta su despacho y me senté en una de las sillas de cuero de imitación que tenía frente a su escritorio de madera. Estaba igual que como lo recordaba. La misma calva y la misma barba oscura. Cuando entré en el instituto me hacía mucha gracia pensar en como el pelo le había salido en las partes equivocadas. Ni siquiera había cambiado el despacho, estaba completamente igual de ordenado y ornamentado, con los cuadros de sus licenciaturas y orlas. La bandera con el logo del instituto estaba colgada en la pared, a sus espaldas y a la vista de los visitantes.
—Es una pena que nos veamos así, Violet —lo que no me gustaba de este director era la familiaridad y confianza con la que trataba a sus alumnos. Era un instituto y él era el encargado de dirigirlo. Con esto no quería decir que me hubiese gustado que fuese un tirano ni mucho menos, pero no me gustaba su forma de hablarnos—. Pero han pillado a Jason con el teléfono en clase y, cuando la profesora le ha pillado, se ha negado a dárselo y ha... explotado. Ha utilizado unas palabras muy feas contra ella —pegué un mini brinco y me puse seria, tenía las manos echas puño en las rodillas. Vale, era una falta, pero ¿era motivo de expulsión? En mis años aquí había visto cosas peores que no habían sido castigadas de esta manera—. Como ya ha acumulado varios partes disciplinarios, no he tenido más motivo que expulsarle. Una semana expulsado —me extendió un papel con la información—. Debe escribirle también una carta de disculpas a la profesora —puso la cabeza sobre sus manos y nos miró a los dos, con preocupación en el rostro—. No he podido contactar con vuestra madre y, mucho menos, con vuestro padre —apreté la mandíbula ante la mención del otro—. ¿Tenéis problemas en casa?
—No, para nada —mentí con una sonrisa falsa en el rostro. No hicieron esta pregunta cuando hubo un cambio repentino en mí. Así que estaba claro que no le preocupaba lo más mínimo—. Mi madre tiene un turno muy complicado en el hospital y mi padre vive en otra ciudad.
—Vale, ya puedes irte. Que Jason se tome estos días como un castigo y una forma de buscar perdón, no como unas vacaciones. Si tan solo fuese como tú —suspiró con pesadumbre—. En lugar de traer mala fama nos traería premios que colocar en las vitrinas —tragué saliva y mi brazo se quedó suspendido en el aire, sin llegar a tocar el pomo de la puerta. ¿Qué estaba diciendo? Yo sabía que su trato alegre y amable conmigo era por la cantidad de reconocimiento que traje a la escuela por todos los concursos en los que participaba para acumular puntos extras para la universidad, pero escucharle hablar así de mi hermano era diferente—. ¿No podría irse unos días con su padre? A lo mejor él le endereza y se vuelve otro cerebrito como tú.
—A lo mejor usted debería centrarse en educar a sus alumnos como tales y no como animales de feria para que ganen premios por usted. Mi hermano no necesita que nadie le enderece. Es un adolescente que todavía tiene que crecer.
Le dejé con la palabra en la boca y salí de allí, sintiendo un cabreo inmenso en mi interior. No podía creer que hablase así de un alumno que estaba en la puerta. Solo esperaba que no hubiese escuchado nada de lo que había dicho el estúpido del director. Jason se levantó y caminó a mi lado, sin decir palabra. Bien, el director me había cabreado, pero él también lo había hecho. ¿Gritar e insultar a una profesora? ¿Tenía tres partes disciplinarios y no había dicho nada? ¿A dónde llegaban las cartas?
Divisé el coche de Oliver y me encaminé hacia él. La furia hervía en mi interior y él pudo notarlo, pues no dijo nada. Miré seriamente a mi hermano y le hice montarse en la parte trasera. Este tenía el ceño fruncido y se notaba que también estaba enfadado, pero no me importaba. Él no tenía derecho a estarlo. A mí había sido a la que habían regañado indirectamente y yo me había comido la mirada de decepción del profesor, además de sus comentarios asquerosos y fuera de lugar.
—¿Pasamos por la universidad para recoger tu bicicleta? —me preguntó mientras ponía el coche en marcha. Asentí, pero no le miré.
—¿Este quién es? ¿Tu novio? —preguntó.
—Más quisiera ella.
—Vete al tártaro.
—Cuando tú te vengas conmigo —le miré más cabreada todavía. ¿No entendía que no tenía ganas de nada? —. Si sigues frunciendo el ceño, se te van a quedar unas arrugas muy feas, cervatillo —contestó con tono burlón.
—Dejad de coquetear, es molesto. ¿Podemos irnos ya a casa? —preguntó mi hermano desde la parte trasera.
—No estamos coqueteando —refunfuñé. Lo que causó una pequeña sonrisa en el rostro del orangután, aunque rápidamente se puso serio y condujo hasta la facultad.
El camino hasta la facultad y de esta a mi casa fue en total silencio. Ni siquiera hablamos cuando Oliver se bajó a recoger mi bicicleta, ya que se ofreció a ir a por ella y montarla en el maletero, sin darme cabida a rechistar, pues saltó del vehículo y puso el pestillo para que no pudiese salir. Desde el retrovisor observé a mi hermano, este estaba con un codo apoyado en la puerta y miraba con aburrimiento por la ventanilla. Eso me hizo cabrear todavía más. ¿Le expulsaban y hacia como si nada? ¿Qué demonios le pasaba?
—Por lo menos muestra algo de remordimiento —hablé, una vez que Oliver aparcó en frente de mi casa.
No me contestó. Ni siquiera levantó la mirada. Simplemente se bajó del coche, pegando un portazo, el cual hizo saltar a Oliver y mirarle con cierto rentintín. Por Einstein, se había metido con su preciado bebé, su coche. Seguí a mi hermano, sintiéndome más iracunda por segundo que pasaba. No me podía creer que siguiese comportándose así y fuese tan maleducado.
Ignoré a Oliver y entré en la casa, subí hasta la planta de arriba y entré en la habitación de mi hermano, donde se había encerrado. Odiaba comportarme así, pues, en realidad, Jason y yo éramos hermanos, pero éramos como dos desconocidos que se veían obligados a convivir bajo el mismo techo. No teníamos afinidad, no teníamos una relación fraternal. No teníamos un vínculo. Nos ignorábamos cuando nos cruzábamos en los pasillos. Solo hablábamos cuando era necesario, cuando uno necesitaba algo del otro. Por lo que hacer algo así lo veía inviable, pero mi madre no estaba para comportarse como tal y me tocaba asumir el mando. Caminé hasta donde tenía su televisión y le quité la videoconsola, causando sus gritos y su enfado.
—Me da igual como te pongas. Tus notas son un desastre, te han expulsado y lo más probable es que repitas como no subas tus calificaciones. Se acabó la consola y salir tanto con tus amigos. Estás castigado.
—Deja de actuar como mamá. A ella ni siquiera le importa tanto —avanzó hacia mí, queriéndome quitar la máquina de las manos. Retrocedí y le miré con el ceño fruncido—. No me mires así. A mamá no le importamos. Si le importásemos lo más mínimo, hubiese venido a recogerme. No hubiese estado trabajando. Pero bueno, su trabajo es más importante que sus hijos y, una vez más, lo vuelve a demostrar —rabia pura recubrían sus palabras—. Le han llamado durante cinco minutos y, cuando lo ha cogido ha dicho «No puedo ir, llamad a Violet».
—Mamá tiene que trabajar. ¿Qué te crees que las facturas se pagan solas? —repliqué. No me estaba gustando el tono que ambos estábamos utilizando y, mucho menos, me gustaba el rumbo que estaba tomando esta conversación.
—Todo esto es tu culpa —sentí como algo punzante se clavaba en mi interior—. Todo es tu puta culpa.
—¿De qué estás hablando? Yo trabajo también para pagar las cosas.
—¿Te crees que soy tan gilipollas como tú? Es tu culpa. Y solo tuya. Si no hubieses sido una débil y una chivata, mamá no pasaría todo el día en el hospital trabajando. Ella estaría con nosotros, nos haría de comer y haría cosas que una madre hace. Papá estaría con nosotros si no fuese por ti. ¿Por qué tenías que abrir la boca? —sentí como el nudo en mi garganta se hacia más y más grande, impidiéndome respirar y haciendo que mi respiración fuese más agitada por cada segundo que pasaba—. ¿Por qué no te quedaste callada? ¿Por qué tuviste que venir antes de clase? Todo es tu puta culpa, Violet. Por tu culpa esta familia está rota. Tú fuiste la culpable de que papá se fuese y de que mamá se volviese una loca en el trabajo. Si te hubieses callado no serías el ser horroroso que eres hoy, solo piensas en estudiar y por tu culpa todo el mundo me compara contigo. Si no fuese por ti, papá y mamá hubiesen venido a todas mis actuaciones, me hubiesen mirado como un hijo y no pasado de mí. Así que es toda tu culpa, a mamá no le importamos porque no sabes callarte la boca y papá se fue por lo mismo.
No supe cómo, ni en que momento, pero había soltado con cuidado la consola y había avanzado hasta mi hermano, el cual me gritaba todo a la cara, sus ojos llenos de lágrimas sin derramar. No estaba llorando, pero el nudo que sentía en mi garganta era inmenso. Intenté rodear a mi hermano, darle un abrazo, le intenté mostrar que a mí también me dolía. Se apartó de mí de un empujón. Sabía que no me iba a corresponder, pero no pude evitar que eso gesto me doliese.
Una parte de mí misma sentía que debía haberle contestado de otra manera. No podía ser una blanda con él, no después de su forma de dirigirse hacia mí, pero no podía ser dura con él. Pues tenía razón, todo había sido mi culpa y le dejé solo. No vi el problema en él, solo me centré en mí. Así que no fui capaz de tortearle, ni de comportarme igual de dura como él lo estaba siendo conmigo. Incluso entendí que se apartase de mí cuando le intenté dar otro abrazo, acercarme a él y enseñarle que a mí toda la situación también me podía.
—¿Desde cuándo sabes todo eso?
—No sois tan cautelosas como pensáis —asentí y sentí la primera lágrima caer—. Ahora fuera de mi habitación. No intentes actuar ahora como que te importo. Tú tienes la culpa de todo, tú también te encerraste y me dejaste solo.
No fui capaz de decir nada más. Salí de su habitación llorando, sintiendo todas las lágrimas recorrer mi rostro hasta caer en la moqueta. Me sorbí los mocos y choqué con Oliver, le miré extrañada. Este me devolvió la mirada, apenado. Ese gesto me hizo apartar la mirada.
—Supongo que quieres estar sola, pero espérame en tu habitación —no rechisté, solo quería tumbarme a llorar.
Oliver entró en el dormitorio de mi hermano y cerró la puerta. Escuché como Jason se quejaba, pero no tenía fuerzas para ir a ver que era lo que ocurría. Me metí en mi cuarto y me tiré en la cama, sintiendo más lágrimas caer y manchar las sábanas de mi cama. Agarré un cojín y lo agarré, haciendo un ovillo de mi cuerpo. Sentía mi cuerpo temblar debido al llanto.
¿Desde cuándo sabía eso? ¿Por qué no había dicho nada? ¿Era esa la razón de su comportamiento tan iracundo? Yo pensaba que era cosa de la edad, que era algo normal comportarse de esa manera tan irascible. Cada adolescente pasaba la pubertad a su manera, pero lo de Jason era diferente.
Él tenía razón, yo había sido la culpable de todo. No podía cambiar el pasado y, aunque pudiera, la relación de mis padres estaba condenada al fracaso. Mi progenitor se había encargado de eso él solito. Si me hubiese callado, más tarde o más temprano, mi madre habría descubierto su infidelidad. No era culpa mía, eso no. Morgan me había hecho verlo, Morgan me había ayudado a comprender eso.
Pero sí que tenía culpa en lo demás. Me encerré demasiado en mí misma, me centré en los estudios, dejé mi pasión, dejé la pintura a un lado porque no soportaba hacer algo que mi progenitor me había enseñado a amar. Me cerré tanto que no vi que había más personas sufriendo en mi familia. Ignoré el dolor de los demás y me centré únicamente en el mío. Yo necesitaba a mi madre, pero Jason la necesitaba a ella y a mí. Jason necesitaba a la persona con la que había crecido, con la que había ido a pedir caramelos, con la que se peleaba por el mando de la televisión, con la que, cada vez que iban de compras, se alejaba para ir a la zona de juguetes. Jason necesitaba a su hermana mayor. Pero su hermana mayor ignoró su alrededor y olvidó que su hermano pequeño también sufría.
Lloré más todavía. Abracé con fuerza el cojín y sollocé, incapaz de detener el flujo de lágrimas que salían de mis ojos. No escuché la puerta abrirse, pero sí que sentí el colchón hundirse a mi lado. Me giré, a duras penas, para mirar a Oliver. Preocupación era la principal emoción que mostraba. No me importaba que estuviese ojerosa a causa de llorar, ni que la nariz la tuviese colorada por sorberme los mocos tanto. No aparté la mirada de sus ojos cuando llevó una mano hasta mi cabeza y la acarició.
—¿Qué le has dicho? —hablé con la voz entrecortada. Solté un pequeño hipo de tanto llorar.
—Solo hemos tenido una charla. Va a comenzar a entrenar conmigo. El rugby es una buena manera de liberar tensiones y desfogar toda la ira que tiene acumulada —asentí ante sus palabras—. ¿Quieres que me vaya? —negué, necesitaba la compañía de alguien. Asintió, se descalzó y se tumbó a mi lado, con la espalda apoyada en el cabecero de la cama—. Puedo ir a comprar algo de cenar si quieres.
—Podemos pedir a domicilio. Además, no tengo hambre.
Dejé de hablar. Me moví un poco en la cama, tragué saliva y apoyé mi cabeza en el pecho de Oliver. Pude sentir como sus caricias en mi cabeza paraban debido a la conmoción de mi movimiento, pero volvió a mover su mano. Esta vez bajó las caricias hasta mi brazo. Instintivamente, mis piernas se entrelazaron con las suyas y mi brazo rodeó su torso, quedando los dos abrazados en mi cama.
Antes de quedarme dormida bajo sus caricias y palabras de aliento, me di cuenta de una cosa.
Encontraba reconfortante dormir en su pecho.
Encontraba reconfortante su compañía.
¿Qué estás haciendo conmigo, Oliver Moore?
¡Hola!
Pues ya sabemos que hizo Jason...
Jo, mi niño. Ahora entendemos su comportamiento :(
Es cierto que no está justificado, pero cada persona sobrelleva los problemas de distintas formas y esta es la suya. Espero que encuentren un momento en el que volver a ser los hermanos que eran :(
El director es un mierdas, anda que comparar a los dos hermanos...
Mi niña llorando esmorecida por todas las duras palabras
¿Debería haber sido más dura con él? :(
Oliver consolando a Violet🥺🥺🥺
Les amo, Violet poco a poco acaba más pillada del orangután
Debo admitir que si no he llorado, poco me faltó para hacerlo mientras escribía este capítulo 🥺
*
Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️
¡Muchas gracias! Nos leemos,
Maribel❤️
Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)
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