Veintidós

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Oliver enfocó su mirada en mí, todavía tenía esa sonrisa divertida y peligrosa en el rostro. Ese rostro que estaba deseando golpear para borrarle cualquier rastro de diversión y egocentrismo. Profundizó su sonrisa y caí en lo que había dicho hacia unos míseros segundos atrás.

Te quedarás en mi casa.

¿Estaba loco? ¿Es que acaso quería matarme en su casa? Nadie sabía a donde iba a ir ni donde estaba, tendría la coartada perfecta. Madre mía, ¿iba a matarme? ¿Y si me ponía a chillar, alguien vendría a mi rescate? Quizás así Noah viese que él me odiaba y no quería nada con él.

Moore colocó su mano en mi boca, impidiendo que cualquier sonido saliese de esta, como si hubiese predicho mis pensamientos. Fruncí el ceño y le mordí la mano, hartándome de reír al ver la mueca que hacía. Mueca que cambió por una sonrisa de golpe.

—Podemos volver a por la chaqueta —hablé, continuando con la risa.

Me miró y se sentó a mi lado, reposando la espalda en la pared. Sacó el teléfono del bolsillo de su chaqueta y miró la hora, sopesando sus palabras.

—Tardaríamos más en volver que en ir a mi casa. Hace un frío del demonio y tengo ganas de dormir, así que vámonos —se levantó y me dio la mano para ayudarme a levantarme.

Ignoré su mano en mi cara y me levanté sola, mareándome en el proceso y tropezando con mis pies, pero Moore se encargó de agarrarme antes de que mi cuerpo tocase tierra. La risa se me quedó atorada en la garganta. Tragué saliva al darme cuenta de nuestra cercanía. Moore se relamió los labios, haciendo que mi vista bajase hasta ellos, pero los subí rápidamente de vuelta. Me miraba a los ojos, no despegaba su vista de ellos.

—Tienes una mancha aquí —le dije, consiguiendo que me soltase.

Se llevó una mano a la cara para quitarse la mancha que me había inventado. Miré hacia un lado, con una sonrisa bailando en mis labios, cuando se miró en la cámara del móvil y se dio cuenta de que se trataba de una jugarreta. Rompí a reír, causando una leve risa en él.

—Vamos, que no tengo toda la noche.

—¿Y si le pregunto a mi madre cuanto tarda?

Realmente no quería irme con él a su casa.

—¿Vas a molestarle mientras trabaja?

Negué, no quería molestarle. Quería dormir. Tirarme en mi cama y no moverme hasta el día siguiente.

—Yo también quiero dormir, cervatillo. Así que arreando.

Fruncí el ceño y me crucé de brazos, haciendo una pataleta porque no quería irme. Oliver rodó los ojos y suspiró, agotado por mi comportamiento tan infantil. Supe lo que iba a hacer, pero no pude evitarlo.

Volvía a estar sobre los hombros del orangután.

Esta vez no le golpeé, sabía que iba a ser en vano.

El camino hasta su casa fue de la misma manera que hasta la mía. Canté canciones, con mi puño haciendo de micrófono cuando perdí un poco la vergüenza y me dispuse a reírme de mí misma y de las caras que hacía Moore cuando le pasaba el micrófono imaginario. Reí junto a él en el trayecto, pero todas las risas se agotaron cuando aparcó el coche en un subterráneo.

¿Era ahora cuándo iba a matarme?

—No te voy a matar, cervatillo. Tienes que dejar de pensar tan mal de mí.

—¡Deja de leerme la mente! —exclamé, asustada porque había sabido lo que estaba diciendo.

Empezó a reír, a reír de verdad. No las risas que dejaba ver a veces, cuando estábamos a solas, cuando se metía conmigo, no era una risa sarcástica ni egocéntrica. Era grave, no muy alta ni escandalosa, ni bajita y sencilla. Una risa que le correspondía a su cuerpo, pero no a su personalidad.

Era una risa real.

Y era el sonido más bonito que había escuchado.

—No te leo la mente, cervatillo. Solo es que piensas en voz alta.

Por suerte no había dejado escapar mi último pensamiento en voz alta. No lo escuchó, pero el color rojo que adornaba mis mejillas sí que era notorio. Por Hubble, ¿se daría cuenta? Aunque podría asociarlo al alcohol que recorría mis venas y a la calefacción que estaba puesta en el coche. Desvié mi mirada y la centré en mis manos.

—Venga.

Me ayudó a bajarme. Colocó un brazo sobre mi cintura que me hizo estremecerme ante el roce, un escalofrío recorrió mi cuerpo ante ese contacto.

—Puedo caminar sola.

—Ah, ¿sí? Demuéstralo.

Levanté la cabeza y di un paso, pero sentí como todo me daba vueltas, así que me agarré de nuevo a él. Empecé a reírme, aunque no había nada de gracioso en la escena. Rodando los ojos, el idiota me volvió a agarrar y caminó hasta las escaleras conmigo en brazos.

Llegamos a su piso. Todavía conmigo encima, buscó las llaves en la chaqueta vaquera y abrió la puerta de su apartamento. Me dejó en el suelo y fue a buscar algo, no sabía dónde, ni siquiera sabía que tenía un apartamento. Pero ¿qué sabía realmente de mi rival? Volvió con un vaso de agua, el cual me bebí de golpe. Volvió a desaparecer, y me quedé mirando donde me encontraba, todavía mareada y con el alcohol recorriendo mis venas.

Di una vuelta sobre mí misma, riéndome porque me iba a volver a marear. Mis ojos captaron algo junto al televisor, me acerqué a él, dejando de reír y tragando saliva ante lo que veía.

El cuadro que me había robado. Lo tenía colgado en el salón.

—El cuarto de baño está al final del pasillo. Te he dejado un pijama por si te molestan los vaqueros...

Se calló al verme observar el cuadro, con lágrimas en los ojos. Por Einstein, las risas habían pasado a ser lágrimas y recuerdos dolorosos que no lograba borrar de mi memoria por más que lo intentase. Soltó lo que fuese que llevase en las manos en el sofá y caminó hacia mí.

—Violet, ¿estás bien? —sus facciones cambiaron al verme en este estado.

—Con este cuadro gané el primer premio en un certamen de arte en el instituto —sonreí nostálgica—. Cuando me gustaba pintar, antes de que mi padre le pusiese los cuernos a mi madre y jodiese nuestra vida y cualquier cosa que me resultase interesante e increíble —le miré a los ojos. Su nuez bajó lentamente tragando saliva, seguramente sin saber que decir. No sabía lo que había ocurrido, solo vio el ataque de pánico, nada más. No sabía a qué venía—. Puedes quedártelo, de todas formas, estaba en el trastero cogiendo polvo —me encogí de hombros—. Me recuerda a lo gilipollas que es mi progenitor, así que no quiero tener nada que ver con él. Además, pega con tu casa —no tenía ni idea de si eso era cierto, no tenía sentido de la decoración.

Quería buscar una manera de salir del berenjenal en el que yo misma me había metido. ¿Por qué tendría que haberle confesado eso? No tendría que saber la relación de mierda que tenía con ese hombre, ni lo mal que me sentaba hablar del tema. Podría usarlo en mi contra alguna vez.

—Mi padre también es un gilipollas. Y mi madre no se queda atrás —habló, metiéndose las manos en los bolsillos y mirando al cuadro, incapaz de mirarme.

Supe al momento que no quería decirlo en voz alta. No me miró, solo al frente. Tragué saliva y sonreí para mis adentros al escucharle hablar sobre algo que le molestaba. Por Einstein, ¿por eso le molestaba tanto que le dijese niño de papá? Aunque, quizás, solo era gilipollas, como muchos padres y no era para tanto, por lo que no dije nada.

—Mi habitación es la primera que te encuentras en el pasillo, a la derecha. Te he dejado un pijama en la cama. Yo dormiré en el sofá —fruncí el ceño.

—No voy a dormir en tu cama. Yo tomaré el sofá.

—De eso nada, cervatillo.

—Orangután, deja de hacerte el orgulloso y déjame el sofá.

—Deja de hacerte tú la orgullosa, cervatillo. Además, no es por orgullo, es por mi compañero de piso. ¿Quieres encontrarte a Alek desnudo al despertar? Porque te aseguro que lo vas a ver —me miró a los ojos, con su típica sonrisa divertida en el rostro.

—Uggg, no te aguanto.

Me di la vuelta y caminé hasta la habitación que me dijo. No me detuve a mirarla, total, todo me seguía dando vueltas y pocos detalles iba a recordar. Caminé hasta la cama y miré el pijama que estaba sobre esta. ¿Me lo ponía o no? ¿Podría ser capaz de dormir con los vaqueros puestos y el jersey? La respuesta era no, pero me daba mucha vergüenza ponerme la ropa del orangután, pero es que los vaqueros ya me estaban matando.

Me puse el pijama, el cual me quedaba enorme, pero era muy calentito y suave y me tumbé sobre la cama, en uno de los lados, intentando no estropear ni desbaratarla, aunque no era un problema, pues ya era un desastre y estaba hecha de manera desastrosa, como si la hubiese hecho con prisas. Tragué saliva y me di la vuelta, mirando hacia la pared que tenía en frente, con las manos debajo de la cabeza, de la oreja izquierda y miré la blanca pared, intentando dormir. Cerré los ojos, pero no podía dormir.

¿Por qué no podía dormir? Hacia unos minutos estaba muerta de sueño. Me volví a dar la vuelta, quedando boca arriba y mirando hacia el techo. Hice un puchero al ver el techo vacío y blanco.

Este no tenía las estrellas fluorescentes que brillaban en la oscuridad. No era como el mío, este era blanco, aburrido, monótono, soso... justo lo contrario a la personalidad del dueño de la habitación. Oliver no tenía nada de esas características, Oliver era salvaje, sarcástico y siempre tenía un comentario travieso que me volvía loca en la punta de la lengua.

Volví a ponerme de perfil. Me sentía mal el estar invadiendo su cama. ¿Y si...? No, no iba a hacer eso. No iba a rebajarme a hacer eso. Se merecía dormir en el sofá, había interrumpido mi beso con Noah, por segunda vez. Se merecía eso y más cosas peores. Por su culpa me había quedado sin probar los labios de Noah y volvía a tener una idea equivocada de mi relación inexistente con Moore.

Ug, maldito Moore.

Me tapé la cara con un cojín y gruñí. Escuché mis tripas rugir y me morí de vergüenza. Menos mal que no había nadie que me escuchase. Cuando volvieron a rugir, me levanté de la cama. Me tuve que agarrar a la mesita de noche debido al mareo que me entró por levantarme tan repentinamente. Empecé a reírme y salí de la habitación, con las manos en las paredes para guiarme.

Llevé una de las manos a mi boca para acallar las risas al ver a Moore tirado en el sofá, minúsculo comparado con su cuerpo y con pinta de ser incómodo. Estaba tirado boca arriba, con las manos detrás de la cabeza, como si no pudiese dormir, pero como si lo estuviese intentando con todas sus fuerzas.

Abrí los ojos y contuve un grito cuando mi pie chocó contra una mesa. Me llevé una mano a la boca y contuve las ganas de chillar y llorar. En el rostro de Moore se formó una sonrisa. Aguanté el dolor y caminé hasta él. Me agaché y quedé a la altura de su cara, aguantando la risa todavía. Con mi dedo índice le toqué la mandíbula y las mejillas, haciendo que abriese un ojo de golpe y me asustase, lo que causó su risa.

—¿Qué quieres, cervatillo? —me miró a los ojos y los abrió ampliamente, al ver mi mirada asustada y mis ojos abiertos en par en par—. ¿Vas a vomitar?

—Tengo hambre —hice un puchero y le miré a los ojos—. Morgan iba a por hamburguesas y no me has dejado ir con ellos. Tengo hambre, orangután. Me comería treinta hamburguesas ahora mismo.

La boca se me hizo agua al pensar en las hamburguesas, en la carne que tenían, en el queso derretido, en la salsa tan singular que utilizaban en ese local. Le hice un puchero a Oliver, esperando que entendiese las indirectas. Rodó los ojos y se levantó del sofá, caminando hasta un lugar desconocido para mí, por lo que le seguí. Meneando la cabeza de un lado a otro de la felicidad por saber que iba a comer.

—Siéntate ahí —señaló una silla y, por primera vez en mi vida, le hice caso, pues estaba muerta de hambre—. Las hamburguesas están congeladas, pero tengo filetes que puedo hacerte. ¿Te parece bien? —sacó la cabeza del frigorífico y me miró, asentí enérgicamente, muerta de hambre.

Comenzó a cocinar. Una vez que tuvo los filetes hechos, los puso en un pan y me lo entregó. Buscó entre los gabinetes de la cocina algo para acompañar los bocadillos, pero no lo necesitaba, iba bien con esto. Se sentó en el taburete de enfrente y me miró mientras comía.

—Te odio. ¿Por qué se te tiene que dar tan bien cocinar? ¿Acaso eres malo en algo? —me arrepentí al instante de mi pregunta.

Oliver se acercó peligrosamente a mí, sentí su aliento contra mi cara, dejé de masticar y le miré alarmada a los ojos. Sonrió ampliamente con una sonrisa de lado y colocó una mano en mi cara, recorrió mi labio inferior con su pulgar, mandando descargas eléctricas por todo mi cuerpo. No dejé de mirarle a los ojos en ningún momento, él tampoco apartó la mirada. Se llevó el pulgar a la boca y lo lamió, manteniendo la vista fija en mis ojos.

—No hay nada que se me dé mal, cervatillo.

Se apartó y sentí que ya volvía a respirar. Por Einstein, tenía el corazón aceleradísimo y la boca seca. Aparté mi mirada y continué comiendo, con el corazón casi en la boca y sintiendo que se me iba a salir del pecho debido a los nervios y las secuelas que dejaba su cercanía en mí.

Después de esto, hablamos de otras cosas. Aunque siempre manteníamos una pulla hacia el otro, sin romper la dinámica de odio y pique que llevábamos. Seguí riéndome con él, a su lado, de todas las cosas que contaba, hablamos de clase, de algunos profesores nuevos que teníamos.

En momentos como estos, me encantaba estar a su lado.

Un lado de mi subconsciente estaba agradecido por su manera de irrumpir en mi charla con Noah, pues, si no hubiese aparecido, estaría en casa. Noah me habría acompañado, o Morgan, habría entrado en mi casa sin problemas, sin olvidar la llave y me habría acostado en mi cama, sola, sin nadie a mi lado ni en casa. Estaría sola con mis pensamientos, comiéndome la cabeza, odiándome, odiando la situación, odiando la soledad. Acabaría llorando en la cama, pues odiaba estar en esa casa sin nadie a mi lado, sin nadie apoyándome, sin nadie haciéndome reír.

Caminé hasta la habitación de nuevo, pero me quedé parada a mitad del pasillo. Apreté los ojos, pero hablé. Al día siguiente me iba a odiar a mí misma y a todo el alcohol que había ingerido para hacerme hacer esta pregunta.

—Tienes bastantes cojines en tu cama, si quieres, podemos dormir juntos y que hagan de barrera —cerré los ojos, esperando su respuesta.

—No creo que dormir conmigo sea lo mejor para ti, cervatillo. Podrías acabar enamorándote y tirándote a mis brazos a mitad de la noche.

—Vete al tártaro.

Aun así, me siguió. Sentía como ya no quedaba mucho alcohol en mi cuerpo, pero a la vez sí. Tragué saliva y me coloqué en el lado contrario de antes. Formé una barrera con todos los cojines que tenía y me tumbé, esperando que él hiciese lo mismo.

—Este es mi lado y ese el tuyo. Estamos en guerra, no se puede traspasar ningún campo —hablé, causando una leve risa en él.

—Duérmete ya, cervatillo.

Me di la vuelta, mirando hacia la ventana y cerré los ojos. Sentía que faltaba algo.

—Buenas noches, Oliver.

—Buenas noches, Violet.

Una leve sonrisa se formó en mi rostro y me dormí.

Un par de lazos me dejaban retenida, sin poder moverme, sintiendo un peso encima de mí que no era capaz de quitar. Me moví, zarandeé e intenté de todo para quitarme eso de encima, pero no podía.

Sabía que era un sueño, pero se sentía muy real.

Supe porque era eso. Abrí los ojos y, asustada, miré hacia mi cintura, donde había un brazo que no me dejaba moverme ni respirar. Abrí a boca y respiré por esta, sin saber que hacer. ¿Qué estaba haciendo? ¿Era estúpido? Alargué mi mano y cogí uno de los cojines que había tirado.

—¡Ha habido una brecha en la frontera! ¡La guerra ha comenzado! —grité, atizándole con él cojín y despertándole, reír al ver su cara de sueño y de susto, sin saber a que venían los golpes, me gruñó y se giró para el otro lado, dejando de abrazarme. Sentí un vacío, pero lo ignoré—. ¡Oye! —otro golpe—. Has roto la barrera. Te dije que había que respetarla —le golpeé con cada palabra que decía. Se levantó y cogió otro cojín, para devolverme los golpes, causando mi risa escandalosa y una leve risa en él.

—No comiences una guerra que no vas a ganar, cervatillo.

—Me rindo, me rindo —hablé cuando no aguantaba más—. Ahora enserio, respeta la barrera, Moore.

Nos volvimos a dormir. Y, con esta interacción, me di cuenta de algo.

No se me había pasado el efecto del alcohol tanto como pensaba.

Un rayo de luz me dio directamente contra la cara, haciendo que me despertase y soltar un gruñido debido al cabreo. Diantres, pensaba que había cerrado la cortina, como cada noche, pero no. Eché una mano a la izquierda para coger mi teléfono de la mesita de noche y ver la hora, pero, en cambio, encontré una cosa blandita y no dura como la madera.

Confusa, abrí un ojo y vi que se trataba de una cama. Espera, ¿desde cuándo yo tenía una cama tan grande? ¡Espera! ¿Dónde diantres estaba? ¿Qué era esta habitación? ¿De quién era? Me levanté rápidamente. Grave error por mi parte.

Fiesta, alcohol, demasiadas copas para mí aguante. Mareo. Fatiga.

Cerré los ojos e intenté aguantar las ganas de vomitar. Salí de la habitación y caminé rápidamente hasta el baño, donde eché todo el resto de alcohol y los bocadillos de la noche anterior. Me eché agua en la cara una vez terminé y salí del baño.

—¿Ya estás vomitando de nuevo? Espero que no me hayas ensuciado el baño —Oliver estaba en la puerta, con una mueca. Le contesté con un corte de mangas y volví a su habitación, donde me cambié el pijama por mi ropa de la noche anterior.

Oliver entró en el momento que me ponía el jersey sobre la camiseta de tirantas. Le tiré un cojín porque no llamó a la puerta, pero le agradecí internamente por la pastilla y el agua que traía. Me la tragué sin problemas y cerré los ojos, masajeándome las sienes esperando que se me pasase.

Me quedé pasmada al ver a la parejita desayunar, pero recordé que Oliver dijo que Alek era su compañero de piso. Lo veía completamente lógico, ya que se conocían desde hacía años y eran buenos amigos. Tragué saliva, avergonzada de que me viesen con la cara de muerta y salir de la habitación de Oliver. Esperaba que no se pensasen cosas que no eran.

Sam dejó caer la tostada, con los ojos abiertos de sorpresa. Alek se asustó, pero siguió la mirada de su novia hasta encontrarse conmigo. Les saludé con la mano de manera tímida y deseando que la tierra me tragase.

—¿Tú y tú...? —Alek nos señaló a los dos, impactado. Negué rápidamente.

—Lo único que ha pasado ha sido tener que soportar los ronquidos de cierta loca —fruncí el ceño, olvidando la vergüenza y girándome hacia él.

—Vete al tártaro. Yo he tenido que aguantar tus ronquidos y encima como te pasabas la barrera por el mismísimo.

—Eres una aburrida, tonta.

—Y tú un gilipollas.

La risa dulce de Sam interrumpió nuestra discusión. Había olvidado que estaban aquí. Le sonreí y me senté a su lado. Me pasó una tostada y le unté mantequilla. Le sonreí dándole las gracias y miré hacia el sofá.

El cuadro estaba descolgado.

—¿Por qué lo has quitado?

—Solo lo puse para molestarte, que me dijeses que me lo quedase le quitó toda la gracia —se encogió de hombros. Le miré molesta y continué comiendo.

—Voy a recoger mis cosas. ¿Quieres que te llevemos? —Sam me habló. Y yo asentí —. ¿Me acompañas? —volví a asentir.

—Aunque tengo las llaves de mi casa en la chaqueta y me la dejé en la fiesta —contesté preocupada.

—No te preocupes, puedo llevarte —contestó Alek con una sonrisa y le dio una torta en la mano a Oliver cuando le intentó quitar una mandarina.

Seguí hasta Sam hasta la habitación de Alek y sentí que estaba pisando terreno sagrado y prohibido, que estaba invadiendo su intimidad, pero Sam caminó con tanta simplicidad que deseché ese pensamiento.

—¿Por qué se suelen ir en coches separados si viven juntos? —dije refiriéndome a los amigos y a las tantas veces que han ido en coches diferentes.

—Alek se suele quedar a dormir en mi apartamento, pero hoy se quedaban las amigas de mi compañera y no queríamos molestar —contestó.

Comenzó a guardar sus cosas en una maleta.

—Sam.

—¿Sí? —murmuró.

—Hay algo que quería preguntarte.

—Dispara —siguió doblando su ropa.

—¿Por qué le dijisteis a Moore sobre mi cita con Noah? —la camiseta se le quedó en el aire. Noté como tragaba saliva, me miró con una sonrisa.

—Alek y yo estábamos en una cita y nos llamó para saber donde estábamos. Tenía problemas, así que le invitamos.

—Pagasteis en el momento que lo hicimos nosotros, Samantha.

—Pero nos quedamos en el centro comercial. Te tuvo que ver cuando llegó.

Terminó de guardar todo y se colgó la mochila en el hombro. Caminó hasta la puerta, pero yo agarré su brazo para que dejase de andar, queriendo que se quedase.

—Deja de mentirme, por favor.

Tragó saliva y me miró a los ojos. Sus ojos marrones brillaban y me transmitieron una sensación de paz, pero sabía que estaba mintiendo. Le solté y caminamos hasta la puerta.

—¿Sabes? No conozco a Oliver desde hace mucho tiempo, pero es la primera vez que le veo tan enfocado en algo. En alguien. No soy nadie para contarte —me sonrió—. Es algo que deberías hablar con él. Pero, te juro, que no le dijimos nada. Estábamos preocupados porque nos llamó y luego no apareció. No nos quiso contar que le había pasado ni porque había desaparecido cuando volvimos aquí. Solo sabemos que estaba comportándose de forma extraña, pero Alek decía que estaba bien, que Oliver estaba feliz y que cuando estuviese preparado nos lo contaría. Te estoy diciendo la verdad, Vi.

Asentí y le seguí por el pasillo. Tragué saliva ante todo lo que me había dicho. ¿Qué clase de problemas había tenido Oliver? ¿De verdad me había encontrado de casualidad? ¿Me había hecho caso y se lo había callado? ¿Se lo había ocultado a su mejor amigo? ¿El fabuloso e increíble Oliver Moore se había callado las cosas? Quizás Sam seguía mintiendo, sus ojos decían otra cosa diferente a lo que sus labios soltaron. No me convencía del todo y menos todas las nuevas incógnitas que han aparecido.

Deseché los pensamientos cuando vi a los amigos jugar a las peleas. Oliver agarraba a Alek del cuello con un brazo y con el otro le restregaba con el puño la cabellera rubia. Alek, de vuelta, le mordía el brazo para chafarse de él.

—Oye, deja a mi novio.

Oliver levantó las manos en señal de inocencia y dejó escapar a su amigo. Alek se recolocó el cuello de la sudadera y se levantó del taburete. Caminó hasta su novia y le dio un beso en la frente.

—¿Listas? —asentimos y caminamos hasta la entrada.

Dejé que caminasen y me paré en el quicio de la puerta, giré la cabeza y miré hacia el orangután, quien, se metía un arándano en la boca cuando hablé.

—Gracias.

—Que duermas en mi cama son las únicas gracias que necesito —contestó, llevándose otro arándano en la boca. Sonrió divertido—. Por cierto, te ves muy mona babeando mientras duermes, cervatillo.

Le hice un corte de mangas y salí de ahí, escuchando su risa escandalosa. Sentí como la sangre se agolpaba en mis mejillas, pero sonreí ampliamente.

Alek y Sam me esperaban en la puerta del ascensor, mientras charlaban y reían de lo que el otro decía. Si se dieron cuenta del sonrojo no dijeron nada.

Y, de repente, las palabras de Sam hicieron mella en mí.

«Es la primera vez que le veo tan enfocado en algo. En alguien».

Las puertas del ascensor se cerraron y yo me quedé pensando en esas palabras.

¿Qué quería decir?

¿Estaba enfocado en vencerme?

Porque si era así, yo iba a poner todas mis fuerzas en machacarle.

O quizás esta competición era una forma de evadirse.

Como lo era para mí.

O quizás era algo más.

Algo que no lograba descifrar. Y eso me molestaba mucho.

Miré a mis amigos, las dudas me asaltaron todavía más. No creía nada de lo que Sam me había contado.

Ellos sabían de que iba todo, sabían muy bien lo que hacían cuando aparecieron allí, cuando le dijeron al orangután donde estaba. Sabían muy bien todos mis movimientos y jugadas.

Levanté la barbilla y miré al frente cuando la puerta se abrió y pitó indicando que estábamos en la planta baja. Una lenta sonrisa se formó en mi rostro.

—¿Vienes? —la voz preocupada de Sam me sacó de mis pensamientos. Asentí y les seguí.

Esta vez iba a mover ficha y a actuar en secreto, sin que nadie se enterase.

Esta vez nadie me iba a arruinar nada. Ni siquiera un orangután.

Ahora solo quedaba lo más importante: armarme de valor para hacer lo que mi mente estaba maquinando.

¡Hola!

¡Muchísimas gracias por los 3.000 comentarios y por las 3.000 lecturas!💖

Ya tenéis vuestra tan esperada noche durmiendo juntos ;)

Violet borracha >>>> sobria

¡Qué de momentos desperdiciados para besarla, Oliver!

Y era el sonido más bonito que había escuchado. </3

Basta, aceptad vuestros sentimientos ya

Oliver con el cuadro colgado...

Oh, vaya... Oliver no soporta a sus padres... ¡qué sorpresa!

¡Guerra de almohadas!

Ojalá tener el brazo del orangután agarrando mi cintura

Oh, oh. Sam y Alek os han vistoooo

¿Creemos lo que dice Sam? ¿Apareció de casualidad o estaba todo premeditado?

Lo que habéis conseguido es que Violet actúe en secreto :(

¿Qué hará?

¿No ha subido un poco la temperatura cuándo están en la cocina? Uff

Tendremos que buscarle un nombre al ship ya, ¿no?

¿Qué idea se os ocurre?

#OliVio

#Violiver

(están generados por un combinador de nombres, si tenéis más ideas, las acepto encantada JAJAJA)

Capítulo dedicado a @sofivitela5 gracias por todos tus comentarios ;) me hacen muuuucha ilusión <3

Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️

¡Muchas gracias! Nos leemos,

Maribel❤️

Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)

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