Veinte
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No había nadie más en la cafetería.
Solo Noah y yo.
Y no necesitaba a nadie más.
—¿Podemos hablar?
Asentí y le seguí, dejando atrás a mis amigas durante unos instantes. Pero les miré antes de salir, buscando su aprobación. Ambas hablaban en susurros, Sam parecía que le decía algo serio, haciendo que Morgan abriese los ojos y la mirase en asombro. Volví mi mirada a Noah, quien caminaba varios pasos por delante de mí.
Nos paramos, metió las manos en sus bolsillos, sacó una, la volvió a meter y la sacó por última vez para ponérsela sobre la cabeza y revolverse los pelos de la nuca, todo eso en menos de un minuto. ¿Estaba nervioso? Porque yo sí. Me moría de nervios por dentro, tenía el corazón acelerado mientras esperaba su pregunta, mientras esperaba saber para que era que me había citado.
—Estaba de paseo con mis amigos cuando te he visto, y, como no te veo desde la fiesta, he pensado que debía pararme a saludar —sonrió—. Llevo desde ese día queriendo preguntarte algo.
—¿Si?
Alguien pasó por nuestro lado, rompiendo la cercanía que teníamos. Miré a Morgan con confusión, y algo de cabreo. Primero, Sam me estropeaba el momento en la fiesta, luego Moore hizo lo mismo y ahora Morgan. ¿Qué demonios les pasaba? ¿Se habían compinchado para no dejarme ser feliz?
—Me hago mucho pis —fue lo único que dijo y caminó hasta el baño.
Noah rio algo incómodo y se rascó la nuca, intentando encontrar las palabras. Sus ojos marrones se fijaron en los míos. Le sonreí levemente, en un intento de aliviar el ambiente de incomodidad que se había creado debido a la interrupción.
—¿Quieres salir un día de estos conmigo? —soltó, sin pensárselo más.
Oí un jadeo, pero no estaba segura si provenía de mí o de la cabeza que asomaba por detrás de la pared que daba a los cuartos de baño. Morgan me sonrió inocentemente y se volvió a meter en su escondite, como si nada hubiese pasado.
Asentí, incapaz de encontrar las palabras. ¿Estaba soñando? Si lo estaba, por favor, que nadie me despertase. Necesitaba seguir en este sueño.
—Genial —otra sonrisa lenta. Creía que me moría ahí en medio—. ¿El viernes aquí te viene bien? —volví a asentir, esta vez con más ánimos—. Pero ¿no le molestará a Oliver?
—¿Por qué lo dices?
—Se os ve muy juntos últimamente, pensaba que erais algo.
—Lo único que somos es compañeros de clase.
¿Segura?
Tragué saliva y fruncí el ceño internamente ante el pensamiento que mi subconsciente había contestado. Claro que estaba segura de eso.
—El viernes me viene bien —contesté, obviando el resto de la conversación y a la vocecita de mi cabeza que me decía lo contrario.
Noah me sonrió, causando que unas pequeñas mariposas me revoloteasen por todo el cuerpo, a pesar de ser científicamente imposible. Se fue, dejándome sola en el centro de la cafetería con una sonrisa de oreja a oreja en mi rostro, completamente feliz.
—Ya puedes salir.
Morgan salió de su escondite y me sonrió con inocencia. Caminó hasta mí y colocó un brazo sobre mis hombros. Juntas anduvimos hasta la mesa, donde nos esperaba Sam con una sonrisa, pero, nuevamente, me di cuenta de lo falsa que era.
—¿Y qué te ha dicho? —habló Sam.
Les expliqué con pelos y señales lo que había pasado, como me había sentido, pero obvié por motivos que no conocía como mi subconsciente me había traicionado al pensar en la relación que manteníamos Moore y yo.
Morgan me sonreía feliz, me preguntaba de todo. Ambas estaban preguntándome de todo, desde que me iba a poner hasta a que hora íbamos a quedar. Me hicieron un interrogatorio extenso que acabó justo cuando mi móvil sonó.
Orangután: *foto* Pensando en qué cuadro robarte la próxima vez que vaya a tu casa.
Ni siquiera el mensaje logró sacarme del buen estado de humor en el que me encontraba.
El reflejo del espejo me decía que estaba lista, pero en mi mente había algo que decía que no.
Meneé la cabeza, borrando esos pensamientos y centrándome en coger el bolso y las llaves. Había mirado tres veces si llevaba todo lo necesario. Iba a coger el bus para el centro comercial, así que miré si tenía el bono bus y efectivo por si no funcionaba. Miré mi reflejo por última vez y salí de casa, con el tiempo necesario para llegar antes de la hora citada.
Abroché mi chaqueta y salí de casa, no sin antes avisar en voz alta de que iba a salir, aunque no recibí respuesta alguna, como era costumbre. Con las manos metidas en los bolsillos, caminé hasta la otra calle, quedándome en la puerta de mis vecinos, pero sin ser capaz de llamar.
Noah salió y me saludó con un leve beso en mi mejilla, causando que el color se agolpase en mi cara. Lo tapé con mi bufanda y le seguí hasta la parada de autobús más cercana. Ninguno decía nada, el ambiente se volvió un poco incómodo, pues ninguno hablaba y solo se escuchaba el sonido de los coches pasar.
—¿Qué tal el trabajo hoy?
—Lo tenía de descanso —contesté.
Por Einstein, ¿por qué era tan incómodo? ¿Por qué no podíamos hablar tranquilamente? ¿Por qué no podía tener una conversación fluida como las que tenía con mis amigas?
Como las que tenía con Moore.
Finalmente llegó el autobús. Seguíamos en silencio, todo el camino fue igual. Charlas monótonas y simples, sin ninguna gracia, sin sentimientos. Pero no me importaba, pues su sola compañía ya causaba suficientes sentimientos en mí.
Cuando bajamos del autobús, caminamos hasta la entrada del centro comercial, pasando por el aparcamiento. Fruncí el ceño cuando vi un coche que me resultaba muy familiar, pero no le hice caso, pues, seguramente, era una coincidencia. Había más coches de esa marca.
Nos sentamos en una mesa en la cafetería. Enseguida llegó la camarera y tomó nuestro pedido. Le sonreí cuando volvió con nuestros cafés y con el trozo de tarta de manzana de Noah. Le eché la azúcar a mi bebida y la revolví con la cucharilla. Noah me ofreció un trozo de tarta, pero me negué, no tenía apetito. Estaba nerviosa. Alerta. Sentía que algo iba a ocurrir.
Y supe pronto lo que iba a ocurrir.
Distinguí la voz divertida de Alek, siempre hablaba como si contase una broma y estuviese entusiasmado. Levanté la cabeza y le vi junto a Sam, merendando. Alek bebía de su batido de fresa helado y Sam reía. Conectamos miradas y sonrió, haciéndose la sorprendida. Pero sabía que no era verdad. Sabía a la hora que iba a estar y donde.
¿Habían venido a espiar?
—¿Estás bien? —Noah me habló, totalmente preocupado. Le sonreí para tranquilizarle.
—Sí, sí, pensaba que había visto a alguien, pero me he equivocado.
Continuamos charlando. Charlamos de su carrera, de como le quedaba solo un año y lo mucho que estaba disfrutando de las prácticas en un colegio de primaria, del cariño que le estaba cogiendo a los niños. Me preguntó por mi carrera, por mi vida universitaria, por mi madre y por mi hermano.
—¿Has vuelto a pintar? —la taza se quedó a medio camino. Le miré con los ojos desorbitados, impactada de que lo supiese—. Vi a tu madre llegar con lienzos nuevos.
Era cierto. Ese fue su regalo de navidades, unos lienzos en blanco y un par de pinturas nuevas, que no estuviesen resecas como las que tenía en el desván; unas con las que pudiese pintar, pero no me atrevía a pintar desde ese día en el que me dejé llevar. En el día que volví a ser vulnerable. En el día que Oliver puso mi mundo patas arriba con su acercamiento.
Deseché el último pensamiento de mi cabeza.
—No mucho. Intento pintar algo de vez en cuando, pero no me sale —terminé por contestar, sin entrar en detalles.
Noah asintió. Cuando la camarera volvió, pagamos nuestras cosas. Mitad y mitad, por insistencia mía, ya que Noah quería pagarlo todo, pero no quería. No necesitaba que me pagase el café.
En el momento que Noah me abrió la puerta para salir, vi a la parejita pagar y levantarse, dispuestos a seguirnos. Por Einstein, era cierto que nos estaban espiando. ¿Qué mosca les había picado a ambos?
En un acto de valentía, agarré a Noah de la mano y aceleré el paso, perdiéndonos entre la muchedumbre que había en el centro comercial. Cuando estuvimos lejos, le solté la mano al notar un apretujón en esta. Consciente de lo que había hecho, los colores se me subieron a las mejillas y desvié la mirada. Noah estaba igual, completamente rojo, pero con una leve sonrisa en su rostro.
—No entiendo que ha pasado, pero ha sido divertido —me uní a sus risas—. ¿Te apetece dar un paseo por el parque?
Asentí y le seguí, colocándome a su lado. Noah estiró su mano tímidamente y rodeó la mía, esta vez, ambos éramos completamente conscientes de lo que estaba ocurriendo. Sonreí y miré hacia otro lado. Caminamos juntos, de la mano, por todo el parque.
Ya no sentía el frío. Debido a la vergüenza sentía todo mi cuerpo caliente y, gracias al calor que desprendía su mano, mi mano derecha también estaba caliente. Era una sensación cómoda.
La salida iba a mejor.
Habíamos dejado la incomodidad del primer momento. Hablábamos de un montón de cosas, nos pusimos al día, charlamos del resto de vecinos, con los cuales nos juntábamos cuando éramos más pequeños. Rei con él, mucho, pero sentía que algo faltaba. Aunque no sabía el qué. Todo era tan simple a su lado, cómodo, sencillo.
Monótono y aburrido.
Otra vez esa estúpida voz de mi consciencia. ¿Por qué decía eso? ¿Por qué pensaba eso? Noah no era aburrido, al contrario. Solamente... solo era que faltaba algo.
Llegó una notificación en mi teléfono. Sonreí porque se trataba de la aplicación sobre astronomía que tenía instalada, la cual informaba de una lluvia de estrellas en abril.
—¿Qué son las Líridas? —preguntó, mirando mi teléfono.
—Las Líridas son fragmentos del cometa G1 Thatcher, cuyas partículas de polvo, al entrar en contacto con la atmósfera, dejan un rastro de luz que percibimos como una estrella fugaz —expliqué.
—¿Qué?
—Son una especie de meteoritos que caen como una lluvia de estrellas —expliqué, con una sonrisa leve, aunque por dentro estaba haciendo una mueca.
Oliver te hubiese entendido y no mirado como loca.
Cállate. ¿Qué estaba diciendo? ¿Qué me pasaba? Noah no lo entendía, no le culpaba, pues, cuando hablaba de las cosas que me gustaban, me venía muy arriba y muchas veces la gente no me entendía.
Pensaba que a Noah le interesaba la astronomía, pero ver su mirada de indiferencia y de no entendimiento de lo que decía me dolió más de lo que imaginaba. Desvié la mirada e hice como si nada, como si no hubiese descubierto que la persona que me gustaba no compartía una de mis pasiones.
—Parece interesante —terminó por contestar, pero no le parecía nada interesante.
Yo era un libro abierto, pero Noah también y yo podía y sabia leer. Morgan se había encargado de enseñarme, de ayudarme a entender a los demás y de no ser tan insensible, por lo que vi como no le interesaba.
—¿Quieres que nos sentemos? —asentí y le seguí hasta un banco.
Sentí un escalofrío al sentarme. Creo que éramos los únicos locos que iban a estar sentados en un banco en un parque en pleno febrero, con todo el frío, como si la ciudad no fuese ya suficientemente fría a largo del año.
Me sacó conversación de nuevo, aunque volvía a ser la conversación monótona, sin sentido y la más trivial que había tenido en mi vida. No sabía como sentirme, era la conversación más larga que estaba manteniendo con él, pero no sentía nada. Las mariposillas en el estómago no estaban revoloteando tanto como antes. Estaban, sí, pero casi sin moverse.
Sentí como el viento meneaba mi cabello, cerré los ojos al ver lo fuerte que era, luego apreté los labios, intentando calmar los escalofríos que me recorrían.
—Tienes una pestaña, ¿puedo? —acercó su mano a mi rostro. Asentí lentamente.
Con su pulgar quitó la pestaña desviada. Centré mi atención en sus ojos, los cuales me miraban atentamente. Su mano no se movió mucho, acabó sobre mi mandíbula. Mis ojos, instintivamente, bajaron hasta sus labios entreabiertos. Los suyos hicieron el mismo recorrido. Al sentir su mirada, me mojé el labio inferior con saliva, pues lo sentía resecos. Se estaba acercando más y más, pero lo hacía lentamente, poco a poco.
Nuestros alientos se entremezclaban. Estábamos muy cerca. Mis párpados se cerraron, dejándose llevar por el momento. Incliné un poco la cabeza, pero el tan esperado beso no llegó. En cambio, llegó otra cosa.
—Pero ¿¡qué es esto!? ¿¡Me estás engañando, calabacita!?
¿Calabacita? ¿Engañando?
Noah se apartó rápidamente, confundido con lo que estaba ocurriendo. Pero ¿qué estaba ocurriendo? Ni yo lo sabía. Miré al orangután con rabia, con una rabia que no pensaba que iba a sentir.
—¿Calabacita? Me dijiste que no estabais saliendo —contestó Noah, sin saber donde meterse.
—Pues claro que estamos, estábamos, saliendo. Pero tú me has engañado. Justo en nuestro aniversario —me señaló dramáticamente e hizo como si estuviese llorando.
¿Estaba loco? ¿Qué estaba haciendo? Estaba formando una escena. Podía escuchar los murmullos, los susurros de las personas que pasaban por ahí. Miré a Moore a los ojos, completamente cabreada.
¿Cómo sabía que estaba aquí?
Abrí los ojos. Sam y Alek. Ellos se habían encargado de decirle donde estaba y tenía que venir a arruinarme la cita.
Porque Oliver Moore me odiaba y no podía verme disfrutar ni ser feliz.
—Mira, tío, yo no quiero problemas —Noah levantó los brazos.
—Noah, espera —intenté agarrarle, explicarle que se trataba de una equivocación, que Oliver solo era un gilipollas e intentaba arruinarme la vida.
—Pensaba que eras diferente —se fue, sin darme pie a una explicación.
Me dejé caer en el banco, con las manos sobre la cara. Triste, confundida, nerviosa, pero, sobre todo, con una ira en mi interior que pensaba dejar salir pronto.
—Venga, cervatillo. Te llevo a casa —intentó agarrarme del brazo, pero me chafé de él y de su tacto.
—Yo contigo no voy a ninguna parte.
—¿Vas a irte en autobús? ¿Con él? Se ha ido sin despedirse.
—¿Y de quién es la culpa? Si no hubieras aparecido, seguiríamos aquí. Pero tienes que venir a arruinarlo todo, niño de papá.
—Vamos —apretó la quijada—. Cervatillo, está a punto de anochecer y hace un frío de mil demonios.
—No me importa.
—Eres una chica lista, cervatillo. Sopesa estas dos opciones —levantó los dedos a medida que explicaba las opciones—. Uno, caminas sola hasta mi coche y te llevo a casa como una persona civilizada. Dos, te llevo a rastras y te encierro en el coche.
Le miré con odio, pero le hice caso y acepté la primera opción. No quería formar una escena, no con tantas personas pasando a nuestro lado, no cuando ya se había formado una donde yo era la protagonista por su culpa. Caminé de vuelta al centro comercial, donde pensaba que iba a estar su coche.
Sentí como me agarraba del codo. Con un movimiento brusco me chafé y caminé a su lado, enfadada. Moore me miró, serio, pero con un brillo en los ojos. Seguro que era de diversión por haberme arruinado la noche y la cita, por haberme arruinado cualquier mínima oportunidad que tuviese con Noah, con mi amor platónico desde hacia un par de años.
No hablé en ningún momento, ni le miré. No quería saber nada de él. No entendía porqué había aparecido ni porqué se empeñaba en arruinarme la vida. Primero en la universidad y ahora se metía hasta en mi vida privada.
—¿Has pensado si te vas a matricular en alguna voluntaria? —me miró por el rabillo del ojo.
—No te interesa.
Suspiró, cansado y yo me crucé de brazos y continué mirando por la ventana. Estaba deseando de llegar a casa, tirarme en la cama y llamar a Morgan, explicarle lo que había pasado y que me dijese si ella sabía de los planes de Samantha para traicionarme de esa manera después de que le contase lo mucho que me gustaba Noah.
—Háblame, cervatillo. Por favor.
Silencio.
—Venga.
Más silencio.
Llegamos a mi calle. Aparcó y apagó el motor. Coloqué la mano en el picaporte, pero cerró con seguro y me impidió salir del vehículo.
—¿Por qué?
—No te vas a bajar hasta que me hables —le miré y fruncí el ceño.
Le miraba como si pudiese lanzar dagas, espadas, puñales... a través de los ojos. Le odiaba ahora mismo. No quería verle y menos hablar con él. Pero mi pregunta no era para saber el por qué de su encierro, sino el por qué de su interrupción.
—¿Piensas que es un juego? —le dije.
Volví a sentarme recta, quitándome el cinturón y cruzándome de brazos. Me pensé bien las próximas palabras, intenté dejar el odio a un lado, hablar sin saltarle a la yugular.
—Cuando me tiraste la taza en la cafetería, pediste perdón y me dijiste que la competición era entre nosotros, a nivel académico —tragué saliva—, pero esto ha sido meterte en mi vida privada de lleno. No sé que mosca te ha picado, ni que te ha llevado a comportarte así, pero estoy cabreada, Oliver. Así que abre la puta puerta y déjame salir.
Quizás no controlé mi temperamento tanto como quería, pero funcionó. El coche hizo un sonido y pude abrir la puerta. Miré al orangután por última vez y me preparé para bajarme del vehículo. Estaba serio, con una mueca formada en el rostro y apretaba el volante, los nudillos tornándose blancos debido a la presión que realizaba.
Sentí una presión en mi antebrazo, miré a Oliver, quien me miraba a los ojos fijamente, con un brillo extraño, con una expresión de arrepentimiento.
—Lo siento.
—Deberías sentirlo.
—No quiero que te vayas enfadada, Violet.
Tragué saliva al escucharle decir mi nombre, lo que me hizo saber que su perdón iba en serio, pues solo me llamaba así en situaciones serias y reales, como cuando me dio el ataque de pánico y cuando me cuidó borracha. En esos momentos dejaba el cervatillo, ese estúpido mote, a un lado y me trataba como una persona.
—Haberlo pensado antes de arruinarme la cita, niño de papá.
Me libré de su agarre y me alejé. Esperaba escuchar el motor, su coche desapareciendo por la calle, huyendo, dejándome tranquila, pero estábamos hablando de Oliver Moore, el estúpido que hacía lo contrario a lo que yo quería.
Escuché como su puerta se cerraba con fuerza y sus pasos mientras caminaba hacia mi dirección. Me giré, en el momento que agarró mis brazos. Me zarandeé, me moví, intentando chafarme de su agarre nuevamente, pero era imposible. Me apretaba, pero no me hacia daño.
—Suéltame, niño de papá.
—No hasta que me escuches.
—Te odio.
—Me lo dicen mucho, sobre todo tú —sonrió. El estúpido sonrió.
¿Se estaba cachondeando de mí?
—Vete al tártaro.
Logré chafarme de él, por tercera o no sé por que vez en la tarde. Le miré con todo el odio posible, intentando trasmitirle mis sentimientos hacia él, para que viese que quería que me dejase tranquila, pero no ocurría.
—Cervatillo, me he pasado, no pensaba que te iba a molestar tanto. Pero no puedes irte así.
—Te lo dije una vez y te lo vuelvo a decir, no me digas lo que tengo que hacer. No eres mi padre y, ni mucho menos, eres mi amigo —hizo una mueca, pero la disimuló rápidamente, colocando una sonrisa irritable en el rostro.
Me volvió a impedir marchar, esta vez colocándose en la puerta e impidiendo que la abriese. Por Einstein, ¿por qué no me dejaba tranquila?
—Está bien, te perdono. No estoy enfadada, ¿contento? —hablé, exasperada y harta de este tira y afloja.
—No, lo dices por decir.
—Un premio Nobel para el genio —dije irónicamente—. No te soporto, Moore. Creo que te lo he dicho un montón de veces. ¿Por qué no me dejas tranquila? Dime por qué has tenido que venir. Dame una explicación lógica y te perdonaré.
No habló. Me miró con una expresión derrotada. Fruncí el ceño, confusa, era la primera vez que veía esa expresión en su rostro. Siempre mostraba diversión, confianza, carisma... no eso.
—Vale, tú te lo has buscado.
Logré apartarle. Introduje la llave en la cerradura y la giré, abrí la puerta. Oliver no intentó nada, pero oí como susurraba algo.
—¿Qué?
No susurró nada más. No habló. Nada.
—¿Qué estabas diciendo, niño de papá? —me giré hacia él—. Eres un gilipollas.
Pero seguía ahí.
—No sé como serán las cosas en tu familia adinerada, pero, aquí, cuando uno la caga, da motivos, no espera que todo pase.
Y yo volvía a sentirme como hacía unas semanas atrás. Cuando estuvo en mi habitación.
—Te he dicho mil veces que no hables sin saber.
La historia se repetía.
Mi cuerpo contra la puerta, nuevamente cerrada. Sus brazos a mis costados. Su cabeza a la altura de la mía. Nuestras respiraciones mezclándose. Levanté la cabeza, conectando nuestras miradas.
Verde contra azul, una vez más.
Tragué saliva al ver como unos mechones del tupé le caían sobre la frente, haciéndole parecer desenfadado, pero la expresión en su rostro era diferente. Su respiración estaba agitada.
—¿Qué estás haciendo? —logré articular.
Era un deja vú, pero a la vez no. Todo se sentía diferente. Yo me sentía diferente.
Tragó saliva lentamente, su nuez bajó de acorde con los movimientos de su garganta. Su mirada bajó unos milímetros, hasta centrarse en un punto de mi cara. En mis labios. Él se lamió los suyos levemente, en un acto reflejo. Yo tragué saliva.
Coloqué las manos sobre su pecho, de la misma manera que la otra vez.
—Te odio —susurré.
—Lo sé.
Entonces, me besó.
O yo le besé.
No lo tenía claro. Lo único que sabía era que nos estábamos besando. Besando muy apasionadamente.
Su lengua tocó mi labio inferior, pidiendo permiso para entrar. La dejé entrar e, inmediatamente, empezó a inspeccionar todas las cavidades de mi boca. Nuestras lenguas comenzaron una danza que no sabía cómo parar, enviándome descargas eléctricas por todo mi cuerpo.
Sus manos se posaron en mi cintura, apretándome más contra él e intensificando el beso. Yo llevé mis brazos hasta su cuello, jugueteando con mis dedos con su cabello de la nuca.
Nos separamos por falta de aire.
Y, cuando intentó continuar el beso, me di cuenta de lo que había ocurrido. Me había dejado llevar por la rabia, por la emoción del momento. Pero ya no más.
Oliver me miraba con los ojos abiertos, con una expresión de sorpresa y con la respiración completamente agitada. Yo me debía ver se la misma manera.
—Esto no ha pasado —nos señalé y entré en la casa.
Me llevé las manos a la cara y me las restregué por toda ella. Me apoyé en la puerta y dejé caer mi cuerpo al suelo, rodeándome las rodillas con los brazos. Apoyé la cabeza en la puerta y suspiré, fuerte, pensando en lo que había ocurrido hacia unos míseros segundos atrás.
Escuché un motor encenderse y, luego, un coche acelerar y derrapar por la carretera de mi calle.
Por Galillei, ¿qué había hecho?
¿Había besado...
... a mi rival?
¡Hola!
AHORA VUELVO
AAAAAAAAAAAA
QUE HA HABIDO BESO
SOS
NECESITO AIREEEEEEE
VALE, ya
Recapitulemos...
Noah por fin se atreve a pedirle una cita, pero, nene, vas tarde
Morgan espiando (sería ella)
Sam, Sam... ¿qué sabes?
Que cita más aburrida
Violet se está dando cuenta que no tiene cosas en común con Noah... Y ¿su subconsciente? ¿Le está traicionando? ¿Está teniendo pensamientos intrusivos de esos?
¿Calabacita? Calabacita
Noah, ¿qué es eso de irte sin esperar a las explicaciones? Muy feo eh
La tensión en el coche, el Violet, el no querer que esté enfadada con él...
Basta, le amo
Y ¿el final? Es que no supero
¿Cómo que esto no ha pasado? ¡Claro que ha pasado y no pienso olvidarlo!
Ya paro jeje
¿Cómo afectará esto a su relación de "enemistad"?
¿Qué había susurrado Oliver?
Que de incógnitas
¿Pareja de película/serie/libro favorita? Yo siempre voy a amar Stydia y de libros a Jude y a Cardan...
Capítulo dedicado a todas mis lectoras pero sobre todo a una de mis amigas, Marta, quien me iba a matar la próxima vez que nos viésemos si nada ocurría. ¿Estás contenta ya? ¿Sigues odiándome? :(
Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️
¡Muchas gracias! Nos leemos,
Maribel❤️
Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)
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