Tres
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El incesante sonido de las teclas siendo pulsadas hacía que me pitasen los oídos. Las ignoré durante las horas que tenía de clase, pues estaba acostumbradas a ellas, a escucharlas constantemente mientras mis compañeros escribían y apuntaban todo lo que el docente decía en sus ordenadores, intentando tomar los mejores apuntes para poder estudiar bien cuando fuese necesario.
Levanté mi mano cuando me surgió una duda, la cual el profesor resolvió sin problema. La dinámica era siempre la misma desde hacía un par de semanas, llegaba a clase, tomaba apuntes y levantaba la mano cada cinco minutos, o cada vez que tenía una duda, para participar y llevarme el simple punto de participación al bolsillo. Asentí ante su explicación y continué escribiendo, pero un sonido más molesto todavía se escuchó por la clase.
Rodé los ojos porque no era la primera vez que lo escuchaba. Las risitas del fondo se seguían escuchando desde el primer día de clase. Normalmente, mi mente se había habituado a poder estudiar y concentrarme sin importar el ruido de fondo. En mi casa siempre se hablaba a voces y había mucho jaleo, por lo que tuve que acostumbrarme y el ruido no me solía molestar. Aunque ahora sí que lo hacía, pues no era algo que dependiese de mí, no escuchaba bien las explicaciones del profesor y me estaba poniendo nerviosa al no poder tomar los apuntes bien. Apreté los puños y estiré los dedos, para seguir tomando nota. Volví a rodar los ojos y me dispuse a darme la vuelta para mandarles a callar, pero el profesor se me adelantó.
—Los del fondo, esto es la universidad. Si no queréis dar clase me importa bien poco, es vuestra elección, pero estad en silencio. Si seguid haciendo ruido os vais de la clase —se subió las gafas de la nariz y siguió explicando. Sonreí interiormente, feliz por su regañina. Si fuese por mí, yo se lo hubiera dicho de otra manera, mucho más borde e informal, pero por lo menos se habían callado. El silencio no duró mucho, volví a girarme cabreada al causante de las risas —. Vamos a ver, ¿qué es tan gracioso?
—Se ha equivocado, la X no representa eso, sino 36. De la manera en la que usted la tiene hace que la ecuación no tenga sentido y sea imposible de resolver. Me rio porque es una ecuación muy fácil —fruncí el ceño y me puse a mirar la pizarra. Tenía razón, no me había dado cuenta, había estado tan distraída a causa de sus risas que lo había pasado por alto. Observé al profesor, cuya cara se le puso como el mismo color de su polito, completamente rojo. No me podía creer que el profesor se equivocase, mucho menos yo, pero menos podía creerme que ese chico lo hubiese corregido de esa manera, casi sin prestar atención, pues solo se reía y yo, que estaba concentrada, no había sido capaz de encontrar la errata.
Giré la cabeza hasta la parte trasera de la clase, allí, el chico estaba rodeado de más personas. En su mesa solo había un par de folios y un bolígrafo, no llevaba ni siquiera un ordenador para apuntar todo lo que decían. Siguió riéndose con sus colegas, pensando que había sido super divertida la forma en la que había corregido al profesor. Le fulminé con la mirada, molesta.
Cuando sonó el timbre, recogí todas mis cosas y me dispuse a salir del aula, para así buscar la otra donde tenía la siguiente clase. Pasé de largo por el lado donde estaba sentado el chico con sus amigos. Rodé los ojos al pasar por allí, pues seguían con las risitas y como si hubiese hecho la cosa más increíble de mundo, en lugar de la más fuera de lugar e indebida.
"Un cuerpo permanecerá en reposo o en movimiento rectilíneo y uniforme a menos que actúe sobre él una fuerza externa."
Repetí una y otra vez esa frase en mi cabeza. Era la primera, de tres que había, ley de Newton sobre Mecánica clásica y dinámica. Había estudiado los tipos de mecánica y todos los principios básicos sobre la física, pero nunca estaba de más volver a reestudiármelo y tenerlo todo fresco en la cabeza.
Le di vueltas al bolígrafo que tenía en las manos, le quité el capuchón y empecé a escribir en las líneas de mi libreta. Mi método de estudio era muy simple y sencillo, leía una y otra vez el temario, lo copiaba en un folio a parte a modo de esquema, con toda la información necesaria pero sin poner de más. Asimismo, repetía en voz alta todo una y otra vez, hasta lograr memorizarlo y, luego, lo escribía todo en un folio a modo de narración y de la misma manera que venían los apuntes. Solía aprenderme todo de memoria, completamente igual que lo estudiado, aunque a veces tenía que tirar de entendimiento e ingenio para que me entrase en la cabeza. Cogí un subrayador verde pastel de la taza blanca, en forma de unicornio, que utilizaba como lapicero, lo destaponé y subrayé el título y la información más importante, para así poder centrar más mi atención cuando volviese a esa parte.
Mi móvil vibró en la mesita de noche, junto a mi cama. Lo había dejado allí mientras estudiaba para no cogerlo ni distraerme, pues no podía permitírmelo. Además, todo lo que no tenía en los apuntes lo tenía en el ordenador y con él no me distraía, cuando entraba en un estado de concentración y en modo estudio había pocas cosas que me distrajesen. La alarma volvió a sonar, haciendo que me levantase de la incómoda silla. Apagué esta y me puse los zapatos para irme.
Tenía que ir a trabajar, entraba en poco tiempo y tenía que irme en bicicleta hasta allí. Cogí mi chaqueta vaquera del perchero que había junto a la puerta de mi habitación y salí. Todavía tenía tiempo para llegar, pues las alarmas me las ponía con suficiente tiempo para tener un margen. Entré en la habitación de mi hermano y rodé los ojos al verle jugando a la consola en lugar de hacer otra cosa productiva.
—¿No tienes tarea? —hablé, pero fue como si lo hiciese con una pared. Recibí un vacío por su parte, así que lo volví a intentar—. Jason, ¿no tienes tarea? —se echó para detrás una parte de los auriculares y me miró, cabreado por haber interrumpido su partida.
—Luego la hago —resopló. No estaba muy convencida por su respuesta, sabía que no iba a hacerla, pero no podía estar todo el día detrás de él. Asentí lentamente y salí de allí, no me preguntó a donde iba, nunca lo hacía.
Bajé las escaleras y cogí el casco de la bicicleta que estaba en el mueble del recibidor. Antes de salir, miré en la cocina y en el salón en busca de mi madre, pero no se encontraba en casa. Tenía turno en el hospital, como todos los días. Me coloqué el casco en la cabeza y saqué la bicicleta del jardín, llevándola a la carretera y a la zona hábil para estas. Saludé con un movimiento de cabeza a mis vecinos y a los hijos de estos, quienes jugaban y corrían por la zona.
Cerré los ojos y disfruté del paseo en este vehículo de dos ruedas. Había una parte en el trayecto que solía ser muy tranquilo y apenas había peatones ni coches, este día era uno de esos. Aspiré el aire y sentí como la suave brisa me daba en la cara, haciendo que unos mechones castaños que tenía sueltos se balanceasen, haciéndome cosquillas en los redondos mofletes. Exhalé el aire y sonreí levemente. Podía ir a todos lados en bicicleta, era terapéutico para mí.
Cuando montaba en esta sentía todas mis preocupaciones yéndose, aunque había veces en las que estas eran enormes y no podía concentrarme ni dejar la mente en blanco. Cuando eso pasaba, no había nada que pudiese hacer para remediarlo. Hace años tenía otra manera para relajarme y distraerme de los problemas y conflictos, pero hacía mucho tiempo que no lo hacía, dejó de hacerme sentir tan bien. Ya no era una vía de escape, en su lugar, se convirtió en una tortura y en una forma de hacer que todos mis problemas y preocupaciones se centrasen, volviéndolos una maraña de lana incapaz de deshacer.
Me quité el casco cuando llegué al campus, dejé la bicicleta bien asegurada con el candado y cadena y crucé todo el recinto hasta llegar a Ross's. Nada más entrar en el local, un fuerte, pero dulce y agradable olor a café recién molido y a galletas de canela recién hechas entró por mis fosas nasales, haciéndome casi babear por el hambre. Saludé a mis compañeros de trabajo y entré en la sala de empleados, donde cogí de mi taquilla mi delantal y gorra negra, en la parte frontal de esta estaba el nombre de la cafetería bordado con hilo blanco. Me coloqué mi uniforme y salí a ayudar a Morgan, quien me pasó una galleta de Red Velvet con chispas de chocolate blanco. Le sonreí en agradecimiento porque era mi favorita y, cada vez que tenía un turno me daba una antes de empezar.
La pelinegra me hizo colocar en el mostrador, en la otra caja, y me hizo atender a los clientes que entraban. Llevaba pocos días trabajando aquí, pero me había adaptado bien. No era muy difícil, por lo menos cuando estaba detrás de la caja registradora y preparando pedidos, pues era cosa de saber apretar los botones apropiados y de medir los ingredientes. Lo difícil venía cuando trabajaba fuera de la caja, llevando y trayendo órdenes, no solía ocurrir muy a menudo, ya que era un autoservicio, pero había veces en las que teníamos que salir a recoger la basura y restos de la terraza. Por suerte, hoy no era uno de esos días. Podía trabajar perfectamente desde el interior de la tienda.
Esperaba pacientemente como el chico que estaba en la cola decidía lo que quería tomar. Apoyé las manos en la encimera y le sonreí, le expliqué lo que tenía cada tipo de batido o café y le recomendé mis favoritos. Señalé la enorme pizarra que colgaba en la barra trasera, le expliqué que llevaba cada cosa y los tipos de tamaño. No me hacía falta mirar la pizarra, había memorizado todo antes de empezar, pues no quería hacer mal mi trabajo ni retrasarme preguntándole cosas a mi compañera. Cuando alguien en la parte trasera de la línea le metió prisa, el chico acabó pidiéndose cualquier cosa, sin estar del todo seguro. Tecleé en el ordenador su orden e hice los cálculos mentalmente para darle su cambio, sin necesidad de coger la calculadora y retrasarme. Si lo hacía, el resto de los clientes iban a acabar más cabreados y no quería eso, no cuando seguía acostumbrándome al trabajo y no cuando seguía sin cobrar. Y necesitaba el dinero.
La chica que le había metido prisa al chaval de antes se colocó delante del mostrador, indicando que era su turno. Un chico, pasó un brazo por sus hombros y cuchichearon antes de dirigirse a mí.
—Un frappuccino de Oreo y otro de chocolate blanco. Tamaño mediano y con nata los dos —dijo la chica, sin siquiera mirarme a los ojos. Puso un billete en la barra, saqué los vasos de plástico de la estantería y apunté las órdenes con un rotulador permanente negro en estos. Levanté la cabeza para apuntar los nombres y así poder llamarlos cuando estuviesen listos —. Samantha para el de oreo y Alek para el otro —el rubio le dio un beso en la coronilla. Cuando me di la vuelta para preparar sus pedidos rodé los ojos, aburrida y asqueada por el comportamiento de la pareja. Morgan, desde el otro lado de la caja, me miraba riéndose. Me sacó la lengua, dejando ver la bola plateada de su perforación en el medio de la lengua. Fruncí el ceño interiormente, pensando en el dolor que tuvo que pasar para hacérselo. Una vez terminé la orden, llamé en voz alta a la parejita, quienes recogieron sus bebidas y se colocaron en una de las mesas con sofás que había dentro del establecimiento.
Atrapé al vuelo, aunque con torpeza, la bayeta que me lanzó mi compañera de trabajo. Le fruncí el ceño, pero esta se limitó a hacerme un gesto de la cabeza para que empezase a limpiar. Como yo era la recién llegada, casi siempre me tocaba a mi limpiar las encimeras y máquinas, pero no me importaba. Estaba acostumbrada a hacerlo en mi casa. La pelinegra se colocó a mi lado, de espaldas a la encimera y los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Sabes ya quién soy? —chisté con la lengua, cabreada conmigo misma porque no lo sabía. Me había rebanado los sesos intentando averiguar de que se me hacía tan conocida, pero no tenía idea de qué y me estaba matando. Pues sabía que lo hacía. Volví a mirarle, intentando resolver el simple acertijo que me había planteado durante mi primer día de trabajo, puesto que ella dijo que sí me conocía, pero no me dijo nada más. Los ojos castaños de la pelinegra me miraban, una pequeña sonrisa vacilona oscilaba en sus carnosos y rosados labios. Negué con la cabeza, incapaz de descifrar el enigma. La pelinegra sonrió ampliamente —. Voy a ser buena, novata. Estudiaba en el Instituto de Holmgraves. Ahí tienes una pista —se giró y se fue a atender a la persona que esperaba en la cola, frente a la caja y su puesto de trabajo. Esperé a que terminase de atender al chico y me puse a su lado.
—¿Estábamos juntas en clase? —pregunté. Pero no me acordaba de ella. A mi favor tenía que decir que no me acordaba de mucha gente, solo iba a clase y me centraba en esta. No hablaba con nadie, ni siquiera en los pasillos, solo saludaba de vez en cuando y me relacionaba si era estrictamente necesario, es decir, si tenía que hacer algún trabajo grupal. Me rasqué la sien con la mano derecha, intentando hacer memoria.
—Matemáticas Avanzadas con el Profesor Green —contestó, mirándome con una sonrisa. Abrí los ojos, sorprendida por su respuesta y por lo estúpida que había sido al no acordarme—. Tú también me sonabas un montón y cuando vi tu nombre ya supe de qué era. Violet Campbell, la chiquilla de primer curso que cursaba una asignatura de tercero, la chiquilla que sacaba unas notazas a pesar de tener dos años menos que el resto de clase, la chiquilla que se creía mejor que nadie por tener una media de nueve y medio en cálculo —sonreí tímidamente, aunque avergonzada. No solía jactarme con mis compañeros de las notas que sacaba ni era algo de lo que presumía, pero había veces en las que una sonrisa se me formaba en el rostro o en la forma en la que hablaba, haciendo ver que sí que presumía, pero era todo lo contrario. La sonrisa era de orgullo hacia mí misma, me pasaba días estudiando, así que sacar buenas notas era una gran recompensa y no sabía relacionarme, por lo que siempre que hablaba era para contestar cuanto había sacado. No tenía culpa de mis notas ni de eso —. Pero no te preocupes, novata, aquí yo soy la que tiene el control —dijo, haciendo referencia a que era la encargada de llevar toda la cafetería cuando Tyler no venía a trabajar. Le sonreí, divertida ante sus últimas palabras, y algo aliviada por saber por fin quien era. Por fin le ponía cara y nombre entre la multitud de personas que había en mi clase.
Morgan me dio un pequeño golpe con la cadera, haciéndome soltar una pequeña risa. La pelinegra volvió a su puesto de trabajo y yo al mío. Como ya había terminado de limpiar y darle con un paño a mi parte de la barra, empecé a fregar algunos de los platos y tazas de cerámicas que había dejado mi otro compañero de trabajo en la barra. Sentí como el agua caliente caía sobre mis manos, fregué y enjuagué bien todos los trastes, luego los dejé secar sobre una especie de toalla antes de meterlos en sus respectivos estantes y baldas.
—¿Hola? ¿Quién es ese dios griego? —fruncí el ceño, descolocada y confusa ante el cometario de mi compañera. Apreté la mandíbula, hasta el punto de dolerme los dientes de la presión, al ver como el "dios griego" al que se refería se trataba, nada más y nada menos, del chico que se pasaba todas las clases hablando, riéndose e interrumpiendo a los profesores con sus tonterías.
—Más bien diría ¿quién es ese bucéfalo? —fue lo único que contesté. Asqueada por el piropo que le había echado.
¡HOLA!
Violet se encuentra con un estúpido en su clase...
Creo que Jason y Violet no se llevan tan bien como parece...
¡AH! Qué Morgan y Violet ya se conocían, pero nuestra querida prota es una antisocial...
Oye, Violet, eres un poco pesada
¿Dios griego o estúpido? Pues una cosa no quita la otra.
Vale, si Pinterest no me traiciona, "bucéfalo" significa: hombre rudo, estúpido e incapaz.
Nuestra V es amante de las palabras extrañas, así que no os sorprenda leer palabras así de cultas en esta historia.
¿En qué momento pensé, como alguien de letras puras, escribir una historia donde la protagonista ama las matemáticas? Menuda clown soy🤡
¡Espero que os haya gustado! ¡Muchas gracias por leer!
¿Teorías sobre el próximo capítulo?🤭
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