Treinta y uno

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Tan pronto como la noche acabó, Oliver me llevó de vuelta a casa.

No fui capaz de hablarle. De mencionar nada de lo que había pasado. No me atrevía, porque hacerlo se volvía muy real. Supuso que algo pasaba, así que intentó volver a las pullas, a los comentarios sarcásticos y fuera de lugar para sacarme de mis casillas, pero no contesté a ninguno. No podía hacerlo.

La vuelta a casa consistió en eso, en sus comentarios intentando hacerme hablar y en mi silencio, volviendo el ambiente incómodo. Mirar por la ventanilla pasar los árboles era mi único pasatiempo en el camino en coche. Al aparcar en mi puerta, me miró con el ceño fruncido, lleno de preocupación y yo no tuve valor de devolverle la mirada. Simplemente le di las gracias y me bajé del vehículo, caminando hasta la entrada de mi casa. Pero él me siguió, pude sentir sus pasos detrás de mí y cuando me agarró de la muñeca para enfrentarse a mí, me derrumbé. No podía mirarle a los ojos, porque, si lo hacía iba a acabar llorando, pero él me obligó a mirarle, no pudiendo dejarme ir tan fácilmente.

Recordé la de preocupación que me lanzó, a las cinco y media de la mañana en medio de la desierta y fría calle. Rápidamente ese sentimiento cambió y fue remplazado por dolor y confusión, porque sabía que era lo que ocurría. Y mis palabras fueron como dagas para él. Dagas que se clavaron en varias partes de su cuerpo y se retorcieron para infringirle más dolor. Cerré los ojos ante el recuerdo de sus ojos llenándose de ira y conmoción, pero, sobre todo, llenos de dolor. Todavía me dolía ver como se marchaba, sin mirar atrás, con la mandíbula apretada.

Todavía recordaba el sonido de las llantas al derrapar, acelerando con velocidad y desapareciendo por la calle.

Todavía recordaba como las lágrimas comenzaron a salir mucho antes de que llegase a mi cama y me tapase con la colcha para acurrucarme.

Todavía me dolían mis propias palabras.

«—Esto ha sido un error. No puede volver a pasar, Oliver. Esta noche no ha pasado —con dolor en mi voz, resquebrajándose a medida que pronunciaba esas palabras.

—Bien, haz lo que quieras, cómo siempre haces —ira, rabia, conmoción y estupefacción en su respuesta—. Vuelve a hacer como que nada ha pasado, es lo que mejor que sabes hacer.»

Me llevé las manos a la cabeza y me masajeé las sienes, intentando calmar el dolor de cabeza que tenía. Ya me había tomado un analgésico y estaba esperando a que hiciese efecto y me menguase el dolor. Tenía unas bolsas moradas debajo de los ojos a causa de llevarme toda la madrugada llorando bajo las sábanas.

Un pitido agudo aumentó mi cefalea, gruñí y dejé caer mi cabeza sobre la mesa de madera. Se oyó un golpe seco y como algo era arrastrado por la superficie lisa. Levanté la cabeza y observé la humeante taza de café que Morgan había colocado para mí. Le sonreí levemente, pero la acción me dolía y me parecía muy forzada. Eché un sobre de azúcar al brebaje marrón claro y llevé la taza a mis labios.

Morgan y yo habíamos quedado para ir a desayunar, como solíamos hacer la mayoría de los sábados, pero tuve que mandarle un mensaje diciéndole que no me encontraba bien y si podíamos posponerlo. No aceptó mi respuesta sin una explicación clara, insistió e insistió por mensajes, pero no le dije nada e intenté dormirme. Pero Morgan no aceptaba un no por respuesta si la respuesta no estaba clara, por lo que se acabó acercando a mi casa y acribilló el timbre hasta que tuve que abrirle la puerta, pues Jason seguía durmiendo y cuando lo hacía entraba en modo Bella Durmiente y mi madre ya se había ido.

Ahora estábamos en la mesa de la cocina, tomándonos un café. Yo intentaba encontrar las palabras para comenzar a contarle lo que había ocurrido, porque ella sabía que mi mal estado de ánimo tenía una razón y un nombre. Morgan esperaba pacientemente mi narración, le daba un sorbo de vez en cuando a su café negro, mirando expectante. Una vez que supe como empezar, se lo conté todo. Le conté todo lo que sucedió la noche anterior, como Oliver me había recogido, llevado a esa colina sin decir nada, la sorpresa que me dio, como vimos la lluvia de estrellas uno al lado del otro. Y le conté el beso, o bueno, todos los besos que compartimos bajo la luz de las estrellas, con la luna como la única testigo de nuestros besos furtivos. Le relaté todo, mis duras palabras hacia él, el comportamiento seco que le daba, la ley del hielo que impartía en él.

Morgan me escuchó atentamente y no hizo ningún comentario a medida que hablaba. Me dejó hablar y desahogarme. No hubo comentarios sarcásticos, ni fuera de lugar, no hubo interrupciones. Al terminar de hablar, podía sentir todas las lágrimas recorrer mi rostro, el hipo recorriéndome, la nariz roja y llena de mocos. La pelinegra me alcanzó unas servilletas y me tranquilizó con palabras de aliento. Una vez estuve más tranquila, supe lo que se venía y me merecía todo lo que tenía que decirme.

—Primero que nada, nada de hacerle la ley del hielo, Oliver, quieras o no, es del mismo grupo que nosotras. Los cinco somos amigos, así que, si le evitas, lo que vas a conseguir es que todos estemos incómodos, no solo ustedes dos —levantó los dedos a medida que hablaba, enumerando con sus manos las cosas que tenía que decirme. Me sorbí los mocos y le miré—. Segundo —levantó otro dedo—, tienes que ser más conscientes de tus actos. Os habéis besado, no es para tanto, ¿vale? No puedes hacer una montaña de un grano de arena, novata. No puedes besarle y hacer como si fuese el fin del mundo. Tienes casi diecinueve años, afronta las consecuencias de tus acciones. Tercero —un dedo más en el aire. La culpabilidad recorría mis venas—, ¿te gusta Oliver, Violet?

¿Me gustaba Oliver? Me pensé la respuesta, pero no sabía que contestar. Bueno, era mentira. Sí que sabía la respuesta. Llevaba días sabiéndola, pero decirla en voz alta era un gran paso. Decir esas palabras en voz alta conllevaba a que fuese realidad. No había marcha atrás.

Morgan me miraba expectante, deseosa de escuchar las siguientes palabras que iban a salir por mi boca. Pero mi hermano menor hizo acto de presencia. Entró en la cocina mientras profería un gran bostezo y se tapaba la boca con la mano. Se talló los ojos, confuso por la presencia de la pelinegra, pero se recompuso rápidamente. Desvié la mirada y la centré en la taza medio vacía que estaba en la mesa. Estaba fría, el calor humeante había desaparecido. No quería que Jason me viese llorando ni así de deplorable. Aunque tampoco me dirigió ninguna mirada. Pude escuchar lo que decía.

—Buenos días, hermosa —se me escapó una pequeña sonrisa por el tono galante y coqueto que puso. Sabía que Morgan estaba sonriéndole irónicamente—. ¿Sabes? He estado yendo al gimnasio y ya se pueden apreciar los resultados, aunque el gilipollas de Oliver diga que no —me atraganté con mi propia saliva ante la mención del orangután—. ¿Quieres tocar para comprobarlo? ¿Cómo me ves ahora que estoy más musculoso?

—Paso, sigo estando muy fuera del alcance para ti, mocoso —dejé escapar una sonrisa ante la respuesta de mi amiga.

—Algún día cambiarás de opinión.

—Cuando seas capaz de pasar una noche en el cementerio sin mearte ni cagarte en los pantalones, me plantearé cambiar de opinión.

—No he escuchado un no. Además, me gustan los retos —levanté un poco la cabeza y le vi poner una pose triunfante.

—Ah, ¿si? Pues ponte como reto aprobar y pasar de curso, mocoso —contestó la pelinegra. Lo que me hizo saltar y levantar la cabeza.

—¡Morgan! —reprendí a la tatuada, quien se encogió de hombros y me miró con culpabilidad. Le había contado lo que había ocurrido porque necesitaba su opinión y maneras de castigar a mi hermano, no pensaba que lo iba a soltar, así como así.

—¿Qué coño te pasa? ¿Has llorado? —me preguntó mi hermano. Negué con la cabeza, aunque era un movimiento estúpido, se podía notar a leguas que sí lo había estado haciendo—. Bah, espero que no estés llorando por haber suspendido un examen. Me voy. Llámame, muñeca —con la mano hizo como si tuviese un teléfono y se lo llevó a la oreja. Luego desapareció escaleras arriba.

—Tu hermano es un caso aparte —rio levemente y centró su atención en mí—. Perdón, no tendría que haberle dicho eso.

—No pasa nada. A lo mejor, si tú se lo dices, se lo empieza a tomar más en serio.

—En parte, es gracioso ver su pequeño enamoramiento, si se le puede llamar así, hacia mí, pero debe superarlo pronto —bebió de su café e hizo una mueca, pues también le debía haber quedado frío—. Ahora volvamos a lo importante, ¿te gusta o no?

—No.

—Mientes —tragué saliva. Morgan podía leerme como si fuera un libro abierto—. ¿Qué te asusta, Violet? —colocó la mano encima de la mesa y esperó a que yo pusiese una de las mías sobre la suya, le dio un apretón y me miró con ternura—. Venga, somos mejores amigas, puedes decirme que es lo qué te da miedo, no te voy a juzgar.

—Me dan miedo muchas cosas, pero esto no, porque no me gusta —Morgan me miró frustrada, suspiró y reafirmó la presión de nuestras manos—. Oliver Moore no me gusta, Morgan —reafirmé.

Pero la reafirmación era más para mí que para ella.

Porque quería creer que no sentía nada por él.

Porque no me asustaba que me gustase Oliver, me aterraba.

Empezaba a odiar la fraternidad esta.

Morgan me había vuelto a arrastrar a esta casa, la cual estaba llena de gente y el ambiente estaba muy revuelto. Odiaba las fiestas, pero eso a mi amiga no le importaba, me había traído aquí con la excusa de que necesitaba distraerme y un par de cervezas era lo que necesitaba para lograrlo. Pero ¿cómo iba a desconectar en un sitio lleno de personas, de ruido y de la persona en la que no quería pensar?

Era un incordio, sentía la penetrante mirada del orangután sobre mí desde hacia un par de horas y se había encargado de hacer mil comentarios incómodos y fuera de lugar en todo el rato que llevaba en la fiesta. No podía ni beber tranquila sin sentir su mirada, su intensidad, como intentaba decirme algo con esa mirada que me negaba a devolver. Aunque, por suerte, no había mencionado lo que pasó un par de noches atrás, justo como le pedí. Oliver hacía como si nada hubiese pasado y eso me tranquilizaba y me aterraba a partes iguales. ¿Estaría esperando el momento justo para soltar la bomba?

—Vale, pero ¿cuáles son las probabilidades de que te ataque un tiburón mientras estás en el mar? —preguntó Alek totalmente en serio. Bebí de mi vaso y pensé la respuesta. Recordaba haberlo leído en alguna parte.

—Una entre once millones y medio —respondimos el orangután y yo a la par.

Le miré de soslayo, él solo sonreía a la vez que le daba un sorbo al contenido de su bebida. Estaba recostado en el sofá con el brazo izquierdo sobre el respaldo acolchado de este, por lo que yo estaba tensa ante su postura tan relajada y segura. Por Einstein, mi plan de alejarme se estaba yendo por la borda y todo por culpa de él y de Morgan, quien después de su charla no tuve más remedio que desechar ese pensamiento de mi mente y hacer yo también como si nada. Además, tampoco ayudaba que Oliver estuviese a mi lado ni que su mano sobre el respaldo estuviese a centímetros de mi cabeza y se dedicase a acariciarme la nuca mientras hablaba, mandando escalofríos por todo mi cuerpo y que estuviese roja de la vergüenza e ira de su descaro.

—Sois dos enciclopedias andantes —respondió Morgan con una risa. Le sonreí incómoda—. Ahora en serio, Alek, ¿cómo te va a dar miedo el mar? Si tienes toda la pinta de ser un surfista —sonreí y me reí mentalmente al imaginarme al rubio, con su melena al viento, en una tabla de surf mientras cabalgaba olas gigantescas.

—Pues no hay nada más que me dé más miedo —fingió un escalofrío—. A saber de las cosas que oculta el mar, no sabemos ni la mitad de lo que se esconde en él —negó con la cabeza y se cruzó de brazos—. No, para nada. Prefiero quedarme en tierra haciendo castillos de arena y enterrando a este —señaló al orangután, quien sonrió divertidamente, haciendo que el lunar que tenía en la mejilla izquierda se elevase. Retiré la mirada al ver que la mantenía demasiado tiempo. Él me miró.

—¿Qué pasa, cervatillo? —la sonrisa creció.

—Apuesto a que hay que hacer un agujero enorme para enterrar al orangután este y a todo su orgullo —exclamé divertida. Escuché una leve risa por parte de Sam y de Morgan, Alek sonreía divertido y Oliver me miraba con las cejas alzadas.

—Mi orgullo no es todo lo grande que tengo —escupí de vuelta en el vaso lo que intentaba beber. No me esperaba esa respuesta, pero tratándose de Oliver era algo que debía haber visto venir.

Tonta.

Morgan intentó acallar una carcajada, pero rompió a reír. Sam le siguió, se cubrió la boca no queriendo ser muy descarada y Alek rodó los ojos, seguramente harto de la falta de humildad de su amigo y de su vocabulario. Oliver me miraba divertido, con una sonrisa ladeada. Miré la frente, con el rostro completamente rojo. Estaba ardiendo.

—Cuando quieras te lo demuestro —dejé escapar un pequeño jadeo de incredulidad y me eché para el otro extremo del sofá cuando susurró eso en mi oído.

—Deja de ser tan pervertido, asqueroso —respondí.

—No seas mal pensada, cervatillo. Estaba hablando de mi premio al mejor jugador en la secundaria —la sonrisa de superioridad y diversión no desaparecía de su rostro.

Quería borrársela de un golpe. Fruncí el ceño y miré al resto del grupo. Los tres reían a causa de esta interacción entre el orangután y yo. La tatuada vocalizó algo, pero la ignoré a propósito. Rodé los ojos y decidí ir a hacer un cambio de mi bebida, pues había escupido lo que estaba bebiendo y no me apetecía beber de ahí. Caminé hasta la cocina donde me serví lo mismo que Morgan me había puesto, pero menos cargado, pues ella tenía la increíble manía de servírmelo con mucho alcohol. Cuando volví al sofá, Sam estaba eufórica y estaba explicando algo al resto.

—¡Vi! —exclamó el apodo que me había puesto y se colocó a mi lado, agarrándome de los hombros y mirándome a los ojos con una sonrisa—. ¡Vamos a jugar a "Yo nunca"! ¿Juegas?

La miré incrédula. ¿No éramos algo mayores para jugar a este tipo de juegos? Por Einstein, teníamos diecinueve años, ¿no era algo infantil? Pero diciendo la verdad, nunca había jugado, no había ido a ninguna fiesta a la que se hubiese jugado, solo a la botella que fue donde tuve mi primer beso, así que, a pesar de lo infantil que sonase, me entusiasmaba la idea y más después de ver la cara de Sam. Visualicé a Morgan, esta ya estaba sentada en el suelo charlando con algunas personas que también se iban a unir. Asentí y me dejé ser arrastrada hasta el circulo. Me coloqué junto a la tatuada y escuché las reglas del juego, aunque no era muy complicado.

Me empecé a arrepentir de jugar en el momento que empezaron con algunas preguntas tan fuertes. Por Einstein, ¿a quién iba a engañar? No había hecho nada, solo había besado a un par de personas y las cosas que decían eran increíbles, solo le daba un sorbo en las cosas más simples. Me quedé sorprendida ante la cantidad de veces que vi a Morgan empinar su codo y beberse el contenido de su vaso. Se lo recargaron una vez más y habló.

—Yo nunca he tenido un tampón en mi nariz —fruncí el ceño asqueada ante su respuesta y miré a todo el circulo. Alek bebió un sorbo y se le vio completamente asqueado y avergonzado.

—En mi defensa diré que me empezó a sangrar la nariz y era la único que teníamos a mano en medio del campo —respondió. Dejé escapar una sonrisa tímida y esperé a que hablase—. Mmmm... yo nunca me he olvidado del cumpleaños de un amigo.

—Olvídalo ya, pasó hace siete años —contestó Oliver a la par que bebía de su vaso. A pesar de que ya le había dado varios sorbos, se le veía completamente sereno. No hizo ninguna pregunta, pasó su turno a otra persona.

—Yo nunca he besado a nadie de los que estamos jugando —la respiración se me quedó atorada en la garganta. Instintivamente mis ojos se fueron hacia Oliver, quien, a medida que se llevaba el vaso a sus labios, susurraba "bebe" con una sonrisa divertida. Tragué saliva, pero no bebí, no hasta que Morgan me dio un codazo y una mirada incrédula.

—La gracia del juego es que bebas cuando hayas hecho algo —susurró. Por lo que levanté el brazo y le di un pequeño sorbo, causando una sonrisa de satisfacción en el orangután.

Continuamos la ronda y, como todo se estaba saliendo de control, Sam intervino y puso un orden. Preguntaba una persona y, luego, la persona de su izquierda realizaba otra pregunta u orden. Como esto se llamase. Miré sorprendida a Morgan cuando bebió ante la proposición de si se había acostado con alguien más de cinco años mayor. Parecía una tontería, había mil parejas que se llevaban más años que eso, pero nunca había mencionado nada.

—Fue un polvo de una noche que no tiene importancia —me dijo al oído.

Asentí y continuamos el juego. Proposición tras proposición hasta llegar a mi turno, donde la risa se me cortó porque no sabía que decir. Morgan me miró con una mueca cuando pasé el turno, incluso escuché un abucheo hacia mi persona que me hizo encogerme.

—Ya, ya, voy yo —Sam habló con una sonrisa borracha—. Yo nunca he besado a alguien y me he arrepentido —mi brazo subió y bebí un gran sorbo de mi bebida. Sentía la mirada del orangután sobre mí, como quemaba. Si las miradas matasen, ahora mismo mis cenizas estarían esparcidas por todo el mar.

—Yo nunca he mentido sobre lo que siento hacia alguien —por mucho que mi conciencia me decía que lo hiciese, no bebí. Solo hice el amago de levantar el vaso, pero se mantuvo en su sitio ante la pregunta de Oliver, como estaba dirigida solo hacia mí. Apretó la mandíbula y mantuvo su atenta mirada sobre mí.

—Yo nunca he odiado a alguien —solté cuando volvió a tocarme. Miré al orangután a los ojos a medida que le daba un sorbo al interior de mi vaso. Pero no odiaba a Oliver, una parte de mí no podía hacerlo, porque se había labrado un lugar en mi vida y me era imposible odiarle, aunque quería odiarlo y que se alejase y me dejase en paz. Me dio una mala mirada.

Estuvo así hasta que se dio por finalizado el juego, hasta que todos nos agotamos y acabamos borrachos y divertidos. Me senté en el sofá y me puse a hablar con Alek, Morgan y Sam durante un rato. Oliver, tan pronto como terminó el juego, se fue a saber Hubble donde. Alek acabó desconectando y solo le daba sorbos a su refresco mientras esperaba a que su novia terminase de parlotear. Sonreí al ver la atención con la que miraba a su novia mientras la escuchaba hablar de mil cosas que no tenía ni idea de a que venían. Morgan había desaparecido con la excusa de ir a bailar. Sam dejó de hablar y se levantó y me arrastró a la pista con ella, dejando a Alek solo mientras nos miraba divertido. Morgan nos recibió con los brazos abiertos.

Era un palo en medio de la pista improvisada, pero a mis amigas no le importaba. Ellas me menearon a su antojo y me hicieron bailar junto a ellas. Reí y reí mientras sentía el efecto de todo lo que había ingerido en mi cuerpo. Los desinhibidores se habían apagado y ya no sentía vergüenza, por lo que dejé el pudor a un lado y repetí todos los movimientos de mis amigas. Todavía quedaban un par de horas para que nos fuésemos. Ya no me lo estaba pasando mal y, en momentos como estos, no odiaba las fiestas. Sam desapareció y fue en búsqueda de su pareja, quien fue también arrastrado hasta nosotras y bailamos los cuatro.

—Oye, ¿ese no es Oliver? —gritó Sam en medio de la música. Miré hacia donde estaba mirando y la boca se me abrió de incredulidad y sorpresa. Un pequeño malestar me golpeó—. ¿Quién es esa chica? No la conozco.

—¿Por qué se está acercando a él tanto? —habló Morgan.

Las tres mirábamos hasta la pared donde estaba el orangután junto a una chica desconocida. Alek miraba desinteresado el panorama, pero pude ver como me dedicaba una mirada de soslayo para luego desviarla. Vi como la chica le susurraba algo al oído que causó una pequeña risa en él.

—Ve a por él —habló Sam.

—¿Por qué debería hacerlo? —contesté. El malestar era mayor al ver como reía con ella.

—Sí, Violet, deberías ir —secundó Morgan—. Tienes que alejar las garras de esa de tu hombre.

—Oliver no es mi hombre —contesté. Las tres estábamos borrachas y nuestra voz arrastrada lo delataba—. Que haga lo que quiera, es su vida —un nudo en mi estómago se estaba formando. Me encogí de hombros —. Voy al baño, ahora vengo —asintieron y se miraron entre sí.

Llegué al baño entre trompicones y empujones. Por Einstein, estaba mareada. Tiré mi vaso al retrete. Pensé en ir a la cocina a por otro vaso, pero no me interesaba beber más alcohol, pues, estaba segura, de que si bebía más, iba a acabar abrazada al váter de mi casa y no me apetecía nada eso. Me apoyé en la encimera y cerré los ojos. Las imágenes de Oliver con esa chica extraña me azotaron y abrí los ojos de golpe.

Oliver y yo no éramos nada. Eso no debería molestarme, cada uno debía hacer su vida y más después de todas las veces que le había dicho que entre nosotros dos no había pasado nada, que lo olvidase. Pero eso no evitaba que un gran nudo en mi estómago y garganta se formase. Un malestar me abrumaba y sentía que estaba mal, que debía hacer algo.

Me eché agua en la cara y en la nuca, esperando que se me bajase algo el alcohol. Vale, estaba mareada, pero todavía era consciente de lo que hacía. Lo estaba, ¿no? Creo que no lo era tanto porque salí del baño disparada con una misión en mente y, cuando localicé mi objetivo, caminé hasta él, forzando una sonrisa en mi rostro y un gesto amable.

—Ah, Olivercín, menos mal que te encuentro —me colgué de su brazo y le abracé. Pegó un pequeño brinco porque no se esperaba esto. Sinceramente, yo tampoco lo hacía.

—Perdona, pero ¿tú eres? —la chica me miró incrédula—. Por si no lo ves estábamos en medio de algo.

—Oh, perdona, no me había dado cuenta —mentí con falso perdón y arrepentimiento—. Soy Violet —apoyé mi cabeza en el brazo de Oliver y sonreí—. ¿Y tú eres? Ah, no importa. Ahora si me disculpas, Olivercín me había prometido llevarme a casa y a cenar, ¿verdad, cariño? —abrió los ojos y tragó saliva. Le miré con una sonrisa y volví mi mirada a la chica que seguía sin identificarse, cambiándola por una mirada de superioridad. Esta me devolvió la mirada, causando que sonriese. Rodó los ojos y se fue.

—Siempre tengo que ligar con los que están cogidos —se fue murmurando. Me despedí con la mano de ella.

Reí y me separé del orangután, pero esto no me dejó. Le miré malhumorada, pero este sonreía divertido y con un brillo en los ojos. Rodé los ojos.

—¿Qué te pasa en la cara?

—¿A qué ha venido eso, cervatillo? —preguntó.

—Sam y Morgan me han retado —contesté encogiéndome de hombros.

Venga, eso no te lo crees ni tú. Admite lo que sientes. Cobarde.

—Ya, y la Tierra es plana —me dejó ir, así que caminé lejos de él, pero me volvió a parar, colocándose delante de mí y agachándose levemente para mirarme a los ojos—. Eso era una escena de celos, cervatillo.

—Más quisieras tú que fuera una escena de celos.

—Oh, cervatillo, estaría más que encantado que fuese verdad —tragué saliva y le miré a los ojos—. Ahora vámonos, al parecer te he prometido llevarte a casa y a cenar, cariño —sonrió burlón, lo que causó que rodase los ojos.

—Prefiero ir andando y no comer en diez días —contesté librándome de él y caminando mientras me tambaleaba debido a la intoxicación alcohólica que llevaba. Escuché su risa. Me tensé cuando pasó su brazo por mis hombros, pero me relajé y continué a su lado, riendo a su par y sintiéndome a gusto.

Le volví a echar la culpa a la borrachera. 

Siguió picándome y soltando comentarios respecto a lo que había pasado minutos atrás durante todo el trayecto hasta su coche. Me tuve que parar en la entrada de la casa porque toda la sala se movía a mis pies y no lograba concentrarme, estaba todo borroso. Oliver resopló divertido y me aupó en sus brazos, pero no me subió en sus hombros, como a un saco de papas, sino que me acunó en sus brazos, como si de un bebé se tratase y me llevó hasta su coche. Cerré los ojos, me gustó la sensación de tranquilidad que me abarcó.

—¿Violet? ¿Estás bien? —una voz preocupada habló. El cuerpo de Oliver se tensó. Abrí los ojos al reconocer esa voz y sonreí.

—Noah, ¡qué de tiempo! —reí.

Noah, mi vecino, a quien había besado y con quien llevaba sin hablar desde hacia un par de semanas estaba ante mí. Y yo estaba en los brazos de la persona con la que le había dicho que no tenía nada.

Empecé a reírme de incomodidad.

¡Hola!

Diosa Morgan al rescate, menos mal que ella no deja que Vi se aleje😎

Jason, Morgan está muy fuera de tu alcance, ve a por alguien más de tu edad, bro

A mí también me dolieron las palabras de ambos, pero menos mal que Oliver pasa y sigue acercándose a ella😌

Vi, no mientas más😭😭😭😭

Esa escenilla de celos😎😎😎 deberías hacerla ante Heather así ve que va tras un hombre pillado 😠

Oh, oh, Noah vuelve a aparecer...

***
Capítulo dedicado a Tania María, mi queridísima amiga rubia que sigue sin saber como configurar Wattpad y sigo sin saber cual es su usuario🥺

¿Lo ves, rubia? Aquí tienes tu capítulo dedicado, no es que me hubiese olvidado de ti, es que no sé como etiquetarte😭😭😭

*

Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️

¡Muchas gracias! Nos leemos,

Maribel❤️

Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)

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