Treinta y ocho
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Los rayos de sol se infiltraban por la cortina del gran ventanal de cristal.
Molesta al recibir el impacto de tanta vitamina D de golpe ante mis ojos claros, me di la vuelta en la enorme cama, soltando un quejido de molestia. Aunque no pude girarme ni colocar un cojín sobre mi cabeza, pues había algo generando una ligera presión en mi cintura, de manera que estaba totalmente inmovilizada. Reconocí el aroma particular que caracterizaba al orangután: una mezcla de menta, de sus relajantes musculares y cremas para el deporte y a coco, su cabello siempre olía a esa fruta tropical.
Intenté sacudirme y salirme de su agarre para volver a mi habitación. Ni siquiera sabía la hora que era, ni si Morgan había vuelto a la cama o había pasado el resto de la noche en ese sofá, borracha en medio del salón. Pero necesitaba volver a mi dormitorio asignado sin que nadie viese ni supiese que había pasado la noche con Oliver, a pesar de que nada hubiese pasado entre ambos. Nada más de dormir abrazados. Nada más de quedarnos dormidos escuchando los latidos de nuestros corazones yendo a una velocidad inhumana. Ni nada más de sentir sus caricias por mis extremidades a modo de relajación. No había pasado nada más a parte de esas cosas.
Cuando creí que iba a poder escapar de su agarre, este se afianzó y mi cuerpo entró en tensión cuando su mandíbula se apoyó ante mi hombro, con su mejilla haciendo un ligero contacto con la mía. Aunque la tensión incrementó cuando pude sentir su cálido aliento ante ella. El escalofrío que me recorrió el cuerpo fue como una explosión de energía en el espacio exterior: una explosión que duró unas milésimas de segundos, pero que dejó marca en mí.
—Cervatillo, si sigues moviéndote así vamos a tener un problema.
Su voz lenta, pausada, pero, sobre todo, ronca y áspera de recién despierto fue la gota que colmó el vaso.
Tragué saliva con lentitud e intentando poner todas mis emociones a un lado, queriendo que el cerebro pensase y fuese el director de lo que estaba pasando y no el corazón, el cual parecía ser el causante de todo este revoltijo de emociones y sentimientos ante un Oliver recién despierto.
—¿Qué clase de problema? —susurré con la voz temblorosa, insegura de saber a que se refería.
—A veces eres tan tonta siendo lo inteligente que eres, cervatillo —acabó su frase con un suspiro profundo. El aire cálido se infiltró por mi oído y me hizo estremecer.
Y pronto comprendí a que problema se refería. Tragué saliva y dejé de moverme, incapaz de asimilar lo que estaba ocurriendo. Pero tuve que hacerlo, porque el incipiente bulto rozaba con la zona baja de mi cuerpo y ahí me di cuenta de algo. Estaba en pijama y no se caracterizaba con ser uno muy tapado, al contrario, como era una persona calurosa, dormía con unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes. Además de eso, sentía como el calor traspasaba a través de la fina tela y así fue como me acordé de que Oliver dormía son el torso desnudo. Me notaba los mofletes colorados y ardiendo, estaba muerta de la vergüenza ante toda la información que estaba procesando mi cerebro.
Reuní todas mis fuerzas y me separé de él, escapando de su agarre y de sentir su erección en mi trasero. Pero hubo un factor que no tuve en cuenta a la hora de apartarme de golpe: la ley de la gravedad.
Mi trasero pasó de estar en contacto con el cuerpo de Oliver a estar en contacto con el frío suelo de madera. Cerré los ojos en el momento que escuché la risa del orangután y me llevé una mano a la nuca para acariciármela. Había faltado poco para que me chocase con la mesita de noche.
—¿Estás bien, cervatillo? —preguntó una vez que su risa se apaciguó. Su cabeza se asomó por el borde de la cama, pude ver sus ojos rojos e hinchados por acabarse de despertar, su flequillo estaba hecho un desastre, pero se le veía igual de impresionante que siempre.
Me levanté del suelo y asentí sin decir nada, sin ser capaz de decir nada por la vergüenza del golpe y de lo ocurrido. Caminé avergonzada hasta la puerta de la habitación. Su voz ronca y rasgada hizo que me frenase durante unos segundos.
—No me dejes así, cervatillo —tragué saliva y, nerviosa salí de allí.
Pude escuchar un suspiro de frustración en el momento en el que cerré la puerta y supe que había tapado su cabeza con un cojín que había en la cama. Suspiré con algo de alivio cuando estuve fuera y caminé de vuelta a mi habitación, atravesando el largo pasillo hasta esta. Me esperaba tranquilidad y volver a dormirme, pero Morgan estaba sentada en la cama y me miraba con una sonrisa pícara.
—¿Qué tal anoche, traviesilla? —inquirió cruzándose de brazos. Me encogí de hombros y me tiré a su lado, cayendo en la cama boca abajo y soltando un suspiro—. ¿Me estás diciendo que has dormido junto al dios Oliver y no has hecho nada? —su pregunta llena de indignación me hizo reír levemente, pero negué con la cabeza—. No te creo, ¿ni siquiera una paja? —el sonrojo que tenía antes no había desaparecido; al contrario, había incrementado por culpa de los comentarios de la pelinegra, la cual rompió a reír por verme en este estado—. Venga ya, novata. ¿No habéis hecho nada?
Recordé sus trabajados y musculosos brazos rodearme y abrazarme; su voz suave y dulce, una que solo ponía en ciertos momentos, mientras me susurraba palabras tranquilizadoras cuando me desperté en medio de la noche por culpa de una pesadilla; mi mejilla en contacto con su torso desnudo; su pecho subiendo y bajando con lentitud cuando se quedó dormido. Y todos esos recuerdos me hicieron sonrojar más y más.
—Dímelo ya, pillina —me pinchó las mejillas con sus dedos índices.
—No hicimos nada más aparte de dormir —susurré algo molesta. Me miró con extrañeza y algo de incredulidad, pero pronto sus facciones se tornaron confiadas y supe que ya me creía. Su mano se colocó sobre mi cabello y comenzó a peinarlo con una sonrisa tranquilizadora.
—¿Te da miedo hacerlo con él porque es tu primera vez?
—No —susurré. Aunque sí que era algo que me preocupaba—. No me da miedo eso porque no va a ocurrir.
—¿A qué te refieres, novata? —paró las caricias para mirarme bien a la cara. Tragué saliva cuando su atención se fijó en mis ojos, y supe que la había pifiado porque ella sabía cuando estaba mintiendo y cuando no solo con mirarme a los ojos.
—No va a ocurrir, a eso me refiero —dije, con fingida seguridad y certeza—. No siento nada por Oliver, así que nada va a ocurrir.
—Novata, no soy estúpida, ¿vale? —su tono cabreado me hizo encogerme en la cama—. Está claro que sientes algo por él y no es odio —me dijo antes de que pudiese corregirla, cerré la boca y desvié la mirada—. Entiendo que te dé miedo aceptar tus sentimientos, pero tienes que dejar de tenerlo. El miedo solo te frena. El miedo te impide vivir tu vida, cariño.
—Para ti es fácil decirlo, eres la persona más valiente que conozco.
—¿Te crees que conseguí ser así de la noche a la mañana? Novata, yo también tuve y tengo miedos. No fue fácil salir del armario, ni enfrentarme a mi familia ni mucho menos fue fácil aceptar quien era. Me daba miedo, me sigue dando mucho miedo conocer a alguien y que no me acepte por como soy. Me da miedo que me secuestren o me hagan algo por ser mujer; me dan miedo tantas cosas, novata. Pero hay que vivir, hay que pegarle una patada al miedo y comenzar a vivir tu vida como tú quieras —hizo énfasis en varias palabras de lo que había dicho y yo le miré con tristeza. Su sonrisa reconfortante fue de mucha ayuda—. Ahora dime, novata. Si se da la ocasión durante estos días aquí, ¿harías algo con Oliver?
Me pensé la respuesta con mucho cuidado. ¿Lo haría? Por Einstein, ni siquiera puedo besarle sobria y, si lo hacía, le decía que lo olvidase. Por Hubble, me decía a mí misma que no significaba nada, que debíamos olvidarlo y que había sido una tontería, un desliz que le puede ocurrir a cualquiera. Y ya había quedado claro que Oliver no iba a hacer nada conmigo si eso implicaba que al día siguiente o a los pocos minutos hiciese como si nada hubiese ocurrido. Pero no podía evitarlo, no sabía que me ocurría, pero algo en mi interior me impedía aceptar lo que estaba ocurriendo.
Pero sí que había algo en mi interior de lo que estaba segura. Con Oliver quería llegar a donde no había llegado nunca con nadie, porque las mariposas estaban siempre presentes cada vez que estaba con él, porque la temperatura aumentaba de manera considerada cada vez que nuestros labios entraban en contacto, porque no me hubiese importado continuar con él en su dormitorio.
Ojalá hubiese estado presente la Violet de las dos cervezas presente.
Aun sabiendo mi respuesta, miré a los ojos a Morgan y reuní toda mi fuerza de voluntad para hablar.
—No haría nada con él —me miró decepcionada, pero continuó acariciando mi cabeza. Su delgado cuerpo se tiró junto al mío y me acercó a ella, olía a cervezas y a cigarrillos, a su olor—. No podría hacer nada con él cuando me voy en un par de días —susurré con la voz temblorosa—. Me ha perdonado que hiciésemos como si nada después de cada beso, pero eso ya no tiene perdón.
—Dile que te vas, lo va a entender, novata —su voz suave era la mar de reconfortante, pero no podía hacerlo, no podía.
Apreté su cuerpo entre mis brazos y disfruté de la calma que me brindaban sus palabras dulces en apoyo.
—Como se nota que eres virgo —fue lo último que escuché antes de caer rendida a su lado, sobre la mullida cama en la que nos encontrábamos.
Era la peor persona.
Las manos me temblaban de la emoción mientras miraba la enorme e histórica fachada que teníamos a varios metros por delante nuestra.
Era la primera vez que pisaba un museo tan grande y fascinante como este. Pero es que el Museo de las Bellas Artes de Boston era uno de los más grandes que existían en los Estados Unidos y albergaba colecciones desde el Antiguo Egipto hasta colecciones contemporáneas. Observé la estatua ecuestre que estaba encima de un gran bloque de piedra con entusiasmo y empujé a Morgan para avanzar por la enorme cola en la que estábamos. Los seguratas nos hicieron pasar nuestras maletas por la máquina de rayos equis para registrarnos y comprobar que no llevábamos nada peligroso.
Ya habíamos estado en el Museo de las Ciencias y, por ende, todos estaban algo cansados, pero yo no. Yo me lo había pasado fenomenal en el anterior sitio que habíamos visitado, había explicado varias cosas a mis amigos junto a Oliver y nos habíamos unido a grupos que explicaban cosas para niños, donde pasé algo de vergüenza porque Oliver tenía la ligera manía de interrumpir a la guía turística para corregir algunas cosas que yo sabía que se equivocaba, pero que no veía adecuado decirle ya que se trataba de su trabajo. Pero, al final, yo me había acabado uniendo a él y, por su culpa, nos acabaron riñendo y casi nos echan de allí. Por suerte, prometimos mantenernos callados, aunque Oliver y yo no parábamos de reírnos al final de la visita, mientras que el resto nos miraban sin entender nada.
Pero visitar este museo lleno de arte, de pinturas y de esculturas era completamente diferente para mí. Llevaba queriendo visitarlo desde hacía años, dejé de pensar en él en los años en los que estuve desvinculada de los lienzos, pero, desde que lo retomé y desde que Oliver nos invitó a venir a Boston, llevaba planeando visitarlo, ya fuese sola o acompañada. Por suerte, mis amigos también quisieron venir, por lo que veníamos en grupo.
En la entrada del museo nos dieron unos auriculares y nos indicaron que aplicación descargar para poder recibir la visita guiada y saber la historia detrás de cada cuadro, escultura, esbozos, joyería y artículos de colección que íbamos a ver. Comenzamos visitando la colección de arte griego y romano, Morgan estaba deseando ver cuadros y pinturas que tratasen sobre la mitología, uno de sus temas de conversación favoritos. Estuvimos así durante horas, rodeados de personas en enormes salas, pero que nos hacían sentir diminutos al contemplar los gigantescos lienzos colgados de las rojas paredes de papel.
Cuando nos encontrábamos cerca de la joya de la corona de la colección, me temí lo peor. Estaba rodeada de desconocidos y no sabía donde estaban mis amigos, pues, debido a mis ansias y ganas de ver este rincón del museo, les había perdido de vista en este mar de curiosos por el arte. Comencé a ponerme nerviosa porque no veía a nadie conocido y la cobertura y señal no era para tirar cohetes, por lo que no podía llamarles y los mensajes no se enviaban. Mi respiración era más errática por segundo que pasaba en el centro de la sala, quería concentrarme en un cuadro, en algún punto en específico, pero estaba nerviosa y sentía que el corazón se me iba a salir del pecho. Nunca había sido dependiente de nadie, era muy solitaria y podía hacer todo sola y sin ayuda de nadie, pero no contaba con estar rodeada de personas, personas sudorosas por culpa del calor infernal que hacía y que no viese ni donde me encontrase ni un hueco en el que meterme para poder respirar. Era todo muy ruidoso, grupos de amigos imitando las esculturas, seguratas pidiendo que apaguen los flases de las cámaras...
Estaba entrando en pánico cuando, de repente, encontré mi salvación.
O la salvación me encontró a mí.
Todo el ruido desapareció. No había jaleo, todo se convirtió en un ruido sordo, era ajeno. Y los desconocidos a mi alrededor no importaban. Solo importaba la persona frente a mí. Solo importaba la forma en la que me agarró y tiró de mí hasta que mi nariz quedó enterrada en su pecho. Solo importaba como su mano sostenía mi cabeza mientras me abrazaba.
Solo importaba que Oliver me había encontrado.
—Aquí estabas, cervatillo —le escuché decir. Pasé los brazos por su cintura y afiancé el agarre, agradecida de estar junto a algún conocido en esta marea de extraños.
—¿Dónde están los demás? —pregunté viendo que estaba solo.
—Estaban agotados y se han quedado bajo un aire acondicionado —dijo con diversión. Sonreí levemente algo más tranquila y también divertida porque sonaba a algo que mis amigos harían—. Venga, ¿tú no querías ver esa colección? —asentí extrañada y con algo de ternura porque se hubiese acordado de la exposición que quería contemplar—. Pues vamos.
Las conocidas y típicas descargas eléctricas que estaba acostumbrada a recibir hicieron su aparición estelar cuando su mano entró en contacto con la mía y tiró de mí mientras corría para no volver a perderme en la muchedumbre. Entrelacé nuestros dedos, con nerviosismo, para no perderle de vista y reí a carcajada limpia mientras corría a su lado, olvidando los minutos anteriores donde me sentía completamente sola y perdida.
Y la colección que tantas ganas de ver tenía hizo su aparición. Entramos en la sala indicada y me quedé boquiabierta al ver lo increíble que era. La puerta por la que entramos se trataba de un arco, con sus columnas griegas de un estilo corintio; el suelo de mármol pulido brillaba a cada paso que dábamos y podía ver nuestro reflejo en las baldosas; las paredes de papel rojo con un estampado antiguo, pero que era de piedra a medida que la pared era más alta. Y, por último, los cuadros colgados a lo largo de toda la estancia, con sus descripciones en las tarjetas para saber de que trataba.
Por fin estaba en una exposición de Claude Monet y no podía estar más contenta y eufórica de ello. Miré fascinada cada una de las obras exhibidas en esta sala y le conté a Oliver una breve historia del pintor francés. Él me escuchó con atención y me preguntó por varios detalles. Estaba hablando con fascinación y la sonrisa no se me borraba del rostro, ni siquiera cuando Oliver hacía algún comentario para cachondearse de mí por mi nivel de fanatismo hacia este tema.
Mis ojos miraban con asombro el lienzo de Mañana en el Sena cerca de Giverny, uno de mis cuadros favoritos del autor. Admiraba como utilizaba la técnica del óleo sobre lienzo, como combinaba los tonos malvas, azules fríos y verdes para darle esas formas de árboles y del río Sena. Me encantaba la historia del cuadro, de como Monet viajaba y viajaba en busca de inspiración, pero siempre acababa en el mismo sitio.
—No lo entiendo —la voz de Oliver me sacó de mi fascinación. Le miré con extrañeza. Su rostro se giró hacia mí y fijó su atención en mis ojos—. Son figuras borrosas que hacen que me pierda —su ceño fruncido a medida que volvía la atención al cuadro casi me hizo reír. Me acerqué a él y coloqué una mano en su brazo, sintiéndome como una profesora. Él se tensó bajo mi tacto, pero no lo tomé en cuenta. Su aroma a menta y a coco fue lo que me embriagó.
—Eso es porque los reflejos son casi simétricos, pongo abelii —mi tono divertido no pasó desapercibido—. Esa era la intención del artista, o eso se cree, pero, si te fijas bien, puedes ver como hay un camino marcado —le expliqué con suavidad. Dejé caer la cabeza sobre su brazo mientras miraba el lienzo colgado en la pared—. Es precioso.
—Sí que lo es —le escuché murmurar. Subí mi mirada y vi que su atención estaba fija en mí, no en el cuadro frente a nuestros ojos. Ignoré las mariposas en el estómago y el sonrojo que atentaba contra mis mejillas—. Sigo sin entenderlo, es un barrullo de colores y formas difusas, pero quiero entenderlo, quiero saber que lo hace tan especial para ti.
—No lo sé. El arte es subjetivo, lo que a mí me parezca una obra de arte, quizás a otra persona le parecerá una basura —me encogí de hombros—. Sus colores me atraen y esas tonalidades suaves me provocan tranquilidad en el cuerpo. Me hacen estar en calma y en paz. Pintar me hace sentir así.
—Creo que este cuadro me recuerda a ti —fruncí el ceño, confusa por su confesión. Le miré, pero él ya me miraba a mí—. A pesar de que gran parte de las veces en las que estamos juntos quiera matarte —la confusión pasó a ser indignación—, tú eres quien me trasmite paz y tranquilidad. A tu lado estoy en calma, a pesar de que seas un remolino de emociones y un desastre —concluyó con una leve sonrisa.
Su mano había acabado cerca de mi cara, apartando un mechón castaño claro que caía suelto. Lo colocó con delicadeza tras mi oreja y se acercó con lentitud. Yo me quedé hipnotizada ante sus ojos verdes; del color de la esperanza. Colocó la mano en mi mandíbula y dibujó caricias en mi pómulo izquierdo con su pulgar, haciéndome estremecer por cada roce que me daba.
La distancia no era problema por cada segundo que pasaba, pues estábamos más y más cerca, hasta que nuestra respiración se compaginó y se volvió una. Inhalé el sabor a menta de su aliento cálido y sonreí levemente, contenta, extasiada... hechizada. Y, esta vez, fui yo quien se encargó de acortar la distancia.
Sus labios eran suaves y, el sabor a menta estaba más acentuado a esta distancia. Mi teléfono sonando con nuevas notificaciones, la suave música clásica que salía de los altavoces en la sala para acompañar la experiencia, los murmullos a nuestro alrededor... el cuadro de Monet en nuestras narices.
Nada importaba.
Porque éramos Oliver y yo.
Rompí el beso en búsqueda de aire, de oxígeno que alimentase a mis pulmones. Miré a Oliver con un brillo en los ojos y los suyos me devolvieron la mirada con la misma intensidad. Una leve sonrisa estaba en sus carnosos labios y yo se la devolví. Cerré los ojos al sentir como su dedo pulgar dibujaba círculos en mi pómulo, le di un rápido beso en la mano, causando una sonrisa tierna. En este momento no me importaba nada, pues nadie nos conocía, no tenía que fingir.
En este momento quería estar con Oliver.
Y, cuando se volvió a inclinar para retomar el beso, mi teléfono móvil volvió a sonar, indicando que la cobertura y la señal volvía a funcionar.
—Quizás sea Sam —hablé en un susurro sobre los labios del castaño. Asintió y me dejó mirar el teléfono.
Pero no tuve que haberlo hecho, porque no se trataban de mensajes de Sam ni de ninguno de nuestros amigos, sino de otra persona que se había quedado en Holmgraves.
Y, como pensaba que iba a ser ella, Oliver leyó todos los mensajes.
—¿Me estás diciendo en serio que has quedado con el sosainas? —no había ni un rastro de ternura con la que me había mirado segundos atrás, solo ira y rabia—. ¿Qué tienes que hablar con él, Campbell? —apreté la mandíbula porque no entendía su rabieta.
—Ya te dije lo que iba a hablar con él, ¿qué más te da? —escupí.
—Joder, cervatillo, pues me da y mucho —declaró con la mandíbula apretada, las venas de la frente se le notaban más que nunca.
—Eres un puto crío. Voy a quedar con él porque es mi amigo, ¿vale? Deja de molestarte tanto porque tú y yo solo somos amigos, Moore —supe en el momento que le dije lo que éramos que la había pifiado.
Mis palabras en él hicieron mella y su mandíbula se apretó todavía más. Metió las manos en los bolsillos y con una mueca en la cara me miró mientras asentía con lentitud. Yo me dediqué a contestarle y crucé los brazos una vez terminé, mirando pero sin llegar a ver realmente el resto de obras.
—Menos mal que os encontramos —la suave y melódica voz de Sam sonó por toda la sala.
Su sonrisa se borró al ver nuestro estado. Ambos estábamos cabreados y ni siquiera nos mirábamos, formando un ambiente tenso y caldeado.
—¿Qué coño ha pasado entre ustedes? —inquirió Alek con extrañeza.
Encontré la mirada de Morgan y negué con lentitud con la cabeza solo para ella, esperando que no indagase en el tema y dejase las cosas como estaban. Sus ojos indicaron entendimiento y dejó el asunto en el aire.
—Ver tantos cuadros me ha dado hambre, ¿pillamos unas pizzas de camino al apartamento? —preguntó forzando una sonrisa.
Asentimos y le seguimos. Su brazo rodeó mis hombros y me atrajo a ella, su aroma a cigarrillos me indicó que lo que había hecho era salir a fumar y no a ver tantos cuadros como decía. Sus botas militares formaron un eco por todas las salas por las que pasábamos.
—¿Me vas a contar qué ha pasado? —susurró en mi oído.
—En casa —dije de vuelta.
Miré a Oliver, quien hablaba con Alek y Sam, esta última intentaba hacerle reír y sonsacarle información. Pero estaba segura de que sabía hacia donde iban los tiros. Tuve esperanza de que Oliver me mirase, que dejase atrás su temperamento, pero no lo hizo.
Y yo me sentí como una basura.
Yo solo quería que no me odiase antes de irme, pero no iba por el buen camino.
¡Hola!
Baia, baia... durmiendo abrazaditos🥺🥺
Vi, ayuda a ese chico a arreglar su problema😭
Diosa Morgan siempre dando los mejores consejillos y ayudando a su mejor amiga😎
Eeeeeeee museo date😍
Es que los amo, de verdad, son tan monos. Que se casen ya
«—Tú eres quien me trasmite paz y tranquilidad. A tu lado estoy en calma, a pesar de que seas un remolino de emociones y un desastre».
¿No queríais que se comiesen los mocos? Pues hala, aquí lo tenéis jajajaja
Ou mamá, Noah is back🥴
Se viene dramita???? Always
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Este es el cuadro del que hablan💖
Canción de multimedia: Angel -FINNEAS
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Espero que os haya gustado mucho, porque yo he disfrutado mucho escribiéndolo. Espero vuestro feedback✨
Os quiero decir que no sé si va a haber maratón ya que tengo las clases por las tardes y me ocupan toda la tarde, vaya, y por la mañana como que tengo que hacer los trabajos y deberes que manden. Lo siento mucho porque estaba deseando hacer un maratón, pero no es posible ahora😭
Espero que lo entendáis y no me odiéis 💖
Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️
¡Muchas gracias! Nos leemos,
Maribel❤️
Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)
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