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Nada más llegar del museo, después de una media hora andando por las rocosas y antiguas calles de Boston en completo silencio, Morgan se encerró conmigo en nuestra habitación designada. Pensé en el paseo, en como intentó sonsacarme la verdad de lo ocurrido, pero sin conseguir ni una pizca de información. Ni siquiera logró nada cuando nos sentamos a cenar en la pizzería y los chicos iban al baño. Y no consiguió nada porque mi atención estaba fija en Oliver, quien, con razón, me estaba ignorando. Ni siquiera me miró cuando nuestros dedos se rozaron al coger una servilleta del servilletero del centro de la mesa; simplemente apartó la mano, sin ninguna broma, sin buscarme las cosquillas. Pero no podía enfadarme con él, yo misma me había buscado esto. Todo era mi culpa.
Y ni un trozo de pizza con queso y pollo pudo cambiar mi estado de ánimo.
Morgan no aguantaba más mi silencio, ni como rehuía de su mirada inquisitiva, ni como mis dedos se retorcían sobre mi regazo, acto del nerviosismo y ansiedad que recorría cada parte de mí. Mi mejor amiga estaba impaciente por saber todos los detalles de lo que ocurrió hacia unas horas atrás, pues se imaginaba hacia donde iban los tiros, pero no lo sabía al milímetro como quería saberlo. Continuó andando de un lado a otro y yo quise que el mullido colchón donde estaba sentada me tragase y me hiciese desaparecer entre sus muelles. De repente se quedó quieta y yo me asusté al sentir sus delgadas manos sobre mis hombros, el ligero apretón que le dio, clavándome sus uñas de gel en mi piel desnuda.
Sus luceros marrones como el chocolate me miraron con intensidad, queriendo leer lo que rondaba por mi mente. Por un momento pensé que sería capaz, pues todo era posible con la aficionada a la astrología y a la brujería. Su tono de voz era directo, lleno de ansia por enterarse del último cotilleo cuando habló.
—Habla, empieza a contármelo todo ya.
Y sus palabras fueron como un desencadenante en mí, el interruptor se encendió y las palabras comenzaron a salir de mi boca sin parar, casi sin respirar. Narré todo lo que había pasado en el día: la diversión que recorrió mis venas cuando interrumpíamos para corregir a los instructores en el Museo de las Ciencias, en la sensación de soledad y miedo que me embargó cuando me vi sola rodeada de desconocidos en una de las salas del Museo de las Bellas Artes de Boston, en las descargas eléctricas que me recorrieron cuando la cálida mano de Oliver encontró la mía, como dejé de sentirme sola a estar en paz. Le narré nuestros momentos a solas: las puntas de nuestros dedos rozándose a medida que andábamos por la sala de la colección dedicada al pintor francés Monet, su atención fija en mis ojos mientras le explicaba todo lo relacionado con sus obras... la tensión y electricidad que irradiaban sus esmeraldas cada vez que me miraban, cada vez que rozaba inintencionalmente su brazo.
Y luego le conté la pequeña conversación que tuvimos, esa comparación que hizo de mi persona con uno de mis cuadros favoritos, como dijo que le trasmitía paz y tranquilidad a pesar de lo demás. Cuando llegué a la parte del beso, tragué saliva nerviosa, sintiendo como la garganta la tenía reseca al recordar sus ásperas manos, de jugar al fútbol y el deporte, acunar mi rostro; al recordar sus suaves labios sobre los míos, el sabor al chicle de menta que era tan característico de él. No pude terminar de narrarle el beso sin sentir como todo el color me subía a las mejillas.
—¿Y qué pasó después, novata? Un beso de película, sí, pero ¿por qué estaba tan cabreado cuando llegamos?
Y ahí fue cuando le conté como las notificaciones me comenzaron a llegar de lleno, en como pensábamos que era Sam o Alek, pero no fue así. El remisor era Noah, con quien me había besado una vez y había descubierto que no sentía nada por él, pero, aun así, sentía que tenía una cuenta pendiente que hablar con él. Necesitaba hacerle entender que no era su culpa mi falta de atención y como ignoraba sus llamadas. Necesitaba decirle que me había confundido, por eso habíamos quedado en hablar, pero tenía los exámenes y luego el viaje y se me olvidó comentarle cuando podríamos vernos. Por eso su mensaje preguntando cuando era el día que íbamos a quedar en la cafetería del centro comercial para charlar.
Pero Oliver solo se había quedado con que íbamos a quedar, porque eso fue lo que apareció en el mensaje cuando miramos el teléfono.
Y yo, como cobarde que era, no tuve otra mejor idea que ponerme a la defensiva y echarle cosas en cara. Además de decir cosas que no sentía, porque no creía que solo fuésemos amigos, no sabía lo que éramos, pero, desde luego, no amigos.
Miré a mi amiga una vez que terminé mi narración. Pude ver como sopesaba toda la información que le había dado, podía sentir como un mecanismo en su cabeza se activaba y todas las ruedas y engranajes pensaban y asimilaban mi historia. Sentí como una gota de sudor recorrió mi sien hasta caer en el pantalón corto vaquero que llevaba. Cuando Morgan habló, eché a temblar.
—Por lo menos te has dado cuenta de que lo que le dijiste está mal —suspiró con agotamiento y yo sentí mi alma hecha pedazos. Morgan estaba harta de este tira y afloja y todo era mi culpa—. Novata, no sé que coño te pasa, te lo digo en serio, pero tienes que madurar y poner tus putos sentimientos en la mesa.
De repente, las lágrimas se me agolparon en los ojos y sentí mi labio temblar debido a los nervios y dolores de cabeza que me daba la situación. Miré a mi amiga con los labios temblorosos y dejé escapar un sollozo cuando sus brazos me rodearon en señal de apoyo.
—Vi, no entiendo por qué te resulta tan difícil —sus brazos me rodearon y pude sentir sus largas uñas acariciar mi cuero cabelludo en un gesto tranquilizador. El feo y asqueroso olor a tabaco barato penetró mis fosas nasales y me hizo lagrimear más todavía—. Solo tienes que ser sincera con él, y contigo misma. Está claro que te gusta. Os gustáis los dos, novata —pero sus palabras eran todo lo contrario a tranquilizadoras.
—No quiero que me guste, no quiero estar enamorada de él, Morgan —exclamé con la voz rota, sintiéndome cada vez peor.
Era la primera vez que decía esas palabras en voz alta. Era la primera vez que confesaba mis sentimientos en voz alta. Y ahora todo se volvía muy real.
—Ya es demasiado tarde para eso, novata —su tono era dulce, lleno de ternura, pero algo en él me hizo detectar que también era mordaz. Su forma pasiva-agresiva de dirigirse a mí era de lo más hiriente del mundo—. No puedes elegir de quien te enamoras, ¿vale? Deja de darle vueltas al tema y confiésate de una vez.
—No puedo hacerlo —me sorbí la nariz y le miré a los ojos, mostrándole la sinceridad que ocultaban todas y cada una de mis palabras.
—¿Por qué? Novata, te quiero mucho, pero estoy harta de esto. No puedes ser tan tonta y seguir haciendo como si nada. No solo le estás haciendo daño a Oliver, sino a nosotros también. Pero, sobre todo, te lo estás haciendo a ti misma. Y ya estoy harta de ver cómo te autodestruyes —aquí estaba el tono mordaz y sincero que tanto utilizaba.
—Tengo miedo —susurré. Sus cejas de encarnaron y me miraron con confusión, sin saber a qué me refería—. Tengo miedo —repetí con más firmeza, pero con la voz algo temblorosa todavía—. Tengo miedo de que me pase como a mis padres —le expliqué. Sus ojos mostraron entendimiento y su boca se abrió, asimilando mis palabras y mi confesión—. Ellos se querían y estaban muy enamorados, pero todo se fue por la borda en menos de lo que canta un gallo. No conozco ni a una pareja que haya durado mucho tiempo. Tengo miedo de que me rompan el corazón y acabe dependiendo del trabajo para poder llevarlo —le confesé con el corazón encogido. Era la primera vez que confesaba mis miedos en voz alta, pero supe con certeza que había elegido bien en contárselo a Morgan, pues su mirada era de entendimiento y sus caricias en mi cabeza me hicieron cerrar los ojos con pesar y lástima—. Y Oliver parece el típico chico que me va a hacer acabar con el corazón destrozado —su mano paró las caricias y le miré con confusión. Estaba seria cuando sus manos tocaron mis hombros y habló con seriedad.
—Pues parece ser todo lo contrario.
Una sensación de vacío y soledad me recorrió el cuerpo cuando Morgan se levantó y caminó hasta la puerta. Tragué saliva, sintiendo como el nudo en la garganta y en el estómago se hacía cada vez más grande, imposibilitándome respirar. Su mano derecha agarró el pomo de la puerta con firmeza y se giró hacia mí. Solo había dureza en su mirada, pero también algo más. Estaba cargada de pena. De pena dirigida hacia mí. Lo odiaba.
—Te apoyo porque eres mi mejor amiga, pero por eso te voy a decir la verdad —tragó saliva con dificultad. Sus siguientes palabras fueron como flechas lanzadas con el arco en mi dirección y, todas y cada una de ellas se clavaron en mi corazón a la velocidad de la luz—. O empiezas a afrontar tus problemas y a saber aceptar tus sentimientos o vas a acabar muy sola, Violet —no novata, sino Violet. Y eso me dolió más que cualquiera de sus palabras—. Ya te dije una vez que tienes muchos prejuicios y que hay más caras en la moneda. Piénsate bien tus próximos movimientos, te quedan pocos días aquí y las cosas no van como tú planeabas —dijo con pesar.
Supe a que se refería. Quería irme sin problemas, sin complicaciones, sin despedidas llorosas. Pero la estaba pifiando por cada segundo que pasaba. Primero, Oliver se enfadaba conmigo y me montaba una escena de celos y ahora mi mejor amiga se mosqueaba conmigo por cosas que no sabía como controlar ni afrontar.
Las lágrimas no tardaron en volver a salir cuando me tumbé en la cama y apreté un cojín con fuerzas.
Ni siquiera pintar me calmó.
No dormí en toda la noche, ya fuese por las constantes patadas de Morgan mientras dormía, las pesadillas que me carcomían o lo mal que me sentía conmigo misma y por mi forma de gestionar lo que no sabía con certeza.
Lo peor de todo fue que, al despertarme, tenía un mensaje del aula virtual de la facultad: las notas ya estaban subidas. Creí que eso me iba a tranquilizar un poco más, pero, al bajar la lista de los resultados de las cinco asignaturas que teníamos, vi algo que me terminó de romper y me hizo meterme debajo de las sábanas, a pesar del calor que hacía.
Había sacado un cinco pelado en una de las asignaturas. Eso era el infierno personificado para una obsesa de las perfectas calificaciones como yo.
Y lo peor era que sabía que no me había ido especialmente bien en Tecnología Aeroespacial, hice el examen en mitad de todo el drama familiar, mis pesadillas estaban en el punto más álgido y eso me impedía estudiar como siempre. El día de esa prueba fue el día en el que me desmayé y me desperté en la enfermería de la universidad. Pero una parte de mí esperaba que hubiese ido mejor.
Cuando Morgan y Sam me sacaron de la cama a rastras me quise morir, estaba llorando y seguía histérica por culpa de esa nota. Me iba a fastidiar la media de primer curso. ¿Y si los del programa se enteraban? ¿Me quitarían la beca? ¿Me mandarían antes a casa? ¿tendría que volver antes de tiempo a Holmgraves? Tenía la garganta seca y la nariz tapada a causa de los mocos por culpa del llanto histérico que estaba teniendo.
—Voy a perder la beca, voy a perder la beca, voy a perder la beca —susurraba mientras caminaba de un lado a otro por la habitación. Apretaba las manos, pero no sentía nada—. Voy a tener que dejar la universidad. O buscar otro trabajo, sí, eso haré. Por Einstein, Morgan, Sam, voy a perder la beca, me van a expulsar. No puedo pagar la matrícula de la universidad, es muy cara. Soy un fracaso, he echado todo a perder —comencé a hiperventilar. De repente hacía mucho calor en estas cuatro paredes.
—Hey, mírame, novata —los delgados dedos de Morgan se clavaron en mis hombros, cuando no la miré, con una mano me agarró la mandíbula, quedando mi boca boqueando como un pez. Su rostro denotaba tristeza, pero entendimiento a la par—. Para, te estás haciendo daño en las manos —susurró. Ni siquiera me había dado cuenta que me estaba mordiendo las uñas y los padrastros hasta el momento que ella me lo dijo. Escondí mis manos detrás de mi espalda—. Respira conmigo, novata. Sam —con la cabeza llamó a nuestra amiga y esta se acercó—, respira con nosotras. Así —inhaló lentamente y luego expulsó el dióxido de carbono de sus pulmones de la misma manera. Le seguí el ritmo y, poco a poco, comencé a calmarme—. ¿Ves? Sé que tus notas te preocupan mucho, pero una mala nota no te define, novata. No te van a echar de la universidad ni vas a perder la beca, ¿me escuchas? —asentí, pero no estaba muy segura—. Ahora ve a ponerte un bikini sexy que nos vamos a la playa.
Me quedé algo más calmada después de sus palabras, pero seguía algo agobiada. Tenía que haber un criterio para el tema de las becas, ¿no? En teoría no había suspendido ninguna, pero ¿y si me bajaban el porcentaje de dinero que me pertenecía por tener todo sobresaliente? ¿Cuánto podía cambiar? ¿Con la reducción me daría para pagar la matrícula? ¿Debería pensarme de verdad buscar otro trabajo para ayudar?
Salí con todas esas preguntas en mente hacia el salón junto a Morgan y a Sam, quienes me miraban como si me iba a volver a romper en cualquier momento, pero mi cerebro estaba tan ocupado buscando respuestas a esas incógnitas que no veía el momento de ponerme a llorar de nuevo.
Aunque casi que lo hago cuando me choqué con Oliver por andar sin mirar. Su aroma a coco me embriagó y fue lo primero que mi olfato captó. Estaba preparada para sus burlas por mis notas, por ello levanté la cabeza, dispuesta a enfrentar sus comentarios hirientes, pero lo que fue más hiriente fue su vacío y silencio, su forma de pasar de mí. Ni siquiera me había dicho nada por ser una descuidada y haberme chocado con él, solo pasó de largo y cogió su mochila con las cosas para la aventura de hoy. Morgan apretó una mano contra mi hombro en señal de apoyo, pero sabía lo que quería gritarme, lo veía en sus ojos: «Esto es tu culpa, te lo he dicho una y otra vez. Deja de ser tan cobarde». Pero era más fácil decirlo que hacerlo, por lo que hice una unión de todas mis fuerzas e hice como que no me importaba su fría indiferencia.
Jason: ¿vais a venir a recogerme o...? el viejo me está tocando los cojones más de lo normal, yo solo quiero ir a la playa.
Leí el mensaje que recibí de mi hermano pequeño a medida que salíamos de la casa. La playa no quedaba muy lejos, pero, aun así, teníamos que ir en coche y, como con la unión de Jason éramos más de cinco, teníamos que dividirnos e ir en dos vehículos. Y por ello estábamos haciendo una especie de sorteo para ver quien iba con quien. La verdad era que con la indiferencia que me trataba Oliver, lo cual era entendible, prefería ir en el coche con Alek y Sam, pero luego estaba el factor de que el insufrible de mi hermano se llevaba bien con el orangután y, seguramente, prefería ir con él en lugar de con el rubio.
—Hablad las cosas —miré extrañada a mi mejor amiga y esta me sonrió con inocencia una vez que me monté en el coche, ella corrió y se montó en el otro.
Tragué saliva y me tensé en el asiento trasero, pensando que ella venía con nosotros y que se iba a sentar en el del copiloto me puse aquí, pero ahora me sentía ridícula mientras que Oliver se montaba en el asiento del conductor. Fruncí el ceño cuando le vi rodar los ojos por el retrovisor.
—No te quedes ahí atrás, no soy el chofer de nadie, Campbell —fue mi turno de rodar los ojos, pero su tono serio y monótono, además de duro me hirió un poco. Pero le hice caso, para mí también era muy incómodo estar así.
Una suave música sonaba en la radio, pero aun así se sentía como todo estaba en silencio. Y todo era por culpa de la tensión e incomodidad que había en el espacio reducido de su coche. Le indiqué a mi hermano que fuese saliendo cuando nos acercamos a la zona donde vivía mi progenitor. Oliver aparcó el coche en doble fila mientras que este salía, le vi sacarle el dedo del medio a Andrew y solté una pequeña sonrisa, la cual escondí bajo mi mano.
—No aguanto al viejo ese, estoy deseando volver a casa —exclamó cruzándose de brazos en el asiento trasero. Frunció el ceño al ver que ninguno le respondíamos y creo que pudo oler la incomodidad en el ambiente, pues al cabo de unos minutos de trayecto dijo—. ¿Qué ha pasado entre ustedes dos?
—¿A qué te refieres? —pregunté con fingido desconocimiento e inocencia. No le miré ni por el retrovisor ni me giré en el asiento, porque acabaría pillando la mentira.
—No hay pullas entre vosotros ni ese insufrible coqueteo que me traéis siempre —miré de forma instintiva al conductor, pero este estaba centrado en la carretera, aunque pude ver como había apretado un poco la mandíbula.
—Al parecer los amigos no coquetean —se encogió de hombros. Pero ese comentario me hizo girar mi cabeza hacia él, molesta—. Métete eso en la cabeza, mini Campbell. No importa cuantas veces te líes con alguien, al final del día solo sois amigos —completó con una sonrisa. Resoplé y me obligué a no contestar y centrar mi atención en el paisaje que veía a través de la ventanilla. Jason seguía con su ceño fruncido—. Oh, esto me recuerda a una pregunta que tenía que hacerte, cervatillo. ¿Si quieres ser tan amiga de Noah es porque también quieres besarte con él? Porque al parecer eso haces con tus amigos —añadió con una sonrisa que pretendía ser angelical. Se sentía como si me hubiesen pegado un puñetazo en el estómago.
—Ten más cuidado con como le hablas, gilipollas —habló Jason con la voz dura. Yo solo me encogí en mi asiento e hice todo lo posible por no ponerme a llorar, debería haberme quedado en casa, en la cama y que ellos disfrutasen del día en la playa.
Todo se quedó en silencio a partir de ese momento, la música no ayudaba a la situación, como se suponía que hacía. El dicho decía que la música amansaba a las bestias, pero no nos calmó a ninguno. Solo estaba ahí, haciendo de banda sonora para la escena más incómoda y tensa que había vivido en mi vida. Ni siquiera la voz rasgada de Adam Foster cantando Epic Love me calmó y relajó, sino que hizo que soltase una solitaria lágrima, la cual me limpié.
No estuve relajada hasta que vi la playa por la ventanilla. Me incorporé en el asiento y miré asombrada el paisaje, pues, a pesar de solo vivir a un par de horas de la costa y de la capital del estado de Massachussets, hacia años que no pisaba los granos de arena de la playa ni sentía el agua salada en mis tobillos mientras paseaba por la orilla del mar. Aspiré el aroma a sal y a playa una vez que me bajé del coche y sonreí levemente, sintiendo como las preocupaciones desaparecían levemente. La suave brisa que traía consigo un olor a mar me recordaba a la sensación de libertad y paz que me brindaban esos paseos en bicicleta por Holmgraves. Y eso me hizo sonreír con más ganas.
Seguí a mis amigos por la pasarela de madera con las manos llenas de maletas. Morgan miraba su teléfono mientras masticaba su chicle, llevaba una sombrilla en sus hombros. Le vi hacer una pompa gigantesca, la cual se le reventó en su cara, por lo que reí, ganándome un golpe en el brazo por su parte. Nada más llegar a la parte de la arena blanda, Jason soltó su maleta en el suelo y corrió hacia el agua con un grito de exclamación. Sonreí al verle tan contento y entusiasmado.
—¿Habéis hablado las cosas? —escuché el susurro de mi amiga.
—Si por hablar te refieres a hacernos el tratamiento del silencio y a pelearnos más, sí, hemos hablado —le contesté mientras le ayudaba a clavar una de las sombrillas en el suelo.
—¿Desde cuándo eres tan fan de la ironía? Antes ni la captabas —frunció el ceño con diversión, lo que me hizo rodar mis ojos y sacarle la lengua. Pero luego se puso algo más seria—. Sé que no te puedo hacer cambiar de opinión, novata. Pero dile lo que sientes.
Tragué saliva y miré a Oliver, este ya estaba descalzo y sin camiseta, lo que me hizo dejar de respirar durante unos segundos, inspeccionándole de arriba abajo, ganándome un codazo de la pelinegra tatuada. Sam había visto toda la escena y se estaba descojonándose, aunque lo intentó disimular tapándose la boca con la mano. No podía ver sus ojos a través de las gafas de sol, pero sabía que le brillaban de la diversión.
—Se te cae la baba, cervatillo —pegué un mini brinco ante la voz grave, pero le di un golpe a Morgan, sintiéndome molesta con ella por imitarle y asustarme.
—Deja de ser tan lilipenda —le contesté a la par que le atestaba un golpe en el brazo. Ella me miró con falsa indignación.
—Y tú deja de usar insultos tan extraños, novata —me sacó la lengua en un gesto infantil.
Jason salía corriendo del agua, manchando de arena a todo el mundo a su alrededor y ganándose malas caras de los desconocidos y una mirada reprobatoria por mi parte, la cual ignoró. Hice una mueca cuando sus pies mojados y manchados por la arena que se le había quedado pegada me rozó, pero a él no le importaba. Estaba más ocupado mirando a mi mejor amiga.
—¿Qué tal estás, nena? —escuché como el resto de mis amigos se guardaban las carcajadas. Morgan sonrió divertida y se levantó las gafas de sol de la cabeza, poniéndoselas como si de una diadema se tratasen, colocó un marcapáginas en su libro y lo dejó a un lado.
—Todavía muy fuera de tu alcance, mocoso —la sonrisa en el rostro de mi hermano no decayó.
—¿Me has echado de menos?
—Oye, Morgan, te ha contado Jason que casi se corre en los pantalones cuando conoció a Sophie Thompson —contestó Oliver con diversión, haciendo que Morgan soltase una gran carcajada y que su cabeza se inclinase para detrás a causa de la diversión. Jason apretaba la mandíbula y miraba al orangután como si lo quisiera matar. Y yo estaba roja ante el vocabulario que utilizaba.
—¡Oliver! —grité.
—Oh, perdona, Campbell —rodó los ojos con ironía—. Cuando casi manchas tu ropa interior de súper héroes con semen —se rectificó con una sonrisa. Pero a mí no me había molestado la forma de decirlo, bueno, un poco sí, lo que me molestaba era la forma de humillar a mi hermano pequeño.
—¡Te vas a enterar! —me asusté al ver a mi hermano saltar sobre Oliver y comenzar a pegarle. Entré en pánico cuando nadie se movía, incluso Alek se había quedado pillado, pero, pronto solo se escucharon risas provenientes de ellos dos y todo me extrañó.
—Capullo pequeño, has mejorado tu tacleo —suspiró el orangután tirado en la arena, soltó una pequeña risa que hizo que se me contrajera el estómago y, por un momento, deseé que se estuviese riendo por algo que yo dijese. Nuestras miradas se conectaron unos segundos, pero la aparté al recibir un guiño por su parte. Sonreí porque comenzaba a pensar que estábamos bien—. Vamos a jugar a pasárnosla, tengo que compensar el día de comida chatarra que llevo —sacó una pelota de rugby de su mochila y los tres se pusieron a jugar. Morgan se acabó levantando, dejando su libro a un lado y jugando junto a ellos.
Desde mi toalla les vi reír y tragar arena. Vi como formaban equipos: Morgan y Jason contra Alek y Oliver, lo cual era una gran desventaja para mi amiga y hermano ya que los otros jugaban como titulares en la facultad y uno de ellos era el candidato a ser el capitán cuando el de ahora se graduase. Me perdí viendo la figura de Oliver, a quien su bañador azul se le ajustaba en la figura. Tragué saliva a medida que mis ojos examinaban el resto de su cuerpo hasta llegar a su cara, donde un pequeño bigote le cubría la zona, aunque mi mirada se quedó parada varios segundos más de la cuenta en su desnudo abdomen, con los abdominales marcados debido al ejercicio que realizaba. Apreté las manos en la toalla y me obligué a mirar a Sam cuando me hablaba, pero en mi mente solo se reproducían las imágenes de Oliver flexionándose y lanzando el balón hasta su compañero Alek, quien gritaba con entusiasmo y se escurría de sus contrincantes.
—Sé que tú y yo no somos tan amigas como lo eres con Morgan, pero conmigo también puedes hablar —sonrió con ternura, le devolví la sonrisa porque sabía que podía confiar en ella. Su melena afro se movió al son de su cabeza cuando la ladeó para mirarme mejor—. También sé que no es de mi incumbencia, pero ¿qué ha pasado entre Oliver y tú? —tragué saliva y desvié la mirada, incómoda de repente.
—Al parecer soy un desastre que no sabe como lidiar con sus sentimientos —le dije de forma divertida, o al menos era ese el sentimiento que quería trasmitir.
—Supongo que cada persona lidia con sus problemas y sentimientos de manera diferente. Mi relación con Alek es lo que parece ser idónea, nos conocimos en la secundaria porque nos tocó en el mismo grupo, nos fuimos conociendo y me enamoré de él casi al instante. Supe en el momento que recibió por mí el balón en la cara en Educación Física que era para mí —su cara de enamorada y de entusiasmo mientras miraba a su novio me hizo sonreír—. Obviamente tenemos nuestras discrepancias y discusiones, pero es lo normal en una relación. Aunque me encantaría que aceptases tus sentimientos de una vez, no puedo forzarte, ni a él —continuó. Apreté los labios en una fina línea y le miré. Su sonrisa alegre, como siempre, me cautivó—. Se le ve más feliz a tu lado, a pesar de ya sabes —se encogió de hombros, sentí su mano apretar la mía y le sonreí de vuelta, sintiéndome algo abrumada por lo que me decía, por eso decidí cambiar de tema—. Oh, no, no conocía a Noah hasta que me lo presentaste, ¿por qué?
—Siempre le mirabas mal y hacías lo imposible para que no tuviésemos un momento a solas. Que ahora no me molesta —le aclaré y dirigí mi mirada al orangután, el cual chocaba su pecho contra el de Alek y sonreí—. Es solo que me gustaría que fuésemos amigos y no quiero que se sienta incómodo, ni tú, si alguna vez coincidimos todos.
—Pues no me molesta, era eso. Pensaba que iba a interferir entre tú y Oliver —me pidió perdón varias veces y negué con la cabeza, divertida—. Soy una Violiver shipper, perdón —reí ante esas palabras confusas que utilizó—. Un ship es la forma que se le llama cuando te gusta una pareja y Violiver es la combinación de Violet más Oliver —me aclaró, pero sabía a lo que se refería, Morgan se había encargado de enseñarme cuando me introdujo en el mundo de la literatura fantástica.
—No te hagas muchas ilusiones con ese ship —hice comillas con mis dedos y le miré con diversión—. No va a pasar nada entre nosotros, esta vez la he pifiado a la escala de Júpiter, es decir, muy grande —aclaré.
Sam me miró con una sonrisa, una que tenía un doble significado, pero que solo ella sabía a lo que venía.
—Mierda, nos hemos olvidado el hielo —Oliver cerró la nevera de plástico con un golpe seco. Estaba todo sudado y se le veía con ganas de beber algo refrescante para recuperarse del trote que se había dado—. Voy a comprar un par de bolsas —se pasó el antebrazo por la frente para quitarse el sudor y se levantó, colocándose sus chanclas y cogiendo su cartera.
—Te acompaño —dije en voz alta, ganándome un gesto de indiferencia por su parte.
—No me voy a perder, Campbell —ignoró mis palabras y caminó, yo rodé mis ojos y le seguí. Morgan alzó sus pulgares en señal de apoyo.
Andaba a paso rápido y eso que había estado sudando y haciendo ejercicio, por lo que me costó un poco seguirle el ritmo y alcanzarle. Tomé aire e intenté calmar mi respiración porque hacía un calor infernal y hacer ejercicio con este tiempo no era algo a lo que estaba acostumbrada. Oliver disminuyó un poco su ritmo y esperó a que yo me pusiese a su lado, pero no me miró. Y, cada vez que nuestros brazos se rozaban sin querer, se apartaba, causando una especie de punzada en el lado izquierdo de mi pecho.
—¿Has visto las notas? —pregunté en un intento de romper el hielo, intento que fallé enormemente—. Hace buen tiempo, ¿no? —segundo intento fallido.
Oliver se paró en un puesto que encontramos y compró un par de bolsas de hielo, las cuales las metieron en una bolsa de plástico y nos la dio. Oliver seguía sin hablarme y yo sentía que el nudo en la garganta iba a más debido a su indiferencia.
—Me encanta venir a la playa ¿y a ti?
Decían que a la tercera iba la vencida y era cierto, pero no de la forma en la que yo esperaba.
Oliver frenó en seco y yo choqué mi cara contra su desnuda espalda, poniéndome roja y apartándome de golpe, aunque no pude ignorar el olor a coco que me embriagó y me dejó descolocada.
—¿Qué intentas, Campbell? —cuestionó con un tono duro. Tragué saliva y clavé mis ojos en los suyos.
—Solo quiero que volvamos a estar como antes —susurré con pesar.
—Yo no puedo volver a lo de antes, mojigata —contestó. Cerré mis ojos y apreté los labios en una fina línea.
—Sé que la he liado, Oliver, pero no puedo seguir aguantando tu indiferencia. Al menos métete conmigo.
—¿Te crees que tienes el derecho a exigir, mojigata? —preguntó con la mandíbula apretada y yo negué rápidamente—. Bien, porque no lo tienes.
Comenzó a andar otra vez, pero mi mano agarró su brazo, impidiendo que se marchase. No tenía mucha fuerza, por lo que él se podía librar fácilmente de mi agarre, aun así, no lo hizo.
—No creo que seamos solo amigos, Oliver. No debí haberte dicho eso —le confesé. Por fin me miró, su nuez bajó de forma lenta al tragar saliva de la misma manera.
—¿Y qué somos, Campbell?
—No lo sé, es todo muy difícil para mí. No tengo respuesta —contesté con algo de frustración en mi voz. Odiaba no saber algo.
—Vaya, vaya, así que he logrado que la increíble Violet Campbell se quede sin respuestas —sonrió con soberbia y orgullo, por lo que yo rodé los ojos con algo de diversión. De nuevo sentí que podíamos volver al principio—. Este asunto también es complicado para mí, cervatillo —y ahí estaba, el estúpido apodo que empezaba a gustarme y a dejar marca en mí.
—¿Hay algo complicado para el pongo abelii?
—Aunque esto no es tan complicado como Tecnología Aeroespacial, cervus elaphus. Perdona, quería decir, señorita cinco —susurró con diversión, le di un golpe en el brazo y sonreí de vuelta—. Parece ser que he ganado este cuatrimestre. Ponte las pilas en el siguiente —colocó las manos detrás de su cabeza y comenzamos a andar.
Sentí como una de sus manos rozaba las puntas de mis dedos y sonreí al sentir esa descarga eléctrica a la que estaba empezando a acostumbrarme. Pero me aparté de golpe cuando escuché una voz chillar, lo que me asustó e hizo que Oliver frunciese el ceño, confundido por mi repentina distancia.
—¡Oliver!
Nos giramos ante el sonido de esa voz gritar el nombre de mi acompañante. Me tensé en el sitio, sintiendo como mis piernas dejaban de funcionar al ver a la persona que gritaba saltar sobre los brazos de él y apretarle en un abrazo.
Me quedé de piedra al ver como le correspondía el abrazo. Pero me quedé más congelada todavía, como si Medusa, el ser mitológico, me mirase directamente a los ojos al escuchar su nombre salir de los labios del orangután.
—Yvonne, ¡qué de tiempo!
¿Quién diantres era Yvonne?
¡Hola!
Perdón por la tardanza, la inspiración llega cuando le da la gana y por más que me sentase frente al ordenador, nada se me ocurría y lo que sí, no me convencía :)
Eso es, Morgan, dile las cositas a la cara a Violet, que se enfrente a sus miedos de una vez.
Por favor, no llores más que lloro yo contigo.
Para mí un cinco en la universidad es una salvación, para Violet, una maldición :(
OMG, esa ley del hielo me duele hasta a mí.
Vaya, Oliver, menuda pullita. Bien que haces, que se dé cuenta de lo que está liando.
Jason, que Morgan está muuuy fuera de tu alcance, mocoso.
Si yo fuera Violet, tampoco me cortaría mirando al orangután, i mean, ¿habéis visto la foto de la multimedia? pa mojar pan
eeeeeeeeh, Sam, eso es, habla tú también, reina.
Que obsesión con ser amigos
Eh eh ehhhh, por lo menos Violet ha dicho algo más, ha confesado que no son amigos y que todo es complicado para ella, es un avance, ¿no?
¿Quién eres, Yvonne? ¡Manifiéstate! ¿Teorías? ¿Suposiciones?
Este capítulo se lo quiero dedicar a @yolybookseries quien suele comentar muchas veces y me encanta recibir vuestro feedback, como ya sabéis.
Espero que vaya desapareciendo ese "odio" hacia Violet porque mi niña no lo hace con mala intención, solo que no sabe manejar sus sentimientos. Espero que te haya gustado el capítulo, un besazo y gracias por tu apoyo, en serio <3
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¿Con qué canción representaríais la historia de Oliver y Violet? O Violiver, como Sam ha dicho (que ya sabemos que es el nombre oficial del ship ;))
Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️
¡Muchas gracias! Nos leemos,
Maribel❤️
Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)
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