Treinta y dos

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La incomodidad se podía notar en el aire.

Todavía estaba en los brazos de Oliver, quien me cargaba como un bebé y como una princesa, lo que hacía más incómoda la situación. Por Einstein, que vergüenza. No podía parar de reír mientras que Noah me miraba con preocupación y Oliver miraba con mala cara al moreno. Oliver apretó el agarre en mi espalda y piernas cuando Noah avanzó un paso hacia nosotros.

—Violet, ¿estás bien? —repitió mi vecino.

Asentí y le pedí a Moore que me bajase, que podía andar sola, pero no me hizo caso. Al contrario, afianzó más su agarre.

—Oye, tío, te está pidiendo que la bajes —Noah avanzó más hasta nosotros, acercándose más y más hasta acabar a una corta distancia. Miré a Oliver a los ojos y le pedí en un susurro que me bajase. Eso consiguió que lo hiciese, aunque lo hizo rechistando—. ¿Necesitas que te lleve a casa? Creo que tenemos que hablar de algo —se acercó más y me tocó el brazo.

—Ya iba a llevarla yo. ¿No ves que no está en condiciones de hablar? —contestó Oliver por mí, apoyando sus manos sobre mis hombros—. Vete por donde has venido.

—Le he preguntado a ella —ignoró lo que le dijo y me volvió a hablar—. Violet, yo voy para casa, te puedo llevar.

—Ni siquiera tienes coche, ¿piensas que se vaya contigo y tus amigos con lo borracha que está? —inquirió con un deje de furia e incredulidad.

—¡Oye, no estoy tan borracha! —pero la voz arrastrada decía lo contrario.

—Lo mismo podría decir de ti —respondió mi vecino, haciendo caso omiso a mis palabras—. No sé que clase de monstruo piensas que soy, pero nunca le tocaría si ella no quiere —escupió de nuevo. Volvió a dirigirse a mí—. Violet, te llevamos nosotros. Directos a casa, sin parar por ningún lado.

—Déjalo ya, no voy a dejar que se vaya contigo. No confío en ti, Parker.

—¿Quién demonios te crees que eres? —escupió, comenzando a cabrearse. Yo me encontraba en el medio de todo—. No me conoces de nada para decir esas cosas de mí.

—No me hace falta conocerte. Eres el típico que va de buenas, de ser el mejor, un angelito que nunca ha roto un plato, pero eres de la peor calaña que hay. No voy a dejar que Violet se vaya sola contigo y tus amigos —escupió.

—Oliver, ¿por qué estás siendo tan borde? —pregunté, alejándome de los dos y apoyándome en el coche. No me gustaba el tono que estaba utilizando y mucho menos las acusaciones tan graves.

—No lo entiendo. No me conoces, no tenemos ningún conocido en común, ¿de dónde sacas esas conclusiones, tío? — la confusión reinaba en el rostro de mi vecino—. Solo venía a hablar con ella, pero al verla en este estado he pensado que lo mejor es que hablemos en otro momento y por eso quiero llevarla a casa, para que descanse.

—Ni tengo intenciones de conocerte —avanzó hacia él y se colocó a su altura. Le miró a los ojos con rabia. Me tensé porque parecía que iba a pegarle—. Déjala tranquila, sosainas.

—¡Eh! ¿Qué está pasando aquí? —reconocí a los amigos de Noah cuando se acercaron. Traían el ceño fruncido y rodearon a Oliver. Me asusté bastante. No quería que nada de esto ocurriese—. ¿Qué te pasa, niñato? ¿Es que acaso buscas pelea?

—Déjalo, vámonos ya —Noah le puso una mano en el hombro de uno de sus amigos y se fueron. Nos dejaron allí.

Miré a Oliver, quien miraba con la mandíbula apretada a todos ellos mientras se alejaban. Tragué saliva y desvié la mirada cuando caminó hacia mí y avanzamos hasta su coche y me abrió la puerta. Cuando él se montó no dijo palabra. Ninguno hablaba. Yo me moría de ganas de preguntar a que había venido todo eso, pero se le veía tan cabreado que no me atrevía. Pero estábamos hablando de que yo seguía borracha y, aunque me diese vueltas todo, no pude evitar molestarle.

—Olivercín —exclamé arrastrando la última sílaba. Tenía la cabeza apoyada en el cabecero de forma vaga y relajada mientras le miraba. Él seguía conduciendo sin hacerme caso, metido en su mundo—. Me gusta llamarte Olivercín, siempre pones cara rara cuando te lo digo —reí torpemente. Vi como sonreía, pero la borraba rápidamente—. ¡Ajá! Has sonreído —le señalé con el dedo y le toqué la mejilla.

—Estate quiera, cervatillo, estoy conduciendo —me dirigió una rápida mirada y la volvió a la carretera.

—Bah, y luego llamas sosainas a Noah —vi como fruncía el ceño.

—No me compares con ese. Sigo sin saber que le ves.

—Me trata bien —me encogí de hombros—. ¿Me vas a decir que te pasa con él? Lo que le has dicho es muy feo —de repente todas las miradas de malhumoradas de Sam, la forma despectiva de hablar de él, cómo se enfadaba y se ponía a la defensiva cuando le mencionaba. Abrí los ojos y me temí lo peor—. ¿Acaso le ha hecho algo a Sam?

—¿Qué coño dices, cervatillo? ¿A Sam? No, ni siquiera lo conocía —frunció el ceño y me miró rápidamente—. Solo es que no me cae bien. Que yo sepa no ha hecho nada indebido, pero su actitud de niño bueno no me gusta. No me cae bien y no me fio de él. Ya está.

—Pues no entiendo tu actitud. Eres como un niño chico —me crucé de brazos y le miré—. Noah es una buena persona, me trata bien y es muy amable. Es cierto que no es el más divertido, pero me gusta su compañía.

—Ajá, ¿y por qué no te has ido con él si tanto te gusta? —apretó la mandíbula.

—¿Por qué te comportas así?

—Por nada, cervatillo.

—Noah no me gusta —murmuré, pero sabía que lo había oído. Su mirada de estupefacción lo delataba—. Hay otra persona que me gusta.

—¿Y quién es el desafortunado? —preguntó tragando saliva y dirigiéndome una mirada.

—Adam Foster, el cantante que conocí gracias a Morgan —sonreí.

—Vaya, que mal que esté pillado —me devolvió la sonrisa. Fruncí el ceño cuando paró el coche, pude ver un cartel fluorescente que desprendía mucha luz. Le miré confundida, no me había dado cuenta que había cogido una dirección diferente a mi casa—. Al parecer te había invitado a cenar, vamos a que se te baje la borrachera, cervatillo.

Agarré su brazo con una sonrisa.

Lo mejor de trabajar en una cafetería era poder coger una galleta y un café para merendar en la media hora que teníamos de descanso. Me limpié las manos y recogí de la mesa con una bayeta las migajas que había desprendido la galleta. Morgan lanzaba trocitos de la suya al aire y la cogía con la boca. Hice una mueca de asco porque estaba dejando todo perdido y yo no iba a limpiar su desastre.

—Novata, ¿has hablado con Noah ya?

—No hables con la boca llena, cerda —le reprendí. Ella colocó una sonrisa inocente y continuó comiendo. Ya le había puesto al día—. Y no, todavía no. Pero supongo que tendré que hacerlo, ¿no? Le besé y salí corriendo, tendré que darle explicaciones.

—Bien, bien, siguiendo mi consejo —asintió complacida y se quitó las migajas del delantal con un movimiento de manos. Lo que consiguió fue manchar todo el suelo de la sala de descanso y que le mirase cabreada. Levantó las manos y colocó una mueca de disculpas—. ¿Sabes que vas a decirle?

—No tengo ni idea —respondí con sinceridad—. Quiero decir, me he dado cuenta que no me gusta. Por lo menos no tanto como pensaba, pero eso no se lo debo decir, ¿no? Sería muy frío y desconsiderado por mi parte decirle algo así.

—Eso es, novata. Vas aprendiendo. No sé, creo que en ese momento te saldrá todo solo —se encogió de hombros—. Ahora vamos a lo importante y a lo que más me interesa: Oliver —puso una sonrisa pícara y desvié la mirada—. No mires para otro lado, capulla. Venga, ¿qué fue esa escenilla de celos? Agarrarte del brazo, hablarle cariñosamente, la forma en la que te retorcías cuando te hacía cosquillas en la nuca...

—Espera, ¿viste eso?

—Todo el mundo lo vio. Ahora responde.

—No fue una escena de celos, solo quería estropearle el ligue como él ha hecho tantas veces conmigo —di mis argumentos.

—Ya, y yo soy rubia —rodó los ojos—. Tienes que dejar de mentirte a ti misma. Admite que te gusta, ya no digo que se lo confieses ni que te declares, pero engañarte a ti misma no te ayuda en nada. Al contrario, te hace más daño.

—No me estoy engañando.

Me llegó una notificación en el teléfono que me distrajo. Leí el mensaje una y otra vez, intentando averiguar si se trataba de un error o equivocación, pero no encontraba ningún rastro. Una sonrisa empezó a formarse en mi rostro, llena de ilusión. Morgan frunció el ceño y se acercó a mí para mirar que me tenía tan absorta. Se relajó y miró mi cara y a la pantalla simultáneamente. Abrió los ojos y proclamó un pequeño grito.

—¿Es esto lo que creo que es? —asentí. Sentí sus brazos rodearme y comenzó a chillar y a saltar. Estaba conmocionada y no pude devolverle el abrazo y los alaridos de felicidad hasta unos segundos después—. ¡Qué alegría! ¡Vamos a celebrarlo esta noche!

—Cotorras, el turno comienza en dos minutos —Tyler entró en la sala, cortando el rollo, pero nos miró con extrañeza al vernos saltar—. ¿Qué pasa? —Morgan se lo explicó con una sonrisa, ya que yo no podía hablar. Tyler nos miró con felicidad y comenzó a chillar con nosotras, uniéndose al abrazo—. ¡Esto es increíble!

Vaya que lo era.

—¡Por Violet y Oliver que se van a la NASA! —proclamó Morgan levantando su lata de cerveza y brindando. Todos chocamos nuestros vasos y se escuchó un tintineo del cristal.

El mensaje era ese. Ya había pasado el tiempo de la solicitud y habían dado los resultados. De todo el estado de Massachussets, solo cinco estudiantes habían pasado la prueba y había recibido la beca para realizar las practicas en la sede de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio. Yo, junto al orangután habíamos sido dos de los seleccionados. No conocía al resto de los afortunados y tampoco venía un nombre ni contacto, pero no me interesaba conocer sus nombres. Iba a ir a allí a aprovechar la beca y realizar mis practicas y así abrirme un camino para cuando acabase la carrera. Ya me había relacionado bastante en este primer año, el cual estaba a punto de terminar y los exámenes estaban a la vuelta de la esquina.

Morgan había decidido que era motivo de celebración, así que estábamos los cinco en casa del orangután y de Alek, el cual había dicho que podíamos venir aquí a tomarnos algo y estar de relajación y tranquilos, sin necesidad de ir a un bar donde nos iban a pedir los documentos de identidad y no íbamos a poder tomar nada. La tatuada me rellenó el vaso de refresco de naranja y me pasó un trozo de pizza.

Los cinco comimos bastante hasta llenarnos de pizza. Oliver encontró cualquier momento para chincharme y molestarme, soltaba comentarios de todo tipo, incluso llegó a decir que me había vencido y que ahora estábamos empatados, pero no era así. Habíamos ganado los dos, no uno solo, por lo que seguía manteniendo la delantera y la ventaja sobre él. Negué por tercera vez y le saqué la lengua, causando una sonrisa en él.

A cierta hora de la noche, Morgan sacó de su riñonera varios cigarros. Pude ver que uno de ellos no era solo de tabaco, por lo que le eché una mirada de reproche, la cual ignoró y continuó fumando. El humo inundaba la estancia y, como el salón no era especialmente grande, todo el humo nocivo estaba concentrado ahí. Por Einstein, ¿por qué olía tan raro?

—Novata, ¿quieres una calada? —la miré con el ceño fruncido y como si hubiese dicho el mayor disparate de la historia.

—Es demasiado mojigata para hacerlo —habló divertido el orangután, por lo que le miré con desgana y mosqueo. Alargué la mano y esperé a que Morgan me pasase el porro que se había estado fumando a medias con Alek y Sam. Oliver retiró la espalda del respaldar del sofá y me miró serio—. Cervatillo, no tienes por qué hacerlo si no quieres.

—Cállate.

—¿Estás segura, novata? —asentí con seguridad.

Solo se vive una vez. Me repetí mentalmente y cogí el cigarro. Morgan me explicó como debía hacerlo para no pasarme ya que era mi primera vez. Le miré algo insegura. Nunca había fumado, por Einstein, ni siquiera sabía como se le daba una calada a un cigarro. La tatuada me animó y llevé la boquilla a mis labios, aspiré y comencé a toser una vez que el aire llegó a mis pulmones. Los ojos se me pusieron aguosos y un sabor desagradable recorrió mi garganta, el malestar y regustillo amargo se quedó allí. Todos se reían, pero la pelinegra me preguntó si estaba bien, por lo que asentí.

No sentía nada al principio. No entendía a que venía tanta expectación ni felicidad por el cannabis, yo estaba tan tranquila mientras miraba el techo del salón del orangután. Una suave melodía comenzó a sonar y sonreí tumbándome más en el sofá. Mi lado derecho se sintió vacío, vi como Oliver se levantaba y se iba con el móvil en la mano a contestar la llamada en su habitación. Hice el intento de levantarme y seguirle por si se trataba de una llamada como la vez anterior, pero mis piernas no me respondían, hormigueaban, pero no pude levantarme. Empecé a entrar en pánico.

—¡No puedo levantarme! —comencé a lloriquear y a chillar. Morgan comenzó a reírse.

—¡Estoy sentada en tus piernas, novata!

—Que no, que no puedo levantarme. ¡He perdido la movilidad en las piernas, Morgan! —estaba entrando en pánico completamente. Vi como la tatuada se levantaba y tomaba mis manos—. No, Morgan, me voy a caer. No me sueltes, que no siento las piernas —esperé el impacto contra el suelo, pero no pasó nada. Abrí los ojos, aliviada, pero asustada a la vez. ¿Qué había pasado?

—Joder, novata. Si que te ha afectado esa calada —comenzó a reírse y le dio otra. Yo comencé a reírme, pero también tenía ganas de llorar—. Venga, da un paso —le hice caso, aunque estaba agarrada a ella—. ¿Ves? Tus piernas están bien.

—Te juro que no podía moverlas, Morgan —exclamé y me volví a sentar.

Miré hacia Sam, quien estaba tumbada en el suelo del salón, sobre la alfombra, mientras miraba el techo y meneaba la cabeza al ritmo de la música que salía de los altavoces. Alek seguía comiéndose las patatas de habíamos pedido con las pizzas. Ambos comenzaron a hablar y Morgan se unió, pero yo me quedé sentada observando el panorama. Mis ojos se fueron por toda la sala y me relajé. Pasaron los minutos, pero el orangután no volvía. Una parte de mi comenzó a preocuparse, pero a Alek parecía que no le importaba, por lo que no debía ser tan importante. Pero teniendo en cuenta que el rubio estaba más fumado que yo cuando recibió la llamada, lo más probable era que no se hubiese dado cuenta.

Caminé hasta la habitación del orangután y toqué la puerta, no le di tiempo a contestar y entré.

—¡Olivercín! —proclamé—. La fiesta es allí. Venga, que estamos celebrando que nos vamos a la capital —estaba sentado en la cama con una sonrisa, por lo que supuse que la llamada no había ido mal y no se trataba de su progenitor.

—Yo no voy a ir, cervatillo.

—¿Eh? Pero si te han aceptado, ¿qué dices, tonto? —caminé hacia él y me senté a su lado—. Ah, tu cama es tan blandita. Es como algodón de azúcar —exclamé al tumbarme en ella—. Me encanta el algodón de azúcar, el rosa sobre todo, pero ¿sabías que hay más sabores? Una vez los probé con mi padre hasta que nos empachamos los dos y estuvimos malos de la barriga durante tres días —comencé a hablar sobre lo que hacía en la feria sin parar, cuando me di cuenta de todas las estupideces que estaba diciendo, me tapé la boca con las manos—. Perdón, creo que no debería haberle dado la calada. Oliver, pensaba que no tenía piernas, no podía andar, te lo has perdido, estaba segura de que te ibas a reír bastante. Te lo juro, lo he pasado muy mal —comencé a parlotear otra vez, causando una sonrisa en el orangután. Me callé y noté como se me subían los colores cuando se acercó a mí, tumbándose a mi costado.

—No te calles, cervatillo. Me gusta escucharte hablar de cualquier cosa.

—¿Cómo es que no vas a Washington? Sé que te he aplastado, pero no creo que tu enorme ego haya sido herido por ello.

—¿No eras tú la que decía que era un empate? —dijo divertido.

—Ahora no, ahora digo que he ganado yo —giré la cabeza y me encontré con que él ya estaba mirándome mientras hablaba. Tragué saliva porque estábamos muy cerca—. Ahora dímelo.

—No me apetece pasar el verano fuera del estado, quiero ver a mi abuela y allí apenas tendría tiempo para llamarla —confesó con una mueca. Le miré a los ojos, pero no veía una mentira.

—¿Entonces por qué te apuntaste?

—Para molestarte —le di un golpe, pero él agarró mi puño en el aire, cortando mi respiración—. Cervatillo, la que me ha llamado ha sido mi abuela, nos invita a su casa en Boston cuando terminemos los exámenes, ¿quieres venir? —asentí lentamente—. Menos mal que has aceptado, pensaba llevarte a rastras si te negabas.

—Eres un gilipollas.

—Solo contigo.

—Solo conmigo —asentí con una sonrisa. Puse la cabeza recta y miré el techo. Abrí los ojos impactada y pensando que estaba alucinando todavía—. ¡Son como las de mi habitación!

Miré a Oliver y se le veía tímido y avergonzado. Unos sentimientos diferentes a los que estaba acostumbrado a mostrar y yo a ver. Miré de nuevo al techo y sonreí observando las estrellas fluorescentes que estaban pegadas al techo de su habitación. No me podía creer que se había tomado las molestias para hacer eso, para recrear las figuras que yo tenía. Este chico era increíble.

—¿Puedes apagar la luz? —susurré. El colchón de movió y pronto la oscuridad inundó la habitación, llevándonos con ella. pero una tenue luz en el techo nos amparaba. Las estrellas de plástico brillaban y nos iluminaban. Estaban colocadas de manera diferente a las mías, las suya formaban una constelación—. ¿Has situado las estrellas para que simulen la constelación de Perseo? —afirmó con un pequeño sonido—. Es mi constelación favorita. La tengo dibujada en mi dormitorio, justo al lado de la cama.

—Lo sé.

—Me encantan las estrellas, la luna, los planetas... el espacio sideral en general. Es inmenso y hay infinidad de posibilidades. No sabemos que más hay fuera de la Vía Láctea. Se dice que en cuatro mil millones de años nuestra galaxia chocará con Andrómeda y se formará una galaxia gigantesca. ¿No es increíble? Pero, a parte de la inmensidad de posibilidades, hay mil cosas que no conocemos ni tendremos nunca respuesta. Por una parte, me da miedo el espacio, esa incertidumbre, el no saber si estamos solos en el mundo, lo que habrá en las otras galaxias, los universos paralelos, los agujeros de gusano... No sé, todo eso me aterra, pero, a la vez, observar el cielo, a las estrellas, me relaja y me da paz. Es una sensación extraña, lo sé —sonreí y estiré los brazos. Mis dedos rozaron los dedos de Oliver, mandando un escalofrío por todo mi cuerpo, pero continué hablando—. Me da paz imaginar que en otra galaxia, en otro planeta, en otra realidad, existe una Violet, una versión diferente de mí. Una que tiene a sus dos padres y son amorosos, que no se tiene que preocupar por sacar una casa adelante, que se lleva bien con su hermano, que se dedica a pintar, a hacer lo que más le gusta, en lugar de a estudiar y a estudiar durante horas. No sé, me imagino que ella conocería a Morgan desde hacia más tiempo y os conocería a ustedes también. Y todos seríamos amigos. Me imagino que esa Violet es feliz, rodeada de amigos y personas que la quieren, que no está sola, triste ni rota.

—Tú no estás rota, Violet —contestó. Sonreí tristemente sin mirarle de vuelta.

—Esa es tu opinión.

—Es la verdad. Eres increíble y tú no tienes la culpa de la vida que tienes, tienes dieciocho años, no eres responsable de llevar tu casa, ni de cuidar a tu hermano. No tienes la culpa de nada. No tienes que imaginarte una vida así, porque eres increíble, un poco testaruda, pero increíble. Somos amigos, Violet, en este mundo y en cualquier otro también lo seríamos —miré hacia él, con los ojos llenos de lágrimas. Llevó una mano hasta mi mandíbula y acarició con su pulgar mi pómulo izquierdo—. Tienes personas que te quieren, créetelo de una vez.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por todo —me sonrió. Y yo le devolví la sonrisa, dejando la tristeza y nostalgia a un lado.

Su pulgar comenzó a dibujar círculos imaginarios en mi mandíbula y pómulos, cerré los ojos ante la suavidad de su dedo y la tranquilidad que me transmitía. Cuando abrí los ojos estábamos más cerca, con nuestras respiraciones entremezclándose. Centré mi mirada en la suya. Sus ojos verdes me devolvieron la mirada, no se despegaban de los míos. Éramos nosotros dos. Solo estábamos los dos. Uno al lado del otro. No importaba que en el salón estuviese el resto del grupo.

Éramos Oliver y yo.

Entreabrí los labios y remojé el inferior con la lengua. Los tenía resecos y, una pequeña gota de saliva fue mi salvación, pero Oliver captó el movimiento y bajó la mirada unos segundos. La tensión volvía a estar en la habitación, nos envolvía y nos hacía bajar la mirada y subirla a ambos, una y otra vez. Hasta que Oliver dio el paso y junto nuestros labios en un cálido beso, en uno suave y tranquilo que no duró mucho. Juntamos nuestras frentes. Su aliento cálido chocó contra mi rostro cuando habló.

—Por favor, no me digas que no ha pasado —dijo con la voz rota, le miré con tristeza.

—Bésame —contesté de vuelta, obviando sus palabras.

Me volvió a besar, de la misma manera, con lentitud, calma, timidez. Pero la escena cambió, el ritmo se hizo más frenético en cuestión de segundos. Ya no estábamos tumbados, sino sentados en su cama. Oliver seguía con la mano en mi nuca y mis manos estaban en la cama, sin saber donde ponerlas. En un movimiento, me colocó encima de su regazo, a horcajadas sobre él y pasé mis brazos por su cuello, jugueteando con su cabello y con los pelos que sobresalían de su nuca, sus caracoles que se le formaban del pelo creciente.

Sentía un bulto debajo de mí, la incipiente erección de Oliver bajo mi cuerpo mientras me besaba con ganas. Eché la cabeza para detrás y le di un mejor acceso a mi cuello cuando se separó un poco y comenzó a dejar un camino de besos húmedos sobre mi cara, orejas y cuello. Solté un pequeño jadeo al sentir como mordía levemente mi piel y continuaba con los besos. Las manos me temblaban cuando las llevé hasta la camiseta roja que llevaba puesta, cuando las coloqué en el borde e intenté quitársela, muerta de nervios, pero llena de excitación. Pero Oliver paró la cadena de besos y colocó sus manos sobre las mías, le miré avergonzada. ¿Me había pasado? ¿Me había venido demasiado arriba?

—Perdona, yo... —intenté levantarme, pero me impidió alejarme. Le miré con pena, aterrada y muerta de vergüenza.

—No voy a hacer nada contigo, Violet —le di una mirada dolida y confusa, pero sobre todo estaba cargada de dolor y pudor—. No voy a hacer nada contigo hasta tenerte entera. No te quiero a medias. No quiero que hagamos algo y mañana me digas que es un error —me explicó con lentitud y dulzura. Se me hacía tan extraño verle hablar así, dejando a un lado su soberbia y egocentrismo—. Quiero que cuando lo hagamos, lo hagamos porque quieres y porque estás segura. ¿Me entiendes? —asentí con lentitud. Ahora me dejó bajarme de su regazo, pero me dio la mano y me senté a su lado—. No voy a preguntarte otra vez si mañana vas a hacer como si nada, ya me imagino la respuesta.

No hablé, porque tenía razón. Mi cabeza era un lío, todo era un remolino en mi interior. No sabía que hacer con todo lo que estaba sintiendo y eso me daba pánico, porque todo era tranquilidad antes de Oliver y, ¿ahora? Ahora era caos. Y yo odiaba el caos y el desorden, pero el idiota estaba haciendo que poco a poco me acostumbrase a ese desastre. Aunque no me salían las palabras, no podía prometerle nada, porque ni yo misma me entendía.

Porque Oliver decía que no estaba rota.

Pero yo sí me sentía así.

¿Y cómo iba a querer a alguien si estaba rota? ¿Cómo iba a querer a alguien si ni siquiera me quería a mí?

—Tortolitos —la voz de Morgan acompañó a los golpes en la puerta—, son las doce y, aunque a mí me importa una mierda, mañana hay clases.

—Yo te llevo, Morgan tiene que estar fumadísima —Oliver se levantó y cogió las llaves de su coche.

Me despedí de la parejita y nos fuimos los tres. De un momento a otro, mientras estaba en la habitación de Moore, se me había pasado el efecto del cannabis que había inhalado, ya estaba perfectamente, fresca como una hortaliza, pero Morgan había continuado fumando y estaba para el arrastre. Negué con la cabeza porque ella misma había dicho que controlaba, pero eso no me parecía como que lo hiciese. Oliver me dejó a mí primero, me acompañó hasta la puerta y esperó a que entrase para que me fuese.

—Cuida a Morgan, por favor —asintió y se despidió con un golpe en mi cabeza.

Entré en la casa entre suspiros. Dejé las llaves en la entrada y me quité la chaqueta, completamente agotada mentalmente por todo lo que había pasado. Escuché unas voces en el salón y entré en la sala, confundida por la hora que era. Me quedé a cuadros ante lo que me encontré.

—¿Qué horas son estas de llegar en un día laborable? —fruncí el ceño ante su tono autoritario.

—¿Y tú que diablos haces en mi casa? —escupí con rabia.

Mi madre miraba la escena sentada en una butaca con tristeza y pudor. Jason miraba con cabreo y odio, parecía estar a punto de saltar a la yugular de la persona que invadía nuestro hogar. Miré a los dos, pero sobre todo, le dirigí una mirada incrédula a mi madre, porque no me podía creer que ella hubiese accedido que entrase.

Porque no me podía creer que Andrew Griffin estuviese plantado en nuestro salón y creyéndose el rey del mundo con su gesto serio.

Lo odiaba.

¡Hola!

Noah, que Violet se tiene que ir con Oliver, tío.

Vi, todas sabemos que en realidad te gusta otra persona, pájara...

Vaya, ya sabemos que Noah no le ha hecho nada a Sam, relax, pero, ¿entonces por qué le mira mal?

¡Nasa, allá vamos!

Tyler es el jefe que todas queremos jeje

¡Fiesta! Tendría que haber hecho que Vi estuviese más fumada, pero me daba cosa y si se van a Boston todos pues...

Vi, no estás rota :(

Oliver, te amo. ¿Dónde encuentro un chico tan perfecto arroba yahoo respuestas?

Jo, Olivercín, no puedes decir que no vas :(

Nos han quitado el caramelo de la boca, jo

Andrew, desaparece de una vez. Nadie quiere verte.

*

El otro día hice estos aesthetics de Oliver y Violet, ¿qué os parecen?👀


*

Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️

¡Muchas gracias! Nos leemos,

Maribel❤️

Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)

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