Treinta
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Madrugar no era algo que me molestaba.
Iba en serio. Desde que era pequeña me había acostumbrado a madrugar y a seguir una lista de cosas que hacer desde primera hora de la mañana. Tenía varias alarmas activadas a lo largo del día para no olvidarme de las cosas y para saber cuanto tiempo tenía que estar en cada tarea y así no colapsar y no caer en la procrastinación.
Desde los quince, si tenía clases, me despertaba a las seis y media de la mañana para ponerme a repasar, luego desayunaba, me daba una ducha con agua templada y a las ocho menos cuarto salía de casa para ir al instituto. Esa fue mi rutina durante los años escolares. Ahora también la mantenía, aunque con unos pequeños cambios y ajustes. También seguía la misma rutina los días que no tenía clase, solo que, en lugar de levantarme a esa hora, lo hacía una hora más tarde y me pasaba el día limpiando la casa y estudiando.
Pero esa era mi rutina y me gustaba madrugar y seguir mi horario. Lo que no me gustaba era madrugar para nada, ni mucho menos, para estar sentada en una manta, con el sol en el punto más álgido del cielo dándome en el cogote mientras intentaba estudiar.
Y todo era por culpa de Moore y su intento de hacer que mi hermano se desahogase con el rugby. Como no me fiaba del orangután y, mucho menos, de mi hermano, decidí que yo iba a venir y supervisar todo. Lo que no me esperaba era que el idiota mayor fuese un obseso del deporte y un mandón en lo que se refería al fútbol americano. No podía concentrarme en los apuntes a causa de las voces que proferían ambos, uno instándole al otro que se esforzase más y el otro respondiéndole con malas palabras e insultos.
Mucho menos podía estudiar en este ambiente por culpa de la alergia. Estudiar al aire libre en plena primavera era un incordio para una persona a la cual el mínimo porcentaje de polen recorriendo el aire podía causarle varios estornudos seguidos y una nariz roja y colorada. Me sorbí la nariz por quinta vez desde que estábamos aquí y continué mirando los folios llenos de letras y problemas matemáticos para resolver. Estornudé de nuevo y me rendí, era imposible estudiar y concentrarme en este estado.
Me quité la sudadera, sintiendo el calor primaveral y la dejé sobre la manta. Le di un sorbo a mi botella de agua y observé el panorama. Llevábamos un par de horas en el parque municipal de la ciudad, en una explanada de césped donde estaba permitido jugar. Cuando Oliver me mandó un mensaje la noche anterior pensaba que estaba de coña, pero recordé sus palabras del otro día y supe que era cierto, por lo que avisé a mi hermano, el cual se quejó y rechistó durante minutos, ignorando mis palabras. Al igual que ignoró las de Oliver cuando este llegó a las ocho y media de la mañana a mi casa para recogernos, así que entró en su habitación y tiró de sus pies para levantarlo, causando una mala leche en mi hermano e impacto en mí por las molestias que estaba tomándose. Por Einstein, Oliver incluso se había traído su equipo y había preparado todo para que mi hermano pudiese jugar.
—¡Gilipollas! —escuché gritar a mi hermano cuando se lanzó hacia Oliver para quitarle el balón y este le esquivó, cayendo el menor al suelo.
—Cúrrate más los insultos. Pareces tu hermana siempre utilizando el mismo —se burló. Coloqué mi mano en mi frente para hacer de visera y poder observar mejor al dúo—. Oh, venga, Jason. No te pongas así, no puedes esperar derribarme a la primera, soy el mejor jugador de la universidad por algo —no estábamos muy lejos, por lo que pude escucharle perfectamente. Mi hermano y yo bufamos a la par, molestos por su inexistente modestia.
—Si tu eres el mejor, no me quiero imaginar lo paquetes que son el resto —sonreí levemente ante la respuesta de Jason. Oliver le miró indignado y se volvió hacia mí.
—Ya encuentro el parecido. Sois iguales de malos conmigo —le sonreí sarcásticamente, causando una minúscula sonrisa en él.
—¿Vas a seguir enseñándome o ligando con mi hermana?
—Puedo hacer ambas cosas a la vez.
—¡No estamos ligando! —contesté, pero fui ignorada por ambos.
Volvieron a practicar, esta vez se lanzaban el balón de una punta a otra, haciendo que yo me pusiese alerta porque no me fiaba de la puntería de ninguno y temía que un balón perdido acabase en mi cabeza o tirando mis apuntes al suelo y manchándolos, como pasó una vez por culpa del orangután, hacia unos meses atrás. Después de eso, le hizo hacer varias abdominales y flexiones, causando que mi hermano le mirase con odio e intentase librarse varias veces, pero Oliver le pillaba cada vez que lo intentaba y le añadía cinco más por serie. Miré preocupada a Jason porque parecía que le iba a dar algo, pues no estaba acostumbrado a hacer tanto deporte. Además, hacia bastante calor y me preocupaba más todavía. Vi como se tumbaba boca arriba e intentaba recuperar el aire y calmar su respiración agitada y descompensada.
Mis ojos se fueron a otra dirección. Pillé a Oliver subiéndose la camiseta y limpiándose el sudor de la frente con ella, dejando ver su abdomen. Desvié la mirada rápidamente, pero ya sentía como tenía los mofletes colorados. Pensé en esa noche, en como se quedó conmigo mientras yo dormía, en como me abrazó cuando me desperté a causa de las pesadillas y de los recuerdos de las palabras de mi hermano. En como me asusté cuando no lo encontré por la mañana y tan solo estaba preparando el desayuno para los tres, con varios comentarios sarcásticos de por medio que me hicieron dejar de pensar en las hirientes palabras. Al despedirme de él, casi echándole a patadas de mi casa, pero con un inmenso sentimiento de agradecimiento en mi interior, le pedí que se mantuviese esa pelea para él. Moore asintió y me dio un abrazo, el cual me pilló totalmente por sorpresa, pero se lo devolví. Todavía recordaba sus manos acariciando mi cabeza y el escalofrío que me recorrió al sentir su aliento contra mi oído, a medida que susurraba un comentario fuera de lugar, de esos que amaba hacer para sacarme de mis casillas. Cosa que consiguió, le saqué el dedo del medio y le eché de casa, pero cuando me di la vuelta, tenía una sonrisa bailando en mi rostro.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté al sentir su cercanía, su respiración tan cerca de la mía.
—Coger mi botella de agua —dijo obvio, pero con un matiz de diversión. Le miré con el ceño fruncido y nerviosa porque no me había percatado de lo cerca que se había puesto por estar vagando en mis pensamientos—. ¿Admirando las vistas, cervatillo?
—Vete al tártaro —contesté.
—¿Sabes? A veces creo que el tártaro tiene una connotación más sexual —contestó y le dio un sorbo a su bebida, sonrió divertido y con astucia.
—Gilipollas.
—¿Ves, Jason? Los mismos insultos aburridos —chistó. Mi hermano, el cual ya estaba en pie y a nuestro lado, alcanzó una botella de agua y le sacó el dedo corazón.
—Vete a la mierda, pedazo de gilipollas —le contestó, molesto y con el ceño fruncido. Oliver rio e ignoró su comentario mordaz.
—Oh, pequeño Jason, que bien nos lo vamos a pasar tú y yo —rodeó sus hombros con un brazo y este intentó apartarse, aunque fue en vano.
La risa de Oliver se escuchó por todo el parque, lo que causó una pequeña sonrisa en mí. Porque me había dado cuenta de algo.
Me gustaba como se reía.
Tecnología Aeroespacial era una de las asignaturas que más me interesaba, pero también era una de las que más me costaba concentrarme para ponerme a estudiar. Llevaba varios minutos mirando los apuntes hechos a ordenador y recién impresos, pero era todo en vano. No entendía nada, pues era la clase del profesor más aburrido de la universidad y de la clase que había perdido varias explicaciones por causas ajenas, una de ellas era tener que ir a recoger a mi hermano menor del instituto.
Eran las diez y algo de la noche y yo estaba en mi habitación, sentada frente al escritorio con una pierna en la silla, con el bolígrafo dando pequeños toques en la mesa, intentando entender las nuevas tecnologías y creaciones que se han inventado para mejorar y facilitar la construcción de aviones y naves espaciales. Estuve mirando durante lo que parecieron horas las innovaciones para descubrir más sobre el espacio exterior y todos los secretos que albergaba.
Escuché como el timbre sonaba en la puerta principal, en la planta de abajo. Levanté la cabeza de los folios, extrañada. Era muy tarde y no esperábamos visita alguna. Incluso tenía el pelo recogido en un moño mal hecho y tenía puesto el pijama, me había duchado hacia poco. Así que bajé las escaleras, algo confusa. Jason estaba en su habitación y ni hizo el amago de salir a averiguar de quien se trataba. Mi madre estaba dormida en su habitación en la planta de abajo, había salido pronto y se había encerrado a descansar después de tomarse una tila y comido sobras de comida que habíamos pedido a domicilio a las siete de la tarde. Tampoco se dignó a abrir y no me molestaba, prefería que siguiese durmiendo.
—¿Qué haces aquí? —pregunté nada más abrí la puerta.
—Yo también estoy bien, muchas gracias por preguntar, cervatillo —fruncí el ceño, molesta al escuchar el tono irónico con el que se estaba dirigiendo a mí y al ver como me hacía a un lado para entrar en la casa.
—Como si estuvieses en tu casa —respondí irónica. Vi como empezaba a subir las escaleras hasta la planta superior, le seguí, incómoda y molesta de que se tomase las palabras al pie de la letra.
Estaba plantado en mi habitación, frente a mi armario, rebuscando en el la cualquiera cosa que estuviese buscando. Avancé hacia él y le miré cabreada, había interrumpido mi sesión de estudio y encima se paseaba por mi casa como si fuese el rey del mundo. ¿De qué iba? Sacó unos pantalones y una camiseta blanca y la tiró sobre mi cama. Me cabreé todavía más al ver el desastre que estaba causando en mi armario, desarmándolo y convirtiéndolo en un remolino de ropa, dejando atrás la perfecta organización por colores que tenía minutos atrás.
—¿Se puede saber que haces? —pregunté, dándole un empujón y echándole de allí.
—Vístete. Por mucho que me guste verte en ese pijama de patos, no creo que te apetezca salir con él —contestó burlón. Por primera vez recaí que estaba en pijama y de forma horrorosa. Me ruboricé y esperé a que no hiciese ningún comentario, pero estábamos hablando de Oliver Moore, el experto en los comentarios incómodos—. Vaya, vaya, cervatillo, no sabía que mis palabras causaban ese rubor en ti. Aunque no es momento de eso, vístete, que nos vamos.
—Yo contigo no voy a ninguna parte.
—Vamos, cervatillo. Tienes cinco minutos para vestirte y venir conmigo por las buenas. Si no te arrastraré hasta mi coche, me da igual que estés en pijama o no.
—A eso se le llama secuestro.
—Estaré dispuesto a ir a la cárcel si eso significa pasar unos minutos contigo —sus palabras cargadas de diversión y burla calaron en mí, acentuando el rubor. Desvié la mirada y caminé hasta la cama, cogí la ropa y me vestí en el cuarto de baño—. Así me gusta. Vamos.
Con un resoplido le seguí. En la planta baja me coloqué las zapatillas de deporte y cogí la maleta donde llevaba el teléfono móvil, la cartera y las llaves de casa. Miré con aburrimiento, pero también con una pizca de nerviosismo y curiosidad al idiota, el cual caminaba delante de mí hasta su coche. Me monté en el asiento del copiloto y esperé a que arrancase. No me dijo en ningún momento hacia donde nos dirigíamos. Solo me preguntó mi salsa e ingredientes favoritos en la pizza cuando se bajó en una pizzería. Intenté sonsacarle hacia donde nos dirigíamos, pero no logré ni una pizca de información. Me asusté cuando vi el cartel que deseaba un buen viaje, ese que estaba en el límite de la ciudad. Eran las once de la noche, ¿a dónde demonios nos dirigíamos?
—¿Ya no hay concierto privado? —preguntó divertido. Me dediqué a mirar por la ventana, avergonzada porque siempre que ocurría eso era cuando estaba borracha—. Que mal, con lo divertido que es escuchar todos tus gallos y como desafinas —le di un golpe en el brazo que le hizo reír, sonreí y me acurruqué en el asiento, sintiéndome algo más aliviada y relajada. Aumentó el volumen de la radio y tarareó las canciones que salían en la emisora.
Sobre las doce así, Oliver cogió un desvío, el coche se sacudió ante el terreno irregular en el que se metió. Le miré insegura y con miedo, cada vez más confusa y con ganas de saber hacia donde íbamos. Aparcó el coche, todo estaba bastante oscuro. Se giró hacia mí, todavía montado y me sonrió ampliamente, dejando ver su blanca y perfecta dentadura.
—Vamos, cervatillo —se bajó y le seguí, insegura y asustada.
Crucé mis brazos sobre el pecho y miré el suelo mientras caminaba, para no caerme. Vi como cogió una maleta del maletero, de esta sacó una gran manta y la colocó en el suelo. Se iluminaba a sí mismo con la linterna del móvil, yo saqué el mío y le ayudé. Aunque no sabía muy bien a que le ayudaba. Colocó un pequeño foco que traía en el coche y que nos iluminó. Me hizo sentarme en la manta. Sacó dos maletas más y las colocó a su lado. Además, bajó las dos cajas de pizza y la bolsa con los refrescos.
—¿Me vas a decir ya que hacemos aquí? —pregunté, ansiosa, aunque ya me imaginaba un poco la respuesta.
—Vamos a ver las Léridas, la lluvia de estrellas —contestó, sentándose en la manta, manteniendo la distancia entre los dos.
—¿Me has traído hasta aquí solo para ver las estrellas?
—Desde la ciudad no se ven —se encogió de hombros y sacó un termo de una de las mochilas—. ¿Café? —negué. Vi como él se echaba un poco en un vaso, el humo salía de él—. Hasta las dos o así de la madrugada no empiezan, así que ponte cómoda.
Colocó en medio de los dos la otra maleta y la abrió, en ella había varios paquetes de patatas y chucherías. Dejé escapar una sonrisa al divisar un envase lleno de galletas y pastelitos. Supe que se trataban de Sam, la cual estudiaba repostería y se encargaba de hacernos galletas y magdalenas, las cuales superaban a las que vendían en Ross's. Le di un mordisco a una de chocolate blanco y sonreí, maravillada por lo crujiente que eran por fuera, pero lo blanditas que eran por dentro. Oliver me pasó un vaso de café y, esta vez, acepté, no queriendo quedarme dormida.
Siempre había querido ver las estrellas fugaces, pero no había tenido a nadie con quien hacerlo. Una vez lo intentamos mi progenitor y yo, pero no vimos ni una y acabé muy decepcionada. Incluso le había comentado a Morgan este fenómeno, pero me dijo que desde la ciudad no se veían y veía muy difícil robarle el coche a sus padres para venir a verlas. Pensamos en comentárselo a Sam para que lo hablase con Alek, pero esta dijo que lo tenía en el taller. Ahora entendía todo. Se habían compinchado y habían hecho que Oliver me trajese.
Unos sonidos me sacaron de mis pensamientos y de mis ganas de matar a Sam por la encerrona. Observé con curiosidad lo que Oliver intentaba sacar de la maleta de deporte. Le miré sorprendida y con una sonrisa floreciendo en mi rostro. Creo que era la primera vez que veía a Oliver avergonzado, se rascó la cabeza y me miró.
—Creo que prefieres las temperas, pero con el frío y la noche no pensaba que fuese buena idea utilizarlas.
—Los lápices también me encantan —le contesté, maravillada. Sentí como las lágrimas se agolpaban en las cuencas de mis ojos, pero eran de felicidad y no derramé ninguna.
Oliver Moore se había preocupado por mí y por mis intereses. Oliver Moore había traído dos blocs de dibujo y dos paquetes nuevos de lápices de colores. No pintaba, no coloreaba, pero gracias a Oliver Moore lo estaba volviendo a hacer.
Abrí uno de los paquetes y comencé a dibujar con la mirada fija del orangután en mis movimientos, fijándome en el cielo, en la noche. En como la luna en cuarto creciente nos observaba desde el cielo, brindándonos una tenue luz. Las estrellas la acompañaban, haciéndole saber que no estaba sola en el amplio y secreto espacio. Dibujé todas y cada una de las estrellas, en una mezcla de colores y tonalidades. Luego, con un lápiz negro, simulando mi carboncillo, dibujé la silueta del idiota a mi lado, observando el cielo estrellado, tirado sobre la manta, con el brazo en alto, mientras señalaba el cielo e intentaba descifrar las constelaciones visibles.
Reí al ver su dibujo, intentó imitar el mío, pero no tenía nada de parecido. Su dibujo parecía hecho por un niño pequeño. Me sonrió divertido, pero fingió indignación ante mi burla, por lo que levantó el dibujo y lo quitó de mi vista, colocándolo fuera de mi alcance. Sonreí más todavía, sintiendo como me dolía el estómago a causa de las risas.
—¿Cómo van los entrenamientos con Jason? —hablé una vez dejamos de reír y se calmaron mis carcajadas.
—Sigue siendo un terco. Como se nota que es tu hermano —le di un golpe en el brazo de manera juguetona, solo conseguí su risa—. Creo que jugar en un equipo le va a venir bien, necesita confiar más en él y en los demás. A mí entrar en el equipo de rugby me ayudó bastante —suspiró. Sus palabras me intrigaron.
—¿En qué sentido?
—Ya te dije que era un pieza en el instituto. Mi relación con mis padres era y es horrorosa y siempre intentaba llamar la atención de ellos. No sé, creía que, si me castigaban y llamaban la atención, ellos iban a sacar la cabeza de sus propios culos y me iban ver con otros ojos —se encogió de hombros. Le miré, quería saber más—. Tenía esa mentalidad de tu hermano, el cual hace lo que hace por falta de atención. Su berrinche fue eso, quería que su madre le mirase, que ella le echase la bronca. Lo sé porque yo también quería eso, pero no fue así. Seguí metiéndome en problemas hasta que un día el entrenador me vio lanzando una de las pelotas en educación física y destrozar uno de los cristales que estaban al fondo del gimnasio. En lugar de echarme la bronca, me hizo apuntarme al equipo. Alek se apuntó conmigo para tenerme controlado a mí y a mis arrebatos de ira —no me miró en ningún momento, solo miraba al frente.
» En los partidos me sentía diferente, era otra versión de mí mismo. Logré canalizar mi ira hacia mis padres en el juego, en las carreras que pegaba, en los tacleos. Pero, no te voy a mentir, seguía queriendo su validación, les invitaba a los partidos, pero no aparecieron nunca. Solo aparecía mi abuela. Ella, y Alek en parte, es la razón por la que me vine a estudiar aquí. Recibí cartas de recomendaciones a universidades con más nivel, pero estaban muy lejos y no quería alejarme mucho de ella. Además, Alek entró aquí y tampoco quería separarme de mi mejor amigo, quien había sido mi pilar y conocía todas mis mierdas —arrancó un trozo de césped con la mano izquierda.
» A mí el deporte me ayudó mucho y, gracias a él, estoy aquí. A él y al entrenador Pitcher, quien vio potencial en mí y no un desastre y un caos como lo hacían mis padres. Estuve a punto de entrar en un internado, querían que me enderezase, pero mi abuela les hizo cambiar de opinión. Ella fue quien me crio con ternura y cariño en esa casa llena de frialdad, pero seguía queriendo el afecto de mis padres. Lo quise hasta que cumplí dieciséis y comprendí que no lo iba a conseguir, estaban demasiado centrados en su trabajo y en la empresa como para perder el tiempo con su único hijo —se podía notar la rabia en su voz, en su espalda tensa. Sin previo aviso y casi sin quererlo, coloqué mi mano sobre la suya, dándole un suave apretón, causando que saltase, pero que se relajase al instante—. Creo que Jason todavía tiene tiempo de cambiar, es un adolescente que va sin rumbo. Solo necesita a alguien que le ayude a encontrarse —acaricié su mano con mi pulgar mientras miraba sus facciones.
» Él te tiene a ti, aunque ahora parezca que no podéis arreglarlo, pero no es demasiado tarde. Solo necesita tiempo y una buena dosis de pesadez de una hermana —sonrió—. Yo solo tenía a Alek y a mi abuela, pero Jason te tiene a ti, a Morgan, a tu madre y me tiene a mí, aunque ahora me quiera matar por hacerle sudar en el gimnasio. Mi abuela dice que las personas necesitan tocar fondo, ser las peores versiones de sí mismos, para encontrarse y renacer. Yo creo que tu hermano con la expulsión ya lo ha tocado.
—Tu abuela parece una mujer sabia —tragué saliva y, en un acto valiente e inconsciente, apoyé mi cabeza sobre su hombro, con mi mano todavía sobre la suya mientras observábamos el cielo estrellado.
—Lo es. Estoy seguro de que le caerías genial —sonreí levemente. Sentí como se movía y me miraba por el rabillo del ojo, pero miró al cielo—. ¿Sabes, Violet? Desde que estoy en la universidad...
Levanté la cabeza de su hombro, retirándome de su lado y rompiendo la cercanía al soltar nuestras manos y observar maravillada como caía la primera estrella fugaz. Tenía la boca abierta, era la primera vez que veía una de verdad. No dudé en pedir un deseo para mis adentros. Miré a Oliver, con los ojos brillosos, rebosantes de emoción y de alegría por estar aquí.
—Gracias por traerme —hablé con la voz entrecortada de la emoción.
—Considéralo una cita —sonrió.
—No, no lo es —negué, pero seguía divertida—. No me has invitado a salir.
—Si te hubiese pedido que tuviéramos una cita, ¿habrías aceptado?
—No —respondí, completamente divertida.
Rio y continuamos mirando la lluvia de estrellas fugaces durante un rato, hasta que pausaron. Me había pasado suficientes horas estudiando este fenómeno para saber que paraban durante un rato hasta que volvían a caer más, las cuales desaparecían a la velocidad de la luz para que otra volviese a aparecer y seguir el mismo recorrido. Oliver abrió las cajas de pizza, las cuales estaban heladas, pero no nos importó.
—Pizza con piña, ¿en serio? —bufé con sorna. Me miró indignado.
—Está riquísima. Lo que pasa es que tienes el paladar atrofiado —me sacó la lengua y reí.
—Está asquerosa y tú eres el del paladar atrofiado para que te guste esa basura.
—¡Te vas a enterar! —reí, pero la risa se me cortó cuando se abalanzó hacia mí y me sujetó las manos con una sola de las suyas para meterme un trozo de pizza en la boca—. Admite que está buena —escupí el trozo y bebí agua con ímpetu, queriendo eliminar cualquier rastro de sabor y textura de la pizza.
—Eres un gilipollas.
—Dime algo que no sepa —contestó, volviendo a comer de su pizza—. Yo tendré el gusto atrofiado, que no es el caso, pero tú lo tienes de una niña chica. ¿Solo pollo y queso? Eso es lo que se pide el hermano pequeño de Alek —le saqué la lengua y le ignoré, continuando con la ingesta de mi trozo de pizza—. Oye, cervatillo, tienes tomate aquí —se señaló la mejilla, pero yo ya había caído más veces en esa mentira, por lo que le ignoré—. Es en serio —mi respiración se entrecortó al ver lo cerca que se encontraba—. Justo aquí —su pulgar recorrió la comisura de mi boca de manera pausada, lenta.
Un simple roce causó que un escalofrío me recorriese. Centré mis ojos en los suyos, como hipnotizada, incapaz de apartar la mirada. Dejé abrir la boca unos milímetros, lo que causó que sus ojos se dirigiesen a mis labios entreabiertos. Por inercia pasé mi lengua por ellos, humedeciéndolos. No quitó la mano de la comisura de mis labios, sino que acentuó el soporte en mi mandíbula. Tragué saliva y bajé rápidamente mi mirada hacia sus labios, la barba había desaparecido. Moví mi mano izquierda hasta su barbilla, acariciándola, sonreí por la suavidad.
Oliver se acercó más.
Nuestros rostros estaban a una escasa distancia. Solo nos separaban unos simples milímetros. Pude sentir su respiración, como su cálido aliento de mezclaba con el mío. Dejé cerrar los ojos y me acerqué más, hasta que nuestros labios se rozaban. Hasta que Oliver, o yo, no lo sabía, no aguantó más y los juntó, sellándolos en un suave beso.
Y las mariposas, las descargas eléctricas y el zoológico entero en mi estómago, las cosas que debía sentir con otra persona, hicieron acto de presencia. Ah, ahí estaban, esas cosas que tanto mencionaban en los libros que Morgan me había dejado.
Los labios de Oliver eran suaves, cálidos, confortantes. Era un beso diferente a los dos anteriores que habíamos tenido, no había ferocidad, rapidez, ni siquiera había esa pasión feroz por devorarnos. Pero sí que sentía lo mismo que la otras veces, ese cosquilleo, esas ganas de que no acabase. Nuestros labios se movían al compás, en sintonía.
En la oscuridad de la noche solo se escuchaba el ulular de los búhos y el sonido de nuestros labios al separarse y volver a juntarse para tomar aire.
Me separé de Oliver, sintiendo como me ardían los labios, como me palpitaban. El castaño me observaba con el rostro sereno, pero con los ojos brillantes. Volvió a llevar su mano a mi nuca y me acercó a él para besarme.
Nos quedamos así, tirados en la manta, uno al lado del otro, observando las estrellas y el cielo oscuro. La luna nos sonreía y nos observaba cuando compartíamos algún que otro beso.
Y, cuando comenzó la segunda lluvia de estrellas, cuando vi la segunda estrella fugaz caer por el cielo, cerré los ojos y pedí otro deseo para mis adentros.
Ojalá esta noche no acabase nunca.
Porque cuando acabase, iba a pifiarla. Iba a liarla. Porque no podía dejar que esto fuese a más, porque tenía que hacer algo con mis sentimientos.
Porque sentir algo por Oliver Moore iba a ser mi perdición.
Y mucho me temía que ya estaba cayendo.
¡Hola!
Madrugar iugggg
Como se nota que Jason y Violet son hermanos en muchas cosas
No te culpo, Violet, yo también me quedaría embobada mirando a Oliver ;)
Conocemos un poco más de Oliver y de su vida allá en Boston. Quiero pegarle a sus papis y darle un abracito a su abuela :) y al entrenador
¿Qué era eso que quería decir cuando cae la primera estrella? ¿Era una confesión?
Sam, organízame a mí una encerrona así también, por favor :(
Vi, ¿qué vas a hacer? Solo acepta tus sentimientos hacia él de una vez
*
¿Habéis visto alguna vez una lluvia de estrellas? Yo no :(
*
Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️
¡Muchas gracias! Nos leemos,
Maribel❤️
Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)
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