Trece
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—Pero, ¿qué?
Las manos se me movieron solas, yendo en dirección a la cara de mi hermano pequeño, quien hizo una mueca de dolor cuando posé suavemente una de las manos en su mejilla izquierda. Tenía la respiración agitada, tanto él como yo.
En mi cabeza solo rondaban varias preguntas que no iban a tener respuesta a menos que él me las proporcionase. ¿Qué había pasado? ¿Por qué tenía la cara llena de hematomas y el ojo izquierdo morado? ¿No estaba en casa de un amigo?
Mis pensamientos se vieron interrumpidos con un golpe seco en las manos. Jason me había apartado bruscamente de él, echándome a un lado y subiendo las escaleras hasta su habitación. Tragué saliva y me quedé ahí parada, en medio del descansillo de mi casa, completamente a oscuras y preocupada por su comportamiento tan extraño.
Subí las escaleras hasta su dormitorio, pero le vi en el baño, intentando curarse las heridas que le ocupaban todo el rostro. Cuando me vio en la puerta, hizo el amago de cerrar la puerta, pero puse el pie e hice fuerza para impedírselo y entrar. Le obligué a sentarse en la taza del inodoro y saqué los enseres necesarios del botiquín.
Una de las ventajas de tener una madre enfermera era que lo medicamentos no eran algo de lo que solíamos carecer; otra, era que mi madre me enseñó cuidados básicos y la mejor forma de curar una herida, estuviese en el lugar del cuerpo que estuviese. Mojé un algodón con alcohol desinfectante y empecé a aplicárselo a toquecitos por los cortes que tenía en la cara. Soltó un quejido lastimero y vi como sus ojos se llenaban de lágrimas, pero no soltó ninguna.
—Deja de hacer ruido o se va a enterar mamá —dije, algo más cortante de lo que esperaba cuando volvió a hacer otro ruido.
Una parte de mí misma decía que era lo mejor, que mi madre debía enterarse y mantener una charla con él, a ver si ella así lograba sonsacar lo que sea que le pasase por la cabeza últimamente, pero, contarle a mi madre esto era hacer que mi relación con mi hermano se hiciese más inexistente todavía. También, estaba deseando saber que le había ocurrido, que había pasado para que llegase así a casa y dejar la fiesta de pijamas que tenía con sus amigos tan pronto, pero sabía que no iba a lograr que me lo contase nada, por lo que me mordí la lengua y me aguanté los impulsos y deseos.
—Gracias —contestó cuando terminé de ponerle una crema antiinflamatoria en el ojo izquierdo. Asentí y me alejé de él, dispuesta a irme a mi habitación—. Por favor, no se lo digas a mamá —apreté los labios y volví a asentir.
—No me vas a contar lo que ha pasado, ¿no? —su silencio fue la respuesta que recibí. Suspiré y negué con la cabeza, pasándome las manos por la cara algo frustrada por su actitud—. No sé que pasa por tu cabeza de adolescente, pero sí vuelve a ocurrir, mamá se va a enterar y, después de curarte, ella te va a dar otra paliza.
Salí del baño y caminé hasta mi habitación. Tragué saliva tirándome en la cama, sin desvestirme ni ponerme el pijama, no podía ni tenía fuerzas para hacerlo. Miré las estrellas fluorescentes en el techo y me quedé dormida mientras mil preguntas rondaban mi mente, aunque no tenía respuestas para ninguna.
Era la primera vez que me quedaba hasta tan tarde en Ross's, pero la ocasión lo ameritaba, o eso creía.
En realidad, había sido un poco obligada a quedarme, por lo menos al principio. Pero, cuando me enteré de qué se trataba no me importó, por lo que me dije a mí misma que no importaba que pasase un par de horas más aquí.
Morgan se puso uno de sus cigarrillos en los labios y le prendió fuego a la punta para encenderlo. Aspiró el humo por los pulmones y lo expulsó por los labios, creando un halo de vapor y humo insoportable. Con el cigarro todavía entre sus labios atacó la orden de Tyler de ir a tirar la basura.
Cuando la vi alejarse, vi a mi jefe abrir la puerta de detrás y dejar pasar a un par de personas. Sam, como no, entró riéndose y tapándose la boca con la mano derecha para que no se notase tanto; Alek venía acallándola, haciendo sonidos con la boca, pero algo divertido y Moore entró en silencio, con las manos metidas dentro de los bolsillos de los vaqueros. Que estuviese aquí no me hacía mucha gracia, pero, desgraciadamente, Tyler había visto que nos había invitado a varias fiestas y que solía estar en el grupo cuando hablábamos con Samantha.
Sam me dio un cálido abrazo y me regaló una de sus características sonrisas, una que no pude evitar responderle. El rubio me extendió un paquete de cartón, el cual custodiaba un pequeño pastel de chocolate.
—Siento que cada día está el contenedor más lejos —Morgan entró, tirando la colilla al cenicero. Abrió los ojos como platos cuando nos vio a todos a su alrededor. Yo sostenía el pastel con las velas encendidas.
La pelinegra estaba sin habla, algo extraño siendo ella, pues se llevaba hablando por los codos y siempre tenía una respuesta ingeniosa que darte. Sonreí tímidamente y me acerqué a ella, con la tarta en las manos y con las velas esperando a ser sopladas. Morgan quitó lentamente las manos de su boca y me sonrió, emocionada, para luego soplar las velas con ímpetu.
—¡Ya me queda menos para beber en los bares sin tener que llevar un DNI falso! —exclamó con los brazos en alto, haciendo reír a todos los presentes.
Habíamos estado todo el día ignorando que era su cumpleaños y me había hecho sentir muy mal, pues ella estaba emocionada y se le notaba en su expresión y en sus movimientos, pero Tyler tenía preparada una fiesta sorpresa y necesitaba que todo fuese bien, por lo que me prohibió decirle algo y me hizo hacer como sino me acordaba de la fecha ni del evento del día, dando como resultado a una Morgan de mal humor por que no recordásemos su cumpleaños.
Sentí sus brazos rodearme y darme un abrazo, emocionada. Repitió el proceso con todos los presentes, incluso con Oliver. Cuando llegó el turno de Tyler este le susurró algo en el oído, causando la risa de la tatuada. El dueño del bar partió la tarta y nos repartió un trozo para todos.
Nos sentamos en varias mesas y estuvimos charlando durante un gran rato. No sabía que rumbo había cogido la conversación, pero nos encontrábamos charlando del proceso de la elaboración de los cafés y batidos de la cafetería.
—Violet el primer día casi derrama un litro de leche ardiendo sobre mí porque no sabía como funcionaba la cafetera —me encogí en el asiento, avergonzada, y le di un sorbo a través de la cañita a mi batido de fresas. Le eché una mirada envenenada a Morgan por contar eso delante del orangután, quien ya se estaba riendo.
—¿Qué pasa, cervatillo? ¿Ni siquiera sabes hacer un café? Pero si es solo darle a un botón.
—Seguro que mejor que tú.
—No hay nada que hagas mejor que yo —contestó. El resto de la mesa miraba nuestra discusión como si de un partido de tenis se tratase, moviendo la cabeza de un lado a otro.
—¿Tan seguro estás de eso? Vamos a comprobarlo.
—No quiero que te pongas a llorar cuando te venza —levanté las cejas en señal de incredulidad.
—¿O es que acaso no quieres llorar tú cuando te aplaste el enorme ego que tienes? —hice un puchero con los labios y le miré, con los ojos brillosos de burla. Vi como apretó la mandíbula, soltó el aire por la nariz y se levantó.
Miré a mi jefe, quien, con un gesto con la cabeza, nos dio el visto bueno. Caminé hasta detrás de la barra y preparé las cosas, con Oliver imitando mis pasos, aunque intentase ocultarlo. El resto de los invitados nos siguieron hasta la barra, pero se quedaron en la otra parte.
—Tenéis que hacer un moca chocolate —habló Tyler, completamente divertido por la escena que estábamos montando.
Era increíble como este hombre fuese el jefe, pero se comportaba como un adolescente.
—Esto va a ser inolvidable —habló Alek. No sabía a quien apoyaba, pero su sonrisa divertida era agradable y graciosa.
Cuando terminó la cuenta regresiva, cogí la taza indicada y la coloqué encima de un pequeño platito. Eché la leche en la jarra metálica y la puse debajo del tubo de la cafetera, para que empezase a hervir, en medio del procedimiento meneé el recipiente arriba y abajo para que se formase una leve espuma con la leche. Escuché el típico sonido de la cafetera al otro lado, haciendo el ruido de cuando se te calienta demasiado. Me giré y vi a Oliver con una mueca en el rostro y limpiando la leche que se le había derramado por la encimera.
En la taza, previamente preparada, eché sirope de chocolate por sus paredes, lo dejé reposar y preparé un café. Le di al botón que hacía el tipo que quería y esperé a que llenase el vaso, para luego, echarlo en la taza y mezclarlo levemente. Eché la leche y, mordiéndome el labio inferior en concentración, hice un dibujo en la espuma con el café y la leche. Sonreí ante el resultado. Y coloqué la taza en el mostrador. Luego me giré hacia el orangután, quien seguía intentando hacer el café, por lo que me acerqué a él y, como buena rival que era, le di al botón indicado.
Después de terminar, Morgan, al ser la cumpleañera tuvo el derecho a bebérselos y dar su veredicto, aunque su voto era algo imparcial, pero nadie se atrevió a contradecir su opinión, pues habían visto como lo habíamos preparado y sabían solo con verlo como era la cosa.
Alcé los brazos en señal de victoria y le saqué la lengua de forma infantil a Oliver, quien me miraba serio, con los brazos cruzados sobre el pecho, pero en sus ojos había un brillo que no pude descifrar, aunque no le hice caso y choqué los cinco con Samantha y Alek, quien estaba muy divertido y se estaba cachondeando de su mejor amigo.
—¿No era darle solo a un botón? —pregunté, poniendo los brazos en jarra y sonriendo victoriosa.
—Lo que sea —chistó y salió de la barra, para dirigirse de nuevo a la mesa. Alek le empezó a picar con chistes y bromas, hasta que el castaño se hartó y ambos empezaron una pelea de insultos. Sam solo rio.
—Son como dos niños chicos —Morgan secundó a la de tez negra y rio con ella.
Yo solo pensaba en como habíamos llevado la rivalidad a otro punto, ya no solo competíamos por ser el mejor de la clase, también competíamos por cualquier estupidez como esta. Era algo divertido tener a alguien con quien competir y tener esta rivalidad, me hacía centrarme más y dar la mejor versión de mí.
Aproveché para ir a la sala de descanso y saqué de la taquilla el pequeño obsequio para Morgan. Desde que nos hicimos amigas llevaba pensando que regalarle y, saber su afición a la lectura, me dio una idea. No era mucho, pero había gastado una parte de mis ahorros en él.
—¿Qué tienes ahí, novata? —los ojos de la pelinegra se iluminaron al ver el pequeño paquete que sostenía en mis manos. Se lo alcancé y lo abrió rápidamente, emocionada—. Me encantan los regalos —dijo. Reí, pues era algo que ya me imaginaba. Jadeó de la sorpresa y le miré con miedo, sin saber si le gustaba o no—. Eres la mejor —con el regalo en sus manos, me atrajo hacia ella en un abrazo y revolvió mi pelo, sonreí, pues si que le había gustado. Miró la taza y le dio vueltas en sus manos, observando todos sus detalles—. ¿Cómo lo has sabido?
—Una vez dijiste que estos libros eran tus favoritos, así que quería regalarte algo de ellos —respondí, volviéndome tímida de un momento a otro. Morgan volvió a abrazarme y admiró la taza llena de dibujos de su saga de libros favorita. Con cuidado, la guardó de nuevo en su caja y la metió en su bolso.
Volvimos a la improvisada fiesta. Miré la hora en mi teléfono y entré algo en pánico, pues tenía que volver para que me diese tiempo a hacer la cena, ducharme y estudiar un poco. Morgan, quien, a pesar del poco tiempo que llevábamos conociéndonos, me conocía muy bien y sabía que una de mis alarmas estaba a punto de ponerse a pitar, indicando que era hora de ponerme en marcha. Por lo que dijo que se lo había pasado muy bien, pero que al día siguiente tenía clases por la mañana y debía irse.
Recogimos por encima entre todos todo lo que habíamos ensuciado y los empleados cogimos nuestras cosas. Caminamos el grupo de cinco hasta el aparcamiento. Morgan me dio un abrazo y se puso su casco. Se despidió de los demás, se montó en la moto y se fue, levantando una pequeña oleada de humo y dejándonos a los cuatro en el aparcamiento. Sam se despidió de la misma manera, con un abrazo y con un beso en mi cabeza, le sonreí a modo de despedida y acepté también el abrazo del rubio. A partir de ahí, cogimos caminos separados.
Cuando llegué al aparcamiento habilitado para bicicletas, mi mandíbula estaba por los suelos al ver mi bicicleta. Por Einstein, estaba teniendo un gran día que se me había olvidado de que tenía que arreglar la rueda, y ahora estaba sin aire y vacía, impedida para poder circular en condiciones. Me llevé las manos a la cara y me las restregué en frustración. Debido a esta, le pegué una patada a la rueda vacía y proferí un pequeño grito, pues tenía que llegar a casa y recuperar el tiempo perdido.
Sentí como un coche se posicionaba a mi lado, no miré quien era, no me hacía falta, pues el estúpido tenía la costumbre de aparecer en los momentos menos oportunos. Escuché el sonido de la ventanilla siendo bajada, pero le ignoré. Metí las manos en la mochila y miré si llevaba suelto para un autobús. Sí que lo hacía, así que desencadené mi vehículo a pedales y lo arrastré por todo el aparcamiento en dirección a una parada de autobuses.
—¿Problemas, cervatillo? —con la cabeza en alto, ignoré sus preguntas—. Oh, vamos. No me voy a cachondear de ti —avanzó con el coche y se posicionó a mi lado, conduciendo a baja velocidad para ir a mi par—. ¿Necesitas que te lleve? Vamos, cervatillo. Está oscuro y no creo que pasen muchos autobuses. Además, llegarás muy tarde y todos sabemos que doña estudiosa no quiere eso —paré en seco, pues tenía algo de razón, por mucho que me molestase admitirlo. Desde el asiento del piloto, se quitó su cinturón y abrió la puerta del lado del copiloto—. Venga, deja la bicicleta en el maletero y te llevo—tragué saliva, sopesando las consecuencias que podría acarrear esto. Además, ¿por qué se preocupaba si llegaba bien o no? —. No tengo toda la noche. Si te preguntas por qué hago esto es porque no puedo dejar que le pase nada a mi rival, yo voy a ser quien te derrote —sonrió egocéntricamente, haciéndome rodar los ojos en incredulidad. Será estúpido.
Con un suspiro, metí la bicicleta con cuidado en el maletero y me monté en el asiento del copiloto. Agarré mi maleta y observé el paisaje por la ventana durante todo el trayecto. Era la segunda vez que me quedaba a solas con él y cada vez era más incómodo. Ninguno hablaba, solo se escuchaba la música de la radio y a Oliver tararear alguna que otra canción.
—Con lo precavida que eres, me sorprende que hayas esperado hasta el último momento para darte cuenta que tu bicicleta estaba rota —rompió el hielo. Tragué saliva, sí que me había dado cuenta, lo que pasaba era que no tenía suficiente dinero para arreglarla y no era algo que yo pudiese hacer, pues, a pesar de saber lo que era, no tenía las cosas necesarias, por lo que dejé pasar las oportunidades hasta que fue demasiado tarde para hacer algo—. No es muy cara arreglarla —vi como me miraba a través del rabillo del ojo—. No entiendo por qué no lo has hecho.
—No todo el mundo tiene un padre que le compra y paga todo —contesté, sin saber muy bien que decir y sintiéndome mal al ver como apretaba la quijada y miraba al frente—. El dinero que tenía me lo gasté en el regalo de Morgan —murmuré. Me sorprendí porque no era algo que pensaba contar y, mucho menos, a él. Oliver asintió y continuó conduciendo, volviendo a reinar el silencio en el coche.
Las luces del salón de mi casa estaban encendidas o eso se podía ver cuando Oliver aparcó frente a esta. Me extrañé, pero era posible que mi madre acabase de llegar, aunque era algo improbable.
—La próxima vez haré un café mejor que el tuyo —reí. Genial. Oliver Idiota Moore me había hecho reír. Noté como una pequeña e imperceptible sonrisa se posaba en su rostro.
—Deja de jugar a un juego que está claro que vas a perder —le contesté, borrando mi sonrisa divertida y cambiándola por una burlona y sarcástica. Podía ganarme en matemáticas, aunque no era algo seguro ya que seguía con la intención de aplastarle, pero no en la cafetería, ese era mi territorio. Oliver se giró, tenía un brazo estirado sobre el volante y el otro en el cambio de marchas. Una lenta sonrisa se formó en su expresión finalmente.
—Oh, cervatillo, yo nunca pierdo.
A medida que decía esto se acercaba más y más a mí, hasta acabar a centímetros de mi rostro con nuestros alientos mezclándose. Yo hacía de todo menos mirarle a los ojos, debido a la incomodidad que se había formado en el ambiente. Con una sonrisa todavía más amplia, se alejó.
—No hace falta que te pongas tan nerviosa.
—Gilipollas —murmuré, todavía incómoda y sin saber que demonios acababa de pasar.
—Dos a dos —fruncí el ceño, pasando de la incomodidad a la incredulidad. ¿De qué hablaba? —. He ganado el juego de miradas, así que volvemos a empatar —abrí los ojos ampliamente y me quedé seria y confusa, pues en ningún momento empezamos una competición de miradas. Negué con la cabeza y me bajé del coche, caminé hasta el maletero y saqué mi bicicleta, la arrastré por toda la acera. Oliver bajó la ventanilla y habló —. Pienso romper el empate en la exposición de Informática —me guiñó un ojo y aceleró, desapareciendo por la carretera con su coche de lujo.
Suspiré y llevé la bicicleta al jardín, donde la dejé tirada y entré en casa. De pronto, un rico olor a comida de verdad y no precocinada penetró por mis fosas nasales. Se me hizo la boca agua y aspiré el delicioso aroma. Caminé hasta la cocina, donde vi a mi madre mirando todos los envases de plástico llenos de comida y ordenándolos, poniéndoles etiquetas con su contenido. En una olla calentaba uno de ellos, que era del cual provenía el delicioso olor.
—¿Eso es lo que ha traído la señora Parker? No debería molestarse tanto —fue lo primero que dije al entrar. Caminé hasta ella y miré todas las etiquetas, queriendo averiguar con que nos deleitaba la vecina esta vez. Había de todo, lo que hizo que mis tripas rugiesen de hambre. Por Einstein, iba a convertirse en comida precalentada dentro de nada, pero, la que estaba en la olla estaba recién hecha, por lo que era increíble, pues nos alimentábamos a base de comida cocinada por mí o pizzas.
Mi madre no levantó la cabeza en ningún momento. Miró los envases todo el tiempo, pero sin escribir nada en sus adhesivos para identificar de que plato se trataba. Miraba fijamente la mesa, con los brazos cruzados. Supe que algo le pasaba, pero no sabía que hacer para que me lo contase. Además de su seriedad, lo que me preocupaba era que estuviese tan temprano en casa.
—¿Estás...?
—¿Cuándo pensabas contarme que tu padre no para de llamarte?
¡Hola!
Vaya... pues era Jason
¿Quién pensabais que era? ¿Qué pensáis que le ha pasado para llegar todo golpeado?
¿Debería contárselo Violet a su mami a ver si hace algo?
¡Cumpleaños de Morgan! 20 años ya
Más competición
Violet te vuelve a superar jejeje
Que mona V gastándose el dinero en su *mejor* amiga :(
Esa escena en el coche... ¿iba a ocurrir algo más?
Oh, oh... ¿cómo se habrá enterado? ¿qué pensará Valerie de que su hija reciba llamadas?
¡Pronto lo descubriremos!
¡Espero que os haya gustado!
Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️
¡Muchas gracias! Nos leemos,
Maribel❤️
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