Quince

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Solo se escuchaba el sonido de las teclas de los ordenadores ser pulsadas, las hojas ser pasadas y algunos susurros por parte de unos estudiantes. Mordí mi dedo pulgar y continué mirando mi pantalla, haciendo el cuestionario de evaluación para los profesores.

Estábamos casi al final del primer cuatrimestre, por lo que los profesores estaban obligados a realizar unos cuestionarios para que les evaluásemos a ellos y a su trabajo durante estos meses. Nos había dejado unos quince minutos para hacerlo. Muchos de mis compañeros ya habían terminado y, otros, cuchicheaban entre ellos para saber que poner. Yo, en cambio, miraba escrupulosamente las casillas para ponerlo bien, siendo completamente imparcial y sin caer en favoritismos.

Cuando pasaron los quince minutos, el profesor comenzó la clase. Como en todas sus horas, sacó a varias personas a la pizarra para realizar unos ejercicios. No aceptó voluntarios, solo escogió a quien parecía que iba peor y necesitaba ayuda de cara a los exámenes de enero. Estaba impaciente, necesitaba salir a la pizarra, eran ejercicios que había estado practicando y por fin me salían bien. Además, nunca estaba de más que el profesor notase mi entusiasmo para la asignatura para que luego redondease mi nota si no llegaba al diez.

Al terminar el último par de estudiantes, sonrío maliciosamente y miró por toda el aula, pasando por todos los alumnos. Levantó su libro y buscó una página en concreto.

—Moore, Campbell, a la pizarra —empecé a levantarme, contenta de salir por fin—. El primero que resuelva el ejercicio tiene cero con cero cinco más en enero —no terminé de escucharle que ya me había levantado y empezado a caminar hasta la pizarra.

Sentí a Moore por detrás de mí, por lo que apuré el paso, pero se me olvidaba que estaba en el equipo de rugby y que era más rápido que yo. Casi a empujones, llegamos a la pizarra y cogimos la tiza, dispuestos a escribir el problema.

El profesor tenía una sonrisa en el rostro, sabiendo la competición que teníamos el gorila y yo. No era la primera vez que buscaba una ocasión para hacernos competir, esta era una de las más suaves. Pero era divertido ver como se comportaba como un adolescente solo por vernos tirarnos de los pelos y lanzarnos pullas durante sus clases, aunque debería comportarse más como el adulto que era y no promover la competitividad.

Escuché como las sillas eran arrastradas por el suelo y como salían mis compañeros del aula. Por Einstein, el ejercicio era larguísimo y parecía no tener fin, por lo que la clase ya había terminado y nosotros seguíamos enfrascados en esta estúpida carrera. Me sonaron las tripas, pues era la última hora y necesitaba irme a casa a almorzar.

El sonido de la tiza contra la pizarra y la parte de metal me hizo mirar por el rabillo del ojo. Moore había terminado y tenía una sonrisa de satisfacción en el rostro, cruzó sus brazos sobre el pecho y me miró, expectante. Aceleré el paso y terminé, algo insegura por el resultado.

—Habéis fallado en el mismo sitio los dos, el resultado no es ese —concluyó después de mirar ambos ejercicios.

Abrí los ojos ampliamente y me indigné conmigo misma. Miré la pizarra, buscando el fallo que él decía y, era que, con las prisas, se me había olvidado cambiar el signo, estropeando el resto. Apreté los puños, sintiendo como las uñas se me clavaban en las palmas, pero los aflojé cuando vi la cara del orangután al ver que él también había fallado.

Bien, por lo menos no me saca dos puntos de ventaja.

Dejándonos el profesor irnos, cogí mi mochila y metí el ordenador y los apuntes. Me coloqué el bolso en el hombro y caminé hasta la salida. Saqué el casco de la bolsa de tela donde lo llevaba a medida que llegaba a la zona de las bicicletas.

Pude arreglarla. Morgan se acercó a mi casa al día siguiente cuando me vio llegar en autobús, por lo que, vino a mi casa y entre las dos logramos cambiar la rueda antigua por una que ella tenía, ya que no utilizaba su bicicleta.

Me coloqué el casco y quité la cadena. Pegué un respingo cuando sentí a alguien detrás de mí y soplándome en el oído. Dispuesta a pegarle al orangután, ya que había cogido la costumbre de molestarme incluso así, me di la vuelta, pero solo conseguí que Morgan me mirase asustada, para luego poner a reírse.

—¿A dónde vas, fiera? —siguió riéndose, haciendo que soltase una pequeña risa—. Esta tarde no trabajo, ¿te apetece ir a almorzar?

Me pensé la respuesta. No había nadie que me esperase en casa, Jason estaba en la escuela y hasta la tarde no llegaba y mi madre tenía que trabajar, como siempre. Además de pensar si había alguien o no, empecé a hacer memoria a ver si traía dinero suficiente o no, pero sí lo hacía, por lo que acepté la propuesta haciendo que Morgan chillase.

Me quité el casco y volví a colocar la cadena, pues la pelinegra traía su otro casco y me iba hacer irme en moto con ella. Como los exámenes estaban a la vuelta de la esquina se suponía que debería estar estudiando, pero tenía tanta hambre que no me importaba perder un par de horas de estudio, más que nada porque pensaba recuperarlas por la noche.

Caminé a su lado hasta llegar a su moto, me pasó el casco y, nuevamente, me lo coloqué. Contando hasta tres e intentando relajarme, me monté y abracé su cintura, causando su risa porque no importaba las veces que me montaba con ella, siempre me ocurría lo mismo.

En el centro comercial caminamos hasta una hamburguesería. Miré la carta con Morgan y fruncí el ceño al ver los precios. Para ser un local de hamburguesas era bastante caro, menos mal que traía dinero suficiente.

—Relaja el ceño —la pelinegra me dio un golpe en la nariz con sus uñas perfectamente cuidadas, haciendo que dejase de fruncir la nariz y sonreír un poco.

Recogimos nuestros pedidos y nos sentamos en una de las mesas del fondo. Miré mis patatas fritas y cogí una, soplando para que se enfriase antes. Morgan ni siquiera esperó, empezó a engullir y, cuando tuvo un trozo de patata en su boca, empezó a soplar para calmar su garganta. Preocupada, le pasé su refresco y miré como bebía.

—Vale, ¿qué te dijo Noah el otro día?

Desvié la mirada a medida que sentía mis mejillas sonrojarse. Después del partido, Noah, al vivir en la misma calle, me acompañó hasta casa, yéndonos los dos en autobús, sentados uno al lado del otro en el viaje y charlando. Al despedirnos, me dejó un lento beso en la mejilla, que hizo que me sonrojase y que se me acelerase el corazón.

—Anda... picarona —bebió a través de su pajita y me miró con una sonrisa divertida y traviesa—. Después de lo que vi, deberías decirle como te sientes. Puede que sienta lo mismo —fruncí el ceño pues no sabía a que se refería con lo del otro día—. Ya sabes, me contaste que te preguntó si Moore y tú erais novios y se acercó mucho a ti. Yo creo que también siente algo por ti —sentenció.

—No digas tonterías, no siente nada por mí más allá del cariño vecinal —repliqué de vuelta.

—Novata, tienes que creer más en ti misma y ser más segura —comenzó a comer a medida que hablaba conmigo, pero cada vez que ingería cualquier alimento, paraba a masticarlo bien—. No me creo que seas tan segura para los estudios y para vencer a Oliver y para estas cosas seas tan torpe. Eres guapísima, créetelo.

—¿Has visto la nueva publicación de April Williams? Va a sacar un nuevo libro.

Desvié el rumbo de la conversación, pues no estaba preparada a enfrentarme a una de mis inseguridades. Sabía que se había dado cuenta, pero, por suerte, lo dejó pasar y comenzó a hablar entusiasmada de la sinopsis del nuevo libro y de lo deseosa que estaba de poder comprárselo e ir a la firma de ejemplares que se suponía que realizaría, me hizo prometerle acompañarle cuando eso sucediese. Acepté con una sonrisa en los labios, pues quería conocer a la persona que me había introducido a la lectura.

Aa mamá: Me han ampliado el turno, no ceno en casa. No me esperéis despiertos. Besos.

Releí el mensaje que acababa de recibir, justo en el momento de terminar de almorzar y en el que Morgan se había levantado para pedirse un helado. Lo leí un par de veces y suspiré agotada. Desde nuestra pelea, o casi pelea, nuestra relación había caído en picado, solo nos veíamos por las mañanas al desayunar y yo evitaba el tema, como siempre hacía, pero ella seguía mandándome mensajes indicándome lo que estaba haciendo y si iba a estar en casa o no. Me restregué las manos por la cara, agobiada y cansada de toda la situación, sin saber que hacer para remediarlo todo. Pues, lo único que sabía era que parecía que no tenía solución y que nada iba a volver a ser como antes.

—¿Tu padre? —negué—. ¿Madre? —asentí, hizo una mueca y se sentó a mi lado, en lugar de al frente—. ¿Seguís sin hablar? —asentí de nuevo. Después del día tan horroroso que tuve en la cafetería, Morgan me hizo sentarme con ella y, hasta que no hablé y me desahogué, no me dejó levantarme.

No se lo conté todo, solo le puse al día con algunas cosas, pero no profundicé en el tema. Odiaba hacerlo, odiaba enfrentarme a la realidad de los hechos del pasado y sus consecuencias en el presente y futuro. Por lo que lo único que sabe es la punta del iceberg, que mi padre se fue y ahora intentaba volver. No le dije por qué lo hizo ni hizo preguntas sobre eso al ver lo difícil que resultaba para mí. Comprendió todas las llamadas rechazadas y el humor que tenía por los suelos los últimos días y, en el trabajo, hizo todo lo posible por hacerme reír y olvidarme de las dudas que me atormentaban. Además, me hablaba por SMS cada dos por tres para saber como estaba.

Estas acciones significaban demasiado para mí y no podía estar más agradecida de haber coincidido con Morgan aquel día en Ross's.

No me acordaba lo aburrido que era un día sin la entusiasta tatuada que tenía como compañera de trabajo en la cafetería. No había bromas ni comentarios absurdos y fuera de lugar que me hacían enrojecer, pero que por dentro me divertían mucho; no había una pausa para ir al baño que se convertía en salir a fumar; ni la pausa para bebernos nuestro café juntas.

Por suerte, Sam y Alek habían venido y había coincidido su visita con mis treinta minutos de descanso. Con cuidado, caminé hasta ellos con mi café y con mi magdalena, la cual compartí con Sam a petición mía, ya que siempre la solía compartir con la pelinegra.

—¿Sabes que vas a hacer en navidades? —preguntó la de tez negra a medida que se metía migajas de la magdalena en la boca y masticaba.

—Falta un mes todavía —dije algo divertida.

—¿Y? Nunca es pronto para planear unas vacaciones. Alek, Oliver y yo volvemos a Boston para celebrarlas con nuestras familias. Este de aquí y el otro tienen una especie de tradición desde pequeños, celebran todas las fiestas juntos, cuando Alek y yo empezamos a salir, me integraron en la tradición —me contó entusiasmada.

Sam me caía muy bien, pues gracias a su efusividad y entusiasmo no había lugar para malos pensamientos y siempre tenía una forma de sacarte una sonrisa, casi sin pensarlo ni quererlo. No pensaba que con lo poco que conocía de ella iba a lograr encajar tanto en mi vida ni hacer que le cogiese tanto cariño en tan poco tiempo.

—Supongo que cenaré con mi familia —mentira. Mi madre seguramente trabajaría y Jason estará muy ocupado jugando a la maquinita, por lo que se convertiría en otro año pidiendo a domicilio mientras estudiaba para los finales o viendo cualquier documental sobre el espacio exterior. Sonreí falsamente ante mi mentira y le di un sorbo a mi café.

—Si volvemos antes, deberíamos salir los cinco, ¿no?

—Yo lo veo bien, así nos relajamos un poco antes de comenzar con los exámenes —Alek colocó el brazo sobre el respaldo de los asientos y se estiró, mirando a su novia y sonriendo—. Ya sabéis, la calma antes de la tormenta.

—Supongo que no pasará nada por salir unos días antes —sonreí tímidamente y me encogí de hombros, terminándome el café y metiendo el papelito de la magdalena en el vaso vacío.

—Así podrás ver la cara de Oliver antes de que lo derrotes en los exámenes —sonrió Samantha, de forma divertida.

—No va a saber de donde vienen los golpes. Voy a derrotarle en todas las asignaturas —sentencié.

—Para eso tienes que mejorar en matemáticas, cervatillo —un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando susurró esas palabras en mi oído, haciéndome estremecer. Le miré iracunda y me levanté, preparándome para comenzar de nuevo mi turno.

Por Einstein, debía hacer que Tyler pusiese una campanilla en la puerta de la entrada o debía ponerle un cascabel al orangután para que dejara de asustarme de estas maneras. Caminé hasta la barra y tiré mi vaso en la basura. Vi como Oliver saludaba a sus amigos con un abrazo y desbaratándole los rizos a Sam, quien le respondió con un manotazo y un golpe en las costillas que le hizo reír. Sonreí levemente al ver la escena.

La parejita se fue al cabo del rato y Oliver se acercó a la barra para pedirse un café. Tomé su orden y su dinero, dándole la vuelta y su bebida una vez que estuvo preparada. En lugar de irse como sus amigos, se sentó en una de las mesas y me llamó.

—Cervatillo, ¿te importaría limpiarme la mesa? —hizo un puchero que causó que rodase mis ojos de forma notoria. Con él ya me daba igual no cumplir la política de la empresa pues me sacaba de mis casillas de una manera increíble y horrorosa.

Recogí las tazas que estaban en la mesa y las coloqué en la bandeja, esta la puse en la silla y limpié con un paño húmedo la mesa sucia. Volví a coger la bandeja.

—Tienes que ser más amable con los clientes si quieres propina, eh, cervatillo —chistó y le dio un sorbo a su café. Rodé los ojos, causando una sonrisa en él. Sacó su portátil de la maleta y lo encendió —. ¿Has terminado ya tu trabajo de informática? —preguntó. Asentí, lo hice los primeros días que lo mandó, tan solo me quedaba estudiármelo a fondo antes de realizar la presentación y el parcial—. Da igual lo mucho que tengas de él, voy a superarte.

Una vez más, rodé los ojos e ignoré el comentario, continuando con mi labor de recoger las mesas, pero una voz grave, una voz que hacía años que no escuchaba retumbó por toda la estancia al preguntar por una persona en específico, haciendo que todo el aire se quedase atorado en mis pulmones.

La habitación me daba vueltas.

Las tazas cayeron al suelo, haciéndose añicos.

¡Hola!

Que cachondo el profesor poniéndoles a competir ehh, y solo por un 0,05 xd

Morgan, te amo. Pero posiciónate. ¿Team Noah o Team Oliver?

Violet, quiérete más, cariño :(

Sam, a ti también te amo. Ilumíname a mí también los días con tu simpatía

Así que se van a juntar en navidades...

Oliver, deja de intentar derrotar a mi niña.

OMG OMG OMG

¿Tenemos conversación? ¿Quién será? ¿Qué querrá?

Me siento generosa. Nuevo capítulo el viernes y también el domingo.

Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️

¡Muchas gracias! Nos leemos,

Maribel❤️

Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)

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