Once

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Los días de descanso eran para eso, ¿no?

Parecía ser que la familia Campbell no entendía el significado de "día de descanso", pues, ni yo ni mi madre solíamos relajarnos. ¿Descansar? Ese verbo no existía en nuestro vocabulario, a no ser que fuese extremadamente urgente y necesario que nuestros músculos se relajasen, al igual que nuestras neuronas necesitasen un respiro.

No era mi día de descanso, ni mucho menos. Creo que no tenía uno desde hacía años, pero no me importaba. Tenía la capacidad para seguir aguantando perfectamente durante horas. Estaba en mi mejor momento estudiantil, llevaba una buena racha donde todos los problemas matemáticos los realizaba sin ninguna dificultad y a buen ritmo, sin fallos.

Aunque sí que era el día de descanso de mi progenitora. Los cuales aprovechaba para dormir un poco y descansar, aunque fuese durante un par de horas para, luego, hacer una limpieza exhaustiva de la casa, como se encontraba haciendo en este preciso momento. Daba igual las veces en las que me había negado de que lo hiciese, pues, si bien yo no necesitaba descansar, ella sí lo necesitaba, ya que se llevaba horas tras horas de pie en el hospital, moviéndose de un lado a otro sin parar. Sin embargo, no había manera de convencerla para que durmiese más horas de lo que ya hacía.

La aspiradora dejó de hacer el ensordecedor sonido que la caracterizaba. Seguidamente, escuché los pasos de mi madre por el pasillo superior. Dio tres golpes a mi puerta y entró, sin esperar mi contestación. Me quité los tapones aislantes del ruido al ver como movía la boca sin ningún sonido. Escuché claramente su dulce y melódica voz.

—Voy a hacer la compra —dijo. Fruncí el ceño, pues no pensaba que ya hacía falta ir de nuevo. Una idea se me ocurrió, no quería que fuese ella, quería que descansase e hiciese honor al día en el que se encontraba. No me importaba perder un par de horas de estudio si eso implicaba que recuperase su estado de ánimo y no pareciese una muerta viviente. Sin embargo, descartó mi idea sin miramientos, no me iba a dejar ir sola a comprar. Resoplé y me levanté del escritorio para coger mi mochila para acompañarla. A lo único que había accedido era a que le ayudase con las bolsas. No me conformaba, pero era lo máximo que me dejaba hacer.

Juntas, una al lado de la otra, caminamos hasta la parada de autobuses, con las bolsas reciclables en las manos. Esperamos al autobús que debíamos coger durante varios minutos, en silencio. Con el sonido de los pájaros piando y revoloteando y con el sonido del viento chocar con las hojas secas y anaranjadas de los árboles. Abrí la boca para decir algo, pero las palabras se me quedaron atoradas en la garganta. Cerré la boca inmediatamente, incómoda ante mi incapacidad de entablar una conversación con mi propia madre.

No os equivoquéis. Mi progenitora era mi referente y lo mejor que tenía en mi vida. Gracias a ella era quien era, sus consejos eran los mejores y siempre tenía una sonrisa para darte. Era mi ejemplo que seguir. Le debía la vida, de forma literal. Pero, en mi plena adolescencia, nos separamos un poco y cogimos caminos separados, a pesar de vivir en la misma casa y compartir lazos de sangre, nos habíamos convertido en unas completas desconocidas a causa de su afición al trabajo, pues fue su vía de escape ante la marcha del cenutrio que tenía como progenitor; en cambio, yo me centré en los estudios. Y me dolía saber que nuestra relación estaba rota y, que por mucho que intentásemos hacer, costaba bastante arreglarla y juntar los pedazos de familia que una vez fuimos.

—¿Cómo te va el trabajo? —rompió el hielo ella. Tragué saliva y sonreí levemente, al notar el rastro de curiosidad en su voz. Ya habíamos llegado al súper mercado.

—Bien. Me gusta mucho trabajar allí —contesté, a medida que la apartaba del carrito y empecé yo a arrastrarlo por la superficie. La seguí por los pasillos del enorme recinto. Vi como comparaba ofertas y sonreí por lo bajo, pues era una de las tantas cosas que me había enseñado—. ¿Y a ti?

—Agotador, pero ya sabes que amo saber que con mi ayuda he logrado salvar una vida —contestó con una mueca de cansancio, pero también de alegría. Agarró el extremo del carro y lo empujó por los pasillos hasta la zona de congelados—. Sé que te gusta tu trabajo, lo sé porque nunca mientes, pero sabes que no es necesario, ¿no? Con mis dobles turnos puedo pagar bien la casa y con la manutención que pasa tu padre podemos vivir bien —desvié mi mirada, incómoda por el tema que había decidido sacar. Sentía como un pequeño nudo se formaba en mi garganta, impidiéndome respirar correctamente, pero aun así, hice como que no pasaba nada—. Solo no quiero que te sobre esfuerces y te vuelva a...

—Creo que Jason dijo que se quedó sin cereales —corté lo que quería decir. Me sentí peor cuando vi como dejó caer la mano, la cual se estaba dirigiendo hacia mi cara para acariciarme la mejilla. Tragué saliva, intentando disipar el enorme bulto que se me había formado. Arrastré el carrito lejos de ella.

Sí, definitivamente esto no tenía arreglo. Y mucho menos si yo no ponía de mi parte. No íbamos a arreglar nada si a cada momento en el que sabía que algo me iba a doler, apartaba la mirada y huía como la cobarde que era, pero no era capaz de recibir las miradas de cachorrito de mi madre ni su regaño encubierto de preocupación.

Giré la esquina del pasillo donde se encontraban los productos de bollería industrial y cereales y, a causa de ir ensimismada en mis pensamientos de culpabilidad, no me di cuenta de la presencia de alguien más hasta que nuestros carritos chocaron, causando un estruendo debido al impacto de los metales.

—Per... tú —gruñí. Pasando del casi llanto al cabreo en una cuestión de segundos. ¿Qué probabilidades había de encontrarme al orangután este otra vez en el súper mercado? ¿Es qué no había más? Una lenta sonrisa se le formó en los labios, lo que me hizo fruncir el ceño—. ¿Qué?

—Me ganaste el otro día, pero no va a volver a pasar —una risa socarrona se me escapó. Recordé la mirada que me echó al día siguiente en clase, enfadado porque había perdido la ventaja. Oliver alzó el brazo y cogió del estante superior una caja de cereales, de los favoritos de Jason. A pesar de que sabía que no me iba a alcanzar una, no pude evitar formar con los labios un mohín—. ¿Qué pasa, cervatillo? ¿También te voy a ganar en reflejos y rapidez? ¿No llegas al estante de arriba? —hizo un puchero con los labios, sacando el labio inferior y, con los ojos, parpadeó rápidamente, abanicando sus largas pestañas.

Quería golpearlo en la cara fuertemente.

—Violet, cariño. ¿Tienes ya los cereales? —mi progenitora hizo acto de presencia. La actitud de Oliver cambió drásticamente. Borró el puchero de su expresión y puso una sonrisa angelical, aunque era más bien diabólica ante mis ojos—. Oh, hola —el orangután apartó finalmente su carrito y extendió una caja de cereales hacia mi madre, quien la aceptó con una sonrisa, las esquinas de sus ojos se le arrugaron debido a ese acto—. Soy Valerie, la madre de Violet, y ¿tú?

—Oliver Moore, un compañero de clase. Encantado de conocerla —Oliver tomó su mano y sonrió con delicadeza. Mi madre lo miraba con ternura, feliz de conocer a un amigo mío, pero, lo que no sabía era que, más que un amigo, era mi enemigo y rival, el cual me daba dolores de cabeza y muchas ganas de gritar de frustración.

—¿No tenías que comprar la fruta? —hablé antes de que mi madre comenzase la interrogación y ronda de preguntas para intentar sonsacar como me iba la vida en clase y si me relacionaba con alguien más.

—Yo también debería irme ya. Un placer haberla conocido, señora Campbell —Oliver sonrió y empujó el carrito por nuestro lado—. Nos vemos en clase, cervatillo —sentí un escalofrío ante el susurro que realizó cuando pasó por mi lado. Mi madre no sabía lo que había pasado, así que arrastró el carrito hasta nuestra última parada en la tienda. Después fuimos a la caja y pagamos.

Solté el aire por la boca y lo aspiré por la nariz a la hora de coger el peso de las bolsas. Mi madre y yo caminamos nuevamente hasta la parada del autobús y esperamos al correspondiente. Nos sentamos en unos asientos contiguos y pusimos las pesadas bolsas de tela en el suelo, a nuestros pies.

—Sé que no te gusta hablar de lo que pasó, pero tienes diecinueve años, así que madura de una vez y acepta tus errores y meteduras de pata —dijo, volviendo a sacar el tema que tanto me molestaba y afectaba—. Si no eres capaz de hablar de ello te va a acabar consumiendo, cariño. Tienes que soltarlo y dejarlo ir.

—Si la teoría me la sé perfectamente, lo malo es la práctica.

—Sabes que puedes hablar conmigo de lo que sea.

—Lo sé —me dediqué a mirar por la ventana del autobús el resto del trayecto. Ninguna de las dos volvió a hablar y, cada minuto que pasaba, me daba cuenta de lo que me costaba hablar con mi madre, cuando antes era mi confidente y la persona a la que le contaba todo lo que me pasaba y ocurría en la vida.

Bajamos del autobús y, nuevamente, volví a cargar con casi todas las bolsas para que mi madre no tuviese que aguantar mucho peso. Sentía como unos mechones se me escapaban de la improvisada coleta que me había hecho en el trayecto, dándome en la frente y moviéndose a causa de la brisa que corría por la ciudad. A pesar del viento, hacia calor, y la sudadera gris que llevaba estaba empezando a resultar muy molesta, pero tenía como consuelo que estábamos a punto de llegar a casa.

—Oliver es muy mono —habló, volviendo a romper el silencio incómodo. No la estaba mirando, pero, por el tono de voz, sabía que estaba sonriendo.

—Pero es un idiota —contesté, acelerando el paso para llegar a casa.

—Para estar en esa carrera, muy idiota no será, ¿no? —me calló la boca. Pues claro que no era idiota, pero no estaba dispuesta a reconocerle que él era la persona que me hacia sacar la mejor versión estudiantil de mí ni que era la persona que menos aguantaba debido a nuestra rivalidad por ser el mejor de la clase—. Oh, hola, Noah. ¿Vuelves de clases? —levanté la cabeza y me quedé petrificada en el lugar. No me salían las palabras para saludarle, pues todo el aire había desaparecido de mis pulmones al verle aparecer, con el pelo revuelto a causa del viento, dándole un aspecto despreocupado y desenfrenado.

—Hola, sí. ¿Necesitáis que os eche una mano? —mi madre asintió, feliz por haberse ofrecido. Noah se acercó a mí y me quitó un par de bolsas de las manos. Tragué saliva cuando nuestras pieles se rozaron inconscientemente y sentí como los colores se me subían a las mejillas. Pero le eché la culpa al calor que hacía.

Mi madre y mi vecino entablaron una conversación en el camino de vuelta. Yo me limité a escuchar y a observar de vez en cuando el perfil del moreno, mientras que este conversaba con mi progenitora sobre las nuevas comidas que su madre estaba preparando y deseando que probásemos. Cada vez que sentía que Noah me iba a mirar, apartaba la mirada, preocupada y miedosa de que me pillase mirándole en el acto. Estaba segura que en algún momento lo hizo, pero me hice la tonta, aunque el color rojizo que adornaba mis mejillas era más que delatador. Además, se hacía más notorio cada vez que me dedicaba una de sus sonrisas.

Nos despedimos de él una vez que nos ayudó a dejar las cosas en la cocina y se fue. Lo vi entrar a su casa a través de la mirilla de la puerta de mi casa.

—Mi niña tiene un enamoramiento —chillé, llevándome la mano al corazón, ya que no me esperaba que mi madre estuviese cerca.

—¡Mamá! —chillé de nuevo, completamente avergonzada porque me hubiese pillado con las manos en la masa espiando al vecino.

Solo escuché su risa a medida que subía las escaleras.

Para que un cuerpo esté en equilibrio estático debe cumplir dos condiciones: que no se desplace bajo la acción de las fuerzas, y que tampoco gire debido a las mismas...

Releí el párrafo con la definición y condiciones de la estática de un sistema una y otra vez, incapaz de concentrarme y ser capaz de aprendérmelo y razonarlo. Apreté los labios y lo volví a intentar, pero no lo conseguía. No lograba estar más de dos minutos pendiente y atenta, mis pensamientos estaban enfocados en otra cosa.

Eché la cabeza para atrás, chocando mi espalda con el respaldo de la silla negra de escrito y suspiré, llevándome las manos a la cabeza. Masajeé mis sienes en un intento de relajarme y concentrarme, aunque fue una acción en vano.

Hacía demasiado tiempo que no me sentía así. Había cogido la costumbre y el hábito de estudiar, pero, este día, no había manera de conseguirlo. Con frustración, me llevé las manos a la cara y me las restregué por toda ella. Luego, puse una bajo mi barbilla, sosteniéndola y con la otra empecé a tamborilear en el blanco escritorio de madera, esperando a distraerme de alguna manera.

Los ojos se me fueron a la pequeña balda, la cual era del mismo material y color de la mesa, donde estaba mi escasa colección de libros. La mayor parte del espacio estaba ocupado con libros sobre física, astronomía y algún que otro libro de cuando leía de pequeña sobre detectives y las aventuras de científicos. Pero fue un libro totalmente diferente el que captó mi atención, estaba completamente nuevo, sin ninguna doblez o arruga en el lomo. Me mordí el labio inferior y alcancé el libro con el brazo derecho.

Sonreí y acaricié la portada del libro, pasando los dedos por los relieves de la tipografía y lo abrí, situándome en la primera página. Mi sonrisa se hizo más amplia al distinguir la letra de Morgan, pues escribía de manera desordenada, casi con garabatos. Apreté los labios recordando lo sorprendida que estaba cuando me entregó el libro nuevo, no el suyo que estuvo leyendo en la cafetería. No aceptó que lo rechazase, pues no quería que se gastase su dinero en mí y, después de mucha negación por mi parte, creí que se había dado por vencida, pero simplemente lo metió en mi mochila cuando no estaba atenta.

"Cada libro es una aventura y tú, novata, estás a punto de embarcarte en una que vas a amar.

Espero que te guste y podamos fangirlear juntas. No te olvides de ir hablándome cada vez que pase algo interesante, quiero verte sufrir como yo lo hice.

P.d.: ¡Bienvenida al maravilloso mundo de la literatura juvenil! Llorarás, reirás y odiarás a muchos personajes, pero, créeme, te vas a enamorar de ella."

Sonreí levemente y pasé la página, posicionándome en el primer capítulo de la historia de Khal.

Por un momento sentí que yo también me estaba posicionando en un nuevo capítulo de la historia de mi vida, pues, conocer a Morgan y, a otras personas, me estaba haciendo salir de mi zona de confort, de una manera lenta y calmada, pero lo estaba consiguiendo.

Todo parecía que volvía a estar bien.

¡Hola!

A mí los días de descanso me los respetáis, eh...

¿Qué pondrá así a Violet?

¿Es que no hay más súper mercados en la ciudad?

Oliver portándose bien con la futura suegra, pero con Violet...

Todo el mundo se ha dado cuenta que a Violet le gusta Noah menos Noah

Bienvenida al maravilloso mundo lector, de la cárcel se sale, ¿de leer? en absoluto

Primero, me gustaría dar las gracias por las 1.200 lecturas. No sabéis lo feliz que estoy y la ilusión que me hace ver lo lejos que estoy llegando, pues, estos números, son enormes e importantísimos para mí <3

Segundo, darle las gracias a todas las personitas que se están guardando la historia tanto en la biblioteca privada como en listas de lecturas públicas. También dar las gracias a las personitas de Tiktok que ven mis edits y se toman la molestia de preguntar de qué libro se trata.

Por último, esto es un poco random, pero si comentáis la historia por redes sociales (ya sea Tiktok, Twitter o Instagram) podéis etiquetarme o usar el #Rivalesenlacima y así puedo ver las cositas

Gracias por leer

Maribel❤️

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