Nueve
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No importaron ninguna de mis negativas, había acabado siendo arrastrada por Morgan a la descocada e indeseada celebración sin sentido.
Todo lo que sabía de las fiestas universitarias lo sabía por las películas que veía con quince años, aunque sabían que no eran cien por cien fiables ni una fuente en la que debía confiar. Pero me llevé una sorpresa, estaban más que acorde a la realidad. Hice un barrido rápido con mi mirada a la entrada de la casa de la fraternidad. Chicas se reunían a hacerse fotos y a cuchichear de las personas que pasaban por delante; otro grupo se dedicaba a charlar, con un vaso rojo de plástico en las manos y meneando la cabeza al ritmo de la alta música que salía del interior de la casa; también había personas que necesitaban aprender que era la vergüenza y el sentido de la intimidad. Arrugué la nariz ante este último grupo. Morgan, a mi lado, se carcajeó y me agarró de la mano, introduciéndome hasta el interior de la fiesta.
No pude evitar que los ojos se me fuesen para todos los lados, observando todo y cuanto ocurría. El ambiente no era muy diferente al que había avistado al exterior, los mismos grupos haciendo las mismas cosas, solo que la música estaba mucho más alta, haciendo que me retumbasen los tímpanos y se me dificultase escuchar lo que mi amiga me intentaba decir. Además, el interior estaba más lleno de personas, que me impedían moverme con facilidad, haciendo que me agobiase. Morgan me llevó de la mano hasta la cocina, pasando por toda la multitud y abriéndose paso a base de empujones. La pelinegra, nada más llegar a la sala, cogió dos vasos y miró todas las botellas que se extendían sobre la larga mesa de madera. Vertió el contenido de una de ellas sobre los vasos y me extendió uno, con una sonrisa en la boca.
—No tiene alcohol —habló al ver mi expresión de incertidumbre e indecisión—. He supuesto que nunca has bebido, así que no te voy a hacer hacerlo por primera vez rodeada de tanta gente —alcancé el vaso una vez oí su comentario. Esta sonrió y le dio un sorbo a su vaso—. Oh, recuerda no aceptar bebidas de nadie y menos si están abiertas. No me voy a separar de ti en ningún momento, ¿vale? —asentí ante sus indicaciones, aunque no era como si necesitaba recordármelas. Sabía perfectamente que era lo que tenía que hacer y lo que no, eso no quitaba que me molestaba tener que mirar dos veces lo que bebía o tener que estar siempre atenta a mi vaso para que nadie echase una sustancia peligrosa y tóxica. Me alegraba que dijese que no se iba a alejar ni dejarme sola, pero tampoco quería que estuviese todo el tiempo pendiente a mí ni que dejase de divertirse por ello.
Morgan volvió a agarrarme de la mano y a arrastrarme por la vivienda. Parecía que en los pocos minutos que habíamos estado en la cocina, los invitados se habían multiplicado, haciendo que pareciese más minúsculo el espacio y que mi agobio se incrementase. La tatuada se abrió paso a base de empujones y buscó un hueco en uno de los sofás rojos de terciopelo que se encontraban libres. Me senté y mantuve el vaso en mi mano, completamente cautelosa. Al darle un sorbo, sentí como las burbujas de la gaseosa me traspasaban por la garganta, causando que se me llenasen los ojos de lágrimas, debido a mi falta de hábito ante el consumo de bebidas efervescentes. Hice una mueca por la sensación, pero un regustillo a naranja se mantuvo en mi paladar, que no me molestaba del todo.
La localización de la fiesta cambió al día siguiente de recibir nuestra invitación. Bueno, invitación de mi amiga y obligación de la mía. El idiota tuvo la brillante idea y cayó en el pensamiento de que, si hacía la fiesta en su casa, luego tendría que limpiar él todo el estropicio y desastre. Y sabía de primera mano que no se iba a ensuciar sus perfectas y limpias manos de niño de papá para dejar la casa como los chorros de loro. Lo que no entendía era porque no se gastaba su estúpido dinero en contratar a una persona que se encargase de limpiar y dejárselo todo impoluto. Al parecer el nuevo sitio era una de las tantas fraternidades que albergaba la universidad. El concepto de fraternidad me parecía ridículo, solo era un grupo de adolescentes viviendo juntos que hacían jugarretas a payasadas a iniciados, haciendo de su vida un infierno andante solo para poder encajar.
—Un asiento, por fin —exclamó alguien dejándose caer en el respaldo del sofá rojo. Profirió una pequeña exclamación cuando algo de su bebida se derramó encima suya, pero rio inmediatamente, mostrando que un porcentaje de alcohol había en su moreno negro—. Oh, tú eres la camarera de Ross's —se dirigió a mí. Intenté hacer memoria, pero por la cafetería pasaban tantas personas que se me hacía imposible recordar su nombre y rostro—. Soy Samantha, la del batido de oreo con extra de oreo, sirope y nata —continuó. Una pequeña bombilla se me iluminó por encima de la cabeza. Claro, ya sabía quien era. Su pedido no variaba nunca. Acercó la mano y esperó a que se la diese. Algo incómoda por el repentino entusiasmo y ganas de presentarse, se la di.
—Violet —contesté. La chica, Samantha, empezó a charlar conmigo, sin parar. Hablaba entusiasmada de algo que no conocía, pero no me apetecía cortarle el rollo, por lo que escuché todas las palabras que salían por su boca, aunque no me interesasen ni sabía de que trataba, pero intentaba ser cortés y educada. Observé a la charlatana chica, su pelo oscuro estaba completamente formado de unos definidos rizos, los cuales estaba segura de que había tardado bastante en dejarlos de aquella manera; los castaños oscuros ojos no paraban de mirar a todos los lados de la habitación, incapaz de mantener la atención en un punto fijo y sus labios se movían rápidamente, sin parar de articular palabras.
—Hey, por fin te encuentro. Habías desaparecido —a pesar del alto volumen de los altavoces, la voz de Alek se escuchó de manera clara y nítida. El rubio miraba a la chica afroamericana con corazones en los ojos, era como si fuese la primera vez que la veía. Colocó las manos en sus hombros y, esta, llevó las suyas y las colocó sobre las del rubio, dándoles un leve y suave apretón—. Oh, hola, Violet. ¿Estás disfrutando? —me encogí de hombros, sin saber que decir muy bien. No me lo estaba pasando estupendamente, pero tampoco mal. Solo estaba sentada en un sofá, escuchando hablar a una chica a la que acababa de conocer, bebiéndome un refresco y con mi amiga al lado, charlando con otras personas. Había intentado meterme en la conversación, pero solo generaba silencios incómodos o respuestas con monosílabos, por lo que centré mi atención en el teléfono, pidiéndoles disculpas—. Me lo imaginaba —rio, haciendo que soltase una pequeña risa yo también—. Voy a por algo de beber, ¿quieres algo? —se dirigió a la chica, pero esta negó, levantando su vaso—. ¿Violet? —negué, de la misma manera que la morena. Cuando el rubio salió de nuestro campo de visión, camuflándose entre la multitud que bailaba y charlaba, Samantha se volvió a mí.
—He oído gracias a él que tú y su mejor amigo, Oliver, tenéis una rivalidad —dijo, con una sonrisa. Al parecer nuestra disputa y competencia había llegado a oídos de casi toda la facultad. No me hacía demasiada gracia eso, pues sentía que todo el mundo estaba atento a nuestros movimientos para saber quien iba a ser el ganador en esta competición tan absurda en la que me había embarcado. No sabía como sentirme con Samantha, era la novia del mejor amigo de mi rival, por lo que no sabía que decir—. Espero que le aplastes y le bajes un poco los humos —contestó, haciendo que me quedase un poco sorprendida. Sonrió—. En verdad es un buen chico, cuando le conoces, mientras es un capullo integral —habló de nuevo. Rei ante su elección de palabras. Capullo integral era la mejor manera de describir al idiota.
—Es un capullo, sí, pero está para mojar pan —Morgan se unió a la conversación, haciendo reír a la morocha de forma extravagante. Volví a darle un sorbo a mi refresco y escuché como mi amiga y la recién conocida empezaban a charlar sobre cosas que no conocía, pero intenté integrarme un poco. Alek volvió con un vaso completamente recargado. Sus ojos brillaban a causa de la ingesta de alcohol, al igual que los de Samantha, pero no parecía que estuviesen muy afectados por él. El rubio se integró a la conversación sin ninguna dificultad.
Al cabo de un rato, me levanté, queriendo estirar las piernas, las cuales debido a todo el tiempo que había estado sentada, se me habían empezado a quedar dormidas y sentía hormigueos por todas estas. Negué ante la solicitud de mi amiga por acompañarme. Estaba muy a gusto charlando con Sam, nos había pedido que la llamásemos así, y Alek, no quería que dejase de divertirse por acompañarme. Metí las manos en las mangas de la sudadera gris sin capucha que llevaba y me abrí paso entre la gente, la cual se había dispersado a lo largo de la noche. No veía la hora de volver a casa, pero Morgan se quedaba a dormir en la mía y dependía de ella y su moto para ello.
El aire frío me dio de lleno en la cara nada más salir por la gran puerta de la entrada. Con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza gacha, crucé por delante del grupo de personas que custodiaban la puerta. Me encaminé hasta la parte exterior, cerca de la acera y me senté en uno de los bancos de piedra que había. Cambié la localización de las manos, poniéndolas en los bolsillos de la sudadera. Levanté la cabeza e inspiré todo el oxígeno posible con mis pequeños pulmones, lo retuve unos segundos y luego exhalé, causando que mi diafragma se pusiese a trabajar.
A pesar de la noche tan nublada que me amparaba, la luna seguía brillando a través de las nubes. Todavía quedaban restos de los charcos a causa de la pequeña llovizna que había caído hacia unas horas atrás. La luna menguante, tan pequeña y delicada desde la distancia, pero tan enorme y poderosa según te acercabas a ella, mostraba su reflejo en uno de esos charcos, dando como resultado una estampa preciosa y digna de admirar. No solo estaba el reflejo de la luna, las estrellas estaban acompañándola, haciéndole ver que no estaba tan sola en el inmenso e infinito espacio exterior.
Las manos me hormigueaban dentro de los bolsillos. Mi corazón ansiaba sentir un simple lápiz sobre los dedos y trazar unas difusas líneas, formando un garabato que luego resultase ser un dibujo de ese reflejo. El corazón me pedía una cosa, quería seguir la pasión, sentir el calor del lápiz, de las temperas y del papel, sentir esa sensación de calma y paz mientras mis manos se movían solas sobre el lienzo, creando obras y emociones; pero mi cerebro decía lo contrario, no quería volver a pintar, pues ya no era mi terapia, ni mi vía de escape, solo era otra forma más de hacerme ver que no valía.
En mi cuerpo se luchaba una guerra constante. Corazón contra cerebro. Cerebro contra corazón. Y uno solo de ellos podía ganar. Pero ¿qué órgano vital lo haría? ¿El corazón, el que dejaba fluir todas las emociones, el que no pensaba las cosas y actuaba de acorde a los sentimientos? O ¿el cerebro, el cual pensaba todas las cosas de manera calculadora, todo al milímetro y calculaba los porcentajes?
Salté del susto al escuchar el monótono y aburrido tono de llamada de mi teléfono móvil. Aunque la música de la fiesta seguía algo alta, pude escucharlo perfectamente. Por un momento pensé que se trataba de Morgan, buscándome, o incluso de mi madre, pero, seguro que acababa de llegar de su turno y estaba descansando, como debía hacer. Apreté los ojos, saqué la mano restante del bolsillo, es decir, la izquierda y me la llevé hasta el tabique nasal, apretándolo con los dedos, molesta al recibir la misma llamada que llevaba recibiendo durante las últimas semanas. Era tarde, ¿por qué me llamaba? ¿Debería cogerlo? Quizás era importante.
No.
Me dije mentalmente. Esta era otra de las ocasiones en las que mi cerebro y mi corazón se enfrentaban. No importaba lo importante que era, o lo que podría serlo. No iba a contestar. No me dejaré llevar por mis sentimientos. No iba a hacer como si nada después de tantos años sin dar una pista de su paradero ni de dar señales de vida. No podía volver, mandarnos dineros a duras penas y luego desaparecer. No iba a darle el gusto de hacerle ver que le necesitábamos y que le queríamos a nuestro lado. Fue él quien se fue y quien nos abandonó, haciendo que mi madre comenzase a trabajar más de lo necesario y lo normal para poder mantenernos.
Por lo que a mí respectaba, Andrew Griffin era solo Andrew Griffin, un donante de esperma que salió por patas en el momento en el que la cosa se torció. Era mi progenitor y el de mi hermano, pero solo por sangre y biología, ya que, actuar como padre, no actuó en ningún momento. Por lo que no quería saber nada de él ni de lo que me tenía que contar.
Finalmente, esta batalla la ganó el cerebro, dejando al corazón noqueado, pero sabiendo que, poco a poco, iba a remontar y a ganar, pues sí que tenía sentimientos hacia el donante de semen, pero no eran buenos ni bonitos. La ira y la rabia completaban e inundaban al noqueado corazón, el cual, lentamente, se recuperaba y levantaba, dispuesto a pelear otra ronda y demostrar que no iba a perder tan pronto.
Una nueva batalla se disputaba en mi interior, pero se vio eclipsada por la llegada de alguien más. Miré lanzándole dagas con la mirada a la persona que se sentó a mi lado, manteniendo unos metros de distancia, en el banco. Levanté la cabeza con orgullo y volví a meter las manos en los bolsillos. Respiré, tomando aire por mis pulmones y expulsándolo sin pensarlo. Por el rabillo del ojo observé al idiota. De perfil lo parecía incluso más. Levantó el botellín verde y le dio un largo trago a su bebida, bajo la luz de la luna su escasa barba pasaba desapercibida. Colocó el botellín de zumo de cebada sobre el banco y cruzó los dedos por encima de las rodillas.
—¿Vas a estar inspeccionándome más tiempo? Una foto dura más —giré mi cabeza de nuevo al frente, sintiendo como mis redondas mejillas se calentaban debido a que toda la sangre se me había movido hasta allí. Avergonzada, mantuve mi mirada fija en un coche que estaba aparcado en la acera de en frente—. Solo voy a decir esto una vez —me puse en alerta—. Perdón por lo del otro día en la cafetería —giré mi cabeza para mirarle, confusa ante su disculpa, pero este no me miró, continuó observando el horizonte—. La rivalidad es entre nosotros dos y dentro de la facultad, no debí involucrarme en tu trabajo —terminó de decir. Me quedé algo impresionada y sin saber que decir. No pensé que se fuese a disculpar—. Esto no ha pasado y no te creas que pienso rebajarme —ahí estaba el Oliver arrogante que conocía. Sonrió, aunque de divertida no tenía nada esa sonrisa, al contrario, era fría y calculadora, como la noche que se ceñía sobre nosotros—. Pienso derrotarte y vas a acabar acordándote de mí durante toda tu vida, cervatillo —le dio un trago más a su cerveza y se levantó. Observé sus lentos pasos—. Buena suerte en el examen del martes, la vas a necesitar.
Desapareció de mi vista, dejándome, de nuevo, con las palabras en la boca. Pero, ya sabéis el dicho: "Quién ríe último, ríe mejor". Y, Oliver, lamentaba decirte, que mi risa la ibas a escuchar dentro de poco, porque no pensaba perder y menos contra alguien como tú. Una serie de cables y engranajes empezaron a funcionar en mi cerebro. La ira, la venganza y una sed de victoria me había invadido, pero pensé fríamente mis próximos movimientos.
El cerebro volvía a dejar al corazón fuera de juego, noqueado y desmayado en una esquina del ring, sin que nadie le estuviese esperando con una botella de agua para recuperarse. No había tiempo para mostrar sentimientos.
Una sonrisa surcó en mi rostro, controladora y fría.
Esa vez Moore iba a morder el polvo y se iba a encontrar en mi lugar, en el segundo puesto, siendo un segundón y sin importancia. Iba a probar un poco de su propia medicina.
Martes, por Einstein, llega ya.
¡Hola!
¡Qué sorpresa! ¡Al final sí que hubo fiesta jajjaja!
Hubiese estado gracioso ver a Violet beber, pero lo dejaremos para otro momento...
Nuevo personaje y ¡Alek está pillado! Mi corazón está hecho añicos💔
Conocemos un poco más la vida de Violet y una de sus pasiones
¿Oliver disculpándose? No es algo que vemos a menudo...
Lo del zumo de cebada para referirse a la cerveza es un "invento" de mi padre que me hizo mucha gracia y tenía que utilizar esa expresión 😎
***
¿Qué os ha parecido?
¿Qué pasará?
Teorías jeje
***
Muchas gracias por leer y por estar ahí. Estamos creciendo muy rápido. Tan solo ocho capítulos y ya hay casi 700 lecturas. Parece poco, pero, para mí, es un mundo.
Nos leemos,
Maribel.
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