Dos
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De pequeña descubrí que el dinero no era algo que sobraba en esta casa; no nos faltaba necesariamente, pero no teníamos tanto como para malgastarlo en cosas innecesarias. Vivíamos a base del sueldo de enfermera de mi madre, por lo que había veces en los que nos costaba más llegar a fin de mes, pues, a pesar de ser un trabajo muy pesado y arduo, no se le recompensaba ni se le estigmatizaba como debería. Siempre estaba trabajando dobles turnos y cubriendo los de sus compañeras cuando veía que el mes iba peor en cuanto dinero.
Desafortunadamente, o por fortuna, depende de como quisieras verlo, recibíamos una manutención por parte de mi progenitor, aunque a mí no me gustaba tocarla para caprichos innecesarios, la solía dejar para cosas de la casa o para enseres y papelería escolar; mi hermano, en cambio, no compartía mi pensamiento y la utilizaba para todos sus caprichos juveniles, pero siempre dejaba una parte para comida y poder vivir cómodamente, aunque no tanto.
Como no me gustaba gastar dinero ni tener que llamar a la persona que tenía como padre para pedirle ayuda financiera, me dolía y me quemaba ver a mi madre soltar una parte del sueldo de la semana y dárselo al mecánico que vino a arreglar la lavadora. Me sentía fatal por hacer que se gastase el dinero así, aunque sabía que no era mi culpa, pero me molestaba.
Me levanté del escalón de la escalera, metí las manos en los bolsillos traseros de los vaqueros y me acerqué a mi madre, quien miraba su cartera con una mezcla de tristeza y cansancio. Lo dicho, no nos gastábamos mucho dinero en cosas innecesarias, aunque una lavadora, en estos tiempos, lo fuese totalmente; por lo que os electrodomésticos solían darnos problemas, no muy a menudo, pero lo hacían al fin y al cabo.
—Te prometo que este año te ayudo en cosas de la casa —le dije, poniéndome a su lado y quitándole la cartera de las manos, pues si seguía mirándola se iba a poner más triste.
—No, no, tú a estudiar, que tienes que ser la mejor ingeniera de América y salir de aquí —me colocó las manos en la cara y me apretó de los cachetes. Sentí sus dedos callosos por el esfuerzo acariciarme las mejillas. Le sonreí levemente, en un intento de apoyo. Solo entonces, me soltó la cara y se recolocó un mechón de pelo castaño, que le caía sobre la frente, detrás de la oreja. Cogió su bolsa del sofá, me dio un beso en la frente y le vi salir de casa, con su uniforme de trabajo rosa con dibujos de ositos y juguetes infantiles de estampado, ya que trabajaba en la planta infantil del hospital como enfermera.
Me quedé mirando la puerta de la entrada, en completo silencio, hasta que escuché los gritos y voces de mi hermano mientras jugaba a la PlayStation. Respiré hondo y subí a la planta superior, donde me metí en mi habitación y me senté en la silla frente al escritorio para ponerme con cosas de clase.
A primera hora de la mañana, bajé a la cocina a desayunar. Antes de meterme en esa sala, caminé hasta la habitación de mi madre para asegurarme que estuviese dormida y descansando. Cuando me cercioré de eso, volví a la cocina y preparé el desayuno. Seguí la rutina de todos los días: saqué el zumo de la nevera para Jason, preparé café en la cafetera y empecé a colocar el pan en la tostadora. También saqué la leche y los cereales que Jason tomaba todos los días para desayunar. Una vez que estaba terminando, mi madre entró en la cocina, en su ropa de trabajo pero con la cara demacrada, lo que indicaba que llegó tan tarde que no le dio tiempo a cambiarse.
—¿Cuántas veces voy a tener que decirte que no hace falta que hagas nada? —suspiró, agotada. Pero se sentó en la mesa igualmente y respiró el aroma que desprendía su taza de café.
—He perdido la cuenta —me encogí de hombros y le sonreí con una sonrisa inocente.
No me gustaba hacer todos los días el desayuno ni perder tiempo de estudio para hacerlo, pero si yo no lo hacía, no lo hacía nadie, pues mi madre llegaba agotada y apenas se meneaba de su habitación y mi hermano era un desastre que no hacía nada, por lo que sentía que era mi responsabilidad de hacerles el desayuno, almuerzo y cena. Era cierto que muchas veces mi madre y yo compartíamos este tipo de tareas, pues en los días en los que cumplía su descanso o en vacaciones solía cocinar y dejarnos comida hecha antes de irse, pero eso pasaba de vez en cuando. Normalmente era yo la encargada y responsable de todo en esta casa.
Una cabellera castaña entró en la cocina, llevaba su pijama y bostezaba con la boca abierta, sin siquiera tapársela con la mano. Jason entró con una cara de muerto increíble, lo que me hizo saber que se había quedado despierto hasta tarde, posiblemente jugando a videojuegos. Suspiré lentamente al ver lo irresponsable que era; cuando tenía quince años me la pasaba estudiando y solo trasnochaba mientras repasaba mil veces los apuntes. Se sentó en la silla y empezó a echar los cereales en el bol, luego echó la leche y empezó a engullir como si no hubiese un mañana.
Sonó la alarma de mi teléfono, lo que indicaba que era hora de vestirme y arreglarme. Llevaba casi toda mi visa cronometrándome y poniéndome alarmas y horarios para hacer las cosas y así no caer en la procrastinación ni vaguería; me ponía un objetivo y lo cumplía, siempre y cuando fuese viable a corto plazo.
En poco tiempo ya estaba vestida y preparada para irme. Cogí la mochila que estaba encima del escritorio, comprobé que llevaba el carné de estudiante, el de identidad y dinero en la cartera. Salí de mi habitación y de la casa. Del descuidado jardín saqué mi fiel bicicleta, me coloqué el casco y empecé a pedalear hasta mi camino a la universidad, pero no fui muy lejos, pues un cuerpo en la entrada del jardín me interrumpió. Sonreí levemente y saludé a la persona con algo de vergüenza.
—Buenos días, Violet —me saludó mi vecino—. ¿Habéis arreglado ya el problema de la lavadora? —asentí, todavía avergonzada pues fue él la persona a la que pedí ayuda como una niña chica, ya que no sabía que hacer y yo en las situaciones de estrés y agobio, no respondía —. Genial, ya sabes que si necesitáis ayuda solo tenéis que llamarme —le sonreí algo más alegre ante su comentario y ofrecimiento.
—Muchas gracias, Noah —este me sonrió levemente y se despidió dejándome ir hacia la universidad. La verdad es que iba con tiempo suficiente, como siempre, puesto que odiaba llegar tarde a los sitios, por lo que no me hubiese importado quedarme hablando más tiempo con él, aunque, a decir verdad, a eso no se les podía llamar conversaciones, debido a que nunca sabía que decir y le contestaba con monosílabos, haciendo que la conversación fuese un tostón, pero no podía evitarlo, no se me daba muy bien hablar con la gente.
Pedaleaba feliz, respirando y sintiendo como la brisa daba en mi cara y como me movía la melena a su vez. Era una sensación tranquilizante y de paz. Me bajé de la bicicleta cuando llegué a un paso de peatones y tenía que cruzar a pie, justo cuando iba a hacerlo, un loco o una loca cruzó con el coche a toda velocidad, haciendo que perdiese el equilibrio y casi me cayese. Menos mal que me había dado cuenta y no había cruzado la calle más de lo necesario. Parpadeé repetidamente, con el corazón a mil por hora por el susto que me había causado.
—¡Gilipollas! —fue mi única respuesta.
Este incidente hizo que fuese cabreada y de mal humor durante el resto de camino. La persona que iba conduciendo tenía suerte de que no le había pillado la matrícula, porque se iba a arrepentir de ir a esa velocidad terriblemente si lo hubiese hecho.
Una vez llegué a la universidad, todavía con el corazón en la boca y cabreada, dejé mi bicicleta aparcada en el aparcamiento válido para estas, le coloqué bien la cadena y el candado y me dirigí hasta el aula donde me tocaba estar.
Paseaba con la cabeza gacha por el medio del campus de la universidad; en la mano izquierda llevaba dinero suelto e iba contándolo haber cuánto tenía y si me llegaba para poder tomarme un café con leche en la cafetería de la facultad, en lugar de beber el agua chirri que vendían en las máquinas. Conté uno a uno los centavos que tenía en la mano e hice las cuentas mentalmente. Perfecto, podía permitirme comprarme uno.
Levanté la cabeza al llegar a la zona donde se encontraba la cafetería. Como siempre había querido entrar en esta universidad, me pasaba los días paseando por aquí, llegando a saberme todos los caminos sin siquiera tener que mirar. Siempre había fantaseado con ser una verdadera universitaria en la Escuela Politécnica y Local de mi ciudad, así que me sabía los caminos de pe a pa. Llegué a Ross's, la cafetería principal y mi favorita. En mis infinitas visitas al campus, este era uno de mis lugares estrella. Siempre veía a los estudiantes tomarse un café mientras estudiaban o mientras tecleaban en sus ordenadores portátiles, haciendo que me enamorase y romantizase esa acción. Además, los cafés que servían aquí estaban riquísimos, así que, muchas veces, mis sesiones de estudio las realizaba en ese local.
Mientras guardaba el dinero que no necesitaba, los ojos se me fueron hacia la llamativa cristalera que tenían por ventana. Un poster estaba pegado en ella, entrecerré mis ojos para poder leer mejor lo que ponía.
"Se busca personal."
Algo dentro de mí hizo clic, avancé y me acerqué a él. Con una sonrisa de oreja a oreja, entré en el local. El familiar olor a café recién hecho y a bollería industrial, además de un leve matiz a pan recién hecho, penetró mis fosas nasales. Aspiré el dulce aroma y sonreí, amaba este olor.
Avancé hasta la enorme barra, la cual estaba llena de botes para guardar las galletas, de vasos de plástico de diferentes tamaños, de cañitas, de cosas necesarias en una cafetería... detrás de esta había una chica. Caminé a paso inseguro, la chica sonrió amablemente, o no, nunca se sabía cuando se trabajaba de cara al público si la amabilidad era sincera o solo una farsa.
—¿Qué te pongo, cielo? —preguntó una vez llegué a la caja, llevó una mano al ordenador y se preparó para apuntar mi orden. Me fijé en uno de los tantos tatuajes que tenía en el brazo derecho, uno de ellos era un pequeño corazón roto. La cara de la chica se me hacía muy familiar, pero no lograba situarla. No tenía que ser muy mayor, mi edad o un par de años más grande, quizás.
—En realidad vengo por el anuncio que hay en la puerta —contesté algo nerviosa. La chica sonrió lentamente, y pegó un grito, haciéndome saltar del susto.
—¡Tyler! Una vacante —el tal Tyler salió de una de las puertas y se acercó a nosotras. A él sí que lo reconocía, era el encargado y el responsable de la cafetería. Tyler debía tener unos veinticinco años y, según tenía entendido, era el nieto del dueño, Ross.
—Adoro las entrevistas de trabajo —se frotó las manos, maliciosamente, y avanzó hasta mí. Me miró de arriba abajo y me invitó a acercarme. La chica del pelo negro se puso a su lado y nos trajo un café, le di las gracias cuando me lo trajo—. Vamos a ver... —le dije mi nombre—, ¿tienes experiencia de camarera? Bueno, aquí trabajarías en todos los puestos, no hay uno fijo —se respondió a sí mismo. Con la mano derecha se peinó el tupé rubio —. ¿Y bien?
—Oh —me froté las manos en los vaqueros, demostrando lo nerviosa que me había puesto en un momento. No sabía que iba a ver un cartel de ese tipo ni mucho menos me esperaba que me hiciesen una entrevista tan rápido, así que, obviamente, estaba muy nerviosa. Solo esperaba no cagarla y poder obtener el trabajo, y así tener una manera de poder ayudar a mi madre en casa para poder pagar las facturas—, pues trabajé en el instituto durante un par de meses en una cafetería, en el centro de la ciudad.
—Y ¿por qué un par de meses? ¿Por qué lo dejaste? ¿O te echaron? —parpadeé ante las preguntas que soltó, apreté las manos que tenía en las rodillas.
—Lo dejé por problemas familiares —fue lo único que respondí. No me gustaba hablar de porqué lo tuve que dejar, no me gustaba recordar ese día.
—Ajá —apuntó algo en su libreta y me siguió preguntando cosas, como el horario que tenía, qué estudiaba, si tenía problemas si tenía que cubrir otro turno y cosas así —. Contratada.
—¿Qué? —abrí los ojos, sorprendida por su contratación. Solo me había hecho un par de preguntas, ni siquiera me había visto trabajar.
—Eres la primera que viene, se te ve una chica formalita y estudiosa, que no le gustan los líos. Eres el tipo de persona que mi abuelo contrataría —se encogió de hombros, como si no fuese la gran cosa—. Pásame tu horario por correo electrónico para poder meterte en el planificador. Mañana empiezas. Morgan —señaló a la pelinegra, quien escribía con un rotulador el nombre de una persona que le hizo un pedido, levantó la cabeza al oír su nombre y me sonrió, invitándome a pasar detrás de la barra—, enséñale a la nueva lo necesario antes de mañana.
Morgan sonrió ampliamente, dejando ver su blanca dentadura. Me llamó para ir a su lado con un gesto, moviendo el dedo índice. Me lanzó un delantal negro, lo cogí con torpeza al vuelo y me lo coloqué con más torpeza todavía.
—Venga, novata —sonrió, más si era posible. Un pequeño brillo plateado se le veía en la boca, indicando que tenía un piercing en la lengua. Lo que me hizo fruncir el ceño en mis adentros. No entendía como la gente se dejaba perforar partes corporales por gusto y moda, pero no era nadie para juzgarla—. Vas a aprender cómo se hace un verdadero cappuccino.
¡Hola!
Segundo capítulo😎😉
Conocemos un poquillo más a Violet y su situación familiar🤭
Que tiene una alarma para todo🥴🤯 que organizada la chiquilla
Uy, uy, uy, ¿quién es ese Noah?😶
Morgan, bienvenida a la familia. Vas a caerme bien🔥
¿Qué or ha parecido? ¿Qué pensáis que va a ocurrir en el siguiente? Os leo😌👇🏻
***
Maggie Lindemann como nuestra Morgan Stone😍
¡Espero que os haya gustado! ¡Hasta la semana que viene!
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