Doce

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¿Alguna vez habéis dicho esto no lo hago más?

Yo un centenar de veces. Y normalmente cuando decía que no, era que no. Pero, últimamente, mi opinión parecía que pasaba más desapercibida de lo normal. Por ejemplo, una de las cosas que dije que no iba a volver a repetir era aparecer por una fiesta universitaria, pues con una al curso tenía más que suficiente. Sin embargo, Morgan no tenía la misma opinión. Así que aquí estaba, mirando la fachada de una fraternidad mientras jóvenes adultos bebían de unos vasos azules y rojos de plástico y bailaban al ritmo de la música electrónica que sonaba a través de los altavoces, con un sonido tan alto que, aunque estuviésemos cruzando el jardín, se podía escuchar de manera alta y clara.

No me podía creer como había sido arrastrada hasta aquí, aunque menos me podía creer que llevase un disfraz casero de angelito, pues, con motivos de celebración de Halloween había que venir vestido con un conjunto estúpido e infantil. Morgan fue la que me eligió el disfraz, sin darme opción a quejarme ni elección, al igual que fue la que me arrastró por todo el campus después de salir del trabajo para ir al centro comercial y comprarnos un disfraz de acorde a la ocasión nada más recibir la invitación por parte de Samantha a través de SMS.

La pelinegra miró su reflejo a través de la cámara delantera de su teléfono móvil y se retocó el intenso labial rojo que adornaba sus carnosos labios; apretó los labios un par de veces y sonrió ante la cámara, para luego, cogerme de un brazo y ponerme junto a ella para una foto. Sonreí tímidamente y crucé los brazos sobre mi pecho, algo incómoda e insegura, pues no era una fanática de las fotos e intentaba evitarlas a máxima costa, pero quería una con mi amiga. La tatuada se recolocó la diadema con forma de cuernos de la cabeza y colocó su brazo para que entrelazase el mío con el suyo. Comenzamos a caminar hasta el interior de la casa de fraternidad. Morgan atraía todas las miradas, y era lo normal. Todas sus curvas estaban atrapadas en un vestido rojo que acentuaba su figura; además llevaba unos tacones que le añadían más altura de la que ya tenía. Morgan era una diosa rodeada de unos simples mortales, a pesar de su atuendo de diablesa.

Nuestra primera parada fue la cocina, donde cogió dos vasos y preparó dos bebidas. Volvió a darme la charla de la otra vez y le sonreí en agradecimiento cuando me dio mi refresco de naranja. Todo estaba yendo igual que en mi primera fiesta, solo que, esta vez, Morgan sí que estaba bebiendo, pues Alek se había ofrecido a llevarnos a casa después de la fiesta. La tatuada no hizo ni una mueca cuando le dio un sorbo a su bebida. Se apoyó en la barra americana de la cocina y le dio otro sorbo, aunque se lo estaba tomando con calma. Mis ojos viajaron por toda la cocina; en cuestión de segundos, se había llenado y era casi asfixiante estar en esta habitación. Morgan notó mi incomodidad y agarró mi mano, para arrastrarme hasta el patio y tomar algo de aire, pero no llegamos muy lejos.

—¡Habéis venido! —alguien nos interceptó con un abrazo abrumador. Me asusté y casi derramé el contenido de mi vaso de plástico, pero logré controlar mi pulso y mis reflejos estuvieron de mi parte. Todavía no me acostumbraba a la efusividad de Samantha, a pesar de que cada vez que nos viésemos tuviese la misma energía y entusiasmo. Agarró nuestras manos y nos arrastró por toda la casa hasta el mismo sofá de terciopelo rojo que utilizamos la vez anterior—. Me encantan vuestros disfraces, son tan vosotras —rio y aceptó la bebida que traía su novio. El rubio solo nos saludó y le dio un beso en la cabeza a su novia para luego desaparecer.

Alek iba vestido como Gómez Addams, yendo a juego con su pareja, quien iba como Morticia Addams, representando a la emblemática pareja del cine de terror y comedia de los años 60's. Sonreí al verles, pues era una de las películas favoritas de mis abuelos y siempre estaban hablando de ella y me hacían ver todas sus versiones cuando era más pequeña. Alek desapareció de nuestras vistas, perdiéndose entre la inmensa marea de personas que estaban bailando y hablando por los rincones de la casa. Samantha empezó a hablar y a sacar conversación, mostrando una vez más su carácter alegre y simpático, además de extrovertido y divertido.

La conversación cogió un ritmo en el que no estaba muy puesta, por lo que me dediqué a mirar y observar el ambiente. De pequeña amaba Halloween y ansiaba su llegada durante todo el año, amaba ir con mis padres puerta por puerta a pedir caramelos y golosinas, luego Jason se sumó a la ecuación e hizo que me gustase más porque su encanto de bebé hacía que me diesen mas chucherías; pero todo cambió cuando llegué a la adolescencia, dejaron de interesarme los disfraces y las salidas; empecé a ver toda esta fiesta como una tontería. De pequeña me dejé llevar por los tratos, el azúcar y los coloridos disfraces de las personas, pero la tradición real de Halloween no se trataba de eso, ni una pizca. La historia de esta festividad se remontaba a miles de años atrás, en un pueblo celta donde los hechiceros o druidas danzaban alrededor de una fogata con el objetivo de ahuyentar a los malos espíritus a través de la realización de sacrificios humanos. Es decir, no tenía nada que ver con la festividad colorida y divertida en la que se había convertido.

—¿En qué piensas tanto? —me preguntó Morgan, sacándome de mi ensoñación. Me inventé algo sobre la marcha, pues no quería aburrir a mis amigas debido a unos datos aleatorios y nada que ver con el tema de conversación que estaban teniendo—. Deja de mirar tanto el ambiente, todos se lo están pasando bien, tú deberías hacer lo mismo.

—Me lo estoy pasando bien —me encogí de hombros y le di un pequeño sorbo a mi gaseosa. Nuevamente, mis ojos viajaron por todo el salón y fruncí el ceño al ver a una pareja a punto de hacerlo en medio de las escaleras; arrugué la nariz de tal manera que casi me llegaba al entrecejo. Morgan siguió mi mirada y soltó una carcajada.

—Dime, novata, si Noah se acercase a ti de esa manera y te arrinconase así, de pusiese la mano en la cintura y te acercase a él, ¿qué harías? ¿Cómo reaccionarías? —señaló a la pareja, tragué saliva y sentí como todos los colores se me iban a los mofletes, debido a la vergüenza. Por Einstein, no tendría que ser tan directa ni jugar así conmigo. Pensé mi respuesta lentamente. ¿Qué haría? Noah nunca daría el paso ya que no sentía nada por mí y yo tampoco lo haría—. Deja de sobre analizarlo todo —me dio un par de golpes en la frente con su dedo índice—. Típico de virgo —dijo, dejándome más confusa todavía. ¿De qué estaba hablando? ¿de los signos zodiacales?

—¿Eh? —fue lo único que logró salir por mi boca.

—Voy a por bebidas, ahora vuelvo —me quitó el vaso y desapareció entre la multitud.

Morgan me dejó allí sentada en el sofá, confusa ante su comentario. Pero sobre todo confundida por su pregunta anterior. Por Einstein, ¿por qué se tuvo que dar cuenta de mi enamoramiento por él? ¿Por qué no podía ignorarlo? ¿Por qué me pregunta que qué haría? ¿Qué haría Kalpana Chawla, una de las ingenieras aeroespaciales más conocidas de la historia? Ella seguro que no pensaría en estas cosas o no tendría tiempo para ello. Pero ¿si Noah se lanzase sería capaz de hacer algo? Era un caso muy hipotético pues no iba a ocurrir, no le atraía a Noah. Solo me veía como la vecina pequeña y lo tenía más que asumido, pero solo de pensar que podía sentir algo por mí, aunque fuese la más mínima cosa... Sacudí la cabeza, en un intento de borrar cualquier rastro de estos pensamientos. Escuché la escandalosa risa de Sam y me avergoncé, pues me había visto en uno de mis momentos más extraños.

Morgan llegó con los vasos y me extendió el mío. Para intentar eliminar los pensamientos que rondaban por mi mente y olvidar la sensación que se me había quedado en el cuerpo a causa de estos, le di un gran sorbo a mi refresco de naranja para desviar la atención, pero en mi organismo entró otra cosa diferente a un simple refresco. Sentí como se me aguaban los ojos e hice una mueca increíble exagerada. Morgan abrió los ojos y susurró algo. Inmediatamente me cambió el vaso y entonces entendí que había confundido las bebidas. Solo había sido un sorbo, no me iba a emborrachar por eso, ¿no?

Samantha se colocó a mi lado y sonrió, tomándome de la mano. Ella, al igual que Morgan, ya estaba bebida. Le devolví la sonrisa algo incómoda y sentí sus brazos rodear mi minúsculo cuerpo.

Como yo era la persona sobria me estaba encargando de cuidarlas, aunque sí que seguía notando como la única vez que había bebido alcohol me seguía afectando, solo que no a la manera de estas dos. Yo me reía por todo, como ahora, que me estaba hartando de reír viendo como mis dos amigas cantaban a pleno pulmón una de las canciones que sonaban en la radio. Pero me sentía bien y consciente de todo, solo tenía un puntito sarcástico y risueño y me gustaba estar así.

Con la llegada de Alek, aproveché para ir a por otro refresco, pues mi vaso se había quedado sin líquido hacia bastantes minutos, pero no quería moverme ya que tenía a dos garrapatas que se habían agarrado a mí y no me soltaban. Además, debido a su borrachera, no quería dejarlas solas, pues no me fiaba de nadie. A base de empujones, me abrí paso por la multitud, pidiendo perdón millones de veces, hasta llegar a la cocina. La multitud se había dispersado un poco a medida que pasaron las horas.

Movía mi cabeza al ritmo de la música, pero de una manera algo imperceptible. Al estar sedienta, le di un sorbo a mi bebida y caminé hasta la puerta de la cocina, pero un cuerpo se interpuso en mi camino. Mierda, cerré los ojos porque acababa de tirar el líquido del vaso sobre alguien y, cuando abrí los ojos para ver de quien se trataba quise que la tierra me tragase. ¿En serio tenía tan mala suerte?

Oliver apretaba los labios de una manera muy cómica, además, que su disfraz se tratase de un jugador de fútbol americano me parecía muy simple. No pude más y rompí a reír ante la situación. Vale, quizás sí que seguía teniendo un poco de alcohol en mis venas.

—¿Qué te parece tan gracioso, cervatillo? —seguía riéndome, rodeé mi barriga con los brazos y continué la risa.

—Un jugador de rugby, ¿en serio? Qué simple eres —dije entre carcajadas. La verdad era que no entendía el porqué de mi risa histérica, pero tampoco sabía si me gustaba estar así o no—. ¿Qué pasa? ¿Qué el disfraz de orangután ya estaba pillado? —seguí riéndome. Oliver no dijo nada en ningún momento. Solo me seguía mirando completamente serio.

—No, pero el de gilipollas sí —contestó por fin—. Por ti —dejé de reírme y fruncí el ceño. Será estúpido—. Me has manchado la camiseta, cervatillo. Creo que me la debes limpiar.

—¿Y por qué lo haría? —repliqué—. Solo dile a tu criada que te la limpie —contesté y me fui de su lado, o lo intenté, pero sentí una presión en mi muñeca que me impedía moverme.

—Deja de decir cosas así, no sabes nada sobre mí ni de mi vida —gruñó en mi oído derecho. Sentí un escalofrío recorrerme todo el cuerpo debido al sonido de su voz sobre mi oído, tragué saliva e intenté deshacerme de su agarre—. Ese disfraz de angelito no es más que un disfraz, eres todo lo contrario: un diablillo que se cree que lo sabe todo y que es mejor que los demás —escupió y me soltó, dejándome en el pasillo de la casa. 

Apreté los labios e hice todo lo posible por no ponerme a llorar. No era la primera vez que alguien me decía algo así. Morgan me lo dijo una vez y me hizo sentir como una persona miserable. No me debería afectar que una persona como el idiota de Moore fuese quien me lo dijese, pero no pude evitarlo. Le eché las culpas al alcohol. No volví inmediatamente con las chicas, caminé hasta encontrar el baño más cercano y me eché algo de agua en la cara y en la nuca para refrescarme. Observé mi reflejo en el espejo y parpadeé rápidamente para evitar que una lágrima traviesa saliese de mis lagrimales. Conté hasta tres manteniendo la respiración y expulsé todo el dióxido de carbono acumulado en los pulmones. Puse una sonrisa en mi rostro y me peiné con los dedos los cabellos desordenados y me preparé mentalmente para volver a la fiesta.

Cuando volví del baño, no esperaba encontrarme esa escena. La borrachera se le había pasado a las dos, seguramente por todo lo que habían sudado mientras bailaban y porque Alek no quería darles más alcohol y seguir comportándose como el adulto. La pelinegra estaba sentada en el sofá junto a Samantha y Alek, el cenutrio también estaba ahí, pero le ignoré y me senté en el otro extremo, sin mirarle.

—Es que tienes toda la pinta de ser libra —contestó mientras miraba a Samantha, entrecerró los ojos y sonrió—. Sí, alegre, carismática, definitivamente eres libra —la morena asintió feliz, como si hubiese dicho la cosa más correcta y precisa del mundo. Morgan hizo un gesto de victoria por haber acertado.

—Vale, ¿me pega el mío? —Moore quiso meterse en la conversación, Morgan le miró pensativamente y le indicó que le dijese su signo—. Leo.

—Mmmm, sí. Cabezota, mal perdedor, orgulloso, arrogante... —reí ante la cara de pasmado que se le quedó al orangután—. Uno de los peores signos, sin duda —no pude disimular más la risa y se hizo más notoria, haciendo que mis amigas y los chicos me mirasen—. No sé de qué te ríes tanto. Tú eres Virgo, no te quedas atrás —fue el turno de reír del mentecato. Fruncí el ceño porque seguía sin entender a qué venía eso, no lograba distinguir entre los signos ni por qué pensaba que ellos determinaban nuestra actitud y personalidad.

— ¿No crees en los signos? —preguntó Sam, intrigada mirándome a los ojos. Estaba sentada en el regazo del rubio, quien le dejaba caricias por los brazos. No creía, ya lo había dicho, pero no quería parecer tan... yo.

— A la mojigata esta no le interesa eso seguro, las pseudo ciencias no le gustan —habló el estúpido. Me revolví, incómoda y algo cabreada en el sofá. Evité mirarle y evité su comentario.

— Simplemente no estoy muy puesta en el tema, no es algo que me llame la atención.

— Pero te gustan las estrellas, ¿no? —volvió a preguntar. Me pensé la pregunta, claro que me gustaban, estaba estudiando para ser ingeniera aeroespacial y mi sueño era viajar al espacio—. Pues es casi lo mismo, son primas hermanas.

— Me gustan, pero no creo que su posición en el cielo ni la de los astros determinen la personalidad de alguien y que les diga lo que va a ocurrir —contesté, sin poder evitar sacar mi lado estudioso y friki de las ciencias y estrellas—. Me gustan los hechos, las ciencias exactas, como la física o las matemáticas. No las hipótesis y confabulaciones que hay con los signos sobre como algo va a ir en tu vida.

— Os lo dije, una mojigata —Violet compórtate, ignórale. No existe, solo es un zumbido molesto en tu oído.

— Yo tampoco creo que por ser de determinado signo la vida te vaya de una manera u otra, pero me gusta saber cómo se comporta el ser humano y como le afectan las cosas —contestó Morgan—. Sé que la posición de las estrellas no me va a decir nada, pero me gusta hacer comparaciones y encontrar similitudes con vuestra personalidad. Es muy gracioso. No será una ciencia exacta, pero es divertida y con eso me vale.

Dimos la conversación por zanjada y pasamos a otros temas. Morgan nos hacía preguntas de vez en cuando y nos contaba anécdotas graciosas que le habían pasado en el trabajo. Logré conocer más a Sam, la cual vivía en Boston y se había mudado aquí para la universidad, al igual que Alek y el otro. El cual se llevó el resto de la noche soltando comentarios e indirectas hacía mí, pero, con la poquita paciencia que tenía, le ignoré.

—¿Qué pasa, cervatillo? ¿Cómo pez fuera del agua? —habló de nuevo, haciendo que rodase los ojos sin poder evitarlo, como tampoco podía evitar poder sentirme tan incómoda, pues Morgan y Sam habían vuelto a beber y estaban bailando y obligándome a unirme a ellas, pero desistieron y se fueron a bailar a otra parte.

El ambiente era diferente, eran las dos de la madrugada y mucha gente se había ido ya, solamente quedaba la chusma que se quedaba hasta el final de la fiesta o que vivía aquí y nosotros cinco. Entrelacé los dedos de las manos sobre mi regazo y empecé a juguetear con ellos, queriendo irme a casa ya. Como si Alek me hubiese leído la mente, habló.

—No me quiero ir —Sam hizo un puchero y se enganchó del hombro de Alek, quien le miró con una sonrisa, pero con los ojos rebosantes de preocupación.

—Estás muy borracha y mañana vienen tus padres a verte.

—Vale —arrastró la última sílaba— pero llévame en brazos —alzó los brazos y esperó que Alek la cogiese y empezase a caminar. Me hizo un gesto con la cabeza y agarré de la mano a la pelinegra, quien se iba riendo a mi lado.

Al salir a la calle el aire frío nos dio de lleno, pero mi cuerpo no lo notó mucho ya que había sido previsora y mi disfraz no era un vestido corto como el de Morgan, sino un jersey blanco y pantalones vaqueros a juego. Abracé el cuerpo de mi amiga y seguí al rubio hasta un coche. En el camino, Morgan empezó a jugar con la diadema en forma de halo que llevaba en mi cabeza.

—Nos va a llevar Oliver —paré en seco, haciendo que mi amiga se chocase conmigo y soltase un quejido lastimero seguido de una risa. El susodicho apareció silbando y con unas llaves en la mano—. Pensaba que mi coche iba a estar arreglado —me dio una sonrisa de disculpas. Tragué saliva y ayudé a mi amiga a montarse en el coche. Al sacar la cabeza para montarme bien, vi con precisión el modelo del coche y por poco no se me desencajaba la mandíbula.

—Eres tú —le señalé. Oliver me miró confuso, sin entender a que venía mi repentino grito y reprimenda—. Pues claro que eres tú el maniaco que coge el coche como si fuera piloto —el imbécil frunció el ceño e hizo una mueca—. Debería de haber sabido que tú eras el orangután que no sabe respetar los pasos de cebra y que casi me atropella tres veces. ¡Eres un loco al volante! —apretó la quijada y mi miró, cabreado.

— ¿A qué te quedas andando, cervatillo? —fue mi turno de apretar la mandíbula, me crucé de brazos y desvié la mirada. No sabía que me apetecía menos, si que me llevase el loco en coche o tener que llamar a un taxi y gastarme el poco dinero que traía.

—Tengamos la fiesta en paz —Alek fue quien puso la gota de concordia y nos hizo montarnos en el coche, haciéndome quedar de copiloto. Tragué saliva al estar en el coche montada, era imponente, nunca había visto un coche con tanto lujo.

Oliver condujo decentemente para mi sorpresa. Primero llevó a Sam, a quien Alek tuvo que bajar y ayudar a entrar a su casa, se despidieron de nosotros y ambos se quedaron en casa de la morocha. El camino de la fraternidad a la casa de esta fue algo extraño, las dos chicas de atrás no paraban de reírse y pedir cosas, haciendo que una minúscula sonrisa estuviese dibujada en mi rostro durante todo el trayecto.

La siguiente fue Morgan, quien se había llevado todo el trayecto pidiendo que le comprásemos una hamburguesa, pero acabó desistiendo. Al llegar a su casa, me dio un sonoro beso en la mejilla y señaló al orangután.

—Como me entere que le has hecho algo, te corto los huevos —acto seguido se bajó y caminó hasta su puerta. Oliver solo reía y, hasta que no entró en su casa, no arrancó el coche de nuevo y continuó el trayecto hasta mi residencia.

Si antes había sido extraño, ahora era incomodísimo. Me dediqué a mirar por la ventana, mis manos jugueteaban por encima de mi regazo. Estaba en el coche, en un espacio cerrado y sin escapatoria, con una de las personas que menos soportaba y mi actual rival. Podría matarme y acabar con la competición en este momento. Lo único que hizo fue configurar la emisora de radio y conducir en silencio.

—Es aquí —solo hablamos para que le indicase donde vivía. Oliver puso el coche en doble fila y esperó a que me bajase—. Gracias por traerme —asintió con la cabeza. No miré atrás y me bajé del coche y caminé hasta la puerta de mi casa, cuando entré, escuché el sonido del motor en marcha y como aceleraba para irse.

Dejé las llaves en el mueble, al igual que los zapatos. Fui a la cocina a beber agua, pues estaba sedienta. Luego, escuché el sonido del televisor encendido y caminé hasta el salón, donde mi madre yacía dormida en el sofá, cogí una manta y la tapé, dándole un beso en la frente. Al hacer eso percibí un ligero aroma a tabaco, y como mi madre no fumaba, me di cuenta de que procedía de mi cabeza. Rodé los ojos y suspiré porque me iba a tocar lavármelo de nuevo.

A medida que caminaba por la entrada hasta llegar a las escaleras, iba tocándome el pelo y oliéndolo, mientras ponía muecas de asco por el olor tan insufrible y odiado que tenía encima. Iba por la mitad de las escaleras cuando el castañeteo de unas llaves se escuchó en la puerta principal. Me giré, preocupada, pues solo había una persona más en esta familia que tuviese llaves y se suponía que se estaba quedando en casa de un amigo.

Abrí los ojos, asustada e impactada por lo que estaba viendo. Bajé las escaleras rápidamente y llegué hasta la entrada.

—Pero ¿qué?

¡Hola!

¡FIESTA!

¿Qué disfraces les habríais puesto ustedes? ¿Os gusta Halloween?

Cuando se insultan >>>>>

Morgan, reina de la astrología 👑♏️

Oliver Moore, homicida al volante🥴

¿Quién más quiere ver a Violet más borracha? No solo una gota🤫

Morgan, Morgan, Morgan... como te gusta hacer sentir incómoda a Violet😍

Alek y Sam = couple goals

¿Qué habrá pasado al final?

Vale, qué hemos llegado a las 1.500 lecturas😱😭. Vamos a la 100 por día y no puedo estar más feliz. ¡Muchas gracias a las nuevas lectoras y a las de siempre, os quiero mucho!💖

Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️

¡Muchas gracias! Nos leemos,

Maribel❤️

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