Diecisiete
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No hizo casos a mis palabras.
Avanzó por mi habitación, haciéndome fruncir el ceño y mirarle con odio. Me había interrumpido en mi momento de debilidad. Sorbí mi nariz y crucé los brazos sobre mi pecho, caminando hasta él en un intento de echarle de mi habitación.
Oliver no se dejó intimidar ni mucho menos. Al contrario, sonrió con aires de grandeza y observó mi dormitorio, desde todos los libros sobre ciencia, física y astrología hasta los recientes y frescos lienzos que acababa de pintar. Con las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros, se agachó y miró el lienzo. Frunció el ceño e hizo una mueca, una que no supe interpretar pero que no significaba nada bueno.
—¿Me vas a decir qué haces aquí? —pregunté de nuevo. Confusa por su comportamiento e intrigada por saber como había entrado.
—Tienes una habitación muy... —observó toda la estancia, dando vueltas sobre sí mismo, sopesando sus palabras— vacua.
Fruncí el ceño por la elección de sus palabras. No era sosa ni aburrida, no para mí. Tenía todo lo que necesitaba y nada más. Tenía mi escritorio, lleno de subrayadores y folios de apuntes y en blanco; tenía mi cama, con una colcha básica y simple, el armario y la cómoda. Además de una estantería, donde estaban perfectamente ordenados todos los libros de la escuela y los que me compraba para seguir aprendiendo. Recientemente había añadido un corcho en la pared junto al escritorio, donde se encontraban las fotos que Morgan me obligaba a hacerme y las que me hacía con Sam.
No necesitaba más en la habitación. Más cosas significaba más probabilidad al desorden y en mi vida no había cabida a eso. No podía perder el tiempo ordenando un dormitorio y, yo, para estudiar necesitaba que todo estuviese ordenado, limpio y recogido para poder concentrarme mejor.
—Si has venido para meterte conmigo, puedes marcharte —avancé hasta él y coloqué las manos sobre su espalda, empujándole hasta la puerta.
Era la primera vez que le tocaba a voluntad propia. El día anterior no contaba porque no era consciente de lo que ocurría debido al ataque de pánico que estaba sufriendo, pero ahora sí que sabía lo que estaba haciendo. Sentí como sus músculos se tensaban a medida que le empujaba. Su espalda estaba más dura y trabajada de lo que me gustaría admitir.
—¿Así tratas a tus invitados? —chistó. Frenó en seco, haciendo que me chocase con su espalda. Solté un quejido lastimero.
Sí, definitivamente Oliver tenía una espalda bien dura.
—No eres mi invitado, ni siquiera eres mi amigo.
—Auch —se llevó una mano al pecho y fingió dolor—. No sabes el daño que me hace eso, cervatillo.
—¿Vas a decirme que haces aquí o voy a tener que llamar a la policía por acosador?
—La segunda opción me parece interesante.
Como Pedro por su casa, se sentó en mi cama y se echó para atrás, con las manos cruzadas sobre su nuca. Empezó a silbar y se quedó mirando las estrellas que colgaban en el techo de la habitación. Estaba indignada, se pensaba que estaba en su casa y no contestaba mis preguntas.
—Orangután —abrió un ojo y me miró, con una sonrisa divertida. Era la primera vez que decía su mote en voz alta—, no tengo ganas de aguantar a nadie. Vete.
Señalé la puerta, esperando que captase la indirecta tan directa que le había soltado, pero lo único que conseguí fue que soltase una risotada y volviese a cerrar los ojos.
—¿Orangután? ¿Es lo más original que se te ocurre? —rodé los ojos ante el tono burlón que estaba empleando—. Me he encontrado con tu madre en el supermercado y necesitaba ayuda para los mandados.
—Eso no explica qué haces aquí —me crucé de brazos, harta de su presencia.
Su sola presencia me hacía cabrear como no era normal. Ahora mismo no teníamos nada por lo que competir, así que me molestaba que estuviese aquí tan tranquilo. Y más cuando hacía unos simples minutos estaba en medio del llanto y de mi momento artístico de desahogo.
—Cuando hemos llegado, he pensado, ¿por qué no molestar a mi rival? Seguro que está estudiando para un examen en el que va a quedar segunda, como siempre —apreté la mandíbula y mis puños, intentando mantener la compostura.
—Eres un crapuloso —solté, cabreada con él y con su sola presencia.
—Estamos en el s. XXI, actualiza tu vocabulario, cervatillo —se levantó y caminó hasta el escritorio, donde revisó todas las fotos que tenía en el corcho. Luego miró el lienzo recién pintado, de nuevo.
—Fuera de aquí —cabreada, volví a señalar la puerta, esperando que esta vez me hiciese caso y se fuese.
Pero estábamos hablando del insoportable y engreído Oliver Moore, quien no acataba órdenes y mucho menos si provenían de mí. Aspiré y solté el aire lentamente, intentando calmarme y no saltarle a la yugular.
—Niño de papá, largo.
Fue su turno de apretar la mandíbula. Bingo. Sabía que le llamase así le molestaba, por eso lo había hecho. Era algo rastrero utilizar eso en su contra, pero me estaba sacando de mis casillas y, como decía el dicho: "en el amor y en la guerra, todo vale". Y yo pensaba utilizar todas mis armas para ganar esta estúpida competición.
—No me apetece —replicó.
—Eres como un grano en el culo.
—Me lo dicen mucho.
—No te soporto.
—También me lo dicen mucho.
Tomó entre sus manos una de las bolas de nieve que mis abuelos me regalaron, de su viaje a Francia como auto regalo de aniversario por su boda de plata. Caminé hasta él y se lo quité de las manos, para volver a colocarlo en el mismo sitio donde se encontraba.
—Ug, eres un gilipollas. ¿Es que no tienes cosas mejores que hacer? —hablé exasperada. Quería estar sola, ¿por qué no se iba? —. ¿No tienes que ir a gastar el dinero de papá en una tapicería nueva para el coche? ¿O gastar su dinero en otras tonterías que los niños de papá hacéis?
Oliver se acercó peligrosamente a mí. Sentí como mi respiración se aceleraba debido a su cercanía. Me señalaba con el dedo y tenía la mandíbula apretada, cabreado por la elección de mis palabras. Levanté la cabeza y no me dejé intimidar.
—Te he dicho mil veces que no hables sin saber.
Si seguía apretando la quijada, estaba segura de que se la iba a romper, pero no pensaba retractarme. Estaba harta de él y de su comportamiento. Solo quería que se fuese y si con estas palabras lo iba a conseguir, iba a llegar hasta el final. Nuestra respiración estaba agitada debido al cabreo que sentíamos el uno por el otro. Nos miramos fijamente, azul contra verde.
La eterna batalla.
—Vete que tengo que estudiar, niño de papá —dije las últimas palabras con desprecio.
—Aburrida.
—Niño de papá.
—Muermo.
—Gilipollas.
—Mojigata.
—Egocéntrico.
—Eres más aburrida que escuchar una partida de ajedrez por la radio.
—Vete al tártaro de una puta vez —odiaba maldecir, pero a su lado me era inevitable hacerlo.
—Ya te dije las condiciones para eso.
—Ugh, no te soporto, eres un gilipollas, un engreído, un sabelotodo, maleducado, irrespetuoso...
La habitación se quedó en silencio.
Lo siguiente que supe era que Oliver estaba demasiado cerca. Mi espalda chocó con la pared. Abrí los ojos, conmocionada por su acción. Moore estaba muy cerca, podía sentir su respiración contra mi rostro. Levanté un poco la cabeza y le miré a los ojos, todavía sin saber cómo comportarme ante esta acción. Sus orbes verdes se centraron en los míos. Seguía arrinconada en la pared, con sus brazos a los costados de mi cabeza para impedirme escapar.
Involuntariamente, llevé las manos hasta su pecho, donde las dejé quietas, sin saber cómo actuar. Oliver tragó saliva lentamente, la nuez se le movía a la par. Estábamos muy cerca, tanto que nuestras respiraciones se entremezclaban.
De repente, la cordura me golpeó de lleno. Abrí los ojos, asustada por mi comportamiento inadecuado y fuera de lugar y le aparté de un empujón. Le miraba, con el corazón latiéndome a una velocidad inhumana. Tragué saliva y le miré con la boca abierta, confusa e impactada por lo que acababa de pasar. En cambio, él estaba como si nada hubiera pasado.
Como si no hubiese puesto mi mundo patas arriba con una simple acción.
¿Estaba a punto de besarme?
—¿A qué ha venido eso? —espeté, intentando acallar esa voz en mi cabeza que gritaba de pánico.
—No te callabas.
Su tono sereno y calmado me hizo abrir la boca en incredulidad. Había mil maneras diferentes de hacerme callar y ¿elegía esa? ¿Qué clase de mosca le había picado?
—Eres gilipollas. Hay más modos de callarme. No tienes porqué asustarme así, pedazo de estúpido.
Se encogió de hombros y sonrió lentamente. Se llevó una mano a la cabeza y se peinó el cabello, como si no tuviera otra cosa mejor que hacer.
—Oliver, ¿te quedas a cenar?
La voz de mi madre se escuchó en la puerta de mi habitación. Menos mal que estaba de espaldas a ella, pues sino vería como mi cara era más un tomate que una parte del cuerpo humano. Miré al orangután alarmada, esperando que no se comportase como el gilipollas que era.
—Muchas gracias, señora Campbell, pero ya había quedado —le sonrió.
Entonces mi madre se fue, decepcionada por no tener a alguien más en la mesa o a alguien a secas, pues rara vez nos sentábamos los tres a cenar juntos.
—Nos vemos en clase —me guiñó un ojo al pasar por mi lado y desapareció por la puerta.
Me senté en la silla giratoria del escritorio y me pasé las manos por la cara, restregándomelas y frotándolas sobre esta, agobiada, acojonada y confusa por lo que acababa de ocurrir.
¿Había estado a punto de besarme? ¿Por qué me sentía tan extraña?
Miré hacia la puerta. Solo había un vacío en esta, nadie al otro lado. Tragué saliva de nuevo, confusa por todo lo que había ocurrido en un par de minutos. Solo buscaba una forma de hacerle irse, no pensaba que fuera a acercarse a mí a una distancia tan peligrosamente cerca. Se suponía que eso le molestaría lo suficiente para irse, pero, una vez más, las cosas no salían como yo esperaba.
Por Einstein. Maldito Moore. ¿Por qué me ponía tan nerviosa cuando se acercaba? No era la primera vez que lo hacía. En su coche ocurrió lo mismo, se acercó demasiado a mí, casi al punto de rozar nuestros labios. Pero ¿por qué yo no me apartaba? ¿Por qué me quedaba como una tonta esperando a que él se quitase? Cada vez que se acercaba peligrosamente a mí, mis neuronas dejaban de funcionar y no le mandaban ningún estímulo a mi cerebro para moverme o hacer algo al respecto, simplemente colapsaban y entraban en pánico.
Estúpido orangután.
Una notificación en mi teléfono me hizo dejar de divagar y de maldecir al estúpido orangután que tenía como rival. Caminé hasta mi cama, donde me tiré boca arriba y cogí mi teléfono. Lo tiré inmediatamente en el colchón y con uno de los cojines me tapé la cara, para luego ahogar un grito de frustración e irritación.
El innombrable: Piénsatelo bien y díselo a tu hermano, por favor. Queremos que vengáis. Un beso. Papá.
Harta de recibir sus mensajes y llamadas, decidí bloquear al número para no tener que escuchar ni leer sus estúpidos mensajes haciéndose el padre del año y el amoroso personaje que decidió abandonar a su familia por otra. En el momento que estaba a punto de bloquear su número, me llegó otra notificación.
Número desconocido: *foto*
Número desconocido: Creo que deberías mejorar en la técnica, los trazos están muy descuidados.
Me senté en la cama inmediatamente y observé bien la foto, ampliándola. ¿De dónde había sacado mi número?
Maldito...
¿Cómo había conseguido ese dibujo? ¿Quién se lo había dado? Me levanté de la cama y caminé hasta el caballete. Todo seguía en su sitio. Volví a mirar meticulosamente la foto y abrí los ojos al percatarme del cuadro que era. Era uno de los últimos que pinté antes de abandonar mi pasión, uno de los que estaban encerrados bajo llave en el almacén de la planta baja; uno de los que había sacado mientras buscaba mis útiles.
Gruñí de la rabia e impotencia. No tenía suficiente con verme en uno de mis momentos más débiles, como en el ataque de pánico el día anterior, o haberme visto llorando en mi habitación mientras pintaba un cuadro y me desahogaba, sino que venía a ponerme nerviosa con sus juegos mentales y sus acercamientos que, encima, me robaba uno de mis cuadros más preciados en su momento.
A toda prisa, bajé las escaleras hasta el salón. No estaba. No hacía falta ser Sherlock Holmes, sabía que se lo había llevado, no era una copia. Pero debía comprobarlo con mis propios ojos. Cerré los ojos y apreté los puños a mis costados, cabreada con el orangután. ¿De todos los cuadros, tenía que llevarse ese?
—¿Estás bien? —escuché la voz de mi madre, preocupada por verme de esa manera—. He visto que has sacado todos tus lienzos, ¿has vuelto a pintar?
—No —no me digné ni preocupé en mentir. No estaba bien, llevaba un día para el olvido—. ¿Por qué se ha llevado Moore uno de ellos? —pregunté.
—Oh —le miré, se estaba secando las manos con el delantal—. Estaba echándoles un vistazo y Oliver me ha visto y le ha parecido interesante uno, así que se lo he dado.
Apreté los puños más todavía, sintiendo la rabia en mí. Se lo había dado, ¿así como así? ¿Sin preguntarme a mí? ¿De qué iba?
—Cariño, no sabía que lo seguías queriendo, como ha estado tanto tiempo en ese cuartito cogiendo polvo.
Miré hacia su dirección. Tenía una mueca de culpabilidad en el rostro, sus ojos, tan cansados como era costumbre, me miraban con tristeza. Desvié la mirada. Relajé la presión de mis puños y forcé una sonrisa.
—No importa, tienes razón.
Volví a mi habitación y tomé entre mis manos el teléfono móvil. Abrí el chat que había dejado en visto y le contesté.
Orangután: No te voy a devolver nada. Tu madre me lo ha regalado.
Violet: Deja de ser tan estúpido, devuélvemelo.
Orangután: No.
Violet: Eres tan exasperante. Devuélveme el cuadro, idiota.
Orangután: Déjame que me lo piense... No.
Violet: Te odio tanto. Eres un maleducado y un ladrón. Y un montón de adjetivos despectivos más que no me voy a molestar en escribir.
Orangután: Ay, cervatillo. Si sigues así voy a tener que volver a acallarte.
Orangután: Y esta vez tengo otra forma en mente de hacerte dejar de hablar...
Abrí los ojos ante su último mensaje, el cual me hizo tirar el móvil a la cama como si de una piedra volcánica se tratase, como si quemase en mis manos. Tragué saliva y dejé en visto al idiota. Me tiré en la cama, con la espalda sobre el colchón. ¿De qué iba? ¿Por qué estaba jugando a ese juego? ¿Esa iba a ser su estrategia para ganar esta absurda competición? ¿Ponerme nerviosa a base de coqueteo desenfrenado?
Espera, pero ¿por qué me ponía tan nerviosa ese coqueteo?
Otro mensaje.
Orangután: Otra vez te has puesto nerviosa. 4-2. Yo que tú me ponía las pilas.
Me tapé la cara con un cojín y gruñí de la irritación, nuevamente.
Maldito imbécil.
¡Hola!
Un poco tarde hoy, pero sigue siendo domingo, jeje
Vaya vaya, que sorpresa ¡Oliver!
Oliver, no te engañes, todas sabemos que estabas preocupado porque sabías que Violet se había visto con el innombrable
Eh, eh, eh...
¿He escuchado "casi beso"? Creo que sí.
Que tontos los dos, de verdad. Que se coman la boca ya, hostia.
Orangután, cariño, siempre molestando... ¿Ahora le robas un cuadro? Que forma más rara de ligar, eh...
¿Desde dónde me leéis? Yo soy de España :) (creo que la forma de escribir me delata jeje)
¡Espero que os haya gustado! ¡Nos leemos el miércoles!
Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️
¡Muchas gracias! Nos leemos,
Maribel❤️
Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)
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